jueves, 28 de febrero de 2019


Quinta Feria 28 de febrero

SAN HILARIO


PAPA (46ª) Y CONFESOR
(† 468)

Breve
La centralidad de su papado, podemos resumirla en esta frase suya:
"En pro de la universal concordia, de los sacerdotes del Señor, procuraré que nadie se atreva a buscar su propio interés, sino que todos se esfuercen en promover la causa de Cristo".
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AUGUSTO SEGOVIA, S. I
Su nombre latino, es ordinariamente Hilarus, a veces Hilarius, Natural de Cerdeña. Siendo diácono de Roma, fue enviado en el año 449, por el papa San León I, al concilio de Éfeso, en calidad de legado pontificio. Aquí se negó a firmar, la deposición de San Flaviano, patriarca de Constantinopla.

Temiendo las iras de sus adversarios, Hilario partió ocultamente, llevando consigo, la apelación que Flaviano dirigía a San León, según el texto hallado en 1882 por Amelli, en la Biblioteca Capitular de Novara.

Ya en Italia, el enviado pontificio, escribió a la emperatriz Pulqueria, informándole de lo ocurrido. Todavía diácono, despliega otra actividad muy distinta, de carácter litúrgico: encarga a un tal Victorio de Aquitania, la composición de un Ciclo Pascual, donde se intenta fijar, la verdadera fecha de la Pascua, punto sobre el que aún no estaban de acuerdo, griegos y latinos.

El mismo Hilario, estudió previamente la cuestión; pero para informarse de los escritos de aquéllos, se valió de traducciones latinas, pues según parece, conocía bien poco el griego. Por lo demás, el cómputo de Victorio, fue ley en la Galia, hasta el siglo VIII.

Hilario sucedió a San León, en la Sede de San Pedro, a fines del año 461. Durante sus siete años de pontificado, no ocurrieron acontecimientos de gran importancia para la Iglesia universal. El mérito del Santo, consistió principalmente, en la firme defensa de los derechos de la Iglesia, en materia de disciplina y jurisdicción.

Ya al año escaso de su consagración, como Pastor Supremo, tuvo que dirigirse a Leoncio, arzobispo de Arles, pidiendo informes sobre la usurpación del episcopado narbonense, llevada a cabo por Hermes: el Papa se extraña, de que siendo el asunto de la incumbencia de Leoncio, éste no le haya escrito antes sobre el conflicto.

Poco después, reúne un "numeroso concurso de obispos" en Roma, donde por el bien de la paz, se consiente dejar a Hermes en la sede narbonense, pero para prevenir futuros abusos, se le priva del derecho de ordenar obispos, derecho que pasa a Constancio, prelado de Uzés.

La resolución conciliar, fue enviada el 3 de diciembre del año 462, a los obispos de la Galia meridional, en una carta donde también se prescribe, que convocados por Leoncio, se reúnan cada año, de ser posible, todos los titulares de las provincias eclesiásticas, a quienes se dirige el documento, o sea de Viena, Lyon, dos de Narbona y la Alpina: en tales asambleas, se han de examinar, costumbres y ordenaciones de obispos y eclesiásticos; si ocurren causas más importantes, que no se puedan "terminar", se debe consultar a Roma.

Asimismo tuvo que atender Hilario, el asunto del arzobispo de Viena, Mamerto, que había consagrado ilegalmente a Marcelo, como obispo de Díe. El Papa, manteniendo los principios legales, y renunciando a imponer penas (supuesta la sumisión del acusado), remite la cuestión a Leoncio, a quien pertenecía en este caso, el derecho de consagrar.

Abusos semejantes, cometidos en España, fueron considerados en un concilio de 48 obispos, que congregó el Papa en Santa María la Mayor (nov. del 465). En la carta referente a este sínodo, enviaba a los prelados de la provincia de Tarragona, que previamente habían consultado a Hilario.

El Pontífice manda entre otras cosas:
1.º Sin consentimiento del metropolitano tarraconense, Ascanio, no sea consagrado ningún obispo.
2.º Ningún prelado, dejando su propia iglesia, pase a otra.
3.º En cuanto a Ireneo, sea separado de la iglesia de Barcelona, y retorne a la suya.
4.º A los obispos ya ordenados, los confirma el Papa, con tal que no tengan las irregularidades señaladas en el concilio.

Otro mérito de San Hilario, fue el haber impedido, la propaganda herética en Roma, al macedonio Filoteo, y esto a pesar del apoyo que encontró el hereje, en el nuevo emperador de Occidente, Antemio.

Tal rectitud de Hilario, en lo tocante a la disciplina y a la fe, brota de lo que podríamos llamar, como la norma de su vida y su gobierno: "En pro de la universal concordia de los sacerdotes del Señor, procuraré que nadie se atreva a buscar su propio interés, sino que todos se esfuercen, en promover la causa de Cristo" (epist. Dilectioni meae, a Leoncio, ed. Thiel, 1,139).

En cuanto a lo referente a la piedad personal, y fomento del culto, señalemos que Hilario edificó, entre otros, dos oratorios en la basílica constantiniana de Letrán: el de San Juan Bautista, y el de San Juan Evangelista. Otro dedicado a la Santa Cruz, con ocho capillas, se alzaba al noroeste de aquél.

El Papa profesaba especial devoción, al santo San Juan Evangelista, pues a él atribuía, el haberse salvado de los peligros que corrió, en el Concilio de Éfeso: en señal de gratitud, hizo grabar a la entrada del oratorio, la siguiente inscripción: "A su libertador, el Beato Juan Evangelista, Hilario obispo, siervo de Dios".

