domingo, 31 de marzo de 2019


Domingo 31 de marzo

San Amós, profeta


(s. VIII a.C.)

Protestó contra la injusticia social, y la falsa seguridad depositada por sus contemporáneos, en los ritos religiosos que estaban vacíos, porque no llevaban a tomar compromisos personales

Breve
Leer al profeta Amós, es traer al presente, las injusticias sociales que ya existían en el siglo VIII aC. Parecen escritas hoy mismo.

Es de temer las consecuencias que sobrevendrán, teniendo en cuenta lo que pasó entonces: la terrible invasión de Senaquerib, rey de Asiria, que arrasó con todos los palacios, se apropió de todas sus riquezas, y se llevó prisioneros a todos quienes habitaban el Reino Norte de Israel, dejando solo en libertad a los más pobres de la región, para que cultiven la tierra, en su propio beneficio.

Lo mismo pasó luego con Nabuconodosor, rey de Caldea, respecto al Reino de Judá - zona sur del país- , décadas después. Solo dejó a los mas pobres, para que cultiven en paz las tierras, y se llevó especialmente al destierro, a los más poderosos y ricos de Judá a Babilonia.

Sabemos por la Fe, que todo esto sucedió, porque Dios mismo juró, que levantaría su mano, en contra de su propio pueblo elegido, como escarmiento y signo para las demás naciones.
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Amós era pastor de Tecoa, al límite del desierto de Judá. No era miembro de los clubs de profetas de Israel, ni de ninguna escuela profética. Simplemente Dios le llama, sacándolo de sus labores pastoriles, y lo manda a profetizar a Israel.

El marco en que desempeña su ministerio profético, está situado junto al santuario de Betel.

Y la época particular de su función, para “hablar en nombre de otro” -en este caso, de Dios- es en el reinado de Jeroboán II (783-743 a. C.). Es uno de los momentos gloriosos del pueblo de Israel, consideradas las cosas desde el punto de vista humano: se vive en paz y tranquilidad; el Reino del Norte se extiende y enriquece, hasta el punto de que el lujo de los grandes y poderosos, es un insulto para la miseria, en que la está sumido el pueblo. Incluso el esplendor del culto, -con inusitado boato- encubre la ausencia de una religión verdadera.

Con un estilo sencillo y tan rudo, como cabe esperar de un pastor, que pasa su vida entre los animales, que cuida en soledad, condena la vida corrompida de las ciudades, se indigna por las desigualdades sociales que claman al cielo, como grito de injusticia, y protesta por la falsa seguridad, depositada por sus contemporáneos, en los ritos religiosos que están vacíos, porque no llevan a compromisos personales.

Dios castigará a los poderosos -clase dirigente- de Samaria, que pecan maltratando a los pequeños del pueblo. Critica las idolatrías, violencias, injusticias, disolución y universal corrupción, en la que está sumido el rebaño elegido.

Por primera vez, emplea dos expresiones, que luego serán utilizadas ampliamente en la literatura profética posterior. Habla del “día de Yahwéh”, cargado de acentos terribles, para designar el momento, en que Dios tomará justas decisiones reivindicativas; en medio de las tinieblas, como pasó con Egipto, a la salida de Moisés, Yahwéh castigará a Israel por sus maldades, utilizando a un pueblo, que en la mente del profeta Amós es Asiria, sin llegar a mencionar su nombre.

Otra expresión novedosa, es “el resto”, término con el que se quiere designar a una porción de israelitas fieles al yawismo puro, en quienes reposará la esperanza, de una perspectiva de salvación posterior.

Desde siempre, ambicionó el hombre las riquezas, para poseer el poder, para dominar a los demás, y la gloria para alimentar su soberbia; esto trae como directa consecuencia, el oscurecimiento y el eclipse de Dios, en su corazón y su mente. Amós, profeta, dijo en su nombre, que Él mira y valora lo de "dentro" de cada hombre y mujer.

Cumplió con valentía, el encargo dificultoso, de hablar claro y sin tapujos, para clarificar actitudes, aunque le llevaran a sufrir las acusaciones de Amasías, sacerdote de Betel, y la persecución de su hijo Ozías.

