viernes, 30 de junio de 2017

Sexta Feria, 30 de junio

Primeros mártires de la Iglesia Romana


¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos, que te llevan lejos de Él, y de Tí mismo?”. Papa Juan Pablo II, (30-Agosto-2001)

Entre los mártires de Roma, víctimas de la persecución de Nerón, están los Apóstoles Pedro y Pablo, pero de la mayoría no conocemos su nombre.

Nerón era un emperador depravado, que no se detenía en nada, en sus obsesiones por placer. Su vida era un desenfreno de vicios. Acusó a los cristianos por el incendio que destruyó gran parte de Roma en el año 64 (19 de julio). Esto era falso, pero servía de pretexto para perseguirlos.

Tertuliano escribió que "Los paganos atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad; si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos; si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!"

San Clemente, Obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6), narra lo siguiente: "Pongamos ante nuestros ojos a los Santos Apóstoles. A Pedro, que por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio, y llegar así a la posesión de la gloria merecida.

Esta misma envidia y rivalidad, dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado, y habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su Fe se hizo patente a todos, ya que después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades, y de este modo, partió de este mundo hacia el lugar Santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia. A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos, que habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos, también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo".

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Antonio R. Rubio Plo
Nada sabemos de sus nombres, salvo que los Apóstoles Pedro y Pablo encabezaron este ejército de los primeros mártires romanos, víctimas en el año 64 de la persecución de Nerón, tras el incendio de Roma.

A veces me he preguntado si estaría entre ellos una ilustre dama romana, Pomponia Graecina, esposa de Aulo Plaucio, gobernador de Britania. Antiguas leyendas incluso hacen de Pomponia una princesa britana, y la relacionan con los orígenes del cristianismo en las Islas Británicas.

Pero no parece probable, que aquella mujer se contara entre los mártires de la primera persecución contra los cristianos. Sin embargo, hay indicios escritos y arqueológicos, que permiten asegurar que hacia el año 57 ó 58, Pomponia dio también testimonio, aunque incruento, de su fe cristiana.

Los Anales de Tácito (XIII, 32), aseguran que fue acusada de “superstición extranjera”, algo que podría hacer referencia a su condición de cristiana. Se constituyó un tribunal doméstico, presidido por su marido, y que finalmente proclamó la inocencia de la esposa, tras una indagación sobre su vida y su fama.

Con todo, Tácito atribuye a Pomponia el carácter de “una persona afligida”, alguien que durante cuarenta años llevó luto por el asesinato de Julia, una víctima más, entre los miembros de una familia imperial, diezmada por las ejecuciones o envenenamientos, que el círculo del poder disponía de forma arbitraria.

Acaso esa aflicción no procediera de una mera tristeza humana, sino del deseo de mantenerse al margen de una sociedad marcada por el crimen y la corrupción. Quizás la tristeza que Tácito ve en Pomponia, no fuera tal sino un aire de seriedad, una expresión de desaprobación, por un ambiente en el que no se respira a gusto, pero en el que hay que estar necesariamente en función de las obligaciones familiares y sociales.

Habría que pensar que Pomponia no borraría por completo su afabilidad femenina, y su “saber estar”, pese a algunas apariencias externas. En el cristiano no puede caber la tristeza. Las únicas lágrimas que puede derramar, son las del Amor, como las que derramó Cristo a la vista de Jerusalén. Pero cuando alrededor de alguien, se extienden las risas maliciosas, las alusiones de dudoso gusto, y en general, todas las dimensiones de las lenguas desatadas, es comprensible que pueda adoptar una expresión de seriedad.

Sea como fuere, Pomponia padeció en su fama y en su ánimo por seguir a Cristo. Como en todas las épocas, los cristianos que están en el mundo, pero no son del mundo, son señalados con el dedo, tachados de locos, o etiquetados con calumnias.

Pomponia Graecina es también un personaje secundario de la célebre novela Quo Vadis de Henryk Sienckewicz. La matrona romana acoge en su casa, y educa en la fe cristiana a Ligia, la hija del rey de los ligios reducida a la esclavitud. El novelista polaco presenta a Pomponia, como un modelo de virtud femenina en una sociedad corrompida.

En las páginas de su obra, se trasluce que ha leído a Tácito, sobre todo cuando describe la persecución neroniana, cuando “se empezó a detener abiertamente a los que confesaban su fe” (Anales XV, 44). Tácito no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como demuestran los calificativos que aparecen muchas veces en el citado pasaje: “ignominias”, “execrable superstición”, “atrocidades y vergüenzas”, “odio al género humano”, “culpables”, “merecedores del máximo castigo”...

Lo de menos, es que fuera verdad o mentira que los cristianos hubieran incendiado Roma; el odio se había desatado, y todos tenían que morir. Poco más de treinta años después de la crucifixión de Cristo, se cumplía el pronóstico del Maestro, de que sus seguidores serían también perseguidos, y de que serían odiados por su causa.

Tácito especifica claramente los géneros de muerte que se aplicaron a los cristianos: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros, tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”.

Juan Pablo II reflexionó sobre aquellos primeros mártires de la Iglesia romana, con motivo del preestreno de un film polaco, que pudo ver en la tarde del 30 de agosto de 2001. Se trataba de la quinta versión cinematográfica de Quo Vadis, adaptado y dirigido por Jerzy Kawalerowicz, uno de los más importantes directores de la cinematografía polaca, desde la década de 1960.

Me sorprendió que Kawalerowicz dirigiera esta película, dados sus antecedentes: realizó Madre Juana de los Ángeles, escandalosa crónica de un supuesto caso de posesión demoníaca en un convento francés del siglo XVII, y también fue autor de Faraón, una superproducción en la que presentaba a un desconocido faraón, Ramsés XIII, como un gobernante manipulado por los sacerdotes de Amón.

