29 de Marzo 2024
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Viernes
Santo
VÍA CRUCIS EN EL COLISEO
Su
rostro se refleja en el de cada persona humillada y ofendida, enferma
o que sufre sola, abandonada y despreciada.
PALABRAS DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI
Colina del Palatino
Viernes Santo, 10 de abril de 2009
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San Eustaquio de Luxeüil
Abad
(†
625)
“Solo
la santidad de un predicador, unida al Espíritu Santo, pueden
convencer a los incrédulos y
sediciosos”
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San
Marcos de Aretusa
Obispo y confesor
(364)
Conmemoración
de San Marcos, obispo de Aretusa (actual Er Rastan), en Siria, que
durante la controversia arriana, no se desvió lo más mínimo de la
fe ortodoxa, y bajo el emperador Juliano el Apóstata, fue
perseguido. San Gregorio Nacianceno, lo saludó como varón eximio, y
santísimo
anciano.
https://365seleccionessacros.blogspot.com/2024/03/29-de-marzo-de-2024-san-marcos-de.html
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Hoy
leemos en las escrituras
Libro
de Isaías 52,13-15.53,1-12
Sí,
mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy
grande.
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de Él,
porque estaba tan desfigurado, que su aspecto no era el de un hombre,
y su apariencia no era más la de un ser humano, así también Él
asombrará a muchas naciones, y ante Él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado, y comprenderán
algo que nunca habían oído.
¿Quién creyó, lo que nosotros
hemos oído, y a quién se le reveló el brazo del Señor?. Él
creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de
una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras
miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos.
Despreciado,
desechado por los hombres, abrumado de dolores, y habituado al
sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan
despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero Él soportaba nuestros
sufrimientos, y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo
considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado.
Él fue
traspasado por nuestras rebeldías, y triturado por nuestras
iniquidades. El castigo que nos da la paz, recayó sobre Él, y por
sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre
Él, las iniquidades de todos nosotros.
Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al
matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, Él no abría
su boca.
Fue detenido y juzgado injustamente, ¿y quién se
preocupó de su suerte?. Porque fue arrancado de la tierra de los
vivientes, y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un
sepulcro con los malhechores, y una tumba con los impíos, aunque no
había cometido violencia, ni había engaño en su boca.
El
Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida, en
sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus
días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de Él.
A
causa de tantas fatigas, Él verá la luz, y al saberlo, quedará
saciado. Mi Servidor justo, justificará a muchos, y cargará sobre
sí, las faltas de ellos. Por eso, le daré una parte entre los
grandes, y Él repartirá el botín junto con los poderosos.
Porque
expuso su vida a la muerte, y fue contado entre los culpables, siendo
así que llevaba el pecado de muchos, e intercedía en favor de los
culpables.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Salmo
31(30),2.6.12-13.15-16.17.25
Yo
me refugio en Ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!.
Líbrame,
por tu justicia;
Yo pongo mi vida en tus manos:
Tú me
rescatarás, Señor, Dios fiel.
Soy la burla de todos mis
enemigos,
y la irrisión de mis propios vecinos;
para mis
amigos soy motivo de espanto,
los que me ven por la calle huyen de
Mí.
Como un muerto, he caído en el olvido,
me he
convertido en una cosa inútil.
Pero Yo confío en ti, Señor,
y
te digo: «Tú
eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.»
Líbrame
del poder de mis enemigos,
y de aquellos que me persiguen.
Que
brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu
misericordia.
Sean fuertes y valerosos,
todos los que
esperan en el
Señor.
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Carta
a los Hebreos 4,14-16.5,7-9
Y
ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne
que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de
nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote, incapaz de
compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a
las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos,
entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia, y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Él
dirigió durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes
gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue
escuchado por su humilde sumisión. Y aunque era Hijo de Dios,
aprendió por medio de sus propios sufrimientos, qué significa
obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección, y llegó a ser
causa de salvación eterna, para todos los que le obedecen,
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Evangelio
según San Juan 18,1-40.19,1-42
Jesús
fue con sus discípulos, al otro lado del torrente Cedrón. Había en
ese lugar una huerta, y allí entró con ellos. Judas, el traidor,
también conocía el lugar, porque Jesús y sus discípulos, se
reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un
destacamento de soldados, y de los guardias designados por los sumos
sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y
armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se
adelantó y les preguntó: "¿A
quién buscan?".
Le respondieron: "A
Jesús, el Nazareno".
Él les dijo:
"Soy yo".
Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo:
"Soy
Yo",
ellos retrocedieron, y cayeron en tierra.
Les preguntó
nuevamente: "¿A
quién buscan?".
Le dijeron: "A
Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió:
"Ya les dije que Soy Yo. Si es a Mí a quien buscan, dejen que
éstos se vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No
he perdido, a ninguno de los que me confiaste".