¿Verdad que a pesar de tantos años, aún no se aprendió la lección?.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos y la intercesión de San Amós, profeta, puedan nuestros líderes civiles, militares y eclesiásticos, estar a la altura de tu Santo Nombre, y jamás transigir con el Mal, la Corrupción, o la Violencia contra los más débiles. Que ninguno de ellos, sean pastores mudos, que no sean capaces de dar aviso del peligro, ni enfrentar a las fieras que viene a devorar al rebaño. Amén.

sábado, 30 de marzo de 2019


Sábado 30 de marzo

SAN JUAN CLÍMACO
(† 600)



Beato es aquel, que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será colocado a la derecha del Crucificado

Como guía y regla de todas las cosas, después de Dios, debemos seguir a nuestra conciencia

Que esta escala te enseñe la disposición espiritual de las virtudes

San Juan Clímaco (Siria?, c. 575 - 30 de marzo de 649?) —también conocido como Juan el Escolástico, y Juan el Sinaíta—, fue un monje cristiano ascético, anacoreta, y maestro espiritual entre los siglos sexto y séptimo, abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Monasterio de la Transfiguración). Célebre por su escrito, Scala Paradisi, o La escala al Paraíso, del cual derivaría su apodo (del griego klimax, escalera); obra de carácter ascético y místico.

Se puede bajar el texto de la Escala al Paraíso en http://orthodoxmadrid.com/wp-content/uploads/2011/03/La-Santa-Escala.pdf

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San Juan Clímaco
Autor de la "Escala del Paraíso", siglo VI
Audiencia de Benedicto XVI, 11 de febrero de 2009 (ZENIT.org)

Benedicto nos explica el valor de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, escalas finales de la Escala al Paraíso

Queridos hermanos y hermanas:
Después de veinte catequesis, dedicadas al Apóstol Pablo, quisiera retomar hoy, la presentación de los grandes escritores de la Iglesia de Oriente y Occidente, en la Edad Media.

Y propongo la figura de Juan, llamado Clímaco, transliteración latina del término griego klímakos, que significa de la escala (klímax). Se trata del título de su obra principal, en la que describe, la escalada de la vida humana hacia Dios.

Nació hacia el 575. Su vida tuvo lugar en los años en que Bizancio, capital del Imperio romano de Oriente, conoció la mayor crisis de su historia. De repente el cuadro geográfico del imperio cambió, y el torrente de las invasiones bárbaras, hizo desplomarse todas sus estructuras.

Quedó sólo la estructura de la Iglesia, que en esos tiempos difíciles, continuó con su acción misionera, humana y sociocultural, especialmente a través de la red de los monasterios, en los que operaban grandes personalidades religiosas, como era precisamente, la de Juan Clímaco.

Entre las montañas del Sinaí, donde Moisés encontró a Dios, y Elías oyó su voz, Juan vivió y narró sus experiencias espirituales. Se han conservado noticias de él, en una breve Vida (PG 88, 596-608), escrita por el monje Daniel de Raito: a los dieciséis años; Juan, monje en el monte Sinaí, se hizo discípulo del abad Martirio, un "anciano", es decir, un "sabio".

Hacia los veinte años, eligió vivir como eremita, en una gruta a los pies de un monte, en la localidad de Tola, a ocho kilómetros a los pies, del actual monasterio de Santa Catalina. Pero la soledad, no le impidió encontrar, a personas deseosas de tener una guía espiritual, ni de visitar algunos monasterios, cerca de Alejandría.

Su retiro eremítico, de hecho, lejos de ser una huida del mundo, y de la realidad humana, le condujo a un amor ardiente por los demás (Vida 5), y por Dios (Vida 7).

Tras cuarenta años de vida eremítica, vivida en el amor de Dios, y por el prójimo, años durante los cuales lloró, rezó, y luchó contra los demonios, fue nombrado higúmeno (superior, n.d.t.) del gran monasterio del monte Sinaí, y volvió así a la vida cenobítica, en el monasterio. Pero algunos años antes de su muerte, nostálgico de la vida eremítica, pasó al hermano, monje del mismo monasterio, la guía de la comunidad.

Murió después del año 650. La vida de Juan, se desarrolla entre dos montañas, el Sinaí y el Tabor, y verdaderamente se pude decir de él, que irradia la luz que vio Moisés en el Sinaí, y que contemplaron los Apóstoles, en el Tabor.

Se hizo famoso, como ya he dicho, por su obra "La Escala" (klímax), llamada en Occidente, Escala del Paraíso (PG 88,632-1164). Compuesta por las insistentes peticiones, del higúmeno del cercano monasterio de Raito, cerca del Sinaí, la Escala, es un tratado completo de la vida espiritual, en el que Juan, describe el camino del monje, desde la renuncia al mundo, hasta la perfección del amor.

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Es un camino que --según este libro-- tiene lugar, a través de treinta escalones, cada uno de los cuales está unido con el siguiente. El camino puede resumirse en tres fases sucesivas: la primera muestra la ruptura con el mundo, con el fin de volver al estado de infancia evangélica. Lo esencial, por tanto, no es la ruptura, sino la unión con lo que Jesús ha dicho, la vuelta a la verdadera infancia, en sentido espiritual, el llegar a ser como niños.

