sábado, 29 de abril de 2017

Quinta Feria, 27 de abril

LA VIRGEN DE MONTSERRAT



PATRONA DE CATALUÑA

"Rosa de abril, morena de la sierra..."

La Virgen de Montserrat fue declarada Santa Patrona de Cataluña por el papa León XIII

Breve
El nombre de Montserrat, en catalán, se refiere a la configuración de las montañas en donde se ubica su monasterio. Las piedras allí se elevan hacia el cielo en forma de sierra. Monte mas sierra: Montserrat.

El culto de la Virgen de Montserrat se remonta más allá de la invasión de España por los árabes. La imagen, ocultada entonces, fue descubierta en el siglo noveno. Para darle culto, se edificó una capilla, a la que el rey Wifredo el Velloso agregó más tarde un monasterio benedictino.

Los milagros atribuidos a la Virgen de Montserrat fueron cada vez más numerosos, y los peregrinos que iban hacia Santiago de Compostela los divulgaron.

Así, por ejemplo, en Italia, se han contado más de ciento cincuenta iglesias o capillas dedicadas a la Virgen de Montserrat, bajo cuya advocación se erigieron algunas de las primeras iglesias de México, Chile y Perú, y con el nombre de Montserrat han sido bautizados monasterios, pueblos, montes e islas en América.
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No se conoce el origen de la estatua. Cuenta la leyenda que unos pastores estaban cuidando sus ovejas cerca de Montserrat, y descubrieron la imagen de madera en una cueva, en medio de un misterioso resplandor, y cantos angelicales.

Por órdenes del obispo, la llevaron a la catedral en procesión, pero no llegó a su destino, ya que la estatua se empezó a poner increíblemente pesada y difícil de manejar. Entonces fue depositada en una ermita cercana, y permaneció allí hasta que se construyó el actual monasterio benedictino.

Descripción de la Imagen
La virgen es de talla románica de madera. Casi toda la estatua es dorada, excepto la cara y las manos de la Virgen y del Niño. Estas partes tienen un color entre negro y castaño. A diferencia de muchas estatuas antiguas, que son negras debido a la naturaleza de la madera, o a los efectos de la pintura original, el color oscuro de Nuestra Señora de Montserrat, se le atribuye a las innumerables velas y lámparas que durante siglos se han encendido ante su imagen día y noche.

En virtud de esta coloración, la Virgen está catalogada entre las vírgenes negras. Por esto la llaman por cariño La Morenita. La estatua goza de gran estima como un tesoro religioso, y por su valor artístico.

La estatua está sentada y mide 95 cm., un poco más de tres pies de altura. De acuerdo con el estilo románico, la figura es delgada, de cara alargada y delicada expresión. Una corona descansa sobre la cabeza de la Virgen, y otra adorna la cabeza del Niño Jesús, que está sentado en sus piernas. Tiene un cojín que le sirve de banquillo o taburete para los pies, y ella está sentada en un banquillo de patas grandes, con adornos en forma de cono.

El vestido consiste en una túnica, y un manto de diseño dorado y sencillo. La cabeza de la Virgen la cubre un velo, que va debajo de la corona, y cae ligeramente sobre los hombros. Este velo también es dorado, pero lo realzan diseños geométricos de estrellas, cuadrados y rayas, acentuadas con sombras tenues.

La mano derecha de la Virgen sostiene una esfera, mientras la izquierda se extiende hacia adelante con un gesto gracioso. El Niño Jesús está vestido de modo similar, por su puesto, con excepción del velo. Tiene la mano derecha levantada, dando la bendición, y la izquierda sostiene un objeto descrito como un cono de pino.

La estatua está ubicada en lo alto de la pared de una tabernáculo, que queda detrás del altar principal. Directamente detrás de éste y de la estatua, se encuentra un cuarto grande, llamado el Camarín de la Virgen. Este camarín puede acomodar a un grupo grande de personas, y desde ahí se puede rezar junto al trono de la Santísima Madre. A este cuarto se llega subiendo una monumental escalera de mármol, decorada con entalladuras y mosaicos.

Visitada por los santos
Entre los santos que visitaron el lugar venerado se encuentran San Pedro Nolasco, San Raymundo de Peñafort, San Vicente Ferrer, San Francisco de Borja, San Luis Gonzaga, San José de Calasanz, San Antonio María Claret y San Ignacio de Loyola, que siendo aún caballero, se confesó con uno de los monjes, y pasó una noche orando ante la imagen de la Virgen.