A este mismo Papa, atribuye el Liber Pontificalis, la construcción de un servicio de altar completo, destinado a las misas estacionales: un cáliz de oro para el Papa; 25 cálices de plata, para los sacerdotes titulares, que celebraban con él; 25 grandes vasos, para recibir las oblaciones de vino presentadas por los fieles, y 50 cálices ministeriales, para distribuir la comunión.

El servicio se depositaba en la iglesia de Letrán, o en Santa María la Mayor, y el día de estación, se transportaban los vasos sagrados a la iglesia, donde iba a celebrarse la asamblea litúrgica. También levantó Hilario, un monasterio dedicado a San Lorenzo, y cerca de él, una casa de campo, probablemente residencia o "villa" papal, con dos bibliotecas.

Murió el Santo Papa, el 9 de febrero del año 468. Fue enterrado en San Lorenzo extra muros. Por largo tiempo, se celebró su aniversario el 10 de septiembre, conforme a ciertos manuscritos jeronimianos; pero ya desde la edición de 1922, del Martirologio Romano, se trasladó su memoria al 28 de febrero.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión de San Hilario, Papa y Confesor, todos tus ministros busquen sólo la Gloria de tu Nombre, con profunda santidad y ejemplo de Vida. Haz brotar las vocaciones sacerdotales y religiosas, como un río impetuoso que baje del mismo Paraíso. Amén.

miércoles, 27 de febrero de 2019


Cuarta Feria, 27 de febrero

San Gabriel de la Dolorosa


Protector de los seminaristas y novicias
(† 1862)

"Francisco, tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él?. Entra en la vida religiosa", le dijo la Virgen durante una procesión

Breve
El primero de marzo de 1838, nació en el pueblecito de Asís (Italia), un niño llamado Francisco Possenti, que como el famoso fundador de los franciscanos, llegó a ser santo. Era el undécimo de trece hermanos, y quedó huérfano de madre a los cuatro años.

Francisco, que tomó más tarde, como nombre religioso, Gabriel de la Dolorosa, tenía un "temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso; poseía también un corazón sensible, y lleno de afectividad... Era de palabra fácil, apropiada, inteligente, amena, y llena de una gracia que sorprendía..." (Fuentes, p. 24s).

De estatura más bien alta (medía 1,70 metros), tenía "buena voz, era ágil, y bien formado" (ib.).

Con su familia se trasladó a Spoleto, donde como el otro Francisco, era un líder de los jóvenes. Allí fue a la escuela de los hermanos de las Escuelas Cristianas, y al liceo clásico con los jesuitas. Le agradaba mucho el canto, y consiguió premios en poesía latina, y en las veladas teatrales. Era un joven dinámico, con una gran pasión por su fe cristiana. En su habitación, había colocado una escultura de la Piedad, para su veneración íntima.

Cuando iba al teatro Meliso con su padre, muchas veces salía a escondidas, para ir a rezar bajo el pórtico de la catedral, que estaba muy cerca; después regresaba, antes de que concluyera la función, para salir con los demás espectadores. Algunas veces usaba cilicio, y se sabe que en una ocasión, rechazó las proposiciones deshonestas de una libertina, amenazándole con una navaja.

Interviene la Virgen María
El 22 de agosto de 1856, estaba asistiendo a la procesión de la "Santa Icone", una imagen mariana, venerada en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón, para invitarle con apremio: "Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él?. Entra en la vida religiosa" (Fuentes, p. 208).

El 10 de septiembre de 1856, entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata), y tomó el nombre religioso de Gabriel. Tenía solo 18 años. Su entrega fue con todo su corazón, y en la vida religiosa encontró su felicidad: "La alegría y el gozo que disfruto, dentro de estas paredes, son indecibles" (Escritos, p. 185). Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía, y la Virgen María.

Muerte
En el convento de Isola, cuando los primeros rayos del sol, entraban por la ventana de su celda, en la mañana del 27 de febrero de 1862, Gabriel, sumido en éxtasis de amor, y rodeado por los religiosos, que lloraban junto a su lecho, abandonó la tierra, y fue al cielo, invitado por la Virgen María.

Treinta años más tarde, el 17 de octubre de 1892, se iniciaron los trámites para inscribirlo entre los santos, ya que la devoción de los fieles, y los milagros que realizaba, eran muchos.

Fue canonizado por Benedicto XV en 1920.
Declarado copatrón de la juventud católica Italiana, 1926
Patrón principal de Abruzo en 1959.

Santa Gemma, al leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa, quedó profundamente vinculada espiritualmente con él, y éste se le apareció en muchas ocasiones, para guiarla y consolarla.

Santuario de San Gabriel en Italia:
Como llegar: Desde Roma: Autostrada A/24 dirección Teramo, salida "S. Gabriele", a 3 km está el Santuario.

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LAMBERTO DE ECHEVERRÍA
Asís, la ciudad embalsamada por el recuerdo de San Francisco y Santa Clara, fue su cuna. Cuando nació, pertenecía aún a los Estados pontificios, en cuya administración de justicia trabajaba, corno juez asesor, su padre.

Vino al mundo, el 1 de marzo de 1838. Pocos años después, cuando el pequeño Francisco, tenía sólo cuatro años, murió su madre. Él quedó huérfano, junto con sus doce hermanos, al cuidado de su padre, ejemplar y cristianísimo. Y a su padre, debió una firme educación familiar, gracias a la cual, pudo llegar a superar el obstáculo, de un carácter propenso a la cólera, y que no dejaba de dar frecuentes muestras de terca obstinación.

Francisco Possenti, que así se llamaba, antes de entrar en religión, hizo sus primeros estudios, con los hermanos de las Escuelas Cristianas, y después con los jesuitas de Spoleto, a donde se había trasladado su padre. Ya de escolar, se iniciaron en él, las luchas en torno a la vocación religiosa, que tanto habían de alargarse.

