martes, 31 de julio de 2018


Tercera Feria, 31 de julio

San Ignacio de Loyola
FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESUS (jesuitas)
(1491-1556)


San Ignacio
Por Pedro Pablo Rubens (1620-22)

"Ad Majorem Dei Gloriam"
"Para mayor gloria de Dios"
(lema de San Ignacio)


IHS - "IHS": monograma del nombre de Jesucristo

Patrono de los ejercicios espirituales y retiros

Quien ama verdaderamente, no está nunca ocioso”

Hemos sido creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto, salvar nuestra alma”

Desde el principio de la cristiandad, la nomina sacra (nombre sagrado) de Iesous Christos (Jesucristo), se abrevia de varias formas.

Las tres primeras letras de la palabra "Jesús" en griego son: IHC. Estas se transliteraron al latín como IHS.

Sentido latino: "I": Iesus (Jesús), "H": Hominum (de los hombres), "S": Salvator" (Salvador) = Jesús, Salvador de los hombres. Aunque ésta no representa el significado original griego, felizmente se refiere y honra al mismo Jesucristo.

San Bernardo (siglo XII), insistió mucho en la devoción al Santo Nombre de Jesús; en el siglo XIV con el beato Juan Colombini (d. 1367). San Vicente Ferrer (d. 1419), y San Bernardino de Siena (d. 1444), adoptaron este monograma IHS. San Ignacio de Loyola, adoptó el monograma en su sello, como general de los jesuitas (1541), por lo que se convirtió en el emblema de la orden.

Breve
San Ignacio nació en el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió, y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros, con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús.

Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos, y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente, por la reforma de la Iglesia. Murió en Roma el año 1556.

Cronología de La Vida de San Ignacio De Loyola

1491- Año probable del nacimiento de Ignacio de Loyola.

1521- Colabora en la defensa de Pamplona, acosada por el rey de Francia. Es herido en la pierna derecha, y enviado a Loyola, donde pasa la convalecencia. En este tiempo, caen en sus manos algunos libros piadosos, que le hacen descubrir en la vida de Jesús y de los Santos, un nuevo horizonte en su vida. Se produce en Ignacio una primera conversión. Experimenta igualmente, una lucha interior, entre los deseos piadosos y los deseos mundanos.

1522- San Ignacio comienza una peregrinación, al Santuario de Nuestra Señora de Montserrat. Una vez en Montserrat, hace una confesión general, y deja sus vestidos y su espada. Continúa el camino hacia Manresa, donde da comienzo a una vida de pobreza, oración y penitencia. Después de un tiempo de turbación, escrúpulos, dudas y angustias, vivirá una singular experiencia de Dios, que recordará toda la vida: "la ilustración del Cardoner". Igualmente comenzará a formular su experiencia espiritual, con lo que da comienzo, a lo que más adelante será, el libro de los Ejercicios Espirituales.

1527-A lo largo de este año, Ignacio vivirá dos procesamientos, y será encarcelado. Al salir de la prisión viaja a Salamanca. Nuevamente tendrá procesos inquisitoriales, se le prohíbe predicar y enseñar materias teológicas, por no haber hecho suficientes estudios. Ignacio decide marchar de Salamanca, pasa por Barcelona, y se encamina a París.

1538- San Ignacio celebra su primera misa, en la iglesia de ¨Santa María la Maggiore¨.

1540- Paulo III confirma la fundación de la Compañía de Jesús.

1541- Ignacio comienza la redacción de las Constituciones de la Compañía, y es elegido superior general de la misma. A partir de este momento, Ignacio vivirá permanentemente en Roma.

1556- Muerte de San Ignacio de Loyola. Es enterrado en el lugar donde actualmente está la iglesia del Gesú en Roma.

1609- El Papa Paulo V, beatifica a Ignacio de Loyola.

1622- Canonización de Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV.