A unas cuantas millas queda Manresa, un santuario de peregrinación para la Compañía de Jesús, la orden Jesuita fundada por San Ignacio, pues encierra la cueva en donde el Santo se retiró del mundo, y escribió sus Ejercicios Espirituales.

Artistas
Los grandes poetas Goethe y Federico Schiller escribieron acerca de la montaña; y Beethoven murió en Viena, en una casa que había sido un antiguo estado feudal de Montserrat. Además de esto, el lugar se hizo famoso gracias a Richard Wagner, quien utilizó el sitio para dos de sus óperas, Parsifal y Lohengrin.

Oración a Ntra. Sra. de Montserrat

Oh Madre Santa, Corazón de amor, Corazón de misericordia,
que siempre nos escuchas y consuelas, atiende a nuestras
súplicas. Como hijos tuyos, imploramos tu intercesión ante
tu Hijo Jesús.

Recibe con comprensión y compasión las peticiones que hoy
te presentamos, especialmente [se hace la petición].
¡Qué consuelo saber que tu Corazón está siempre abierto,
para quienes recurren a ti!.

Confiamos a tu tierno cuidado e intercesión a nuestros
seres queridos, y a todos los que se sienten
enfermos, solos o heridos.

Ayúdanos, Santa Madre, a llevar nuestras cargas en esta vida
hasta que lleguemos a participar de la gloria eterna, y la paz con Dios. Amén.

Nuestra Señora de Montserrat, ruega por nosotros. 

viernes, 28 de abril de 2017

Cuarta Feria, 26 de abril

San Isidoro de Sevilla



(560- +4 de abril del 636). Arzobispo, Doctor de la Iglesia

Teólogo, historiador. Llamado “Gloria de la Iglesia Católica”. Reconocido como el hombre mas sabio de su época.
El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón

Quienes tratan de lograr el descanso en la contemplación tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios”

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"Isidoro" significa: "Regalo de la divinidad" (Isis: divinidad. Doro: regalo)
Nació en Cartagena, España hacia el año 560. Su padre llamado Severiano, nacido en Cartagena, probablemente era de una familia romana, pero estaba emparentado con los reyes visigodos.

Isidoro era el menor de cuatro hermanos. Sus dos hermanos, Leandro y Fulgencio también llegaron a ser santos. Su hermana Santa Florentina, fue abadesa de varios conventos. ¡La santidad se comparte y se fortalece, cuando los lazos familiares son santos!.

Su hermano Leandro que era mucho mayor que él, se encargó de su educación, porque quedaron huérfanos siendo Isidoro un niño. Parece ser que Leandro era muy severo, porque cuenta una leyenda, que siendo Isidoro muy niño huyó de su casa, para escapar de la severidad de su hermano. Luego volvió por voluntad propia, lleno de buenos propósitos. Leandro lo encerró para impedir que se escape de nuevo. Probablemente lo envió a un monasterio para seguir estudiando.

Un día se acercó a un pozo para sacar agua, y notó que las cuerdas habían hecho una hendidura en la dura piedra. Entonces comprendió que también la conciencia y la voluntad del hombre pueden vencer las duras dificultades de la vida. Entonces regresó con amor a sus libros.

Isidoro llegó a ser uno de los hombres mas sabios de su época, aunque al mismo tiempo era un hombre de profunda humildad y caridad. Fue un escritor muy leído.

Se lo llamó el Maestro de la Edad Media, o de la Europa Medieval, y primer organizador de la cultura cristiana. La principal contribución de San Isidoro a la cultura, fueron sus Etimologías u Orígenes, una "summa" muy útil de la ciencia antigua, condensando más con celo que con espíritu crítico, los principales resultados de la ciencia de la época, siendo uno de los textos clásicos hasta mediados del siglo XVI.

Fue un escritor muy fecundo: entre sus primeras obras está un diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un resumen de la historia desde la creación, biografías de hombres ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un código de reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos, y la historia de los visigodos, que es lo más valioso en nuestros días, ya que es la única fuente de información sobre los godos. También escribió historia de los vándalos y de los suevos.

San Isidoro fue como un puente entre la Edad Antigua que terminaba, y la Edad Media que comenzaba. Su influencia fue muy grande en Europa, especialmente en España. Entre sus discípulos está San Ildefonso de Toledo.