A los dieciséis años, la pubertad logra enfriar algo, sus fervores infantiles. Una enfermedad le sirve de advertencia, y él, vuelto hacia el Señor, le promete entrar en religión si se cura. Pero recobrada la salud, no tarda en olvidar aquella promesa. Nuevo aviso, nueva enfermedad, más peligrosa aún que la anterior.

Perdida casi toda la esperanza, se encomienda al entonces Beato San Andrés Bobola, y renueva su promesa de vivir como religioso. En efecto, al aplicarle la imagen de San Andrés, queda dormido, y horas después se despierta completamente curado. Pero... el mundo tiraba de él con fuerza.

Se encontraba en plena juventud, tenía éxito entre las muchachas de Spoleto, y por otra parte, la vida religiosa se hacía muy dura, para su carácter independiente.

Nuevo aviso del cielo: el cólera se lleva a una de sus hermanas, que él quería tiernamente. Parecía ya imposible, desoír la voz de Dios. Y en efecto, Francisco habla un día seriamente con su padre, y le manifiesta que quiere entrar en religión. Cosa curiosa, su padre, tan cristiano, se niega. Le parece imposible que un muchacho tan frívolo pueda perseverar, y quiere probar antes aquella vocación, que más le parece fruto de una impresión fuerte, la causada por la muerte de su hermana, que de una serena reflexión.

Y hay un momento, en que parece que todo le daba la razón. A pesar de haber manifestado tan seriamente, su deseo de marcharse del mundo, Francisco vuelve a su vida anterior, y aun frecuentando los sacramentos, se muestra aficionado al teatro, y se deja envolver por las vanidades del mundo.

El golpe definitivo, iba a llegar de la manera más inesperada. El día de la octava de la Asunción de 1856, Francisco está viendo pasar, como simple espectador, una procesión en la que se llevaba, una imagen de la Santísima Virgen, de gran veneración en Spoleto: regalo de Federico Barbarroja a la villa; se decía que había sido pintada por San Lucas.

De pronto, el joven levanta su mirada al cuadro de la Virgen, y se siente sobrecogido, al ver fijos en él, los ojos de la imagen. Le parece escuchar una voz, que dice: "Francisco, el mundo no es para ti. Tienes que entrar en religión".

Se siente anonadado. Ya no hay que deliberar más. Lo que importa, es poner cuánto antes por obra, la decisión tomada.

Pero su padre continúa oponiéndose. Y más, cuando ve que el joven ha pedido su ingreso, nada menos que en la austera congregación de los pasionistas. Buen cristiano, deja su padre el asunto, en manos de dos eclesiásticos respetables. Los dos, al principio, se inclinan a pensar que Francisco, no resistirá la vida pasionista. Los dos, después de haber escuchado al joven, se conciertan con él, para eliminar las últimas dificultades.

Y así el 21 de septiembre de 1856, Francisco Possenti, cambiaba de hábito y de nombre. Pasaba a ser un novicio pasionista, y a llamarse Gabriel de la Dolorosa. Había dejado su casa paterna, y se encontraba en el retiro de Morrovalle.

Su vida religiosa, iba a ser breve, pero intensísima. La adaptación le costó terriblemente. Acostumbrado al género de comidas, propio de una casa acomodada, los toscos alimentos del pobre convento pasionista, le causaban una repugnancia invencible. A pesar de las protestas de su naturaleza, insistía en comer, hasta que los superiores, compadecidos, le permitieron temporalmente algún alivio.

Lo mismo ocurría, con todos los demás aspectos de la observancia. Sin querer aceptar la más mínima singularidad, seguía siempre al pie de la letra un horario, y unos ejercicios, que le costaban mucho, a su delicada complexión.

En febrero de 1858, comienza sus estudios, que le llevan primero al convento de Preveterino, después al de Camerino, y finalmente al de Isola. En todos estos conventos, dejó el recuerdo de su ejemplar aplicación.

Dicen que tenía siempre ante los ojos, aquellas palabras que había escrito, un glorioso santo de su misma congregación, San Vicente María Strambi: "Cuando tenéis que entregaros al estudio, imaginaos que estáis rodeados, por una multitud innumerable de pobres pecadores, privados de todo socorro, y que os piden con vivas instancias, el beneficio de la instrucción, el camino que conduce a la salvación". Esta era la única preocupación de Gabriel: prepararse para el sacerdocio, al que sin embargo, por sabios designios de Dios, no habría de ejercer.

De una parte, estarían los trastornos políticos del reino de Nápoles. Y de otra parte, lo impediría también su propia salud. Cuando ya empezaba a aproximarse, la fecha de su ordenación sacerdotal, el 25 de mayo de 1861, cuando ya había recibido las órdenes menores, la salud de Gabriel, empezó a empeorar rápidamente.

La tuberculosis se apoderó de él. Fue necesario recluirse en la enfermería, y dedicarse de lleno a aceptar, con toda alegría y sumisión, a la voluntad de Dios, aquel inmenso sufrimiento. De vómito de sangre en vómito de sangre, de ahogo en ahogo, vivirá así un año enteramente entregado a Dios, ofreciéndose a Él, como holocausto y víctima.

Había sido ejemplar mientras estuvo sano. Sus compañeros quedaban maravillados, al contemplar la ejemplaridad de la observancia. A la meditación de la pasión, típica de la congregación en la que había ingresado, añadió siempre un amor entusiasta, ingenioso, encendido a la Santísima Virgen. Se podría sacar, un tratado completo de devoción a ella, espigando detalles de la vida de San Gabriel.

