sábado, 31 de marzo de 2018


Sábado 31 de Marzo

CELEBRACIÓN DE LA VIGILIA PASCUAL


HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Basílica de San Pedro
Sábado Santo 11 de abril de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

San Marcos nos relata en su Evangelio que los discípulos, bajando del monte de la Transfiguración, discutían entre ellos sobre lo quería decir «resucitar de entre los muertos» (cf. Mc 9,10).

Antes, el Señor les había anunciado su pasión, y su resurrección, a los tres días. Pedro había protestado ante el anuncio de la muerte. Pero ahora se preguntaban, qué podía entenderse con el término «resurrección». ¿Acaso no nos sucede lo mismo a nosotros?.

La Navidad, el nacimiento del Niño divino, nos resulta enseguida, hasta cierto punto, comprensible. Podemos amar al Niño, podemos imaginar la noche de Belén, la alegría de María, de San José y de los pastores, el júbilo de los ángeles. Pero resurrección, ¿qué es?. No entra en el ámbito de nuestra experiencia, y así el mensaje, muchas veces nos parece en cierto modo incomprensible, como una cosa del pasado.

La Iglesia trata de hacérnoslo comprender, traduciendo este acontecimiento misterioso al lenguaje de los símbolos, en los que podemos contemplar, de alguna manera, este acontecimiento sobrecogedor. En la Vigilia Pascual, nos indica el sentido de este día, especialmente mediante tres símbolos: la luz, el agua, y el canto nuevo, el Aleluya.

Primero la luz. La creación de Dios —lo acabamos de escuchar en el relato bíblico— comienza con la expresión: «Que exista la luz» (Gn 1,3). Donde hay luz, nace la vida; el caos puede transformarse en cosmos. En el mensaje bíblico, la luz es la imagen más inmediata de Dios: Él es todo Luminosidad, Vida, Verdad, Luz.

En la Vigilia Pascual, la Iglesia lee la narración de la creación, como profecía. En la resurrección se realiza del modo más sublime, lo que este texto describe, como el principio de todas las cosas. Dios dice de nuevo: «Que exista la luz». La resurrección de Jesús es un estallido de luz. Se supera la muerte, el sepulcro se abre de par en par. El Resucitado mismo es Luz, la luz del mundo. Con la resurrección, el día de Dios, entra en la noche de la historia.

A partir de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo, y en la historia. Se hace de día. Sólo esta Luz, Jesucristo, es la luz verdadera, más que el fenómeno físico de luz. Él es la pura Luz: Dios mismo, que hace surgir una nueva creación en aquella antigua, y transforma el caos en cosmos.

Tratemos de entender esto aún mejor. ¿Por qué Cristo es Luz?. En el Antiguo Testamento, se consideraba a la Torah, como la luz que procede de Dios para el mundo y la humanidad.

Separa en la creación, la luz de las tinieblas, es decir, el bien del mal. Indica al hombre la vía justa, para vivir verdaderamente. Le indica el bien, le muestra la verdad, y lo lleva hacia el Amor, que es su contenido más profundo. Ella es «lámpara para mis pasos» y «luz en el sendero» (cf. Sal 119,105).

Además, los cristianos sabían, que en Cristo está presente la Torah, que la Palabra de Dios está presente en Él como Persona. La Palabra de Dios es la verdadera Luz que el hombre necesita. Esta Palabra está presente en Él, en el Hijo. El Salmo 19 compara la Torah con el sol, que al surgir, manifiesta visiblemente la gloria de Dios en todo el mundo.

Los cristianos entienden: sí, en la resurrección, el Hijo de Dios ha surgido como Luz del mundo. Cristo es la gran Luz, de la que proviene toda vida. Él nos hace reconocer la gloria de Dios, de un confín al otro de la tierra. Él nos indica la senda. Él es el día de Dios, que ahora, avanzando, se difunde por toda la tierra. Ahora viviendo con Él y por Él, podemos vivir en la luz.