Detrás de esta historia, algunos críticos veían una referencia a la Iglesia Católica, en sus relaciones con el Estado polaco. Pero en Polonia han cambiado muchas cosas. El hoy octogenario Kawalerowicz se hacía, con ocasión del lanzamiento de su película, esta pregunta: Quo vadis, homo?, ¿Hacia dónde va el hombre contemporáneo?. Tras la proyección de Quo Vadis, el Papa matizaba la misma pregunta: “¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos, que te llevan lejos de Él y de Tí mismo?”.

El recuerdo de los primeros mártires romanos, era para Juan Pablo II, mucho más que un dato histórico. De allí surge una reflexión enteramente actual, una llamada para los cristianos de hoy y de tiempos futuros: “Es necesario recordar el drama que experimentaron en su alma, en el que se confrontaron, el temor humano y la valentía sobrehumana; el deseo de vivir, y la voluntad de ser fieles hasta la muerte; el sentido de la soledad ante el odio inmutable, y al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene de la cercana e invisible presencia de Dios, y de la Fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mí?”.

Estas palabras del Papa nos recuerdan, que tarde o temprano, los cristianos son llamados a ser mártires, es decir testigos. Pocos serán los que derramarán su sangre, al menos en los países del mundo desarrollado. La mayoría experimentarán, en cambio, la incomprensión, el ridículo o el odio. Tendrán que pedirle a Cristo la fortaleza suficiente, para no negarle delante de los hombres.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos la fortaleza espiritual y la lucidez intelectual, para que todos los días podamos recibir de tus manos el sagrado bautismo del fuego y del agua, y de esa manera participar dignamente en la Vida de tu Cuerpo Místico. A Tí Señor, que nos advertiste que nunca los discípulos corren mejor suerte que su Maestro. Amén.



Quinta Feria, 29 de junio

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO 


La solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, es la fiesta de «la unidad y la catolicidad de la Iglesia».

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PRIMERA LECTURA
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 12, 1-11

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro.

Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenla intención de presentarlo al pueblo, pasadas las fiestas de Pascua,

Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.

De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: -«Date prisa, levántate.» Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: -«Ponte el cinturón y las sandalias.» Obedeció, y el ángel le dijo: -«Échate el manto y sígueme.»

Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión, y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel.

Pedro recapacitó, y dijo: -«Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes, y de la expectación de los judíos.»

Palabra de Dios.

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Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
R. El Señor me libró de todas mis ansias

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.

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SEGUNDA LECTURA
Ahora me aguarda la corona merecida
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.

El Señor me ayudó, y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará, y me llevará a su reino del cielo.

A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

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EVANGELIO
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los Cielos
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?»

Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que eres Elías, otros que Jeremías, o uno de los profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo

Palabra del Señor
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La Iglesia de Cristo se levanta sobre la firmeza de la Fe de San Pedro
De los sermones de San León Magno, Papa
(Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54, 149-151)

De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo.

La bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.

El Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.

Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad apostólica. A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único».

Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder, sea común a ambos por tu participación conmigo».

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre esta fortaleza –quiere decir– construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo, y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro».

El poder del infierno no podrá con esta profesión de Fe, ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras de vida. Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.

Por esto dice al bienaventurado Pedro: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

La prerrogativa de este poder se comunica también a los otros apóstoles, y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno, o que se ordena a todos; de una forma especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de todos los pastores de la Iglesia.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, protege siempre en tu Divina Misericordia al Romano Pontífice, y haz que su Palabra y Ejemplo iluminen a todo el mundo en todo el tiempo presente y venidero, hasta tu regreso, y que nunca el fuego del infierno habite nuestros corazones. Amén.



Quinta Feria, 29 de Junio

Fiesta de San Pedro y San Pablo

Artista: Carlo Crivelli, 1473. Holandés

SAN PABLO
Apóstol de los Gentiles

Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”


Breve

Mientras iba a la ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció, y tirándolo por suelo le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4.

Este hecho crucial en la vida de este héroe cristiano, lo hizo transformarse profundamente, y quedando ciego por tres días, se abrió a la Luz al cabo de ese tiempo, como una conmemoración de la Resurrección del Señor.

Hay un punto también crucial en el mensaje del Divino Maestro. No le dice a San Pablo, “¿por qué persigues a la Iglesia cristiana? etc”...Dice concretamente “¿Por qué ME persigues?”. Es una confirmación que la Iglesia es Él mismo, parte indivisible de su Cuerpo Místico, y no una invención de los Apóstoles.

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25 de Enero: fiesta de su conversión.

¿Era San Pablo sacerdote?
No solo era San Pablo sacerdote, sino también Obispo. Como Obispo, él ordenó a otros Obispos, entre ellos a Tito y a Timoteo. A este último le escribe: "Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios, que has recibido por la imposición de mis manos" 2 Tim 6. En las cartas que San Pablo les escribió, vemos que ellos eran los pastores de sus comunidades.

Cuando Pablo fue tirado por tierra, fue capaz de entregarle a Cristo absolutamente todo su ser. Mas tarde pudo decir "ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi".

Pablo escribió 13 cartas, que forman parte del Nuevo Testamento, y están dirigidas a las comunidades de gentiles, paganos convertidos por su predicación. En ellas les exhorta, les guía en la fe, y enseña sobre ética y doctrina. Estas cartas son inspiradas por el Espíritu Santo, y forman parte de la revelación divina. 

Es decir, son Palabra de Dios, y por medio de ellas, Dios mismo se da a conocer. Pablo es el instrumento en esta comunicación divina, pero al mismo tiempo, las cartas nos ayudan a conocer al autor humano. Reflejan su personalidad, sus dones y sus luchas intensas. Otras fuentes que nos ayudan a conocer al Apóstol, son los Hechos de los Apóstoles, escritos por San Lucas, y ciertos libros apócrifos.