Desde lo intelectual, con el estudio continuo, de lo que se refiere a la Santísima Virgen, y la lectura repetida de Las glorías de María, de San Alfonso, hasta lo más menudo y cariñoso: todo un cúmulo de expresiones filiales, que a cada paso, surgen de sus labios y de su pluma. El amor a la Santísima Virgen, fue ciertamente la palanca, que le permitió subir rápidamente, por el camino de la perfección.

Ejemplar también, en la práctica de las virtudes religiosas. Amante de la pobreza, hasta en los más mínimos detalles. Obedientísimo siempre, con anécdotas que casi nos hacen pensar, en el mismo escrúpulo. Y hasta su amor a la castidad, con el voto que hizo de no mirar nunca, a la cara de mujer alguna.

Y fue también muy ejemplar, mientras estuvo enfermo. La presencia de Dios, que con tanta frecuencia solía él recordar, según es uso entre los pasionistas, en sus recreos, se hizo ya para él, completamente normal durante todo el día. Solo en la enfermería, podía darse de lleno a tan santo ejercicio.

Sus mismos padecimientos, le daban ocasión de ejercitar su caridad, para con sus hermanos, a quienes, ni en lo más agudo de sus sufrimientos, quería nunca molestar a nadie. Así se constituyó en la admiración, y el ejemplo de todos los estudiantes del convento.

Hacia el fin de diciembre de 1861, un nuevo vómito de sangre, puso en peligro su vida. Aún pudo asistir a misa el día de Navidad. Su estado quedó estacionado, hasta el domingo 16 de febrero. Nueva crisis, nuevos y más horribles dolores, nuevo vómito de sangre.

Al fin, se vio claro que aquello no tenía remedio humano. Cuando se lo dijeron, tuvo primero un ligero movimiento de sorpresa, e inmediatamente después una gran alegría. Recibió el viático, y pidió perdón públicamente, a todos sus hermanos.

Pero aún no era la hora. Sólo el 26 de febrero se le dio la extremaución. En la noche siguiente, tras rechazar reiterados asaltos del enemigo, Gabriel pidió por última vez la absolución. Y habiéndola recibido, cruzadas las manos sobre el pecho, iluminado su rostro juvenil por una luz celestial, rindió su último suspiro, suave y dulcemente. Había comenzado el 27 de febrero de 1862.

Se le hubiera creído dormido, cuando echado en tierra sobre una tabla, según el uso de los pasionistas, le pudieron contemplar los religiosos, antes de proceder a la inhumación, en la capilla del convento. Pero pese a la sencillez de su vida, transcurrida sin contacto con el mundo, entre las paredes de las casas de estudio pasionistas, pronto corrió por todas partes, la voz de su admirable santidad.

En 1892, se hizo la exhumación de sus restos. Iban llegando de todas partes, noticias de milagros obtenidos por su intervención. En 1908, San Pío X procedía a su beatificación, teniendo el consuelo de asistir, anciana ya, una señora que en su juventud, le había tratado bastante, hasta el punto de haber entrado en los planes de la familia Possenti, el proyecto de una boda entre ambos. Años después, el 13 de mayo de 1926, Benedicto XV le canonizaba.

Muerto a los veinticuatro años de edad, después de seis años de profesión religiosa, todo el mundo mira, a San Gabriel de la Dolorosa como modelo, y protector de la juventud de los seminarios, noviciados, y casas religiosas de estudio. Y como modelo también, de admirable y sentida devoción a la Santísima Virgen María.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión de San Gabriel de la Dolorosa, surjan muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, y así poder afianzar el cuerpo de pastores, tan diezmado hoy en día, en casi todos los países. A Tí Señor, que eres el Sumo Sacerdote, y Reinas por los Siglos de los Siglos. Amén.




martes, 26 de febrero de 2019


Tercera Feria, 26 de febrero

SAN ALEJANDRO


PATRIARCA DE ALEJANDRIA
(† 326)

Breve
San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación, en la historia de la Iglesia de principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio, y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. Todo giraba en torno a la divinidad de Jesucristo.

A él cabe también la gloria, de haber formado y asociado, en el gobierno de la Iglesia alejandrina, a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica, en las luchas contra el arrianismo.

Es muy interesante leer completa la crónica histórica, porque nos da la perspectiva en que se desarrollaron los acontecimientos, e incluso sabemos que en ese siglo, hubo violencia, muerte y destrucción entre cristianos, debido a estas discusiones.

A tal punto llegó la violencia y el desorden en el Imperio, que el propio emperador Constantino, impulsó el Concilio de Nicea, para que los cristianos se pongan de acuerdo en qué creían, (él mismo todavía no se había bautizado).

Este tema tiene actualmente completa vigencia, ya que en cierto modo el islamismo, es otra forma de arrianismo, dado que el Islam acepta la Biblia, y el Nuevo Testamento como libros sagrados, aunque “el libro de cabecera” sea el Corán, pero no acepta la divinidad del amado maestro, aunque lo considera como un profeta, y le tiene un gran respeto y veneración, como así también a la Virgen María.

Pero niegan que Jesús haya sido crucificado, ya que afirman que otro hombre tomó su lugar. Difícil de creer eso documentadamente, ya que su Madre, la Santísima Virgen María, estuvo con Él todo el tiempo de Pasión, y lo acompañó hasta el pie de la cruz, junto a San Juan Evangelista.

Además su propio discípulo Judas Iscariote, lo entregó en el huerto de Getsemaní, por lo que es de dudar que se haya equivocado. Además el propio Jesús afirma “Yo Soy”, cuando preguntan los soldados por Él. Y por último, están todos los milagros, que sucedieron al expirar en la Santa Cruz.