En la Vigilia Pascual, la Iglesia representa el misterio de luz de Cristo, con el signo del cirio pascual, cuya llama es a la vez luz y calor. El simbolismo de la luz, se relaciona con el del fuego: luminosidad y calor, luminosidad y energía transformadora del fuego: Verdad y Amor van Unidos. El cirio pascual arde, y al arder, se consume: cruz y resurrección son inseparables. De la cruz, de la autoentrega del Hijo, nace la luz, viene la verdadera luminosidad al mundo.

Todos nosotros encendemos nuestras velas del cirio pascual, sobre todo las de los recién bautizados, a los que en este Sacramento, se les pone la luz de Cristo, en lo más profundo de su corazón.

La Iglesia antigua ha calificado el Bautismo como fotismos, como Sacramento de la Iluminación, como una comunicación de luz, y lo ha relacionado inseparablemente con la resurrección de Cristo.

En el Bautismo, Dios dice al bautizado: «Recibe la luz». El bautizado es introducido en la luz de Cristo. Ahora, Cristo separa la luz de las tinieblas. En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad, y lo que es la oscuridad. Con Él surge en nosotros, la luz de la verdad, y empezamos a entender.

Una vez, cuando Cristo vio a la gente que había venido para escucharlo, y esperaba de Él una orientación, sintió lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor (cf. Mc 6,34). Entre las corrientes contrastantes de su tiempo, no sabían adónde ir.

Cuánta compasión debe sentir Cristo, también en nuestro tiempo, por tantas grandilocuencias, tras las cuales se esconde en realidad una gran desorientación. ¿Dónde hemos de ir?. ¿Cuáles son los valores sobre los cuales regularnos?. ¿Los valores en que podemos educar a los jóvenes, sin darles normas que tal vez no aguantan, o exigirles algo, que quizás no se les debe imponer?.

Él es la Luz. El cirio bautismal, es el símbolo de la iluminación que recibimos en el Bautismo. Así, en esta hora, también San Pablo, nos habla muy directamente. En la Carta a los Filipenses, dice que en medio de una generación tortuosa y convulsa, los cristianos han de brillar como lumbreras del mundo (cf. 2,15).

Pidamos al Señor que la llamita de la vela, que Él ha encendido en nosotros, la delicada luz de su Palabra y su Amor, no se apague entre las confusiones de estos tiempos, sino que sea cada vez, más grande y luminosa, con el fin de que seamos con Él personas amanecidas, astros para nuestro tiempo.

El segundo símbolo de la Vigilia Pascual — la noche del Bautismo — es el Agua. Aparece en la Sagrada Escritura, y por tanto, también en la estructura interna del Sacramento del Bautismo, en dos sentidos opuestos. Por un lado está el mar, que se manifiesta como el poder antagonista de la vida sobre la tierra, como su amenaza constante, pero al que Dios ha puesto un límite.

Por eso, el Apocalipsis dice que en el mundo nuevo de Dios, ya no habrá mar (cf. 21,1). Es el elemento de la muerte. Y por eso, se convierte en la representación simbólica de la muerte en cruz de Jesús: Cristo ha descendido en el mar, en las aguas de la muerte, como Israel en el Mar Rojo. Resucitado de la muerte, Él nos da la vida. Esto significa que el Bautismo, no es sólo un lavado, sino un nuevo nacimiento: con Cristo es como si descendiéramos en el mar de la muerte, para resurgir como criaturas nuevas.

El otro modo en que aparece el agua, es como un manantial fresco, que da la vida, o también como el gran río, del que proviene la vida. Según el primitivo ordenamiento de la Iglesia, se debía administrar el Bautismo, con agua fresca de manantial.

Sin agua no hay vida. Impresiona la importancia que tienen los pozos en la Sagrada Escritura. Son lugares de donde brota la vida. Junto al pozo de Jacob, Cristo anuncia a la Samaritana el pozo nuevo, el agua de la vida verdadera. Él se manifiesta como el nuevo Jacob, el definitivo, que abre a la humanidad, el pozo que ella espera: esa agua que da la vida, y que nunca se agota (cf. Jn 4,5.15).