Probablemente ayudó a su hermano Leandro, obispo de Sevilla, a gobernar la diócesis. Le sucedió en el cargo cuando murió. Su episcopado duró treinta y siete años, bajo seis reyes, completó la obra comenzada por San Leandro, que fue de convertir a los visigodos del arrianismo al catolicismo.

Cuenta una graciosa leyenda que cuando tenía un mes de vida, un enjambre de abejas invadió su cuna, y dejó en los labios del pequeño Isidoro un poco de miel, como auspicio de la dulce y sustanciosa enseñanza que un día saldría de esos labios.

También decía San Ildefonso que "la facilidad de palabra era tan admirable en San Isidoro, que las multitudes acudían de todas partes a escucharle y todos quedaban maravillados de su sabiduría y del gran bien que se obtenía al oír sus enseñanzas".

Su principal preocupación como obispo, fue la de lograr una madurez cultural y moral del clero español. Fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicándose personalmente a la instrucción de los candidatos al sacerdocio.

Como su hermano, fue el obispo mas popular y autorizado de su tiempo.

Continuó la costumbre de su hermano de arreglar las cuestiones de disciplina eclesiástica en los sínodos, cuya organización se debió en gran parte a San Leandro y San Isidoro.

San Isidoro presidió el segundo Concilio de Sevilla en 619, y el cuarto Concilio de Toledo, en el año 633. Muchos de los decretos del Concilio fueron obra de San Isidoro, especialmente el decreto que se estableciese un seminario en todas las diócesis. Su sistema educativo era abierto y progresista, propuso un sistema que abarca todas las ramas del saber humano.

Según parece, San Isidoro previó que la unidad religiosa, y un sistema educativo amplio, podían unificar los elementos heterogéneos que amenazaba desintegrar España, y gracias a eso gran parte del país se convirtió en un centro de cultura, mientras que el resto de Europa se hundía en la barbarie.

Otro de los grandes servicios que San Isidoro prestó a la Iglesia española, fue el de completar el misal y el breviario mozárabes, que San Leandro había empezado a adaptar de la antigua liturgia española.

San Isidoro se formó con lecturas de San Agustín y San Gregorio Magno.

Su amor por los pobres era inmenso. En los últimos seis meses, aumentó tanto sus limosnas que los pobres llegaban de todas partes a pedir y recibir ayuda.

Cuando sintió que iba a morir, pidió perdón públicamente por todas sus faltas, perdonó a sus enemigos, y suplicó al pueblo que rogara a Dios por él. Distribuyendo entre los pobres el resto de sus posesiones, volvió a su casa, y murió apaciblemente el 4 de abril del año 636 a la edad de 80 años.

El año 1063 fue trasladado su cuerpo a León, donde hoy recibe culto en la iglesia de su nombre.

La Santa Sede lo declaró Doctor de la Iglesia, en 1722.
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Oficio de lectura, 26 de abril, San Isidoro, Obispo y doctor de la Iglesia

El obispo debe tener su puerta abierta a todo el que llegue
Del tratado de San Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos.
Cap. 5, 1. 2

Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las sagradas Escrituras, porque si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha; pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás, y refutar a los contestatarios, quienes si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.

El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la Santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles.

Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad; que ni por apocamiento queden por corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.

Debe dar tales pruebas de hospitalidad, que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Como todo fiel cristiano, debe procurar que Cristo le diga: Fui forastero y me hospedasteis; ¡cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos!. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón.
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Benedicto XVI presenta a San Isidoro de Sevilla
Intervención en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 18 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a san Isidoro de Sevilla.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de San Isidoro de Sevilla: era hermano menor de Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno. Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural y espiritual indispensable, para comprender la personalidad de Isidoro.

En efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor, un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje, y por los ritmos de trabajo exigidos por una seria entrega al estudio.

Además, Leandro se había preocupado por disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica, y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio Romano. Era necesario conquistarlos a la romanidad y al catolicismo.

La casa de Leandro y de Isidoro contaba con una biblioteca sumamente rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro, que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discernimiento.

En la sede episcopal de Sevilla se vivía, por lo tanto, en un clima sereno y abierto. Lo podemos deducir a partir de los intereses culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana, y un conocimiento profundo de la cultura cristiana.

De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno. La lucha interior que tuvo que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del hermano Leandro, en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599, no fue ni mucho menos fácil.