Reflexiones claves del Diario Espiritual de San Ignacio De Loyola
- Dios me ama más que yo a mí mismo.
- ¡Siguiéndoos, Jesús, no me puedo perder!
- Dios proveerá lo que le parezca mejor.
- ¡Señor, soy un niño! ¿A dónde me lleváis?
- ¡Jesús, por nada del mundo te dejaría!
- ¿Qué queréis, Señor, de mí?
- ¡Señor, sostenedme con vuestra gracia!
- ¡No merezco, Señor, cuanto recibo!
- ¡Dadme, Señor, vuestro amor y gracia, éstas me bastan!
- Jesús, sé mi guía, condúceme.

Vida de San Ignacio de Loyola

SAN IGNACIO nació probablemente en el año 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda.

Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo), era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses, en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar, terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha, en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.

Los franceses no abusaron de la victoria, y enviaron al herido en una litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna se soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación, y la soportó estoicamente, ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas, a todo costo.

Pero como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales complicaciones, que los médicos pensaron que el enfermo, moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo, empezó a mejorar, aunque la convalecencia duró varios meses.

No obstante, la operación de la rodilla rota, presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la protuberancia, y pese a que éstos le advirtieron que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen, y soportó la despiadada carnicería sin una queja.

Para evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño, que haya quedado cojo, para el resto de su vida.

Con el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre había sido muy afecto.

Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola, fue una historia de Cristo, y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto, que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: "Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron".

Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora, y entrar como hermano lego, a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria, y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos.

Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana, y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo.

Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios, le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos, le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío en el corazón. Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos, y empezó por hacer toda penitencia corporal posible, y llorar sus pecados.

Le visita la Virgen; purificación en Manresa
Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz, y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente.

Su propósito era llegar a Tierra Santa, y para ello debía embarcarse en Barcelona, que está muy cerca de Montserrat.

La ciudad se encontraba cerrada, por miedo a la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de Manresa, no lejos de Barcelona, y a tres leguas de Montserrat.

El Señor tenía otros designios más urgentes para Ignacio, en ese momento de su vida. Lo que quería, era llevarlo a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos, y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.

"A fin de imitar a Cristo nuestro Señor, y asemejarme a Él, de verdad, cada vez más, quiero y escojo la pobreza con Cristo; pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores; y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo". Se decidió a "escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo", hasta lograr alcanzar su santidad.

A las consolaciones de los primeros tiempos, sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia, conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos, y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía, una violenta tempestad de escrúpulos, que le hacían creer que todo era pecado, y le llevaron al borde de la desesperación.

En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias, que iban a servirle para el libro de los "Ejercicios Espirituales". Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura, y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. Aquella experiencia, dio a Ignacio una habilidad singular, para ayudar a los escrupulosos, y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual.

Más tarde, confesó al Padre Laínez, que en una hora de oración en Manresa, había aprendido más, de lo que pudiesen haberle enseñado todos los maestros en las universidades.

Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la mentalidad del mundo, que al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano, no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.

Tierra Santa
En febrero de 1523, Ignacio por fin, partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia, con rumbo a Chipre, y de ahí se trasladó a Jaffa.

Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito de establecerse. Pero al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos, le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen, y pidiesen rescate por él.

Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea, de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra vez, la Divina Providencia tenía designios para esta alma tan generosa.

De nuevo en España, donde es encarcelado por la inquisición
En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues "pensaba que eso, le serviría para ayudar a las almas". Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar, lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad.

Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino "amare", se convertía en un simple pretexto para pensar: "Amo a Dios. Dios me ama". Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades, y dedicándose a la contemplación, y soportaba con paciencia y buen humor, las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.

Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá, a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias, no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna, y vestía un áspero hábito gris.

Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio, y convertía a numerosos pecadores, con sus reprensiones llenas de mansedumbre.

Había en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y a sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular, y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca.

Pero pronto, fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia, como pruebas que Dios le mandaba, para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.