San Juan nos dice, que un soldado golpeó con una lanza el costado de Jesús, y que del costado abierto, del corazón traspasado, salió sangre y agua (cf. Jn 19,34). La Iglesia antigua, ha visto aquí un símbolo del Bautismo y la Eucaristía, que provienen del corazón traspasado de Jesús. En la muerte, Jesús se ha convertido Él mismo en el manantial. El profeta Ezequiel percibió, en una visión, el Templo nuevo, del que brota un manantial, que se transforma en un gran río que da la Vida (cf. 47,1-12): en una Tierra que siempre sufría la sequía, y la falta de agua, ésta era una gran visión de esperanza.

El cristianismo de los comienzos, entendió que esta visión se ha cumplido en Cristo. Él es el Templo auténtico y vivo de Dios. Y es la fuente de agua viva. De Él brota el gran río, que fructifica y renueva el mundo en el Bautismo, el gran río de agua viva, su Evangelio que fecunda la tierra. Pero Jesús ha profetizado en un discurso, durante la Fiesta de las Tiendas, algo más grande aún. Dice: «El que cree en mí ... de sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (Jn 7,38).

En el Bautismo, el Señor no sólo nos convierte en personas de luz, sino también en fuentes de las que brota agua viva. Todos nosotros conocemos personas de este tipo, que nos dejan en cierto modo sosegados y renovados; personas que son como el agua fresca de un manantial.

No hemos de pensar sólo en los grandes personajes, como San Agustín, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, Madre Teresa de Calcuta, y así sucesivamente; personas por las que han entrado en la historia, realmente ríos de agua viva. Gracias a Dios, las encontramos continuamente, también en nuestra vida cotidiana: personas que son una fuente.

Ciertamente, conocemos también lo opuesto: gente de la que propaga un vaho como el de un charco de agua putrefacta, o incluso envenenada. Pidamos al Señor, que nos ha dado la gracia del Bautismo, que seamos siempre fuentes de agua pura, fresca, saltarina del manantial de su Verdad, y de su Amor.

El tercer gran símbolo de la Vigilia Pascual es de naturaleza singular, y concierne al hombre mismo. Es el cantar el canto nuevo, el aleluya. Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla.

Pero, ¿qué sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección, y de este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor?. Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que cantar.

En la Biblia, la primera mención de este cantar, se encuentra después de la travesía del Mar Rojo. Israel se ha liberado de la esclavitud. Ha salido de las profundidades amenazadoras del mar. Es como si hubiera renacido. Está vivo y libre. La Biblia, describe la reacción del pueblo a este gran acontecimiento de salvación, con la expresión: «El pueblo creyó en el Señor y en Moisés, su siervo» (cf. Ex 14,31).

Sigue a continuación la segunda reacción, que se desprende de la primera, como una especie de necesidad interior: «Entonces Moisés y los hijos de Israel, cantaron un cántico al Señor». En la Vigilia Pascual, año tras año, los cristianos entonamos, después de la tercera lectura este canto, lo entonamos como nuestro cántico, porque también nosotros, por el poder de Dios, hemos sido rescatados del agua, y liberados para la Vida Verdadera.

La historia del canto de Moisés, tras la liberación de Israel de Egipto, y el paso del Mar Rojo, tiene un paralelismo sorprendente en el Apocalipsis de San Juan. Antes del comienzo de las últimas siete plagas, a las que fue sometida la tierra, al vidente se le aparece «una especie de mar de vidrio veteado de fuego; en la orilla estaban de pie, los que habían vencido a la bestia, a su imagen y al número que es cifra de su nombre: tenían en sus manos, las arpas que Dios les había dado. Cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero» (Ap 15,2s).

Con esta imagen, se describe la situación de los discípulos de Jesucristo en todos los tiempos, la situación de la Iglesia en la historia de este mundo. Humanamente hablando, es una situación contradictoria en sí misma.