Quizá se debe a esta lucha constante consigo mismo, la impresión de un exceso de voluntarismo que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado como el último de los padres cristianos de la antigüedad. Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica".

Isidoro fue sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido San Gregorio Magno y San Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos, de cuya salvación se sentía encargado como obispo.

Por ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).

Y añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti viri), no desean ni mucho menos dedicarse a las cosas seculares, y gimen cuando por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan aquello que no quisieran, y hacen lo que habrían querido evitar. Entran así en el secreto del corazón, y allí adentro, tratan de comprender qué es lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón, bajo el yugo de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).

Para comprender mejor a Isidoro, es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes mencionaba: durante los años de la niñez, había tenido que experimentar la amargura del exilio. A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de un pueblo, que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel político como religioso, con la conversión providencial del heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe católica.

Sin embargo, no hay que minusvalorar la enorme dificultad que supone, afrontar de manera adecuada, los problemas sumamente graves, como los de las relaciones con los herejes y con los judíos. Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones, donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI.

La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro, le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana, con la herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.

En todo caso, hay que admirar su preocupación, por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas, judías o cristianas.

Por tanto, no debe sorprender el que al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana.

Sin embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que presenta, siempre están en sintonía con la fe católica, defendida por él con firmeza. Percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos, y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a creyentes a través de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este sentido, es la enseñanza de Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: "Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación, tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col 91A).

El realismo de auténtico pastor, le convence del riesgo que corren los fieles de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este motivo, añade: "El camino intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas cuestiones, que con frecuencia se agudizan con la opción por un sólo tipo de vida; sin embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas" (o.c., 134: ivi, col 91B).

Isidoro busca la confirmación definitiva de una orientación adecuada de vida en el ejemplo de Cristo, y dice: "El Salvador Jesús nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando durante el día se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña, y pasaba la noche dedicado a la oración" (o.c. 134: ivi).

A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta precisa enseñanza moral: "Por este motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar, si no se hace la experiencia tanto de una como de otra" (o.c., 135: ivi, col 91C).

Considero que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración, y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que nos deja el gran obispo de Sevilla a los cristianos de hoy, llamados a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
San Isidoro, amigo del Papa Gregorio Magno, fue el hermano menor de San Leandro, al que sucedió en la Sede episcopal de Sevilla el año quinientos noventa y nueve.

Es considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad. Poco después de su muerte, acaecida en el año seiscientos treinta y seis, el Concilio de Toledo lo definió como "gloria de la Iglesia católica". Isidoro, que en su infancia conoció el exilio, se educó en un ambiente de disciplina y estudio. Su casa contaba con una nutrida biblioteca, repleta de obras clásicas, paganas y cristianas.

En su vida personal experimentó un permanente conflicto interior, entre el deseo de dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias procedentes de la caridad por los hermanos, de cuya salvación, como Obispo, se sentía encargado.

La vastedad de su cultura le permitió confrontar continuamente la novedad cristiana, con la herencia clásica greco-romana. Más que dado a la síntesis, Isidoro poseyó el don de la collatio, es decir, de la recopilación, siendo admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular, a las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, y a los fieles procedentes de España, Portugal, México y de otros países latinoamericanos. Que el ejemplo de San Isidoro de Sevilla, os ayude a dar testimonio de Cristo al comienzo de este milenio. Muchas gracias.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
ZS08061810 - 18-06-2008
Permalink: http://www.zenit.org/article-27663?l=spanish

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de San Isidoro de Sevilla, podamos lograr el equilibrio entre una vida activa y contemplativa, necesarias ambas para nuestro equilibrio emocional, y discernimiento espiritual. A Tí Señor, que supiste siempre encontrar momentos de oración en medio de una muy dura vida de evangelización, no teniendo siquiera un lugar propio para reposar tu cabeza. Amén



jueves, 27 de abril de 2017

Cuarta Feria, 26 de Abril
SANTOS 3ª Papa CLETO (90DC) (=ANACLETO)

