domingo, 29 de marzo de 2020


29 de marzo

San Eustaquio de Luxeüil, Abad


(† 625)

Solo la santidad de un predicador, unida al Espíritu Santo, pueden convencer a los incrédulos y sediciosos


Nació Eustaquio, pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.

Fue discípulo de San Columbano, monje irlandés, que pasó a las Galias, buscando esconderse en la soledad, y que recorrió el Vosga, el Franco-Condado, y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio de Luxeüil, a cuya sombra nacieron los célebres conventos de Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.

Eustaquio tiene unos grandes deseos, de encontrar el lugar adecuado, para la oración y la penitencia. Entra en Luxeüil, y es uno de sus primeros monjes. Allí lleva una vida, a semejanza de los monjes del desierto de Oriente.

Columbano se ve forzado, a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda, y de su nieto, rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable, en quien se preocupa por los intereses de la Iglesia, desaparece la calma que hasta el momento disfrutaban los monjes.

Eustaquio considera oportuno, en esa situación, autodesterrarse a Austrasia, reino fundado en el año 511, en el período merovingio, a la muerte de Clodoveo, y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por el Rhin, río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras suizas.

Columbano envía a Eustaquio, al monasterio de Luxeüil, después de nombrarle abad. Es en este momento, -con nuevas responsabilidades- cuando la vida de Eustaquio, cobra dimensiones de madurez humana y sobrenatural insospechadas.

Arrecia en la oración y en la penitencia; trata con caridad exquisita a los monjes; es afable y recto y su ejemplo de hombre de Dios, cunde hasta el extremo de reunir en torno a él, dentro del monasterio, a más de seiscientos varones, de cuyos nombres, hay constancia en los fastos de la Iglesia.

Y el influjo espiritual del monasterio, salta los muros del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania, las que se benefician de él, prometiéndose una época altamente evangelizadora.

Pero han pasado cosas en el monasterio de Luxeüil, mientras duraba la predicación por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino, que fue secretario del rey Tierry, ha provocado la relajación y la ruina de la disciplina.

Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice que él mismo, es capaz de realizar idéntica labor apostólica, que la que está realizando su abad; por eso abandona el retiro, del que estaba aburrido hacía tiempo, y que ya lo encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos de conversión.

Y es que no depende de las cualidades personales, ni del saber humano, la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo, quien mueva las inteligencias y voluntades de los hombres y mujeres, y esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor, a la santidad de quien predica.

En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar, y con despecho, se precipita Agreste en el cisma.

Eustaquio quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste, que ha empeorado por los fracasos recientes, y está dispuesto a aniquilar el monasterio.

Eustaquio interviene enérgicamente entonces, y con un feliz desenlace, porque llega a convencer a los obispos reunidos, haciéndoles ver que estaban equivocados, por la sola y unilateral información, que les había llegado de parte de Agreste.

Restablecida la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio, su perdida prestancia.

Sus grandes méritos, se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario, el 29 de marzo del año 625.

Autor: Archidiócesis de Madrid

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión de San Eustaquio, bendigas a todos los predicadores, con una vida de santidad, y que se esfuercen en predicar con el ejemplo, que es lo mejor para llegar a los corazones. A Tí Señor, que con tu ejemplo de Vida, Pasión y Muerte, nos rescataste de nuestros vicios, y de una vida autodestructiva. Amén.



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