Por otra parte, la cláusula filoque – es parte también de la división entre católicos y ortodoxos. Los católicos afirmamos que el Padre y el Hijo engendraron el Espíritu Santo, y ellos dicen que el Padre engendró al Hijo y al Espíritu Santo. Reconocen los ortodoxos la divinidad de Jesucristo, pero le asignan un “origen” en el “no tiempo” a Él, y al Espíritu Santo por parte del Padre. Como vemos ha sido y es, un tema arduo y muy profundo y actual, hasta hoy mismo.

Quizás la verdad esté escondida de manera sencilla, y estuvo siempre ante nuestros ojos, solo que no reflexionamos adecuadamente el sentido real.

Es muy posible que Nuestro Divino Maestro, nuestro amado y dulce Jesús, sea realmente nuestro Padre directo, ya que el propio Evangelio de San Juan, lo afirma al principio: “Por Él fué todo creado”, es decir la parte del Universo en donde habitamos; y sea al mismo tiempo, el Hijo del Hijo de la Santísima Trinidad, el Hijo del Hijo Eterno y Original.

Es decir, tiene origen divino; tiene poderes divinos, ya que creó nuestro Universo de la nada; y fué crucificado para limpiar nuestros crímenes y pecados, ya que Él es nuestro Padre directo; Él nos engendró, y se hizo cargo de nuestras locuras, como lo hace cualquier padre con sus hijos....

Quizás el gran desconocido, sea la Segunda Persona de la Trinidad, del cual procedería nuestro amado Jesucristo, el Hijo del Hijo Eterno y Original, verdadero Hijo Creador, y verdadero Hombre...

Esto solucionaría muchas controversias, y abriría muchas otras...Es poco probable que la Segunda y Tercera Persona de la Trinidad, hayan sido “engendradas” por la Primera, como afirman los ortodoxos. Carece de una lógica profunda.

Lo que a mí me queda claro, es que Dios es Familia, es Amor, es Confianza mutua, es Sacrificio hasta la Muerte. Por eso, el demonio ataca en primer lugara la Familia, en las personas de Adán y Eva, ya que ataca a Dios en su esencia.

¡Gracias Señor, por darnos siempre una honesta ocupación intelectual y espiritual, para reflexionar sobre Tí, para Amarte más cada día, y para abrirte nuestra mente y corazón, a todos tus divinos misterios!. Amén.
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BERNARDINO LLORCA, S, I.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría, se distinguió de un modo especial, en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos, sobre sus primeras actividades, nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir, la interesante información de San Atanasio. Así pues, en general, podemos afirmar que las fuentes, son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta, como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos, y en particular, para con los pobres.

Esta caridad, unida con un espíritu de conciliación, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial, sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente, en medio de las persistentes luchas, que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse, que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor.

En realidad, San Alejandro era por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima, y un claro conocimiento, de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasador celo por la gloria de Dios, y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente, a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas, en su primer encuentro con Arrio. Éste comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma, frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría.

Por este motivo, Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Pero Alejandro, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro, en la sede de Alejandría.

Muerto pues prematuramente Aquillas, en el año 313, le sucedió el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias, que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos.

Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil, si tenemos presente, la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio, había presentado su propia candidatura a Alejandría, frente a Alejandro, y que precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él, una verdadera aversión, y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años, las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Éste desarrolló entre tanto, una intensa labor apostólica y caritativa, en consonancia con sus inclinaciones naturales, y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores, en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo, y se entregaban al servicio de Dios en la soledad.

Precisamente en este tiempo, comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto, de aquellos anacoretas, que siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio, y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega, y consagración a Dios. Estimando pues, en su justo valor, la virtud de algunos entre ellos, les puso al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos, que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte, se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas, hasta entonces, en Alejandría.

Al mismo tiempo, consiguió mantener la paz y tranquilidad, de las iglesias de Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos, en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua, y sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo.

Pero lo más digno de notarse, es su intervención, en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio, a bautizar a algunos de sus compañeros, dando origen a la discusión, sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en su protector, y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor, y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría, fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio, y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio, una marcada oposición, al patriarca San Alejandro de Alejandría.

Esto se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo, y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina, de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura.

La tendencia general, era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior, y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacionismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad, y de la distinción de personas divinas.

Mas por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban, más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Arrio esparció estas ideas con la mayor reserva, y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida, en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo, y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera, de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado, y fue conquistando muchos adeptos, entre los clérigos y laicos de Alejandría, y otras diócesis de Egipto.

Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro, de la nueva herejía, e inmediatamente se hizo cargo, de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto, reconoció inmediatamente como su deber sagrado, el detener los pasos, a tan destructora doctrina.

Para ello, tuvo ante todo, conversaciones privadas con Arrio; le dirigió paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios, para convencer a buenas a Arrio, de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces pues, juzgó San Alejandro necesario, proceder con rigor, contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona.

Así, reunió un sínodo en Alejandría, en el año 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse, y dar cuenta de sus nuevas ideas. Se presentó él, en efecto, ante el sínodo, y expuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad, por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne, realizado por San Alejandro contra Arrio, y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia, lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto, y se dirigió a Palestina, y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría, y presentarse a sí mismo, como inocente perseguido. Al mismo tiempo, propagó con el mayor disimulo sus ideas, e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro, la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal, y amigo de conciliación, viendo la pertinacia del hereje, y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior, el fuego del celo, por la defensa de la verdad, y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión, y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades.

Escribió pues, entonces, algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido, en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos, continuaron insistiendo, cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia, y Eusebio de Cesarea, trabajaban en su favor en la corte de Constantino.

Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría, y hacer retirar el anatema, lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable, la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso, una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde en la suposición, de que se trataba de cuestiones de palabras, y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno, a sus puntos de vista, en bien de la paz.