Pablo nació de una familia judía acomodada, de la tribu de Benjamín, en Tarso de Cilicia (hoy Turquía). Su nombre semítico era Saulo. No sabemos cuando comenzó a llamarse con el nombre latino de Pablo. Por ser Tarso una ciudad griega, gozó de ciudadanía romana. La fecha de su nacimiento se calcula alrededor del año 3 A.D. Según se cree, Jesús nació alrededor del 6 o 7 B.C. Entonces Jesucristo sería sólo unos 10 años mayor que San Pablo.

Aunque criado en una ortodoxia rigurosa, mientras vivía en su hogar de Tarso, estuvo bajo la influencia liberal de los helenistas, es decir de la cultura griega, que en ese tiempo había penetrado todos los niveles de la sociedad en el Asia Menor. Se formó en las tradiciones y culturas judaicas, romanas y griegas.

Siendo joven, no sabemos la edad, Saúl fue a estudiar en Jerusalén, en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Además de estudiar la ley y los profetas, allí aprendió un oficio como era la costumbre. El joven Saúl escogió el de construir tiendas. No se sabe si jamás vió a Jesús antes de su crucifixión, pues no cuenta nada sobre ello.

Hacia el año 34, Saúl aparece como un recto joven fariseo, fanáticamente dispuesto contra los cristianos. Creía que la nueva secta era una amenaza para el judaísmo, por lo que debía ser eliminada, y sus seguidores castigados. Se nos dice en los Hechos de los Apóstoles, que Saúl estuvo presente aprobando cuando San Esteban, el primer mártir, fue apedreado y muerto.

Fue poco después que Pablo experimentó la revelación, que iba a transformar su vida. Mientras iba a la ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció, y tirándolo por suelo le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4.

Por la luz sobrenatural quedó ciego. Pablo ante el Señor, se entregó totalmente: -"Señor, ¿qué quieres que haga?”. Jesús le pide un profundo acto de humildad, ya que se debía someter a quienes antes perseguía: -"Vete donde Ananías, y él te lo dirá". Después de su llegada a Damasco, siguió su conversión, la sanación de su ceguera por el discípulo Ananías, y su bautismo.

Pablo aceptó ávidamente la misión de predicar el Evangelio de Cristo, pero como todos los santos, vio su indignidad, y se apartó del mundo para pasar tres años en Arabia en meditación y oración, antes de iniciar su Apostolado. Hacía falta mucha purificación. Jesucristo lo constituyó Apóstol de una manera especial, sin haber convivido con Él.

Es pues el último Apóstol constituido. "Y en último término, se me apareció también a mí, como a un abortivo". Primera Carta a los Corintios 15:8. Su vida es totalmente transformada en Cristo: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida, ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Filipenses 3,7-8).

Desde entonces era un hombre verdaderamente nuevo, y totalmente movido por el Espíritu Santo, para anunciar el Evangelio con poder. Saúl desde ahora se llamará con el nombre romano: Pablo.

Él por su parte nunca descansó de sus labores. Predicación, escritos y fundaciones de iglesias, sus largos y múltiples viajes por tierra y mar, con al menos cuatro viajes apostólicos, tan repletos de aventuras, podrán ser seguidos por cualquiera que lea cuidadosamente las cartas del Nuevo Testamento.

No podemos estar seguros si las cartas y evidencias que han llegado hasta nosotros, contienen todas las actividades de San Pablo. Él mismo nos dice que fue apedreado, azotado, naufragó tres veces, aguantó hambre y sed, noches sin descanso, peligros y dificultades. Fue preso, y además de estas pruebas físicas, sufrió muchos desacuerdos, y casi constantes conflictos, los cuales soportó con gran entusiasmo por Cristo, por las muchas y dispersas comunidades cristianas.

Tuvo una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores, que fueron los primeros Apóstoles de Cristo. Decimos "educación natural" porque los otros apóstoles tuvieron al mismo Jesús de maestro, recibiendo así una educación divina.

Ésta también la recibió San Pablo, por gracia de la revelación. Siendo docto, tanto en la sabiduría humana como en la divina, Pablo fue capaz de enseñar que la sabiduría humana, es nada en comparación con la divina: "Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría". Romanos 12,16.

A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío, y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles, para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a Él la gloria por los siglos de los siglos!. Amén”. Romanos 16,25-27

Pablo inició su predicación en Damasco. Aquí la rabia de los judíos ortodoxos, contra este "traidor" era tan fuerte, que tuvo que escaparse, dejándose bajar de la pared de la ciudad en una canasta. Al bajar a Jerusalén, fue sentenciosamente vigilado por los judíos cristianos, porque no podían creer que él, que tanto los había perseguido. se había convertido.

De regreso a su ciudad nativa de Tarso, otra vez se unió Barnabás, y juntos viajaron a Antioquía siriana, donde encontraron tantos seguidores, que fue fundada por la constancia de los primeros cristianos. Fue aquí donde los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos por primera vez - del Griego Christos, los Ungidos.

Después que regresaron a Jerusalén, una vez más para asistir a los miembros de la iglesia, que estaban escasos de alimentos, estos dos misioneros regresaron a Antioquía, y después navegaron a la isla de Chipre; durante su estancia convirtieron al procónsul, Sergius Paulus.

Una vez más en tierra de Asia Menor, cruzaron las Montañas Taurus, y visitaron muchos pueblos del interior, particularmente aquellos en que habitaban judíos. Generalmente en estos lugares, Pablo primero visitaba las sinagogas, y predicaba a los judíos; si ellos lo rechazaban entonces predicaba a los gentiles.

En Antioquía de Pisid, Pablo lanzó un discurso memorable a los judíos, concluyendo con estas palabras: Hechos 13,46-47. Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis, y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra» .

Después de esto, Pablo y Bernabé volvieron a Jerusalén, donde los ancianos trataban el tema de la posición de la Iglesia, todavía en su mayoría formada por miembros judíos, hacia los gentiles convertidos. La cuestión de la circuncisión fue problemática, porque para los judíos era importante que los gentiles se sometieran a este requisito de la ley judía.