Estudios en París
Los dos primeros años, los dedicó a perfeccionarse en el latín por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes, y aun a Inglaterra, a pedir limosna a los comerciantes españoles, establecidos en esas regiones. Con esa ayuda, y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio, en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía.

Ahí indujo a muchos de sus compañeros, a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración, y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña, juzgó que con aquellas prédicas, impedía a sus compañeros estudiar, y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado, para desprestigiarle entre sus compañeros.

Ignacio no temía al sufrimiento, ni a la humillación, pero con la idea de que el ignominioso castigo, podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector, y le expuso modestamente las razones de su conducta.

Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos, y le pidió públicamente perdón, por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.

El Señor le da compañeros
Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal, y Nicolás Bobadilla.

Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes, hicieron voto de pobreza, de castidad, y de ir a predicar el Evangelio en Palestina; o si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa, para que los emplease en el servicio de Dios, como mejor lo juzgase.

La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión, de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales, y la adopción de una sencilla regla de vida.

Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola, y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.

Bendición del Papa; aparición del Señor
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos, les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien, y concedió a los que todavía no eran sacerdotes, el privilegio de recibir las órdenes sagradas, de manos de cualquier obispo.

Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia, a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes, celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año, con el objeto de prepararse mejor para ella.

Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron, que si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error, bajo el estandarte de Cristo.

Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La Storta", el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego vobis Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma).

Paulo III nombró al padre Fabro, profesor en la Universidad de la Sapienza, y confió a Laínez, el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios, y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros, trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.

La Compañía de Jesús
Ignacio y sus compañeros, decidieron formar una congregación religiosa, para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad, debía añadirse el de obediencia, para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte.

Además, había que nombrar a un superior general, a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida, y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede.

A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas, adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino, no existiría en la nueva orden, "para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado". No por eso, descuidaban la oración, que debía tomar al menos una hora diaria.

La primera de las obras de caridad, consistiría en "enseñar a los niños, y a todos los hombres, los mandamientos de Dios". La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto, se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas; pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús, por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540.

Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden, y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541, y algunos días más tarde, todos los miembros, hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa, para alojar a los neófitos judíos, durante el período de la catequesis, y otra casa para mujeres arrepentidas.

En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras, rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: "Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa, por el gozo de evitar un solo pecado". Rodríguez y Francisco Javier, habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo.

Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto, fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía, y a las colonias portuguesas de América del Sur.

Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo
El Papa Paulo III, nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres, y que en las disputas se mostrasen modestos y humildes, y se abstuviesen de desplegar presuntuosamente su ciencia, y de discutir demasiado.

Pero sin duda, que entre los primeros discípulos de Ignacio, el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor.

En 1550, San Francisco de Borja, le regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio, hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden, y se preocupó por darle los mejores maestros, y facilitar lo más posible, el progreso de la ciencia.

El santo dirigió también, la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes, que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo, se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio, echó los fundamentos de la obra educativa, que había de distinguir a la Compañía de Jesús, y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.

En 1542, desembarcaron en Irlanda, los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña, se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra, es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma.

Ese movimiento tenía el doble fin, de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia, y de oponerse al protestantismo. "La Compañía de Jesús, era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI, para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden, eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús, tenía por características la obediencia, y la más sólida cohesión.

Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero, y con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo, y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal Manning).

A este propósito, citaremos las instrucciones que San Ignacio, dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: "Tened gran cuidado en predicar la verdad, de tal modo que si acaso hay entre los oyentes, un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras, ni mostréis desprecio por sus errores". El santo escribió en el mismo tono, a los padres Broet y Salmerón, cuando se aprestaban a partir para Irlanda.

Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio, fue el libro de “Los Ejercicios Espirituales”. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa, y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa.

Los Ejercicios cuadran perfectamente, con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia.

Lo nuevo en el libro de San Ignacio, es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo, se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente, y de formularlos con perfecta claridad.

La prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio, le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente, procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible.

Aunque San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro, se atenía humildemente al juicio de otros.