Y 29ª Papa MARCELINO (304DC) (=MARCELO)
Mártires
Breve
Son los Papas que vivieron durante la vigencia del Imperio Romano de Occidente. Velaron por mantener unido al rebaño del Señor en épocas oscuras, de gran tribulación.
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FRANCISCO MARTÍN HERNÁNDEZ
El Martirologio y el Breviario romano han unido en un mismo día la conmemoración de estos dos papas y mártires, considerándoles como pontífices distintos de otros dos, Anacleto y Marcelo, que llevan un nombre casi parecido, y cuya semejanza ha servido de tema de discusión a los entendidos en la historia de la Iglesia.
De los antiguos catálogos de los papas, los más antiguos, como el de San Ireneo (siglo III), Eusebio (siglo IV), San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, hacen de Cleto y Anacleto un solo personaje, que, siguiendo a San Lino en el Pontificado, viene a ser con ello el tercero de los papas.
Más tarde, en el Catálogo Liberiano (siglo IV), y en el Líber Pontificalis (siglo VI), se hace ya distinción entre estos dos nombres, dándose a Cleto el tercer lugar, y el quinto a Anacleto en la sucesión del Príncipe de los Apóstoles. Esta separación se debió, tal vez en época posterior a escrúpulos de exactitud, suposición confirmada por los recientes estudios llevados a cabo por el alemán Caspar, sobre la vida de los primeros papas.
De aquí que siguiendo la opinión más extendida entre los críticos modernos, también nosotros tomaremos el nombre de Cleto por el de Anacleto, identificando con ello, y en ambos nombres, al tercer papa que sucedió a San Lino en la silla de San Pedro.
Algo parecido ocurre a su vez con el papa San Marcelino, ya que según unos documentos, a San Cayo le siguen dos pontífices distintos llamados Marcelino y Marcelo, mientras, según otros, tal vez la mayoría, solamente le siguió uno, que es el papa que estudiamos, San Marcelino.
No se trata, por tanto, de probar la existencia o no existencia de este Santo, que es admitida por todos, sino de ver si de nuevo nos hallamos ante un solo papa o bien ante dos.
Como es sabido, entre los romanos los nombres de Marcelo, Marcelino o Marceliano, vienen a ser uno mismo, tomado con diversas variantes. De una inscripción del siglo IV, deducimos con toda claridad que a fines de este siglo, y principios del siguiente, hubo un papa que llevaba por nombre Marcelino, aunque para designarle se usaran a veces los otros de Marcelo y Marceliano.
Solamente los catálogos posteriores (el Liberiano y el Liber Pontificalis), empiezan a confundirles, y a señalar dos papas independientes. Hoy sin embargo, como en el caso de Cleto y Anacleto, todos se inclinan a admitir la existencia de un solo Marcelino, que en el año 296 sucede a San Cayo en la cátedra de San Pedro.
San Cleto o Anacleto nace, según los documentos aludidos, en Atenas, y ya de muy joven es convertido a la fe cristiana por el mismo San Pedro, quien pronto le ordena de diácono, y poco más tarde de presbítero. Tal vez seguirá al apóstol en sus correrías evangélicas, hasta que llega a Roma, donde forma parte desde el primer momento, de aquel grupo de selectos colaboradores que tenía San Pedro en la ciudad de los Césares. No es de extrañar que a ellos —a Lino, su sucesor; a Anacleto y a Clemente— les confiara de vez en cuando el gobierno de la Iglesia romana, mientras él iba recorriendo las distintas cristiandades.
Por el año 76, y habiendo muerto el sucesor de San Pedro, San Lino, es escogido Anacleto por la comunidad de fieles para sucederle en la cátedra, empezando con ello su pontificado, que había de extenderse hasta el año 88, según unos, o hasta el 90, según otros.
Duros tiempos le toca vivir, cuando a los trabajos de consolidación de las primeras cristiandades, se iban uniendo las fatigas de la persecución, que no hacía mucho se había desencadenado. Anacleto, como buen pastor, vigila y ora con los perseguidos, a quienes reúne en las catacumbas para celebrar los divinos oficios.
Él mismo, como posteriormente haría San Dámaso, decora las tumbas de los Apóstoles, y especialmente la de San Pedro, que había sido enterrado en la colina del Vaticano. En ella hace construir una especie de túmulo, o "memoria”, que sirviera para señalar a las generaciones futuras el lugar exacto de la tumba del primer papa.
Nuestro Santo aparece por otra parte, como un Pontífice de la Iglesia romana y universal, con ciertos decretos llenos de interés, usando en sus cartas el saludo, que habían de adoptar sus sucesores, de "Salud y bendición apostólica", y como casi todos los primeros pastores de la Iglesia, iba a manifestar con su vida la doctrina de Cristo que predicaba.
Por este tiempo había asumido en el Imperio el emperador Domiciano (81-86), que al fin de su vida, y echando abajo la templanza característica de su familia, los Flavios, iba a distinguirse como uno de los perseguidores más cruentos de los cristianos.
Que en su reinado padeciera el martirio San Anacleto es indudable, aunque no nos queden noticias precisas del modo y la fecha en que lo sufrió. La Iglesia, sin embargo, le ha concedido siempre el título de mártir, habida cuenta de los trabajos que tuvo que padecer. Fue enterrado en la misma colina del Vaticano, junto al sepulcro de San Pedro, a quien tan de cerca había seguido en su vida.