Pablo se mostró en contra de la circuncisión, no porque quisiera hacer un cristianismo fácil, sino porque comprendía que el Espíritu ahora requería una circuncisión del corazón, una transformación interior.

La ley no puede justificar al hombre, sino sólo la gracia recibida por medio de Jesucristo. Vivir esta gracia es, sin embargo, un reto aun más radical que el que presenta la ley, y exige entrega total. Esta llamada a la gracia, y a la respuesta total hasta la muerte, forma parte esencial de su enseñanza y de su vida.

La segunda jornada misionera, la cual duró del año 49 al 52, llevó Pablo a Silas, su nuevo asistente a Frigia, Galacia, Troas, y a través de tierra de Europa, a Filipos en Macedonia. Lucas el médico, era ahora un miembro del grupo, y en el libro de los Hechos, él nos da un relato que ellos fueron a Tesalónica, y después bajó a Atenas y Corinto.

En Atenas, Pablo predicó en el Areópago, y sabemos que algunos de los estoicos y epicureanos lo escucharon y discutieron con él informalmente, atraídos por su intelecto vigoroso, su personalidad magnética, y su enseñanza ética.

Pero más importante, el Espíritu Santo tocaba los corazones de aquellos que abriendo su corazón, podían comprender que Pablo tenía una sabiduría nunca antes enseñada.

Pasando a Corinto, se encontró en el mismo corazón del mundo greco-romano, y sus cartas de este período, muestran que él está consciente de la gran ventaja en su contra, de la lucha incesante contra el escepticismo, e indiferencia pagana.

Él sin embargo, se quedó en Corinto por 18 meses, y encontró éxito considerable. Un matrimonio, Aquila y Priscila, se convirtieron, y llegaron a ser muy valiosos servidores de Cristo. Volvieron con él al Asia.

Fue durante su primer invierno en Corinto, que Pablo escribió las primeras cartas misioneras. Estas muestran su suprema preocupación por la conducta, y revelan la importancia de que el hombre reciba la inhabitación del Espíritu Santo, ya que solo así hay salvación y poder para bien.

La tercera jornada misionera, cubrió el periodo del 52 a 56. En Éfeso, ciudad importante de Lidia, donde el culto a la diosa griega Artemisa era muy popular. Pablo fue motivo de un disturbio público, ya que los comerciantes veían peligrar sus negocios de imágenes de plata de la diosa que allí florecía. Después, en Jerusalén, causó una conmoción al visitar el templo; fue arrestado, tratado brutalmente y encadenado.

Pero cuando fue ante el tribunal, él se defendió de tal forma que sorprendió a sus opresores. Fue llevado a Cesarea por el rumor de algunos judíos en Jerusalén, que lo habían acusado falsamente de haber dejado entrar a gentiles en el templo. Así planeaban matarlo.

Fue puesto en prisión en Cesarea, esperando juicio por aproximadamente dos años bajo el procónsul Félix y Festus. Los gobernadores romanos deseaban evitar problemas entre judíos y cristianos, por lo que postergaron su juicio de mes a mes.

Pablo al final apeló al Emperador, demandando el derecho legal de un ciudadano romano, de tener su juicio escuchado por el mismo Nerón. Fue entonces colocado bajo la custodia de un centurión, el cual lo llevó a Roma. Los Hechos de los Apóstoles lo dejan en la ciudad imperial esperando su tribunal.

Aparentemente la apelación de Pablo fue un éxito, porque hay evidencia de otra jornada misionera, probablemente a Macedonia. En esta última visita a las comunidades cristianas, se cree que nombró a Tito obispo en Creta, y a Timoteo en Efeso. Volviendo a Roma, fue una vez mas arrestado. Su espíritu no decae ante las tribulaciones, porque sabe en quien ha puesto su confianza.

Por este motivo, estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi Fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”. -Segunda Carta a Timoteo 1,12.

La vida de Cristo en San Pablo, lo transforma en hombre nuevo, lleno de la gracia, conocimiento de Dios. Es capaz de comunicar la vida de Cristo.

Murió el "hombre viejo" (cf. Romanos 6,6.11; Flp 3,10). Nace el "hombre nuevo" (2Cor 5,17; Gal 5,1). Ahora la vida de Cristo es su vida (cf. Col 2,12-13; Rm 6,8; 2Tim 2,11). Está plenamente identificado con ÉL (cf. Flp 3,12). Ofrece su vida con su Señor en su misterio de pasión, muerte y resurrección (Rm 6,3-4), para completar lo que falta en su propia carne a la pasión de Cristo (cf. Col 1,24). Está lleno de agradecimiento porque Cristo "se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20; cf 1,4; Ef 5,2; Jn 10,10).

Pablo es el libre prisionero de Cristo (cf. Hch 20,22); ya no se pertenece, sino que su vivir, amar y morir es Cristo Jesús (cf. Gal 2,20). Amar a Cristo es inseparable de amar a aquellos que le han sido confiados, con el mismo amor de Cristo. Ese amor es superior a los meros esfuerzos humanos, es el amor divino que ha recibido, que no escatima en nada para llevar al amado a Cristo (cf. 1Cor 4,14-17; 2Cor 6,13; 11,2; 12,15; 1Tes 2,7.10-11; Fil 10; Gal 4,19).

Después de dos años de estar encadenado en la cárcel Mamertina que puede ser aun visitada en Roma, sufrió martirio en Roma al mismo tiempo que el Apóstol Pedro, Obispo de la Iglesia de Roma. San Pablo, por ser romano, no fue crucificado sino degollado.

Según una antigua tradición, su martirio fue cerca de la Via Hostia, donde hoy está la abadia de Tre Fontana, llamada así por tres fuentes, que según la tradición surgieron cuando su cabeza, separada ya del cuerpo, rebotó tres veces.

