23 De Marzo de 2024
San Toribio Mogrovejo
Obispo
(1538-1606)
San
Toribio, arzobispo de Lima, es uno de los eminentes prelados de la
hora de la evangelización. El concilio plenario americano del 1900
lo llamó: "la lumbrera mayor de todo el episcopado americano".
Era la hora de llevar la fe cristiana, al imperio inca
peruano, lo mismo que en México se cristianizaba a los
aztecas.
Nació en Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de
1538. No se formó en seminarios, ni en colegios exclusivamente
eclesiásticos, como era frecuente entonces; Toribio se dedicó de
modo particular a los estudios de Derecho, especialmente del
Canónico, siendo licenciado en cánones por Santiago de Compostela,
y continuó luego sus estudios de doctorado, en la universidad de
Salamanca. También residió y enseñó dos años en Coimbra.
En
Diciembre de 1573, fue nombrado por Felipe II, para el delicado cargo
de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó hasta
1579; pero ya en agosto de 1578, fue presentado a la sede de Lima, y
nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII, el 16 de marzo de
1579, siendo todavía un brillante jurista, un laico, o sólo clérigo
de tonsura, cosa tampoco infrecuente en aquella época.
Recibió
las órdenes menores y mayores en Granada; la consagración
episcopal, fue en Sevilla, en agosto de 1579. Llegó al Perú en el
1581, en mayo.
Se distinguió por su celo pastoral con
españoles e indios, dando ejemplo de pastor santo y sacrificado,
atento al cumplimiento de todos sus deberes. La tarea no era fácil.
Se encontraba con una diócesis tan grande, como un reino de Europa,
con una población nativa india indócil, y con unos españoles, muy
habituados a vivir según sus caprichos y conveniencias.
Celebró
tres concilios provinciales limenses _el III (1583), el IV (1591) y
el V (1601)_; sobresalió por su importancia el III limense, que
señaló pautas, para el concilio mexicano de 1585, y que en algunas
cosas, siguió vigente hasta el año 1900
Aprendió el
quechua, la lengua nativa, para poder entenderse con los indios.
Se
mostró como un perfecto organizador de la diócesis. Reunió trece
sínodos diocesanos. Ayudó a su clero, dando normas precisas, para
que no se convirtieran en servidores comisionados de los civiles.
Visitó tres veces todo su territorio, confirmando a sus
fieles, y consolidando la vida cristiana en todas partes. Alguna de
sus visitas a la diócesis duró siete años.
Prestó muy
pacientemente atención especial, a la formación de los ya
bautizados, que vivían como paganos. Llevado de su celo pastoral,
publicó el Catecismo en quechua, y en castellano; fundó colegios en
los que compartían enseñanzas, los hijos de los caciques, y los de
los españoles; levantó hospitales y escuelas de música, para
facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana, cantando.
No
se vio libre, de los inevitables roces con las autoridades, en puntos
de aplicación del Patronato Real en lo eclesiástico; es verdad que
siempre se comportó, con una dignidad y con unas cualidades humanas
y cristianas extraordinarias; pero tuvo que poner en su sitio, a los
encomenderos, proteger los derechos de los indios, y defender los
privilegios eclesiásticos.
Atendido por uno de sus
misioneros, murió en Saña, mientras hacía uno de sus viajes
apostólicos, en 1606. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.
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