Era gran enemigo del empleo de los superlativos, y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos, cuando veía que la necesitaban.

En particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio, los volvía orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio, y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de San Ignacio, era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: "A la mayor gloria de Dios".

A ese fin, refería el santo todas sus acciones, y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: "Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?". Quien ama verdaderamente, no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios, y sufrir por su causa.

Tal vez, se ha exagerado algunas veces el "espíritu militar" de Ignacio, y de la Compañía de Jesús, y se han olvidado de la simpatía y del don de amistad del santo, por admirar su energía, y espíritu de empresa.

Durante los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros, y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años, el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo, de recibir los últimos sacramentos.

Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.

-Adaptado del trabajo de Alban Butler et all, edición en español de R.P. Wilfredo Guinea. La Vida de los Santos de Butler, vol. 3. (Chicago USA: Rand McNally, 1965) pg.222-228.

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Santos jesuitas
Estos son algunos de los 48 santos y beatos jesuitas. Entre ellos hay muchos mártires.

San Alonso Rodríguez -Viudo, religioso, portero.
San Claudio de la Colombiere -Apóstol del Sagrado Corazón.
San Edmundo Campion -Mártir inglés
San Estanislao Kostka -Patrono de novicios, polaco.
San Francisco de Borja -Virrey de Cataluña, España, Tercer General de los jesuitas.
San Francisco Javier -Patrón de los misioneros. Misionero a la India y Japón. Muere ante las costas de China.
San Ignacio de Loyola -fundador de la orden.
San Isaac Yogues y compañeros mártires de Norte América.
San Juan de Brito -y compañeros mártires en la China.
San Luis Gonzaga -Patrón de la juventud cristiana.
Beato Miguel Pro -Mártir mexicano
San Pablo Miki y compañeros -Mártires japoneses.
San Pedro Canisio -Doctor de la Iglesia, segundo evangelizador de Alemania.
San Pedro Claver -Misionero con los esclavos de Colombia.
San Roberto Belarmino -Doctor de la Iglesia, defensor de la doctrina durante y después de la Reforma.
San Roque Gonzales de Santa Cruz -Mártir paraguayo.

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San Ignacio es el gran maestro del discernimiento de espíritus.

Juan Pablo II dijo: "Ignacio supo obedecer, cuando en pleno restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en su corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo..."

Por el discernimiento de espíritu, entendemos la capacidad de distinguir cuando nos habla el Espíritu Santo, y cuando lo hacen los malos espíritus.

Sigamos leyendo...

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Del oficio de lectura, 31 de Julio
San Ignacio de Loyola, fundador, Presbítero

Examinad si los espíritus provienen de Dios

De los Hechos de San Ignacio, recibidos por Luis Gonçalves de Cámara, de labios del mismo santo.

Cap. 1,5-9: Acta Sanctorum Iulii 7

Luis Goncalves de Cámara, escribió "Los Hechos de San Ignacio", recogiéndolos de los labios del mismo santo:

Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer, un libro llamado Vida de Cristo, y otro que tenía por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.

Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés, por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento, a lo que había leído en tiempos pasados, y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades, que habitualmente retenían su atención, durante su vida anterior.

Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente, lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo, o de los santos, a veces se ponía a pensar, y se preguntaba a sí mismo: "¿Y si yo hiciera lo mismo que San Francisco, o que Santo Domingo?".

Y así su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que distraído por cualquier motivo, volvía a pensar también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.

Pero había una diferencia; y es que cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además, tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría.

De esta diferencia, él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma, y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros en cambio, alegre.

Y así fue, como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya, le ayudó mucho a comprender, lo que sobre la discreción de espíritus, enseñaría luego a los suyos.

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Los Ejercicios Espirituales

El fin específico de los Ejercicios, es llevar al hombre a un estado de serenidad y despego de las cosas pasajeras, para que pueda elegir, "sin dejarse llevar del placer o la repugnancia, ya sea acerca del curso general de su vida, ya acerca de un asunto particular. Así, el principio que guía la elección, es únicamente la consideración de lo que más conduce a la gloria de Dios, y a la perfección del alma".

