24 de Marzo 2024
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DOMINGO
DE RAMOS
“Puede
llegar al lugar santo, quien tiene «las manos limpias y puro el
corazón».
“Manos
limpias son aquellas, que no cometen actos de violencia. Son manos
que no se han ensuciado con la corrupción, ni con los sobornos”.
(Papa Benedicto
XVI)
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San
Guillermo de Norwich
Mártir
(1132 - 1144)
Murió
víctima del odio a
Jesucristo.
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BEATO
DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ
(†
1801)
Preparó espiritualmente a España, frente a la
inminente invasión napoleónica
Sus
carismas:
comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de
profecía, y multiplicación continua de visibles
milagros.
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Venerable
Sor Josefa Menéndez
(1890-1923)
Recibió
mensajes dictados por Nuestro Señor Jesucristo, en el convento de la
Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, en Les Feuillants, Poitiers,
Francia, entre 1920 y
1923.
https://365seleccionessacros.blogspot.com/2020/03/24de-marzo-venerablesor-josefa-menendez.html
San
Oscar Arnulfo Romero
Obispo Salvadoreño. Mártir
(1917 -
1980)
“Deseo
ser una hostia para mi
diócesis”
https://365seleccionessacros.blogspot.com/2024/03/24-de-marzo-de-2024-san-oscar-arnulfo.html
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Hoy
leemos en las escrituras
Libro
de Isaías 50,4-7
El
mismo Señor, me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado, con una palabra de aliento. Cada mañana, Él
despierta mi oído, para que yo escuche como un discípulo. El Señor
abrió mi oído, y yo no me resistí, ni me volví atrás.
Ofrecí
mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas, a los que me
arrancaban la barba; no retiré mi rostro, cuando me ultrajaban y
escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé
confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy
bien, que no seré defraudado.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Salmo
22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24
Los
que me ven, se burlan de Mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo:
«Confió
en el Señor, que Él lo libre;
que lo salve, si lo quiere
tanto.»
Me
rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de
malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar
todos mis huesos.
Se reparten entre sí mi ropa,
y sortean
mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
Tú que eres
mi fuerza, ven pronto a socorrerme.
Yo anunciaré tu Nombre a
mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo,
los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de
Jacob;
témanlo, descendientes de
Israel.»
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Carta
de San Pablo a los Filipenses 2,6-11
Jesucristo,
que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios,
como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a
Sí Mismo, tomando la condición de servidor, y haciéndose semejante
a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano, se humilló
hasta aceptar por obediencia, la muerte, y muerte de cruz. Por eso,
Dios lo exaltó, y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para
que al Nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios
Padre: "Jesucristo
es el Señor".
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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Evangelio
según San Marcos 14,1-72.15,1-47
Faltaban
dos días, para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los
sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la manera de arrestar a
Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: "No
lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en
el pueblo".
Mientras
Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso,
llegó una mujer con un frasco, lleno de un valioso perfume de nardo
puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de
Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí, se
indignaron y comentaban entre sí: "¿Para
qué este derroche de perfume?. Se hubiera podido vender por más de
trescientos denarios, para repartir el dinero entre los pobres".
Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla,
¿por qué la molestan?. Ha hecho una buena obra conmigo. A los
pobres los tendrán siempre con ustedes, y podrán hacerles bien
cuando quieran, pero a Mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que
podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les
aseguro que allí, donde se proclame la Buena Noticia, en todo el
mundo, se contará también en su memoria, lo que ella hizo".
Judas
Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes, para
entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron, y prometieron
darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia, para
entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos,
cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a
Jesús: "¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El
envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan
a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre, que lleva un
cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde
entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a
comer el cordero pascual con mis discípulos?'. Él les mostrará en
el piso alto, una pieza grande, arreglada con almohadones y ya
dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los
discípulos partieron, y al llegar a la ciudad, encontraron todo,
como Jesús les había dicho, y prepararon la Pascua.
Al
atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo,
dijo: "Les
aseguro, que uno de ustedes me entregará, uno que come
conmigo".
Ellos
se entristecieron, y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:
"¿Seré yo?".
Él les respondió: "Es
uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo
del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel, por
quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber
nacido!".
Mientras
comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
lo dio a sus discípulos, diciendo:
"Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos
bebieron de ella. Y les dijo: "Esta
es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les
aseguro, que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día en
que beba el vino nuevo, en el Reino de Dios".
Después
del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y
Jesús les dijo:
"Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura:
Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo
resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro
le dijo: "Aunque
todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió:
"Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo
por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque
tenga que morir contigo, jamás te negaré".
Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada
Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense
aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir
temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi
alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra, y rogaba que de ser
posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: "Abba
-Padre- todo te es posible: aleja de Mí este cáliz, pero que no se
haga mi voluntad, sino la tuya".
Después
volvió, y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a
Pedro: "Simón,
¿duermes?. ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?.
Permanezcan despiertos y oren, para no caer en la tentación, porque
el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego
se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al
regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se
cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por
tercera vez, y les dijo: "Ahora
pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora, en que
el Hijo del hombre, va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús
estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce,
acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había
dado esta señal: "Es
Aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro",
y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre Él, y lo arrestaron. Uno
de los que estaban allí, sacó la espada e hirió al servidor del
Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como
si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes, enseñando en el Templo, y no
me arrestaron. Pero esto sucede, para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven,
envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando
la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo
Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los
ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos, hasta el
interior del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los
servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes
y todo el Sanedrín, buscaban un testimonio contra Jesús, para poder
condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron
muchos, con falsas acusaciones contra Él, pero sus testimonios no
concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros
lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo, hecho por la mano
del hombre, y en tres días volveré a construir otro, que no será
hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo
Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
"¿No
respondes nada, a lo que estos atestiguan contra Ti?".
Él permanecía en silencio, y no respondía nada.
El Sumo
Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres
el Mesías, el Hijo de Dios bendito?". Jesús respondió: "Sí,
Yo lo Soy: y ustedes verán al Hijo del hombre, sentarse a la derecha
del Todopoderoso, y venir entre las nubes del cielo".
Entonces,
el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos?. Ustedes acaban de oír la
blasfemia. ¿Qué les parece?".
Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos
comenzaron a escupirlo, y tapándole el rostro, lo golpeaban,
mientras le decían: "¡Profetiza!".
Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro
estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo
Sacerdote, y al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le
dijo: "Tú
también estabas con Jesús, el Nazareno". Él lo negó,
diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando".
Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a
decir a los presentes: "Éste
es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente.
Un poco más tarde, los que
estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro
que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar, que no conocía a ese
hombre, del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo
por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había
dicho: "Antes
que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres
veces".
Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes
se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el
Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a
Pilato.
Éste lo interrogó: "¿Tú
eres el rey de los judíos?".
Jesús le respondió:
"Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes, multiplicaban las acusaciones contra Él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No
respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!". Pero
Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a
Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso,
a elección del pueblo. Había en la cárcel, uno llamado Barrabás,
arrestado con otros revoltosos, que habían cometido un homicidio
durante la sedición. La multitud subió, y comenzó a pedir el
indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren
que les ponga en libertad, al rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes, lo habían entregado
por envidia.
Pero los sumos sacerdotes, incitaron a la
multitud, a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó
diciendo: "¿Qué
debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué
mal ha hecho?".
Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato,
para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a
Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al
pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto
de púrpura, hicieron una corona de espinas, y se la colocaron. Y
comenzaron a saludarlo: "¡Salud,
rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían, y doblando la
rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de
Él, le quitaron el manto de púrpura, y le pusieron de nuevo sus
vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como
pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que
regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y
condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa:
"lugar
del Cráneo".
Le
ofrecieron vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. Después lo
crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras,
sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba
la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba, la
causa de su condena decía:
"El rey de los judíos".
Con Él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su
izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y
decían: "¡Eh,
tú, que destruyes el Templo, y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De
la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban, y
decían entre sí: "¡Ha
salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!. Es el Mesías, el
rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y
creamos!".
También lo insultaban, los que habían sido crucificados con Él.
Al
mediodía, se oscureció toda la tierra, hasta las tres de la tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz:
"Eloi, Eloi, lamá sabactani",
que significa: "Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos
de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está
llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre, y, poniéndola en la
punta de una caña, le dio de beber, diciendo: "Vamos
a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces
Jesús, dando un gran grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en
dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba
frente a Él, exclamó: "¡Verdaderamente,
este hombre era Hijo de Dios!".
Había
también allí algunas mujeres, que miraban de lejos. Entre ellas
estaban María Magdalena; María, la madre de Santiago el menor y de
José, y Salomé, que seguían a Jesús, y lo habían servido cuando
estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con Él a
Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de
sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable
del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la
audacia de presentarse ante Pilato, para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al
centurión, y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Éste
compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella,
y lo depositó en un sepulcro, cavado en la roca. Después, hizo
rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María,
la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
Palabra
de Dios. ¡Te alabamos
Señor!
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