Por un lado, se encuentra en el éxodo, en medio del Mar Rojo. En un mar que paradójicamente, es a la vez hielo y fuego. Y ¿no debe quizás la Iglesia, por decirlo así, caminar siempre sobre el mar, a través del fuego y del frío?. Considerándolo humanamente, debería hundirse.

Pero mientras aún camina por este Mar Rojo, canta, entona el canto de alabanza de los justos: el canto de Moisés y del Cordero, en el cual se armonizan la Antigua y la Nueva Alianza. Mientras que a fin de cuentas debería hundirse, la Iglesia entona el canto de acción de gracias de los salvados. Está sobre las aguas de muerte de la historia, y no obstante, ya ha resucitado. Cantando, se agarra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas.

Y sabe que con eso está sujeta, fuera del alcance de la fuerza de gravedad de la muerte y del mal —una fuerza de la cual, de otro modo, no podría escapar—, sostenida y atraída por la nueva fuerza de gravedad de Dios, de la verdad y del amor. Por el momento, la Iglesia y todos nosotros, nos encontramos entre los dos campos de gravitación.

Pero desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del Amor, es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida, es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente, la situación de la Iglesia de todos los tiempos; nuestra propia situación?. Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada.

San Pablo ha descrito así esta situación: «Somos... los moribundos que están bien vivos» (2 Co 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar, ya ahora, el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya!. Amén.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que seamos Manantial, Luz y Cántico en el mundo actual, tan confundido y aturdido, pero que siempre y en todo lugar, sepamos buscar y practicar ejemplos sencillos y concretos, de vida consagrada a tu Santo Nombre. A Tí Señor que viniste a consagrar a un pueblo sacerdotal, donde Tú eres el Sumo Sacerdote. Amén.


Sábado 31 de Marzo

Sábado Santo


Las Siete Palabras que pronunció Jesús desde la Cruz


Hoy meditemos las siete palabras que Jesús pronunció desde la Santa Cruz, y posteriormente recemos por cada una de ellas.

--------------------------------------------------------
Reflexión hecha por el arzobispado Castrense en España

PRIMERA PALABRA
PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (LUC.23,34)

Según la narración del Evangelista Lucas, ésta es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz.

Jesús en la Cruz, se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con Él, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz, y creeremos en Tí” (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora” (Mt.27,43).

La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Él. “Me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.

Se le negó incluso, el consuelo de morir con un poco de dignidad.

Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre, para los que lo han entregado a la muerte.

Para Judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado que lo crucifiquen, a Él, que es la dulzura y la paz. Para los que allí se están mofando.

Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros. Para todos los que, con nuestros pecados, somos el origen de su condena y crucifixión. “Padre, perdónales, porque no saben…”

Jesús sumergió en su oración, todas nuestras traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta… (1 Cor. 13).

--------------------------------------------------------
SEGUNDA PALABRA
TE LO ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO” (LUC.23, 43)

Sobre la colina del Calvario, había otras dos cruces. El Evangelio dice, que junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. (Luc. 23,32).

La sangre de los tres, formaban un mismo charco, pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.

Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: “¿No eres Tú el Cristo?. ¡Sálvate a Tí mismo, y sálvanos a nosotros!” (Luc. 23,39).

Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso, el título que habían escrito sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo.

Pero el otro malhechor, se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo.

Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto, de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón, para los que le ofendían.

Y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Se acordó de improviso, que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían pan, a la puerta de los señores.

¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…

Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Jesús no le promete nada terreno.

Le promete el Paraíso, para aquel mismo día. El mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en Él.

Pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo.

Lo más grande que puede poseer un hombre y una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo. Hemos sido creados para vivir en comunión con Él.

-----------------------------------------------------------------
TERCERA PALABRA
MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. HIJO AHÍ TIENES A TU MADRE” (JN.19, 26)

Junto a la Cruz estaba también María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz, fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo, el verse acompañado por Ella. Ella, que por otra parte, era el primer fruto de la Redención.

Pero a la vez, esta presencia de María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver el Hijo, los sufrimientos que su muerte en la cruz, estaban produciendo en el interior de su Madre. Aquellos sufrimientos le hicieron a Ella Corredentora, compañera en la redención.

