4 de Marzo de 2024
Giovanni Antonio Farina
(1803-1888)
«El
obispo de los pobres»
Propagó una profunda devoción al
Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María, y a la Eucaristía.
«La verdadera
ciencia, consiste en la educación del corazón, es decir, en el
temor práctico de Dios».
Sacerdote
de extraordinaria espiritualidad, y de gran generosidad apostólica,
Juan Antonio Farina, puede ser considerado uno de los obispos más
insignes del siglo XIX italiano. Fue el fundador de las Hermanas
Maestras de S. Dorotea, Hijas de los Sagrados Corazones, que
actualmente se encuentran en varias partes del mundo, con actividades
educativas, asistenciales y pastorales.
Originario de
Gambellara (Vicenza), lugar en el que nació el 11 de enero de 1803,
de Pedro y Francisca Bellame, Juan Antonio Farina, recibió la
primera formación bajo la tutela de su tío paterno, un santo
sacerdote, que fue para él un verdadero maestro del espíritu,
además de su preceptor, ya que todavía no existían, las escuelas
públicas en los pueblos pequeños.
A los quince años, entró
en el seminario diocesano de Vicenza, donde asistió a todos los
cursos, distinguiéndose por su bondad, y una particular aptitud para
el estudio. A los 21 años, mientras todavía asistía a los cursos
de Teología, fue destinado a la enseñanza, en el mismo seminario,
revelando así sus marcadas dotes como educador.
El 14 de
enero de 1827, recibió la ordenación sacerdotal, y poco después
obtuvo el diploma, que lo habilitaba a la enseñanza en las escuelas
de primaria. En los primeros años de su ministerio, se ocupó de
varios encargos: la enseñanza en el seminario durante 18 años, la
capellanía en la parroquia de S. Pedro en Vicenza por 10 años, y la
participación, en distintas instituciones culturales, espirituales y
caritativas de la ciudad, entre las cuales se destacaron, la
dirección de la escuela pública primaria y superior.
En
1831, dio inicio a la primera escuela popular femenina, y en 1836,
fundó las Hermanas Maestras de S. Dorotea, Hijas de los Sagrados
Corazones, un instituto de «maestras de auténtica vocación,
consagradas al Señor, y dedicadas totalmente a la educación de las
niñas pobres». Poco después, quiso también que sus
religiosas, se dedicasen a las hijas de familias acomodadas, a las
sordomudas y a las ciegas; más tarde, las envió a la asistencia de
los enfermos, y de los ancianos en los hospitales, en los asilos y en
sus domicilios.
El 1 de marzo de 1839, obtuvo el decreto de
alabanza del Papa Gregorio XVI; la Regla por él redactada,
permaneció en vigor hasta 1905, año en que el Instituto fue
aprobado por el Papa Pío X, quien había sido ordenado sacerdote,
por el obispo Farina.
En 1850 fue nombrado obispo de Treviso,
y recibió la consagración episcopal, el 19 de enero de 1851. En
esta diócesis, desarrolló una variada actividad apostólica: en
seguida inició la visita pastoral, y organizó en todas las
parroquias, asociaciones para la ayuda material y espiritual de los
pobres, incluso llegó a ser llamado «el obispo de los pobres».
Propagó la práctica de los Ejercicios espirituales, y la
asistencia a los sacerdotes pobres y enfermos; cuidó la formación
doctrinal y cultural del clero y de los fieles, y la instrucción y
catechesis de los jóvenes.
Los diez años de su episcopado
en Treviso, fueron marcados por el sufrimiento, debido a cuestiones
jurídicas, con el Cabildo de la Catedral; esta situación condicionó
la realización de su programa pastoral, obstaculizando varias
iniciativas, y llegando a impedir la celebración del Sínodo
diocesano.
El 18 de junio de 1860, fue trasladado a la sede
episcopal de Vicenza, donde puso en acto, un amplio programa de
renovación, y desarrolló una importante obra pastoral, orientada a
la formación cultural y espiritual del clero y de los fieles, a la
catequesis de los niños, a la reforma de los estudios, y de la
disciplina en el seminario.
Convocó el Sínodo diocesano,
que no había sido celebrado desde el 1689; en su visita pastoral, a
veces recorría kilómetros a pie, o a lomos de una mula, para poder
llegar a los pueblos de montaña, que no habían visto nunca un
obispo.
Instituyó numerosas confraternidades, para socorrer
a los pobres y sacerdotes ancianos, y para la predicación de
Ejercicios espirituales al pueblo; propagó una profunda devoción al
Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María y a la Eucaristía.
Entre diciembre de 1869 y junio de 1870, participó al Concilio
Vaticano I, en donde apoyó a los que sostenían, la definición de
la infalibilidad pontificia.
Los últimos años de su vida,
fueron señalados con públicos reconocimientos, por su labor
apostólica y su caridad, pero también con fuertes sufrimientos e
injustas acusaciones, frente a las cuales, él reaccionó con el
silencio, la paz interior y el perdón, en fidelidad a su propia
conciencia, y a la regla suprema de la «salvación de las almas».
Después de una primera grave enfermedad en 1886, sus fuerzas
físicas se fueron debilitando gradualmente, hasta el momento en que
un ataque de apoplejía, lo llevó a la muerte el 4 de marzo de 1888.
Su mensaje de santidad
Juan Antonio Farina fue
un pastor solícito, que no conoció la mediocridad, y caminó
constantemente, hacia las cumbres de la santidad. Sostenido por su
celo sacerdotal, educaba la juventud, animaba la vida cristiana, y se
dedicaba a formar sacerdotes misericordiosos y orantes, como él
mismo demostraba con su vida.
La virtud que más llama la
atención en él, es la caridad heroica, era conocido como «el
hombre de la caridad». Los pobres, los infelices, los
abandonados, los que padecían todo género de sufrimientos, eran el
objeto de su ternura y de sus cuidados; siendo obispo se ofreció
como voluntario, para asistir espiritual y corporalmente, a los
enfermos en el hospital, arrastrando con su ejemplo a sus sacerdotes.
La suya era una caridad inteligente, previsora; como
verdadero educador, comprendió el rol de la escuela, en la reforma
de la sociedad, la necesidad de colaboración, entre la escuela y la
familia; la importancia de la preparación del personal docente.
Concibió la educación, orientada a la formación integral
de la persona humana, a la práctica religiosa, y a la caridad
fraterna. Su lema era: «La verdadera ciencia, consiste en la
educación del corazón, es decir, en el temor práctico de
Dios».
Después de su muerte, la fama de santidad, empezó
a propagarse en los ambientes eclesiásticos y civiles; en 1897 se
comenzó a recurrir a su intercesión, para obtener gracias y favores
del Cielo. En 1978 una religiosa ecuatoriana, Sor Inés Torres
Córdova, afectada por un grave tumor con metástasis, fue sanada
milagrosamente, después de haber invocado la intercesión del Padre
Fundador, junto con otras Hermanas.
Este obispo de la caridad,
que vivió en una difícil situación histórica, de la iglesia
italiana del siglo XIX, tiene un auténtico valor de actualidad, y
posee aún hoy día, la fecundidad espiritual de las personas, y para
la Iglesia del tercer milenio.
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