Las inscripciones del segundo y tercer siglo en las catacumbas, nos dan evidencia de un culto a los Santos Pedro y Pablo. Esta devoción nunca ha disminuido en popularidad.

En el arte cristiano, San Pablo normalmente es pintado como un hombre calvo con barba negra, pero vigoroso e intenso. Cerca del lugar de su martirio se levantó una preciosa basílica mayor: San Pablo extramuros.

Sus restos junto con los de San Pedro, están bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, Sede de la Iglesia Católica.

San Pablo, que al final dijo: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la Fe" -II Timoteo 4,7. Nos ha dado la Palabra de Dios que nos fortalece para nuestras luchas, y salir como él, victoriosos. Es por lo tanto esencia,l que meditemos asiduamente sus cartas, como toda la Palabra de Dios que encontramos en la Santa Biblia. Allí encontraremos la Sabiduría.

¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!. ¡Cuán insondables son sus designios, e inescrutables sus caminos!” -Romanos 11,33

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Benedicto XVI, 25 Octubre, 2006

San Pablo de Tarso

La Revolución de Dios

San Juan Crisóstomo le exalta como personaje superior, incluso a muchos ángeles y arcángeles (Cf. «Panegírico» 7, 3).

Dante Alighieri en la Divina Comedia, inspirándose en la narración de Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (Cf 9, 15), le define simplemente como «vaso de elección» (Infierno 2, 28), que significa: instrumento escogido por Dios.

Otros le han llamado el «decimotercer Apóstol», --y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico Apóstol, habiendo sido llamado por él, Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes, del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas, que provienen directamente de su mano, y que sin intermediarios nos revelan su personalidad y pensamiento.

Lucas nos informa, que su nombre original era Saulo (Cf. Hechos 7,58; 8,1 etc.), en hebreo Saúl (Cf. Hechos 9, 14.17; 22,7.13; 26,14), como el rey Saúl (Cf. Hechos 13,21), y era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria.

Muy pronto había ido a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica, a los pies del gran rabino Gamaliel (Cf. Hechos 22,3). Había aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas (cf. Hechos 18, 3), que más tarde le permitiría sustentarse personalmente, sin ser un peso para las Iglesias (Cf. Hechos 20,34; 1 Corintios 4,12; 2 Corintios 12, 13-14).

Para él fue decisivo conocer la comunidad, de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más, le parecía escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo, incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue « alcanzado por Cristo Jesús» (Filipenses 3, 12).

Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles, --la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida-- en sus cartas él va directamente a lo esencial, y habla no sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una iluminación (Cf. 2 Corintios 4, 6), y sobre todo de una revelación, y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16).

De hecho, se definirá explícitamente «Apóstol por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1 Corintios 1, 1) o «Apóstol por voluntad de Dios» (2 Corintios 1, 1; Efesios 1,1; Colosenses 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de bonitos pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él un valor, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento, puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un Apóstol que quiere «hacerse todo a todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas.

De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo, y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de posibles escorias.

Otra lección fundamental dejada por Pablo, es el horizonte espiritual que caracteriza a su Apostolado. Sintiendo agudamente el problema de la posibilidad para los gentiles, es decir de los paganos, de alcanzar a Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, literalmente «buena noticia», es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás.

Desde el primer momento, había comprendido que ésta es una realidad que no afectaba sólo a los judíos, a un cierto grupo de hombres, sino que tenía un valor universal, y afectaba a todos.

La Iglesia de Antioquia de Siria, fue el punto de partida de sus viajes, donde por primera vez el Evangelio fue anunciado a los griegos, y donde fue acuñado también el nombre de «cristianos» (Cf. Hechos 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo.

Desde allí tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre, y después en diferentes ocasiones hacia regiones de Asia Menor, (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa, (Macedonia, Grecia). Más reveladoras fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo, no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar «trabajos…, cárceles…, azotes; peligros de muerte, muchas veces…Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué… Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez.

Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias» (2 Corintios 11,23-28). En un pasaje de la Carta a los Romanos (Cf. 15, 24.28), se refleja su propósito de llegar hasta España, hasta el confín de Occidente, para anunciar el Evangelio por doquier hasta los confines de la tierra entonces conocida.

¿Cómo no admirar a un hombre así?. ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla?. Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto, ante la que no podía haber límites.

Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: «El amor de Cristo nos apremia… murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5,14-15), por nosotros, por todos.

De hecho, el Apóstol ofrecerá su testimonio supremo con la sangre bajo el emperador Nerón aquí, en Roma, donde conservamos y veneramos sus restos mortales.

Clemente Romano, mi predecesor en esta sede apostólica, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia… Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soportó el martirio ante los gobernantes; de este modo se fue de este mundo, y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5). Que el Señor nos ayude a vivir la exhortación que nos dejó el Apóstol en sus cartas: «Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo» (1 Corintios 11, 1).

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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos la gracia de ya no vivir por nosotros mismos, sino que convierte nuestra Vida y nuestro Cuerpo, en Tu Tabernáculo Eterno, y podamos decir con San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Amén.

jueves, 29 de junio de 2017

Cuarta Feria, 28 de junio

SAN IRENEO


Padre de la Iglesia, nacido cerca del año 130
Obispo de Lyon

Para San Ireneo, que combatió a los Gnósticos, la Tradición Católica proviene de los Apóstoles; es pública, no privada o secreta; y procede del Espíritu Santo

La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”

Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes la aceptan”

Breve
San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de San Policarpo, Obispo de aquella ciudad, quien a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177, era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.

Las obras literarias de San Ireneo, le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos, no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos, y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse, por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.

Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.

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Infancia y Estudios
Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles, entre los numerosos cristianos.

Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos.

Tuvo además el inestimable privilegio, de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles, y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de San Ireneo.