Como lo dice Pío XI, el método ignaciano de oración, "guía al hombre por el camino de la propia abnegación, y del dominio de los malos hábitos, a las más altas cumbres de la contemplación, y el amor divino".

Los Ejercicios Espirituales, son el instrumento del que se ha servido El Señor, para comunicar su Espíritu a innumerables personas, y llevarlas a la santidad.

Comienzan reflexionando sobre el "Principio y Fundamento" de todas las cosas. Nos enseña la verdad fundamental, en la que debemos edificar nuestra vida:

¿Cuál es el origen de esta existencia?, ¿Cuál es su sentido?, ¿Cuál su valor?. Esta es la pregunta capital, que me debo preguntar. La respuesta nos la da Dios: Génesis 1: 26 "Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano, a nuestra imagen, como semejanza nuestra" Y como Dios es Amor (1 Juan 4:16), el hombre que es su imagen, ha sido creado para amar con su corazón, que es como el de Dios. “Dios creó al hombre, para amar con todo su corazón, con toda su mente y con toda su fuerza” (Deut. 6:4-9).

El hombre ama a Dios ante todo, alabándole, adorándole y sirviéndole. En esta línea, debo ordenar mi existencia. Pero el amor es más que esto. Por su propia naturaleza, el amor busca unión. Dios nos creó para ser sus hijos adoptivos en Jesucristo, y por Jesucristo.

El plan de Dios consiste, en hacernos partícipes en la tierra, (por medio de la Fe y la Gracia), y por toda la eternidad, de la vida de la Trinidad que es Amor.

El principio y fundamento de nuestra vida es éste: “Hemos sido creados para Alabar y Servir a Dios, y mediante esto salvar nuestra alma”.

Conociendo este principio, y ordenando toda nuestra vida en Él, podremos construir sobre roca, para que las tormentas no destruyan nuestra casa.

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EL SAGRADO CORAZÓN Y LOS JESUITAS

San Claudio de la Colombiere, jesuita, fue director espiritual de Santa Margarita María Alacoque, la recipiente de las apariciones y mensajes del Sagrado Corazón. Nuestro querido santo, comprendió la gran importancia de las apariciones, y respondió con todo su corazón, a la encomienda que Nuestro Señor le hizo, de propagar la devoción a Su Corazón.

Tres congregaciones generales de la Sociedad de Jesús, fundados por San Ignacio y llamados también jesuitas, han adoptado la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Una de ellas, realizó un Acto solemne de Consagración de toda la Sociedad, al Sagrado Corazón de Jesús.

Al renovar la misión otorgada a la Sociedad de Jesús (jesuitas), de propagar la devoción al Sagrado Corazón, el Juan Pablo II manifestó: "El deseo de conocer al Señor íntimamente, y de hablarle de corazón a corazón, es gracias a los Ejercicios Espirituales, característica del dinamismo espiritual y apostólico Ignaciano, totalmente al servicio del amor del Corazón de Jesús". (5 de octubre de 1986 – Carta a la SJ [Sociedad de Jesús])

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos dice, que el amor consiste en compartir lo que uno posee, incluso la vida. Esta es la clave, para que el Corazón de Jesús, produzca impacto en nuestras vidas.

El misterio de la Trinidad, es la comunicación del amor y la vida. Para eso el Verbo se hizo hombre, para comunicarnos esa vida y amor. Su Corazón, es símbolo de ese amor infinito, que Él tiene por nosotros.

San Pedro Canisio S.J., fue uno de los primeros devotos al Corazón de Jesús.

La tradición y constante enseñanza de las Congregaciones Generales, y de los Padres Generales, presenta la Eucaristía diaria, como el centro y la fuente de fortaleza, para cualquier trabajo que emprendan los jesuitas. Así pensaba el Padre Arrupe, tanto como el Padre General actual.