Juan comenta: un buen fundamento, es el formado por tres bases y tres columnas: inocencia, ayuno y castidad. Todos los recién nacidos en Cristo (cfr 1 Cor 3,1) deben comenzar por estas cosas, tomando ejemplo de los recién nacidos físicamente" (1,20; 636). El alejamiento voluntario de las personas, y lugares queridos, permite al alma entrar en comunión más profunda con Dios.

Esta renuncia, desemboca en la obediencia, que es el camino a la humildad, a través de las humillaciones -que no faltarán nunca- por parte de los hermanos. Juan comenta: "Beato es aquel, que ha mortificado su propia voluntad hasta el final, y que ha confiado el cuidado de su persona, a su maestro en el Señor: será colocado a la derecha del Crucificado" (4,37; 704).

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La segunda fase del camino está constituida por el combate espiritual contra las pasiones. Cada escalón de la escala, está unido con una pasión principal, que es definida y diagnosticada, indicando además la terapia, y proponiendo la virtud correspondiente. El conjunto de estos escalones constituye, sin duda, el más importante tratado, de estrategia espiritual que poseemos.

La lucha contra las pasiones, se reviste de positividad -no se ve como una cosa negativa- gracias a la imagen del "fuego" del Espíritu Santo: "Todos aquellos que emprenden esta hermosa lucha (cfr 1 Tm 6,12), dura y ardua, [...], deben saber que han venido a arrojarse a un fuego, si verdaderamente desean, que el fuego inmaterial habite en ellos" (1,18; 636).

El fuego del Espíritu Santo, que es el fuego del amor y de la verdad. Sólo la fuerza del Espíritu Santo, asegura la victoria. Pero según Juan Clímaco, es importante tomar conciencia, de que las pasiones no son malas en sí mismas; lo son por el uso malo, que de ellas hace la libertad del hombre.

Si son purificadas, las pasiones abren al hombre, el camino hacia Dios, con energías unificadas por la ascética y la gracia, y "si han recibido del Creador un orden y un principio..., el límite de la virtud no tiene fin" (26/2,37; 1068).

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La última fase del camino, es la perfección cristiana que se desarrolla en los últimos siete peldaños de la Escala. Estos son los estadios más altos de la vida espiritual, experimentables por los "esicasti", los solitarios, que han llegado a la quietud y a la paz interior; pero son estadios accesibles también, a los cenobitas más fervientes.

De los tres primeros -sencillez, humildad y discernimiento- Juan, en línea con los Padres del desierto, considera más importante este último, es decir, la capacidad de discernir. Todo comportamiento, debe someterse al discernimiento, todo depende de hecho, de motivaciones profundas, que es necesario explorar.

Aquí se entra en lo profundo de la persona, y se trata de despertar en el eremita, en el cristiano, la sensibilidad espiritual, y el "sentido del corazón", dones de Dios: "Como guía y regla de todas las cosas, después de Dios, debemos seguir a nuestra conciencia" (26/1,5;1013). De esta forma, se llega a la tranquilidad del alma, la esichía, gracias a la cual, el alma puede asomarse, al abismo de los misterios divinos.

El estado de quietud, de paz interior, prepara al esicasta a la oración, que en Juan es doble: la "oración corpórea" y la "oración del corazón". La primera, es propia de quien debe hacerse ayudar, por posturas del cuerpo: extender las manos, emitir gemidos, golpearse el pecho, etc. (15,26; 900); la segunda es espontánea, porque es efecto del despertar de la sensibilidad espiritual, don de Dios, a quien se dedica a la oración corpórea.

En Juan ésta toma el nombre de "oración de Jesús" (Iesoû euché), y está constituida por la invocación del nombre de Jesús, una invocación continua, como la respiración: "La memoria de Jesús, se hace una con tu respiración, y entonces descubrirás la verdad de la esichía", de la paz interior (27/2,26; 1112).

Al final, la oración se hace algo muy sencillo, simplemente la palabra "Jesús", se convierte en una sola cosa, con nuestra respiración.

El último peldaño de la escala (30), lleno de la "sobria ebriedad del Espíritu" se dedica a la suprema "trinidad de las virtudes": la fe, la esperanza, y sobre todo la caridad.

De la caridad, Juan habla también como éros (amor humano), figura de la unión matrimonial del alma con Dios.

Y elige una vez más la imagen del fuego, para expresar el ardor, la luz, la purificación del amor por Dios. La fuerza del amor humano, puede ser reorientada hacia Dios, como sobre el olivastro, puede injertarse el olivo bueno (cfr Rm 11,24) (15,66; 893). Juan está convencido, de que una experiencia intensa de este éros, hace avanzar al alma, más que la dura lucha contra las pasiones, porque es grande su poder. Prevalece por tanto, la positividad de nuestro camino.