Por cierto que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna, que muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones de su voz, y cada una de las palabras que pronunciaba, para relatar sus entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos.

San Gregorio de Tours afirma, que fue San Policarpio quien envió a San Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.

Sacerdocio
Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella, y en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon, que en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa Occidental, y en la villa más populosa de las Galias.

Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros, que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos, y fundaron una vigorosa iglesia local.

A aquella iglesia llegó San Ireneo, para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte.

La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión, se puso en evidencia el año de 177, cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al ser prendido San Potino, el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban prisioneros.

Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad, su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de San Ireneo, "la más piadosa y ortodoxa de las cartas", con una apelación al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia.

Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote "animado por un celo vehemente, para dar testimonio de Cristo", y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre.

Obispado
El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo, no fue llamado a compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante San Potino.

Ya por entonces, había terminado la persecución, y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes.

Al parecer, fue él quien envió a los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.

Lucha contra el gnosticismo
La propagación del gnosticismo en las Galias, inspiró en el obispo Ireneo el anhelo de defender el cristianismo de sus falsas interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos, parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina.

Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano, y por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos. Una vez empapado en las ideas gnósticas, escribió un tratado en cinco libros, en cuya primera parte, expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas, para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles, y los textos de las Sagradas Escrituras.

Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió. Cuando trata sobre la creencia gnóstica, de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien permanecerá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica, y por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad.

Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana, sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo, que Él creó los siguientes términos: "El Padre está por encima de todo y Él es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas, y Él mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es Él esa agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman, porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas".

Ireneo escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién "iniciados" dice: "Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo, que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma, y con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel”.

Ireneo estaba firmemente convencido, de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse, y de hecho, había tomado la determinación de "desenmascarar a la zorra", como él mismo lo dice.

Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente, y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante, dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.

Reconciliador ante el Pontífice
El hecho de que luchara contra las herejía, no significa que fuese intransigente. Al contrario. trece o catorce años después de haber viajado a Roma, con la carta para el Papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice.

En vista de que los cuarto decimanos se negaban a celebrar la Pascua, de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III los había excomulgado, y en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor.

En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo, y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional, y que una diferencia de opinión sobre el mismo punto, no había impedido que el Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión.

El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes, y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuarto decimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.

Su muerte y veneración
Se desconoce la fecha de la muerte de San Ireneo, aunque por regla general, se la estima en el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable, ni hay evidencia alguna sobre el particular.

Los restos mortales de San Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario, fue destruido por los calvinistas en 1562, y al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias.

Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la Iglesia de Occidente.

Sus Escritos
No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones, y como maestro de las creencias ortodoxas.

Su tratado contra los gnósticos, ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.

En 1904, se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como: "Prueba de la Predicación Apostólica".

Se trata sobre todo, de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento, y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.

A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados, para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.

San Ireneo, fundamentándose en San Pablo, y en su conocimiento de las enseñanzas Apóstolicas, enseñaba el paralelismo Adán-Jesucristo y Eva-María

Bibliografía: "Vidas de los Santos" de Butler, ed. española.

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BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 28 de marzo de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos, llegamos hoy a la personalidad eminente de San Ireneo de Lyon. Sus noticias biográficas, nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio, en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».

Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol San Juan.

No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma, para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel.

De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizás con el martirio.

Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe.

A estos dos objetivos, responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación apostólica», que puede ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antigua. En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia, no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos, y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente este cristianismo intelectualista, se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes, con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas.

Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico, que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espíritu.

Pero su obra va mucho más allá de la confrontación de la herejía: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe», y de su transmisión. Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.

De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo, es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al Apóstol San Juan, de quien Policarpo era discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los Obispos, que lo han recibido gracias a una cadena ininterrumpida que procede de los Apóstoles.

Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es Apostólica esta fe, procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor Apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo.

Con la Iglesia de Roma, tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.

Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve, Ireneo confronta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación, no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma.

En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto genuino de Tradición Apostólica, que podemos resumir en tres puntos:

a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna, de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia, es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina, le basta conocer «la Tradición que procede de los Apóstoles, y la Fe anunciada a los hombres»: tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los Obispos» («Contra las herejías» 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición apostólica y principio doctrinal.

b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales, que como hemos visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.

Hay una expresión preciosa de San Ireneo en el libro «Contra las herejías»: «La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca.

Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única, y siempre la misma, es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2).

Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición Apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, se dice «pneuma».

No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la Fe.

Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta Fe», leemos en el tercer libro de «Contra las herejías», «la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la Fe, por obra del Espíritu de Dios, como depósito precioso custodiado en una vasija de valor, rejuvenece siempre, y hace rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).

Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada, y comprendida, en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única», «pneumática», «espiritual».

A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento, sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general, según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada en la creación divina, en la imagen de Cristo, y en la obra permanente de santificación del Espíritu.

Esta doctrina es como una «senda maestra», para aclarar a todas las personas de buena voluntad, el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

San Ireneo, discípulo de San Policarpo, fue Obispo de Lión. Ireneo era sobre todo un Pastor, que expuso y defendió con claridad la verdad de la fe, en particular frente a las sectas gnósticas. Preocupado por la cuestión de la «regla de la fe», y su transmisión, Ireneo afirmaba que aquella coincide con el «Credo» de los Apóstoles, transmitido a los Obispos y a sus sucesores.

Así, la enseñanza verdadera, la imparten los Obispos que la han recibido a través de una Tradición constante. Destaca la enseñanza de la Iglesia de Roma, cuya Apostolicidad se remonta a Pedro y Pablo.

Para San Ireneo la Tradición Apostólica es pública, no privada o secreta. El contenido de la fe se recibe de los Apóstoles, de ahí la importancia de la "sucesión apostólica". Además, la Tradición apostólica es única, con el mismo contenido fundamental en todas partes.