Era la presencia de una mujer, ya viuda desde hacía años. Y que iba a perder ahora también, a su Hijo.

Jesús y María, vivieron en la Cruz, el mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se encuentran de nuevo, en la muerte de uno de ellos.

Al ver Jesús a su Madre, presente allí junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos, que habían vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios. Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén. Habían hablado tantas veces, en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las intimidades del otro.

En el corazón de la Madre, se habían guardado también cosas, que Ella no había llegado a comprender del todo. Treinta y tres años antes, había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo entre los brazos, para ofrecérselo al Señor.

Y fue precisamente aquel día, cuando de labios de un anciano sacerdote, oyó aquellas palabras: “A ti, mujer, un día, una espada te atravesará el alma”. Los años habían pasado pronto, y nada había sucedido hasta entonces.

En la Cruz, se estaba cumpliendo aquella lejana profecía, de una espada en su alma.

Pero la presencia de María junto a la Cruz, no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere. Esta presencia, va a tener un significado mucho más grande.

Jesús en la Cruz le va a confiar a María, una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre, para ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres.

-------------------------------------------------------------------
CUARTA PALABRA
DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO” (MT.27,46)

Son casi las tres de la tarde en el Calvario, y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llevar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.

Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas.

Ni siquiera lo había hecho, en el momento en que le clavaron a la Cruz.

Jesús grita ahora.

Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre, en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único” , “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.

¿Qué misterio es éste?. ¿Cuál es el misterio de Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado?.

¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre?.

Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente grande, que Jesús vive en este momento.

Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para Él de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión, Jesús lo vivió en este aparente abandono de su Padre.

Y si la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de Dios.

Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres, y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre. Porque todo lo vivió, por haberse ofrecido a devolver a su Padre, los hijos que había perdido, y por obediencia a Él.

----------------------------------------------------------------------------
QUINTA PALABRA
TENGO SED” (JN.19,28)

1.- Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed.

La deshidratación que sufrían, debida a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.

No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera.

2.- La sed que experimentó Jesús en la Cruz, fue una sed física. Expresó en aquel momento, estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo.

Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden, un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús, también pidió un poco de agua antes de morir.

3.- Pero no podemos olvidar el detalle que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo: “Tengo sed”. “Para que se cumpliera la Escritura”, dice San Juan (Jn.19,28).

Jesús habló en esta quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía Él como Redentor.

Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua, o del vinagre, que le dieron.

Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar, con una mujer de Samaria, a la que había pedido de beber.”Dame de beber”. Pero el agua que le pedía, no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer.

Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaria.

La sed del cuerpo, con ser grande -decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”.

Jesús tenía sed, de que todos recibieran la vida abundante que Él había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos una profunda relación con Él. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.

-------------------------------------------------------
SEXTA PALABRA
TODO ESTÁ CUMPLIDO” (JN. 19, 30)

Estas fueron las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz.

Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor.

Estas palabras, manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final, la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.

Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer.

Vino a la tierra, para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo.

Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza, y nació en Belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo, y vivió treinta años trabajando en Nazaret.

Le dijo que anunciara el Reino de Dios, y dedicó los tres últimos años de su vida, a descubrirnos el milagro de ese Reino, que es el corazón de Dios.

La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte malograda, quien muere inmaduro. Aquel a quien la muerte, le sorprende con la vida vacía. Porque en la vida sólo vale, sólo queda, aquello que se ha construido sobre Dios.

Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”.

Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios, son manos de salvación, y no de condenación.

Dios es un Padre.

Antes de Cristo, sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y Todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE. El Padre más Padre que existe.

Y Jesús sabe, que va a descansar al corazón de ese Padre.

----------------------------------------------------------------
SÉPTIMA PALABRA
PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU (LUC. 23,46)

Y el que había temido al pecado, y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre.

Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba “Él”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era Su Padre. Y también, nuestro Padre.

Y el hecho de que tenga siete mil millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime, y nos cuide, como a un hijo único.