Karl Rahner, en su introducción al texto del Padre Arrupe, sobre el Corazón de Cristo, identifica a la devoción al Sagrado Corazón, como parte esencial de la Sociedad; él la denomina una experiencia irrenunciable de la Sociedad.

  • Datos tomados de los escritos de John A. McGrail SJ, director del Apostolado de la Oración para la Provincia de Detroit.

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ORACION DE ENTREGA
San Ignacio

Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello,
según Vuestra Voluntad.
Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan. Amén.

ALMA DE CRISTO

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, mi buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te rogamos que el espíritu progresista de los jesuitas, que ayudaron tanto a la extensión de tu Reino de Paz y Justicia, unido a una auténtica opción por los pobres, se mantenga y perdure en el tiempo, y que bendigas al Papa Francisco, siendo él mismo jesuita, en su labor Apostólica. A Tí Señor, que nos ordenaste extender el Reino de los Cielos, antes de tu Ascensión a los Cielos. Amén.



Segunda Feria 30 de julio

San Pedro Crisólogo 


(400-450)

Crisólogo: "orador áureo, excelente".
Arzobispo de Ravenna, Italia. Doctor de la Iglesia
Famoso por su prédica ungida

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva

Breve
Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar parte del clero de aquella población. En el año 424, fue elegido obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año 450.

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Butler, Vida de los Santos, editado con datos adicionales, SCTJM

SAN PEDRO nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió las ciencias sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud. Cornelio formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años, y le hizo comprender, que en el dominio de las pasiones, y de sí mismo, residía la verdadera grandeza, y que era éste el único medio de alcanzar el espíritu de Cristo.

Elegido Obispo de Ravena - 433 AD.
Según la leyenda, San Pedro Crisólogo fue elevado a la dignidad episcopal, de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor, y pidieron a Cornelio de Imola, que encabezase la embajada que iba a Roma, a pedir al Papa San Sixto III, que confirmase la elección. Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro.

Según se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior, una visión de San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así pues, Sixto III, propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo, siguiendo las instrucciones del cielo.

Los embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la consagración, y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió con cierta frialdad. Es muy poco probable que San Pedro haya sido elegido en esta forma, ya que el emperador Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena, y San Pedro gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de Sixto III, San León Magno.

Cuando San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis, y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del santo, consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos.

Se distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia, con que atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal, la palabra de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad, tanto a los humildes como a los poderosos.

En la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro construyó un bautisterio, y una iglesia dedicada a San Andrés.

Sermones
En el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro, que da muy pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna, con citas de los sermones del santo. Se conservan 176 homilías de estilo popular, y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus oyentes.

Explican el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro, y citas de santos para imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano. En una homilía define al avaro como "esclavo del dinero", mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo".

Sus sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia. Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba, a veces le impedía seguir hablando. Aunque el estilo oratorio de San Pedro no sea perfecto, es sin embargo, según Butler "exacto, sencillo y natural". Una vez más se demuestra, que la capacidad persuasiva de los santos, no depende de la elocuencia natural, sino en la fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los corazones.

San Pablo escribió: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación, no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del Poder, para que vuestra Fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios". (I Corintios 2:3-5).

San Pedro predicó en favor de la comunión frecuente, y exhortó a los cristianos a convertir la Eucaristía, en su alimento cotidiano. Sus sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de palabras de oro"), y movieron a Benedicto XIII a declarar al santo, doctor de la Iglesia, en 1729.

Sumisión a la Fe
Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla, escribió una circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro Crisólogo. Les hacía una apología, sobre la doctrina monofisita, en la víspera del Concilio de Calcedonia.

(Nota: la doctrina monofisita, afirmaba la sola naturaleza divina en Cristo, quedando su naturaleza humana disuelta en la primera. El dogma ortodoxo de la Iglesia Católica sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión», según el símbolo Niceno-Constantinopolitano)

San Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a los cielos, así las divisiones los entristecen.