El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe, y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro, y juntamente de procurar la paz, entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio, había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas, y por medio de cantos populares, y sobre todo, con el célebre poema Thalia, trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado pues Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro, y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos.

Así se confirmó plenamente, en un concilio celebrado por él, en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico, se podía poner término, a tan violenta situación. Vuelto pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, le aconsejó decididamente esta solución. Lo mismo le propuso, el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis, del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea, en el año 325.

No obstante su avanzada edad, y los efectos que había producido en su cuerpo, tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea, acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio.

Desde un principio, fue hecho objeto de los mayores elogios, de parte de Constantino, y de la mayor parte de los obispos, ya que él era, quien había descubierto el virus de aquella herejía, y aparecía ante todos, como el héroe de la causa por Dios. Como tal, tuvo la mayor satisfacción, al ver condenada solemnemente, la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia, y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente, en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo, podía darse por cumplida.

Como pastor, colocado por Dios, en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había consumado en ella, los tesoros de su caridad, y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis, y había conseguido, a su vez, que fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea.

Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo, no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó con una fuerza, cada vez más intensa, durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro, había desempeñado bien su papel, y dejaba tras sí a su sucesor, en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid, de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro en el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente, su nombre fue pronto incluido, en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por intercesión del Obispo y Patriarca San Alejandro de Alejandría, podamos interesarnos y adentrarnos en TU misterio, la TRINIDAD, y así poner siempre el foco de nuestra vida en Tí Señor, el Alfa y el Omega de nuestra Vida. Para que nunca la religión sea motivo de violencia, divisiones o sectarismos, sino un motivo de Paz, Unión y de espíritu de Familia, como lo eres Tú en el seno de la SANTÍSIMA TRINIDAD. Amén.

lunes, 25 de febrero de 2019


Segunda Feria, 25 de Febrero

Beato Sebastián de Aparicio


Agricultor, artesano, fraile franciscano. +1600

Sufrió ataques permanentes del demonio

Cuerpo Incorrupto

Patrón de Camineros y Transportistas

Si no hacemos penitencia, no iremos al cielo”
Breve
Santo analfabeto, pero sabio en virtudes. Vivió en castidad toda su vida, a pesar de las muchas tentaciones que tuvo. Siendo muy rico, lo dejó todo, para ingresar con los franciscanos.

El demonio lo castigaba físicamente, con mucha frecuencia en su ancianidad, pero resistió todo, por su gran fortaleza física, y su Fe en Jesús y la Santísima Virgen, de la que tuvo una visión.

Tuvo una notable relación con los animales, incluso las propias hormigas lo obedecían. El paralelo con San Martín de Porres (3-Nov), es notable en este punto.

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Nació en Gudiña, Galicia (España), el 20 de enero de 1502. De niño se contagió en una epidemia. Los enfermos eran obligados a vivir apartados, y su madre lo llevó, a una solitaria choza. Allí una loba lo mordió, y con la hemorragia se curó de la enfermedad. Desde entonces, tuvo un especial amor, e influencia con los animales.

Le agradaba la vida de campo por su paz, que conduce a hablar con Dios. Aunque no fue a la escuela, ni aprendió a escribir, desarrolló muchas habilidades útiles: arreglos de edificios y fabricación de carros; cultivo; toda clase de trabajo de finca, etc.

Pastoreó las ovejas de su padre, hasta la edad de 20 años, cuando se fue de mayordomo a una hacienda en Salamanca, que pertenecía a una joven viuda, hermosa y rica.

Ella se enamoró de él. Para no caer en la tentación, Sebastián dejó el lugar, y se fue a Zafra, a trabajar en otra finca, al servicio de Pedro de Figueroa, pariente del Duque de Feria. Pero allí una de las hijas del dueño, también comenzó a rondarle. Volvió a mudarse, esta vez a Sanlúcar de Barrameda, de donde partían los barcos a América.

Trabajó allí siete años bien pagado, y pudo enviarle a sus hermanas, la dote que se acostumbraba para el matrimonio. Pero en ese lugar, fue otra vez asediado por las mujeres. Esta vez, la hija del dueño, y una joven de Ayamonte. Entonces, teniendo 31 años de edad, se embarcó para América, donde vivió el resto de su larga vida.

Comerciante exitoso en América
Llegó a Puebla, México. La ciudad estaba recién fundada, y hacía falta todo tipo de trabajo. Sebastián puso sus diversos talentos, a buen uso. Le ayudaban su enorme fe, y su gran fuerza física. Había gran escasez de carros de carga. Él fundó una empresa donde los construía, y hacía transportes. Ayudó también a construir carreteras, ya que por Puebla pasaba el tráfico entre Veracruz, y la ciudad de México. Ayudaba a los indios pobres, enseñándoles sus artes.

En 1542, Sebastián se traslada a la ciudad de México, con el fin de fundar una empresa más grande de carros. Abrió el primer camino de carros a Zacatecas, empresa muy audaz, no solo por la distancia, sino porque atraviesa la región habitada por los indios Chichimecas, que eran muy peligrosos.

Durante diez años transporta viajeros, y minerales de plata de las minas de Zacatecas, a la Casa de Moneda de México. En una ocasión, mientras transportaba la mercancía, lo asaltó una banda de Chichimecas, que al principio no reconocieron a Sebastián. Pero cuando se dieron cuenta de quién era, lo dejaron pasar libremente. "Tú has sido siempre como un buen papá para con nosotros. -dijeron- A ti no te haremos daño".

Pasando una vez Sebastián con sus carretas, por la plaza mayor de México, aplastó por accidente, la mercancía de un vendedor de cacharros, el cual le desafió espada en mano. Las disculpas y la oferta de Sebastián, de pagar los daños, no consiguió calmar al comerciante, que se le vino encima. Con su gran fuerza y habilidad, Sebastián le derribó por tierra. El cacharrero pidió perdón por amor de Dios. Sebastián le ayudó a levantarse, diciéndole: "De buen mediador, te has valido".