Entonces
Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor
del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se
llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina
tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el
Padre?".
El
destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se
apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás,
porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era
el que había aconsejado a los judíos: "Es
preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre
tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús.
Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con
Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera,
en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo
Sacerdote, salió, habló a la portera, e hizo entrar a Pedro.
La
portera dijo entonces a Pedro: "¿No
eres tú también, uno de los discípulos de ese hombre?".
Él le respondió: "No
lo soy".
Los
servidores y los guardias, se calentaban junto al fuego, que habían
encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto
al fuego.
El Sumo Sacerdote, interrogó a Jesús acerca de sus
discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: "He
hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en
el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en
secreto. ¿Por qué me interrogas a Mí?. Pregunta a los que me han
oído, qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
Apenas
Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes, le dio una
bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si
he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien,
¿por qué me pegas?".
Entonces
Anás lo envió atado, ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro
permanecía junto al fuego. Los que estaban con él, le dijeron: "¿No
eres tú también uno de sus discípulos?".
Él lo negó y dijo: "No
lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que
Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso
no te vi con Él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde
la casa de Caifás, llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada.
Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse, y poder
así participar en la comida de Pascua. Pilato salió a donde estaban
ellos, y les preguntó: "¿Qué
acusación traen contra este hombre?".
Ellos
respondieron: "Si
no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo
y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen".
Los judíos le dijeron: "A
nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo
iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a
Jesús y le preguntó: "¿Eres
tú el rey de los judíos?".
Jesús le respondió:
"¿Dices esto por ti mismo, u otros te lo han dicho de Mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso
yo soy judío?. Tus compatriotas y los sumos sacerdotes, te han
puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi
realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los
que están a mi servicio, habrían combatido para que Yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato
le dijo: "¿Entonces
tú eres rey?".
Jesús respondió: "Tú
lo dices: Yo soy Rey. Para esto he nacido, y he venido al mundo: para
dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué
es la verdad?".
Al
decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
"Yo
no encuentro en Él, ningún motivo para condenarlo. Y ya que
ustedes, tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en
ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A
Él no, a Barrabás!".
Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a
Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas, y se la pusieron
sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le
decían: "¡Salud,
rey de los judíos!",
y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren,
lo traigo afuera, para que sepan que no encuentro en Él, ningún
motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas, y el manto rojo. Pilato
les dijo: "¡Aquí
tienen al hombre!".
Cuando
los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
"¡Crucifícalo!. ¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "Tómenlo
ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él, ningún motivo para
condenarlo".
Los
judíos respondieron: "Nosotros
tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, porque Él pretende ser
Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a
entrar en el pretorio, y preguntó a Jesús: "¿De
dónde eres Tú?".
Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No
quieres hablarme?. ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte, y
también para crucificarte?".
Jesús le respondió: "Tú
no tendrías sobre Mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido
de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti, ha cometido un
pecado más grave".
Desde
ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos
gritaban: "Si
lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se
opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús, y lo hizo sentar sobre un
estrado, en el lugar llamado "el
Empedrado",
en hebreo, "Gábata".
Era
el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía.
Pilato dijo a los judíos: "Aquí
tienen a su Rey".
Ellos vociferaban: "¡Que
muera! ¡Que muera!. ¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Voy
a crucificar a su Rey?".
Los sumos sacerdotes respondieron: "No
tenemos otro rey que el César".
Entonces,
Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo
llevaron. Jesús, cargando sobre Sí la cruz, salió de la ciudad
para dirigirse al lugar llamado "del
Cráneo",
en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y
Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción, que
decía: "Jesús
el Nazareno, rey de los judíos",
y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta
inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado, quedaba
cerca de la ciudad, y la inscripción estaba en hebreo, latín y
griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos, dijeron a Pilato:
"No
escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el
rey de los judíos'. Pilato
respondió: "Lo
escrito, escrito está".
Después
que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras, y las
dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la
túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola
pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: "No
la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca".
Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis
vestiduras, y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los
soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la
hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre, y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba,
Jesús le dijo: "Mujer,
aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí
tienes a tu madre".
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su
casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para
que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una
esponja, la ataron a una rama de hisopo, y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo
se ha cumplido".
E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de
la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato, que
hiciera quebrar las piernas de los crucificados, y mandara retirar
sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado,
porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron, y quebraron
las piernas a los dos, que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, le atravesó el
costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El
que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero, y Él sabe que
dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para
que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de
sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos
mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que
era discípulo de Jesús, -pero secretamente, por temor a los judíos-
pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús.
Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también
Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y
trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron con vendas,
agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar
que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron,
había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía
nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la
Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a
Jesús.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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