Y salvadas todas las distancias, también nosotros, podemos decir lo mismo que Jesús: “Dios es mi Padre”, “los designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre”.

Y si es cierto que es un Padre Todopoderoso, también es cierto, que lo es todo cariñoso. Y en las mismas manos que sostiene el mundo, en esas mismas manos, lleva escrito nuestro nombre, mi nombre.

Y a veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mi nadie me quiere”, Él, el padre del Cielo, responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo”.

Hay que vivir con la alegre noticia, de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad, de que Él sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios.

En las manos de ese Padre, que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde Él puso su espíritu.

Cortesía de: C/ del Nuncio, 13. 28005 Madrid (España)

-------------------------------------------------
Proponemos una guía para la meditación personal

Oración Inicial
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo….

Señor, qué extraño mensaje el tuyo:
Cuando ayunes, perfúmate, para que nadie lo note; y el Padre, que todo lo ve, te recompensará”.

No es la tristeza,
ni las largas caras lo que a Ti te gusta.
Tú eres Dios de corazones.
Tú estás acostumbrado a leer en secreto.
Tú no quieres apariencias,
a Ti te gusta la conversión verdadera.

Mi corazón quiere repetir sin tardar:
Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad.
Aquí estoy, Señor”.

PRIMERA PALABRA

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)

Somos hombres, Señor, perdónanos:
por no saber decirte nada,
por ser avaros de nuestro tiempo,
y no tenerlo para encontrarnos contigo.

Somos hombres, Señor, perdónanos:
por esconder la claridad del Evangelio,
por nuestras cobardías,
y nuestros compromisos con el pecado.

Perdónanos, Señor, por nuestras faltas de amor,
nuestros arrebatos, nuestros prejuicios,
nuestra indiferencia, y todo lo que mata el amor.

Perdónanos, Señor,
por no saber perdonar,
por no saber reconciliarnos,
con nosotros mismos,
y, menos aún, con los otros.
¿Cuándo será que sabremos amar como Tú amas?,
¿Cuándo será que sabremos amar al otro por él y por Ti?

Perdona la fealdad de nuestra mirada.
Somos hombres, Señor, perdónanos.

SEGUNDA PALABRA

Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23, 43)

Ayúdame, oh Señor,
a que mis ojos sean misericordiosos,
para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias,
sino que busque lo bello
en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor,
a que mis oídos sean misericordiosos,
para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo
y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor,
a que mi lengua sea misericordiosa,
para que jamás hable negativamente de mi prójimo,
sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas
y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo
y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos,
para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio.
Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor,
a que mi corazón sea misericordioso,
para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo.
A nadie le rehusaré mi corazón.
Seré sincero incluso con aquellos
de los cuales sé que abusarán de mi bondad.
Y yo mismo me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús.
Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí. Amen.
Fuente: Grupo de Oración Santo Cura de Ars

TERCERA PALABRA

He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26)

Préstame, Madre, tus ojos
para con ellos mirar,
porque si por ellos miro,
nunca volveré a pecar

Préstame, Madre, tus labios
para con ellos rezar,
porque si con ellos rezo
Jesús me podrá escuchar

Préstame, Madre, tu lengua
para poder comulgar
pues es tu lengua patena
de amor y de santidad

Préstame, Madre, tus brazos
para poder trabajar,
que así rendirá el trabajo
una y mil veces mas

Préstame, Madre, tu manto
para cubrir mi maldad
pues cubierto con tu manto
al Cielo he de llegar

Préstame, Madre a tu Hijo
para poderlo yo amar,
si Tu me das a Jesús,
¿Que mas puedo yo desear?

Y esa será mi dicha
por toda la eternidad.

CUARTA PALABRA

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)

Tengo mil dificultades:
ayúdame.
De los enemigos del alma:
sálvame.
En mis desaciertos:
ilumíname.
En mis dudas y penas:
confórtame.
En mis enfermedades:
fortaléceme.
Cuando me desprecien:
anímame.
En las tentaciones:
defiéndeme.
En horas difíciles:
consuélame.
Con tu corazón maternal:
ámame.
Con tu inmenso poder:
protégeme.
Y en tus brazos al expirar:
recíbeme.