La Iglesia romana celebra también la fiesta de San Marcelino el 26 de abril, y aunque siempre se ha creído que su muerte tuvo lugar el 24 de octubre del año 304, parece probable que padeciera martirio en esta fecha del 26 de abril del mismo año, cuatro días después de la publicación del cuarto edicto de persecución decretado por Diocleciano.
Este emperador, llevado por un falso concepto de la grandeza del Imperio, que exigía acabar con toda la raza de cristianos, empieza su persecución general en el año 303 en Oriente, y pronto la extiende a todas las provincias del Imperio, y a la misma Roma. Regía entonces los destinos de la Iglesia San Marcelino, que había sucedido a San Cayo el 30 de junio del año 296.
Su gobierno iba a durar ocho años, y se iba a caracterizar por una serie de luchas, tanto interiores como exteriores. De una parte agobiaban a los cristianos los diversos decretos de persecución, el último de los cuales obligaba a todos los súbditos del emperador a que sacrificasen, y ofreciesen públicos sacrificios a los dioses.
En Roma se desencadena una terrible persecución, que abarca tanto a las jerarquías como al simple pueblo, ya fueran mujeres o niños. Algunos ceden, y éste era el peligro interior de la Iglesia, ante tanto miedo y fatiga, y fueron numerosos los que llegaron a ofrecer, siquiera fuera como símbolo meramente externo, el incienso ante el altar de los dioses paganos.
Todo ello dio origen a que se formara en la Iglesia un grupo de los llamados "lapsos", que aparentemente aparecían como apóstatas, si bien estuvieran siempre dispuestos a entrar de nuevo en el seno de la Iglesia. Ante el problema de recibirlos de nuevo o no, surgen dos ponencias marcadamente definidas. De una parte están los intransigentes, los eternos fariseos, que negaban el perdón, con el pretexto de no contaminarse con los caídos.
De otra parte, y ésta fue la posición de San Marcelino, a ejemplo del Buen Pastor del Evangelio, están los que trataban de dulcificar la posición de los que habían claudicado, recibiéndoles de nuevo a la gracia de la penitencia.
Por esta conducta es acusado el Papa de favorecer la herejía, y aún más, se inventa la leyenda de que él mismo había llegado a ofrecer incienso a los dioses, para escapar libre de la persecución.
En seguida la secta de los donatistas, que en este tiempo empieza a luchar encarnizadamente contra la fe católica, y contra los pontífices de Roma, propala la calumnia de que también San Marcelino había prevaricado, aunque después, arrepintiéndose, se hubiera declarado cristiano ante el tribunal, padeciendo martirio por esta causa.
La leyenda, como tantas otras, fue admitida más tarde hasta por el mismo Liber Pontificalis, y ampliada la inverosimilitud, con la circunstancia de que San Marcelino se había presentado nada menos que delante de 300 obispos en el sínodo de Sinuessa, para escuchar de sus labios su propia sentencia.
El lapsus de San Marcelino ha sido siempre desmentido, ya sea por el silencio de los escritores contemporáneos y sucesivos, ya por el fundamento de falsedad en que se apoyan los que lo afirman, y más que todo por la fama de santidad que había gozado siempre este papa, entre los cristianos de los primeros siglos,
Los peregrinos visitaban y veneraban su tumba, y el mismo San Agustín escribía en su tiempo que los donatistas acusaron a Marcelino, y a sus presbíteros Melquíades, Marcelo y Silvestre, como mera propaganda en su odio a Roma.
Respecto de las actas del sínodo de Sinuessa, está suficientemente probado que fueron falsificadas en los principios del siglo VI, en tiempos del papa Símaco, cuando el rey visigodo Teodorico, con el fin de que otro sínodo pudiera juzgar legítimamente a este papa, y como no hubiera precedentes anteriores, hace amañar unas actas falsificadas, trayendo a colación lo que los donatistas habían propalado del lapso" del papa San Marcelino. En cuanto al Liber Pontificalis (c. a. 530), es sabido que en este caso, toma sus noticias precisamente de las actas falsificadas del sínodo de Sinuessa.
Los hechos, sin embargo, fueron de otra manera. Ante el edicto general, San Marcelino, que había regido sabiamente la Iglesia, agrandando las catacumbas para dar mejor cabida a los cristianos —aún existe en la de San Calixto una capilla llamada de San Marcelino—, esforzando a todos con su ejemplo y su virtud, no dudó, cuando le llegó el momento, en dar también su sangre por Cristo.
Llevado ante el tribunal, juntamente con los cristianos Claudio, Cirino y Antonino, confiesa abiertamente su fe, y es condenado en seguida a la pena capital. Decapitado, su cuerpo permanece veinticinco días sin sepultura, hasta que por fin, le encuentra el presbítero Marcelo y reunida la comunidad, es sepultado con toda piedad en el cementerio de Priscila, junto a la vía Salaria, donde todavía se conserva.
Como supremo mentís a la difamación que habían extendido sobre su vida los herejes, fueron diseñados sobre su tumba los tres jóvenes hebreos, que como el santo mártir, se negaron también a rendir adoración a los ídolos delante de la estatua del rey asirio, Nabucodonosor.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concede por los méritos e intercesión de los Papas San Anacleto y Marcelino, la fortaleza, prudencia y sabiduría para guiar a tu rebaño hacia los Papas Romanos, y los Patriarcas Ortodoxos, hasta la llegada de tu Reino Celestial. A Tí Señor que nos aseguraste que todos los cabellos en nuestra cabeza han sido contados desde el Cielo. Amén.
Tercera Feria, 25 de abril