A la edad de 50 años, después de 18 años, se retira del comercio de las carretas, y se establece en una hacienda en Tlalnepantla, cerca de la ciudad de México. Por los bienes que había ganado con su trabajo, le llaman «Aparicio, el Rico». En Chapultepec, en las afueras de México, adquiere una hacienda ganadera. Sin embargo, vivía con impresionante sencillez: no tenía cama, sino que dormía en un petate, comía las mismas tortillas que los indios, y vestía humildemente.

Utilizaba sus recursos, para hacer de su hacienda, un centro de misericordia para todos. Los trabajadores de su finca, eran tratados con todo respeto, como amigos. A varios arrendatarios, les escrituró fanegadas de tierra, para que formaran sus propias fincas. Mientras era común, que los hacendados tuviesen muchos esclavos, él solo tenía uno, y éste era tratado como un hijo, hasta que le concedió la libertad. Pero aquel esclavo, se sentía tan bien junto a Sebastián, que siguió como trabajador suyo.

Dos matrimonios
En Chapultepec, contrae una enfermedad muy grave, y recibe los últimos sacramentos. Recuperada la salud, le recomiendan que se case, y él se encomienda a Dios con mucha oración, la posibilidad de casarse.

Por fin, a los 60 años, en 1562, se casa con la hija de un vecino amigo de Chapultepec, en la iglesia de los franciscanos de Tacuba, haciendo con su esposa, vida virginal. Sus suegros pensaban buscar la nulidad del matrimonio, cuando la esposa muere en el primer año de casados, y Aparicio, después de entregar a sus suegros 2.000 pesos como dote, de nuevo se va a vivir a Atzcapotzalco.

Allí contrajo un segundo matrimonio a los 67 años. Fue también éste un matrimonio virginal, como Sebastián lo asegura, en cláusula del testamento hecho entonces: «Para mayor gloria y honra de Dios, declaro que mi mujer queda virgen, como la recibí de sus padres, porque me desposé con ella, para tener algún regalo en su compañía, por hallarme mal solo, y para ampararla, y servirla de mi hacienda».

Ella también muere, antes del año, en un accidente, al caerse de un árbol mientras recogía frutas. Aparicio la quiso mucho, como también a su primera esposa, y de ellas decía muchos años después, que «había criado dos palomitas para el cielo, blancas como la leche».

La vida religiosa
Su confesor le recomienda, que ayude a las hermanas clarisas, que estaban pasando miseria. En el año 1573, les cede a las clarisas sus bienes, que ascendían a unos 20.000 pesos, quedándose solo con 1.000 pesos, como le pidió su confesor, por precaución por si no perseveraba. Se va él mismo a servirles, en calidad de portero.

El 9 de junio de 1574, a los 72 años de edad, recibe el hábito franciscano en el convento de México. Da desde el principio, un gran ejemplo de humildad, haciendo cualquier servicio con prontitud. Sufre mucho, en parte por el trato de los jóvenes del noviciado, y porque sus superiores, al verlo tan anciano, no se deciden en dejarle profesar.

Por fin a los 73 años de edad, el 13 de junio de 1575, recita la solemne fórmula: «Yo, fray Sebastián de Aparicio, hago voto, y prometo a Dios vivir en obediencia, sin cosa alguna propia, y en castidad, y vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, guardando la Regla de los frailes menores».

Y un fraile firma por él, pues es analfabeto.

Por aquel convento, pasó otro santo franciscano, llamado por Dios, a ser mártir en Japón: San Felipe de Jesús.

Limosnero
El anciano fraile, va a su primer destino caminando 30 km, hacia el este de Puebla. Es el convento de Santiago de Tecali. Allí es el único hermano lego, y sirve en los trabajos más humildes.

Pronto lo llaman de regreso a Puebla, donde la intensa labor de los frailes, requiere de un buen limosnero. Su fórmula era: «Guardeos Dios, hermano, ¿hay algo que dar, por Dios, a San Francisco?». Mientras tanto, daba a los pobres, muchas veces su propia ropa, o les repartía de los bienes, que había recogido para el convento.

Dice a su superior, ya de anciano: «Piensa, padre Guardián, que el dormir yo en el campo, y fuera de techado es por mi gusto; no, sino porque este bellaco gusanillo del cuerpo padezca, porque si no hacemos penitencia, no iremos al cielo» (Calvo 108).

Devoto de la Virgen María
Recorría la región con su hábito franciscano, rosario en mano, el cual siempre andaba rezando. En una fiesta de la Virgen, llega fray Sebastián, al convento de Cholula, en el momento de la comunión, y se acerca a comulgar.

Cuando después está dando gracias, se le aparece la Virgen. Cuando el padre Sancho de Landa, se le interpone, le dice el hermano Aparicio: «Quitáos, quitáos, ¿no veis aquella gran Señora, que baja por las escaleras?. ¡Miradla!. ¿No es muy hermosa?». Pero el padre Sancho no ve nada: «¿Estás loco, Sebastián?... ¿Dónde hay mujer?»... Luego comprendió que se trataba de una visión del santo Hermano (Compazas 89).

Atacado por los demonios
Desde entonces, Sebastián sufrió ataques permanentes del demonio. En las clarisas de México, los combates contra el maligno, eran tan fuertes, que la abadesa le puso dos hombres para su defensa, pero salieron tan molidos y aterrados, como si hubieran enfrentado a dos leones; y por nada del mundo, aceptaron volver a cumplir tal oficio.