Finalmente, la transmisión de la Tradición apostólica no depende de la capacidad de hombres más o menos doctos, sino del Espíritu Santo. Esto hace que la Iglesia sea una realidad siempre viva y joven, enriquecida con múltiples carismas.

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VIERNES SEGUNDO DE ADVIENTO, liturgia de las horas
Del Tratado de San Ireneo, Obispo, contra las herejías
(Libro 5, 19, 1; 20, 2; 21, 1: SCh 153, 248-250. 260-264)

Eva y María

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por Él, y mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad, que el Ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre.

Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del Ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón”.

Con estas palabras, se proclama de antemano que Aquel que había de nacer de una doncella, y ser semejante a Adán, habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia, es aquella misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió, hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.

Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo, no hubiese sido derrotado con justicia, si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.

Por esta razón, el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo, a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza, descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.
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TIEMPO DE CUARESMA, Lecturas de la liturgia de las horas
Sábado después de ceniza

SEGUNDA LECTURA
Del tratado de San Ireneo, Obispo, contra las herejías
(Libro 4, 13, 4-14; 1: Sch 100, 534-540)

La amistad de Dios
Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y luego liberó a los que se le habían sometido, como Él mismo dijo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer. Pues la amistad de Dios, otorga la inmortalidad a quienes la aceptan.

Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de Adán, sino antes también de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo junto a Él; y a su vez, era glorificada por el Padre, como la misma Palabra dijo: “Padre, glorifícame cerca de Ti, con la gloria que yo tenía cerca de Ti, antes que el mundo existiese”.

Ni nos mandó que lo siguiésemos, porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros. Porque seguir al Salvador, equivale a participar de la salvación, y seguir a la luz, es lo mismo que quedar iluminado.

Efectivamente, quienes se hallan en la luz, no son lo que iluminan a la luz, sino ésta la que los ilumina a ellos; ellos, por su parte, no dan nada a la luz, mientras que en cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella.

Así sucede con el servir a Dios, que a Dios no le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; Él, en cambio, otorga la vida, la incorrupción y la gloria eterna, a los que lo siguen y sirven, con lo que beneficia a los que lo sirven, por el hecho de servirlo, y a los que lo siguen por el de seguirlo, sin percibir beneficio ninguno de parte de ellos: pues Dios es rico, perfecto y sin indigencia alguna.

Por eso Él requiere de los hombres que lo sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que Dios es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.

En esto consiste precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy Yo quien os he elegido”, dando a entender que no lo glorificaban, al seguirlo, sino que por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos.  Y por esto también dijo:  “Éste es mi deseo: que éstos estén donde Yo estoy, y contemplen mi gloria”.

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19 de diciembre
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de San Ireneo, Obispo, contra las herejías
(Libro 3, 20, 2-3: SCh 34, 342-344)

La economía de la encarnación redentora

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: “Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía, para tener misericordia de todos”. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios, y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia, y gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de Éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria, procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios, que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de Él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a Aquel que murió por Él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado, y una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne, para incitar al hombre a hacerse semejante a Él, y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar.

Le impuso la obediencia al Padre, para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón, el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación, al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: “Sé que no es bueno eso que habita en mi carne”, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: “¡Desgraciado de mí!. ¿Quién me librará de este cuerpo, presa de la muerte?”. Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis»”. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.
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Oficio de lectura, 25 de abril, San Marcos Evangelista
La predicación de la verdad

Del tratado de San Ireneo, obispo, contra las herejías

La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos, la fe en un solo Dios Padre Todopoderoso, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; y en un solo Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, que por los profetas, anunció los planes de Dios, el advenimiento de Cristo, su nacimiento de la Virgen, su pasión, su resurrección de entre los muertos, su ascensión corporal a los cielos, su venida de los cielos, en la gloria del Padre, para recapitular todas las cosas, y resucitar a todo el linaje humano, a fin de que ante Cristo Jesús, nuestro Señor, Dios y Salvador y Rey, por voluntad del Padre invisible, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame a quien hará justo juicio en todas las cosas.

La Iglesia pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la Fe recibida, habitando como en una única casa; y su Fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.

Las Iglesias de Germania, creen y transmiten lo mismo que las otras de los iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia, o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier, e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad.

En las Iglesias no dirán cosas distintas, los que son buenos oradores, entre los dirigentes de la comunidad, pues nadie está por encima del Maestro, ni la escasa oratoria de otros, debilitará la fuerza de la Tradición, pues siendo la Fe una y la misma, ni la amplía el que habla mucho, ni la disminuye el que habla poco.

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Del oficio de lectura, 28 de junio

San Ireneo, Obispo y mártir

La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios

Del tratado de San Ireneo, obispo, contra las herejías
Libro 4, 20,5-7

La claridad de Dios vivifica, y por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, Aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida, proviene de la participación de Dios, que consiste en ver a Dios, y gozar de su bondad.

Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu, y esperan continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuteronomio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hombre, y seguir éste con vida.

Aquel que obra todo en todos, es invisible e inefable en su ser y en su grandeza, con respecto a todos los seres creados por Él, mas no por esto deja de ser conocido, porque todos sabemos, por medio de su Verbo, que es un solo Dios Padre, que lo abarca todo, y que da el Ser a todo; este conocimiento viene atestiguado por el evangelio, cuando dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo Único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Así, pues, el Hijo nos ha dado a conocer al Padre desde el principio, ya que desde el principio está con el Padre; Él, en efecto, ha manifestado al género humano el sentido de las visiones proféticas, de la distribución de los diversos carismas, con sus ministerios, y en qué consiste la glorificación del Padre, y lo ha hecho de un modo consecuente y ordenado, a su debido tiempo y con provecho; porque donde hay orden allí hay armonía, y donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo, y donde todo sucede a su debido tiempo allí hay provecho.