QUINTA PALABRA

Tengo sed” (Jn 19, 28)

Nos haces falta tú, Señor,
pues tenemos sed, Señor, mucha sed,
por tantas y tantas necesidades,
que no logramos satisfacer.

Nos hacen falta muchas cosas,
pero más que nada nos hace falta,
tu gracia, tu amor y tu paz.

Nos haces falta tú, Señor,
en nuestra vida;
tu ausencia es peor,
que la sed inapagable,
que está quemando nuestro ser.

Nos hace falta el agua viva
que nos da la certeza,
de un futuro de vida.

Nos hace falta sobre todo
sentirnos unidos a Ti,
para saber compartir,
y saciar nuestra sed.

Amén.

SEXTA PALABRA

Todo está consumado” (Jn 19,30)

Cuantas veces, Señor, no hemos sido fieles,
no hemos sido realistas frente a las cosas!
Cuantas veces hemos creído poco en la inagotable
fuerza de vida que deriva de la cruz!

Concédenos Señor, que, al contemplarla,
nos sintamos amados por Ti,
amados por Dios, hasta el fondo,
tal como somos;
y creamos que por la fuerza de la cruz,
existe en nosotros una capacidad nueva,
de dedicarnos a los hermanos,
según aquel estilo y aquel modo
que nos enseña y comunica la cruz.

Danos, Señor, descubrir que la cruz
hace nacer de verdad,
un hombre nuevo dentro de nosotros,
suscita nuevas formas de vida entre los hombres,
conviértete en el preludio,
la promesa y la anticipación de aquélla vida plena
que explotará en el misterio de la resurrección.

Nos arrodillamos ante la Cruz con María
y pedimos que comprendamos,
como ella comprendió,
el misterio que transforma el corazón del hombre
y que transforma al mundo.

Jesús cuando seas levantado en tu cruz
atráeme hacia Ti.

Amén.

SÉPTIMA PALABRA

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

En tus manos Padre Santo y Misericordioso,
ponemos nuestra vida,
Tú nos la diste,
Guíala y llénala de tus dones.

Tú estás a nuestro lado,
como roca sólida y amigo fiel,
aún cuando nos olvidamos de tí.
Pero ahora volvemos a Tí.

Queremos agarrarnos a la guía
segura de tus manos,
que nos conducen a la Cruz.

Sentimos la necesidad de meditar
y de callar mucho,
sentimos también la necesidad
de hablar para darte gracias.
Y para dar a conocer a todos los hombres
las maravillas de tu amor.

Nos separamos de Tí, fuente de la vida,
y encontramos la muerte.
Tu Hijo sin embargo no se paró
ante el pecado y la muerte,
sino que con la fuerza del amor,
destruyó el pecado,
redimió el dolor, venció la muerte.

La Cruz de Cristo nos revela que tu amor,
es más fuerte que todo,
el don misterioso y fecundo,
que mana de la cruz.

Es el Espíritu Santo,
que nos hace partícipes,
de la obediencia filial de Jesús,
Nos comunica tu voluntad.
de atraer a todo hombre a
la alegría de una vida
reconciliada y renovada por
el AMOR.

Amén. ¡En Tus manos!

ORACIÓN FINAL

Oh Jesús, cuánto sufriste en la Cruz,
al ofrecer tu vida al Padre, para salvarnos!

Nos has trazado así el camino del Amor,
que nos lleva a la felicidad eterna.
Te ofrezco mi vida como oración,
con sus dolores y alegrías
y con mi esfuerzo de vivir mejor tu evangelio.

Te lo ofrezco para que todos seamos buenos,
y encontremos salvación por Ti.
Perdona nuestros pecados.
Que sepamos seguir sirviéndote
y amándote en nuestros hermanos que sufren hoy.

Gracias Señor por querernos tanto!. Amén.

Cortesía de encuentra.com