Y añadió, que por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación, nos ha sido revelado por Dios, y debemos creerlo con sencillez. Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el interés de la paz y de la fe, no podemos discutir sobre cuestiones relativas a la fe, sin el consentimiento del obispo de Roma". Eutiques fue condenado por San Flavio en el año 448.

Final de su vida
Ese mismo año, San Pedro Crisólogo, recibió con grandes honores en Ravena, a San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los funerales del santo francés, y conservó como reliquias, tanto su capucha como su camisa de pelo.

San Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad natal de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano, varios cálices preciosos.

Después de aconsejar, que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor, murió en Imola, el 31 de julio del 451, (otras fuentes: el 3 de diciembre del 450), y fue sepultado en la iglesia de San Casiano.

Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Sálesman; Vidas de los Santos # 3 -
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un santo para cada día 

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Del oficio de lectura, 30 de Julio

El misterio de la encarnación
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia

El hecho de que una virgen conciba, y continúe siendo virgen en el parto, y después del parto, es algo totalmente insólito y milagroso; es algo que la razón no se explica, sin una intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana.

El nacimiento de Cristo, no fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída.

Él mismo, que sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto, tomó al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó tomar barro para plasmarnos, también se dignó tomar carne humana para salvarnos.

Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique, afrenta alguna para el Creador.

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios?. ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios?. ¿Por qué te preguntas tanto, de dónde has sido hecho, y no te preocupas de, para qué has sido hecho?. ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos, no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada?.

Para ti ha sido creada esta luz, que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado, con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos, que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad, no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo, hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible, y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto, no quedara privado de alguien que representara a su Señor.

Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti, había hecho por sí, y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen, y concedió al hombre ser en verdad, lo que antes había sido solamente en semejanza.

Nace pues Cristo, para restaurar con su nacimiento, la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado; recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre, para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina.

De este modo, lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre, y por los siglos inmortales. Amén.

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Oficio de lectura, Tercera Feria, IV semana de pascua
Se tú mismo el sacrificio, y el sacerdote de Dios
De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 108

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice San Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de Él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado mas que temido, y le agrada más mostrarse como Padre, que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia, para no tener que castigarnos con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar, lo que es de vuestra misma naturaleza?. Si teméis a Dios como Señor, por qué no acudís a Él como Padre?».

Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos; lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz, os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

Venid pues, retornad y comprobaréis que soy un Padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad, como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya, lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez, sacerdote y víctima!. El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí, la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo, y en sí mismo, lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote, permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio, no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio, en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos, como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen de la de Cristo, que permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: Él hizo efectivamente de su cuerpo, una hostia viva, porque a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida.

Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida, y cuando en la tierra los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos, como una hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo”.

Hombre, procura pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente; que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios; que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad.

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Oficio de lectura, 4 de julio, Santa Isabel de Portugal
Dichosos los que trabajan por la paz
De un sermón atribuido a San Pedro Crisólogo, Obispo

Dichosos los que trabajan por la paz –dice el evangelista, amadísimos hermanos–, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón, cobran especial lozanía, las virtudes cristianas, en Aquel que posee la armonía de paz cristiana, y no se llega a la denominación de hijo de Dios, si no es a través de la práctica de la paz.

La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo, y le otorga el nombre de libre, y cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todos nuestros actos.

La paz recomienda nuestras peticiones ante Dios, y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del Amor; el vínculo de la concordia, es el indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz.

Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que Él ha dicho: «La paz os dejo, mi paz os doy», lo que equivale a decir: «Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar, quiere encontrarlo en todos cuando vuelva.

El mandamiento celestial, nos obliga a conservar esta paz que se nos ha dado, y el deseo de Cristo, puede resumirse en pocas palabras: volver a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz, es cosa de Dios; arrancarla de raíz es cosa del enemigo. En efecto, así como el amor fraterno procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos apartar de nosotros, toda clase de odio, pues dice la Escritura: El que odia a su hermano es un homicida.