Por esto, el Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre, en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios, y un objetivo hacia el cual tender; pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir, porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios.

En efecto, si la revelación de Dios, a través de la creación, es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios.

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Oficio de lectura, Miércoles I del tiempo Ordinario

El Padre es conocido por la manifestación del Hijo
Del tratado de San Ireneo, obispo, contra las herejías
Libro 4,6,3.5.6.7

Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo es quien cumple este beneplácito del Padre; el Padre, en efecto envía, mientras que el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, aunque invisible e inconmensurable, por lo que a nosotros respecta, es conocido por su Verbo, y aunque inexplicable, el mismo Verbo nos lo ha expresado.

Recíprocamente, sólo el Padre conoce a su Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y por esto, el Hijo nos revela el conocimiento del Padre por la manifestación de Sí mismo, ya que el Padre es conocido por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.

Para esto, el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de Él, y para que todos los que creyesen en Él, mereciesen ser recibidos en la incorrupción, y en el lugar del eterno consuelo, porque creer en Él es hacer su voluntad.

Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada, al Artífice que la ha modelado, y a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado. Sobre esto, hablan todos de manera semejante, pero no todos creen de manera semejante.

También el Verbo se anunciaba a Sí mismo, y al Padre a través de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo oyó de manera semejante, pero no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se mostró a Sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos creyeron por igual en Él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían al Padre era el Hijo.

El Hijo pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a la perfección todas las cosas desde el principio hasta el fin, y sin Él nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del Padre, y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido, decía el Señor: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y Aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Las palabras se lo quiera revelar, no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo tiempo.

En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo en la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere, y como quiere el Padre. Y por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en Él.

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Oficio de lectura, XVIII Sábado del tiempo ordinario
Quiero misericordia y no sacrificios
Tratado de San Ireneo, obispo, contra las herejías
Libro. 4,17, 4-6

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: “Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Y el mismo Señor en persona les advertía: Si comprendierais lo que significa: «Quiero misericordia y no sacrificios», no condenaríais a los que no tienen culpa, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.

Y al enseñar a sus discípulos, a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque Él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: “Esto es mi cuerpo”.

Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los Apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: “Vosotros no me agradáis –dice el Señor de los ejércitos–, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos”.

Del Oriente al Poniente, es grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones –dice el Señor de los ejércitos–, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesará los sacrificios del pueblo antiguo, y que en todo lugar se ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.

Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones, no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y si el Padre se refiere a su nombre, es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el hombre ha sido hecho por Él.

Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo, con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la imagen de su hijo ,y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo, porque es el de su Hijo, y porque Él mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la salvación de los hombres.

Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo, es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura. Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso son las oraciones de los santos.

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Oficio de lectura, Quinta Feria, III semana de pascua
Eucaristía y Resurrección
Del tratado de San Ireneo, obispo, contra las herejías
Libro 5, 2, 2-3: SC 153, 30-38

Si la carne no se salva, entonces el Señor no nos ha redimido con su sangre, ni el cáliz de la Eucaristía es participación de su sangre, ni el pan que partimos es participación de su cuerpo.

Porque la sangre procede de las venas y de la carne, y de toda la substancia humana, de aquella substancia que asumió el Verbo de Dios en toda su realidad, y por la que nos pudo redimir con su sangre, como dice el Apóstol: Por cuya sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Y porque somos sus miembros, y quiere que la creación nos alimente, nos brinda sus criaturas, haciendo salir el sol, y dándonos la lluvia según le place; y también porque nos quiere miembros suyos, aseguró el Señor, que el cáliz, que proviene de la creación material, es su sangre derramada, con la que enriquece nuestra sangre, y que el pan, que también proviene de esta creación, es su cuerpo, que enriquece nuestro cuerpo.

Cuando la copa de vino, mezclado con agua, y el pan preparado por el hombre reciben la Palabra de Dios, se convierten en la eucaristía de la sangre, y del cuerpo de Cristo, y con ella se sostiene, y se vigoriza la substancia de nuestra carne, ¿cómo pueden, pues, pretender los herejes que la carne es incapaz de recibir el don de Dios, que consiste en la vida eterna, si esta carne se nutre con la sangre y el cuerpo del Señor, y llega a ser parte de este mismo cuerpo?.

Por ello bien dice el Apóstol en su carta a los Efesios: “Somos miembros de su cuerpo, hueso de sus huesos, y carne de su carne”. Y esto lo afirma no de un hombre invisible y mero espíritu –pues un espíritu no tiene carne y huesos–, sino de un organismo auténticamente humano, hecho de carne, nervios y huesos; pues es este organismo el que se nutre con la copa, que es la sangre de Cristo, y se fortalece con el pan, que es su cuerpo.

Del mismo modo que el esqueje de la vid, depositado en tierra, fructifica a su tiempo, y el grano de trigo, que cae en tierra y muere, se multiplica pujante por la eficacia del Espíritu de Dios, que sostiene todas las cosas, y así estas criaturas trabajadas con destreza, se ponen al servicio del hombre, y después cuando sobre ellas se pronuncia la Palabra de Dios, se convierten en la Eucaristía, es decir, en el cuerpo y la sangre de Cristo; de la misma forma nuestros cuerpos, nutridos con esta Eucaristía, y depositados en tierra, y desintegrados en ella, resucitarán a su tiempo, cuando la Palabra de Dios les otorgue de nuevo la vida para la gloria de Dios Padre. Él es, pues, quien envuelve a los mortales con su inmortalidad, y otorga gratuitamente la incorrupción a lo corruptible, porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad.

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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que otorgaste a tu Obispo San Ireneo la gracia de mantener incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, aceptar tu Amistad, y trabajar sin descanso por la Amistad y la Unidad entre los hombres. A Tí Señor que nos dijiste que eras nuestro Amigo y que permanecerías con Nosotros hasta el fin de los tiempos. Amén.