SAN MARCOS EVANGELISTA


Su símbolo es el león alado

(68DC)

Breve
San Marcos es judío de Jerusalén, acompañó a San Pablo y a Bernabé, su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de éstos (Hechos 12, 25); también acompañó a Pablo a Roma. Se separó de ellos en Perga, y regresó a su casa.  (Hechos de los Apóstoles 13, 13).

Fue discípulo de San Pedro, e intérprete del mismo en su Evangelio, el segundo Evangelio canónico, (el primero en escribirse). San Marcos escribió en griego con palabras sencillas y fuertes. Por su terminología, se entiende que su audiencia era cristiana. Su Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.

Juntos con Pedro fueron a Roma. San Pedro por su parte se refería a San Marcos como "mi hijo"  (1 Carta de Pedro 5, 13).

A veces el Nuevo Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12, 12).

Evangelizó y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.

Murió mártir aproximadamente el 25 de abril del 68 AD en Alejandría, y sus reliquias están en la famosa catedral de Venecia. 

Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia, y las picaduras de insectos. 
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SALVADOR MUÑOZ IGLESIAS

Resulta interesante y consolador reconstruir, a través de los datos consignados por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.

La de Jerusalén, que fue la primera, —fundada el mismo día de Pentecostés con los "casi tres mil" convertidos por el primer sermón de San Pedro—, tenía varios centros de reunión, de los cuales tal vez el principal era "la casa de María".

Vivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— en una casa espaciosa y bien amueblada, que según todas las probabilidades y los testimonios de la antigüedad, fue donde celebró Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración, cuando moraba en Jerusalén.

Era la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.

Juan Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba, y mantenía relaciones con sus padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana, y huyó desnudo.

Después de Pentecostés, siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los Apóstoles, y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos, para que los Apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.

Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa.

El niño Juan Marcos era ya un hombre, cuando en el año 44 decidió marcharse con su primo José Bar Nabu'ah a la ciudad del Orontes. Era José hijo de una familia levítica establecida en Chipre, y primo carnal de Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén a los quince años para que estudiara las Escrituras, a los pies de Gamaliel, como Saulo, y acaso al mismo tiempo que éste.

Era natural que se hospedara en la casa de su tía. Allí le sorprendieron los acontecimientos que dieron lugar a la fundación de la Iglesia cristiana.