Veis pues, hermanos muy amados, la razón por la que hay que procurar, y buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice San Juan, que el Amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este Amor, vive apartado de Dios.

Observemos por tanto hermanos, estos mandamientos de vida; trabajemos por mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una paz profunda, y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud de los pecados.

Todo vuestro afán, ha de ser la consecución de este Amor, capaz de alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud, que hay que guardar con más empeño, ya que Dios está siempre rodeado, de una atmósfera de paz.

Amad la paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis vuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.

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El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre

De los sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
Sermón 117

El apóstol San Pablo nos dice, que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen.

Dice en efecto la Escritura: El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida.

Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en cambio, se configuró a sí mismo, y fue su propio autor, pues no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos.

Aquel primer Adán, fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.

Y, ¿qué más podemos añadir?. Este es aquel Adán, que cuando creó al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza, y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen, no pereciera.

El primer Adán es en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es realmente, también el primero, como Él mismo afirma: «Yo soy el primero, y yo soy el último».

«Yo soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último, porque ciertamente, no tengo fin. No es primero lo espiritual –dice–, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El espíritu no fue lo primero –dice–, primero vino la vida, y después el espíritu».

Sin duda, es la tierra antes que el fruto, pero la tierra no es tan preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste en cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón, el profeta se gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto?. Aquel que se afirma en otro lugar: A un fruto de tus entrañas, lo pondré sobre tu trono. Y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.

Igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. ¿Cómo pues, los que no nacieron con tal naturaleza celestial, llegaron a ser de esta naturaleza, y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición, en que habían renacido?.

Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual fecunda con su luz, el seno materno de la fuente virginal, para que aquellos a quienes el origen terreno de su raza, da a luz en condición terrena y miserable, vuelvan a nacer en condición celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador.

Por tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador, realicemos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

Renacidos ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza, la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a Él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia, virtudes todas, por las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros, y ser semejante a nosotros.

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JUEVES SEGUNDO DE ADVIENTO, Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 26, 7-21

SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de San Pedro Crisólogo, Obispo
(Sermón 147: PL 52, 594-595)

El amor desea ver a Dios

Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con Amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé, padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente, y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro.

Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración, encerró en el arca las criaturas del todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración, acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común, lo que se había salvado con el común esfuerzo.

Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles; engrandeció su nombre; lo hizo padre de la Fe; lo acompañó en el camino; lo protegió entre los extraños; le otorgó riquezas; lo honró con triunfos; se le obligó con promesas; lo libró de injurias; se hizo su huésped bondadoso; lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor, y no con temor.

Por eso, también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso, lo incitó a combatir; y lo retuvo con el abrazo del luchador, para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.

Y así mismo, interpeló a Moisés en su lengua vernácula; le habló con paterna caridad, y le invitó a ser el libertador de su pueblo.

Pero así que la llama del Amor Divino, prendió en los corazones humanos, y toda la ebriedad del amor de Dios, se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu, por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios, con sus ojos carnales.

Pero la angosta mirada humana, ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado?. La exigencia del amor, no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser.

El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se inquieta ante lo imposible, no se acobarda con la dificultad. El amor es capaz de matar al amante, si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

El amor engendra el deseo, se crece con el ardor, y por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?. El amor no puede quedarse, sin ver lo que ama: por eso lo santos, tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.

Moisés se atreve por ello a decir: «Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria». Y otro dice también: «Déjame ver tu figura». Incluso los mismos gentiles, modelaron sus ídolos, para poder contemplar con sus propios ojos, lo que veneraban en medio de sus errores.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que hiciste de tu Obispo San Pedro Crisólogo, un insigne predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por sus méritos y su intercesión, ser vuestros sacerdotes y portaestandartes de la Paz, por el ofrecimiento de nuestro cuerpo a tus Divinos Deseos. A Tí Señor, que eres Sacerdote Eterno y Príncipe de la Paz. Amén.