Ya de fraile, según cuenta el doctor Pareja, el demonio «le quitaba de su pobre cama, la poca ropa con que se cubría y abrigaba, y echándosela por la ventana del dormitorio, lo dejaba yerto de frío, y a punto de acabársele la vida.

Otras veces, dándole grandes golpazos, lo atormentaba y molía; otras lo cogía en alto, y dejándolo caer como quien juega a la pelota, lo atormentaba, inquietándolo; de manera que muchas veces se vio desconsoladísimo y afligido» (Campazas 31).

Los ataques continuaron en muchas ocasiones. En una de ellas, los demonios le dijeron que iban a despeñarlo, porque Dios les había dado orden de hacerlo. A lo que respondió fray Sebastián, muy tranquilo: «Pues si Dios os lo mandó, ¿qué aguardáis?. Haced lo que Él os manda, que yo estoy muy contento, de hacer lo que a Dios le agrada»...

Consolado por los ángeles
También recibió consolaciones del cielo. Tiene visiones de San Francisco, y del apóstol Santiago – seguramente porque Sebastián era de Galicia, y se sabe que este Apóstol, estuvo en Compostela - que le confirman en su vocación. Tuvo gran devoción a los ángeles, especialmente al de su guarda, y experimentó muchas veces sus favores.

Una vez, se le atascó la carreta en el barro, y se le presenta un joven, vestido de blanco, para ofrecerle su ayuda. «¡Qué ayuda me podéis dar vos, le dice, cuando ocho bueyes no pueden sacarla!». Pero cuando ve que el joven, sacaba el carro con toda facilidad, comenta en voz alta: «¡A fe, que no sois vos de acá!» (Campazas 71).

Regresaba fray Sebastián con su carro bien cargado, de Tlaxcala a Puebla, cuando se le rompió un eje. No habiendo en el momento, remedio humano posible, invoca a San Francisco, y el carro sigue rodando como antes.

Y a uno, que le dice asombrado, al ver la escena: «Padre Aparicio, ¿qué diremos de esto?», le contesta simplemente: «Qué hemos de decir, sino que mi Padre San Francisco, va teniendo la rueda para que no se caiga» (Campazas 53-4).

Sus últimos 20 años, los vivió como hermano encargado de pedir limosna por las casas, de cuidar el huerto, y hacer las compras y los mandados. A pesar de sus muchos trabajos, parecía casi no sentir cansancio. Los ofrecía para salvar almas.

Su relación con las criaturas era maravillosa
A un hermano le confesaba: «Muchas veces me sorprende la noche en el campo, y sin otra ayuda que la misericordia de Dios, como me veo tan solo y tan enfermo, que vuelvo los ojos al cielo, al Padre universal de la clemencia, y le digo: «Ya sabes Señor, que esto que llevo en esta carreta, es para el sustento de vuestros siervos, y que estos bueyes que me ayudan a jalar la carreta, son de San Francisco; también sabéis mi imposibilidad, para poderlos resguardar esta noche, así que los pongo en vuestras manos, y dejo en vuestra guardia, para que me los guardéis, y traigáis a pastos cercanos, donde con facilidad los halle». Con esto me acuesto debajo de la carreta, y paso la noche; y a la mañana, cuando me levanto con el cuidado de buscarlos, los veo tan cerca de mí, que llamándolos, se vienen al yugo y los unzo, y sigo mi jornada» (Calvo 146).

En una ocasión, acarreando piedras para la construcción del convento de Puebla, a un buey exhausto hubo que desuncirlo. Fray Sebastián, por seguir con el trabajo, tomó con su cordón franciscano a una vaca que estaba por allí con su ternero, y sin que ella se resistiera, le puso el yugo de la carreta. Al ternerillo que protestaba sin cesar, con grandes mugidos, le manda callar, y se calló.

Regresando una vez de Atlixco, con unas carretas bien cargadas de trigo, se detiene Fray Aparicio a descansar, momento en que las hormigas aprovechan, para hacer su trabajo. «Padre, le dice un indio, las hormigas están hurtando el trigo a toda prisa, y si no lo remedia, tienen traza de llevárselo todo». Fray Sebastián se acerca allí muy serio, y les dice: «De San Francisco es el trigo que habéis hurtado; ahora mirad lo que hacéis». Fue suficiente para que las hormigas devolvieran todo.

Durante un viaje, se acostó sobre un hormiguero de hormigas bravas. Cuando se despertó, vio que estas habían hecho un gran círculo a su alrededor.

Un caballo, derribaba a todo quien se atreviese a montarlo, pero a Fray Sebastián lo llevaba mansamente.

Final de su vida
A los 98 años, se sintió morir por causa de una hernia. Llega al convento, y queda postrado en el suelo, al modo de San Francisco. Pidió a los franciscanos, que rezaran el credo, y cuando decían: "Creo en la resurrección de los muertos, y en la vida eterna"... se quedó muerto.

Muchísimos habitantes de Puebla, asistieron a su entierro. Dos veces fue desenterrado su cadáver, y en las dos apareció incorrupto. Al morir quedó su rostro como de un hombre de 60 años, pacíficamente dormido, como si estuviera vivo. Su cuerpo despide un aroma exquisito, que todavía en nuestros tiempos, se percibe.

Fue beatificado en 1789 por Pío VI. En la actualidad descansa en una urna de cristal, en el convento franciscano de Puebla de los Angeles de México.

Está pendiente el proceso de canonización, a pesar de que se acreditaron debidamente 968 milagros.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos de San Sebastián de Aparicio, éste sea canonizado en breve, y así poder recibir todos nosotros, su poderoso influjo, especialmente en el don de la santidad de la castidad. Que San Sebastián bendiga, e interceda, por la querida nación mexicana, por España, y por toda América Latina. Amén.