José creyó desde el principio, y quién sabe si hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías. Los Apóstoles aprovecharon muy pronto para la catequesis entre los judíos su gran conocimiento de la Ley, y visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.

En los comienzos de la fe en Antioquía, fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, llamado Saulo.

Ahora, por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una gran hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de María.

Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía, se fue con ellos Juan Marcos.

Un día, el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.

Acaso por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo, bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilia.

A la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan Marcos se acobardó. Acaso en el camino que separaba Attalía de Perge, sufrieron ataques por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos, que infestaban los montes de Pisidia, lo que San Pablo llamarla más tarde, en su carta segunda a los corintios, "peligros de los ladrones", "peligros de los caminos", o "peligros de la soledad". Sobre todo, pesaba mucho en el corazón aún tierno de Marcos, el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.

Cuando en el año 49, Pablo v Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión de los judaizantes, volvieron sin duda a la casa de María. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos acompañado, y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras apostólicas. Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.

A los pocos días —escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles— le dijo Pablo a Bernabé:

"Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos predicado la palabra del Señor, y a ver qué tal les va”.

Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los había dejado desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra.

Se produjo cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor" (Hechos de los Apóstoles 15, 36- 40).

Aquí terminan los datos que sobre la vida del evangelista nos refieren los Hechos de los Apóstoles.

No sabemos cuánto duró este segundo viaje que San Marcos hizo en compañía de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la tradición posterior nada nos dice de él, y en cambio, todos los testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de San Pedro.

A raíz del concilio de Jerusalén, bajó San Pedro a Antioquía, y al parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con San Pedro, que —no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60— llegó a la capital del Imperio.

En Roma se hallaba San Marcos, cuando en la primavera del año 61 llegó San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.

Para estas fechas había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis cristiana en casa del senador Pudente —padre de Santa Pudenciana y Santa Práxedes— ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos que, como llevaba muchos años en compañía de San Pedro, y conocía muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas, y así poder repasarlas y releerlas en casa.

No quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con el Apóstol; mas éste —según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha conservado estos datos— ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde, cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su lectura en las iglesias, según refiere Eusebio.

Este sencillo episodio, nos demuestra la mentalidad de los Apóstoles sobre la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman que solamente la Sagrada Escritura es la única fuente que contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada, y que los Evangelios no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten, se deduce fácilmente la gravedad de su error.

Es el propio San Juan quien nos asegura: "Muchas otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros".

En la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro, unas cosas este Apóstol, y otras aquél, es seguro que entre todos no dejaron de transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o fragmentadamente, en los Evangelios.

El episodio de San Pedro y San Marcos demuestra que la preocupación fundamental de los Apóstoles, y el medio en que todos pensaron principalmente para la transmisión de sus enseñanzas, fue la predicación oral. A través de ella, y por la Tradición, se han conservado en la Iglesia muchas cosas que no hallamos consignadas en las Santas Escrituras. Y consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir contra los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.

Un resumen de la predicación catequística de San Pedro es el Evangelio de San Marcos. Quizá por eso —y no porque sirviera al apóstol de intermediario para entenderse con los romanos— le llamaron a Marcos los santos San Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, "el intérprete de Pedro".

De la estancia de San Marcos en Roma, y de sus ulteriores viajes, sabemos muy poco. En Roma seguía viviendo hasta el año 62, San Pablo enviaba recuerdos de él a los colosenses (Capítulo 4, versículo 10) y a Filemón (24), anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas.

Y en Efeso se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos.

Se le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.

Tras largo tiempo de predicación muy fructuosa, le sobrevino la persecución y el martirio.

Aquel año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa, si en el día de su fiesta, se deshacían de él.

Lo arrestaron por la noche. Como a Jesús, mientras celebraba los divinos oficios, y atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras entre danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro:

 —¡Llevemos este búfalo al abrevadero!

Allí pasó la noche, y fue reconfortado con una visión de Jesús, que le animaba al martirio.

Cuando a la mañana siguiente le llevaban, sienpre con la soga al cuello, al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del Maestro en la Cruz:

 —En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste entre tus hijos al león San Marcos, concédenos que por sus méritos e intercesión, la fortaleza de su corazón y la obediencia al Sumo Pontífice Romano, a quien él acompañó hasta su martirio. A Tí Señor que oraste por todos nosotros en el huerto de Getsemaní en la noche del prendimiento. Amén.