Pero la caridad, se ve también en relación estrecha con la esperanza: "La fuerza de la caridad es la esperanza: gracias a ella, esperamos la recompensa de la caridad... la esperanza es la puerta de la caridad... la ausencia de la esperanza, anonada la caridad: a ella están vinculadas nuestras fatigas, por ella nos sostenemos en nuestros problemas, y gracias a ella, estamos rodeados por la misericordia de Dios" (30,16; 1157).

La conclusión de la Escala, contiene la síntesis de la obra, con palabras que el autor, hace proferir al mismo Dios: "Que esta escala te enseñe, la disposición espiritual de las virtudes. Yo estoy en la cima de esta escala, como dijo aquel gran iniciado mío (San Pablo): Ahora permanecen, por tanto estas tres cosas: fe, esperanza y caridad, la más grande de todas es la caridad (1 Cor 13,13)!" (30,18; 1160)”.

En este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita por un monje eremita, vivido hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a nosotros hoy?. El itinerario existencial de un hombre, que vivió siempre en la montaña del Sinaí, en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros?

En un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no", porque Juan Clímaco está muy lejos de nosotros. Pero si observamos un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica, es sólo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano.

Muestra, por así decirlo, en letras grandes, lo que nosotros escribimos cada día, con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético, que revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte, y su resurrección.

Para mí, es particularmente importante, el hecho de que el culmen de la escala, los últimos peldaños, sean al mismo tiempo, las virtudes fundamentales iniciales más sencillas: la fe, la esperanza, y la caridad. No son virtudes accesibles, sólo a los héroes morales, sino que son un don de Dios, para todos los bautizados: en ellas también crece nuestra vida.

El inicio es también el final, el punto de partida, es también el punto de llegada: todo el camino va hacia una realización, cada vez más radical, de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes, está presente la escala.

Fundamentalmente es la Fe, porque esta virtud, implica que yo renuncie a la arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mí mismo, sin confiarme a otros. Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual es necesario: es necesario superar la actitud de arrogancia, que hace decir: yo soy mejor, en este tiempo mío del siglo XXI, de lo que sabían, los que vivían entonces.

Es necesario, en cambio, confiarse solamente a la Sagrada Escritura, a la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así, en la enorme vastedad del mundo Universal, del mundo de Dios. De esta forma, nuestra alma crece, crece la sensibilidad del corazón hacia Dios. Justamente dice Juan Clímaco, que sólo la esperanza, nos hace capaces de vivir la caridad.

La Esperanza, en la que trascendemos las cosas de cada día, no esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente, la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece, y podemos soportar, los cansancios y desilusiones de cada día; podemos ser buenos con los demás, sin esperar recompensa. Solo si Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar los pequeños pasos de mi vida, y así aprender la caridad.

En la Caridad, se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla, que sólo tiende a tocar el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usemos por tanto esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la caridad, y llegaremos así a la vida verdadera.

Nota Personal: Quisiera agregar que la Fe nos invita a comprender que solo vemos la punta del témpano, de lo que acontece realmente, ya que “lo esencial es invisible a los ojos”. Somos como ciegos que vamos buscando, tanteando apenas, los bordes del Infinito Amor de Dios.

La Esperanza es evitar pensar que nuestra vida fué inútil, que a nadie le importa, lo que hayamos construido, y que todo lo que dejemos tras nosotros cuando nos vayamos, a nadie le servirá. Es aceptar que no estamos solos, que el mundo no está solo, y que nuestros pensamientos y acciones de Amor por Dios y el Prójimo, y nuestra Pasión por la Verdad, revelada por Jesucristo y los Apóstoles, quedarán anotadas en una biblioteca cósmica, con letras de molde.

La Caridad es trabajar sin esperar recompensa material ni social, y a veces ni siquiera familiar. A veces incluso conviene hasta condonar deudas o intereses, de ser necesario, si el deudor ha demostrado haber hecho, el suficiente esfuerzo para pagarla.

Exigir nuestro salario es muy justo, pero todos sabemos que los maestros, médicos, enfermeros, policías, militares, sacerdotes y amas de casa, siempre recibirán la parte maltrecha de la cosecha material.

Debemos estar muy seguros, que ante los ojos de Dios nada se escapa, y Él nos devolverá el ciento por uno, cuando lo crea oportuno.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos por los méritos y la intercesión de San Juan Clímaco, volver en nuestras Vidas, a ser Tus Niños, alejando de nosotros toda arrogancia, y saber confiar en tu Poderoso Brazo, y así poder sortear con éxito, los embates de la vida cotidiana. A Tí Señor, que nos advertiste, que si no volvíamos a nacer en Espíritu, y ser como niños, nunca veríamos el Reino de los Cielos. Amén.

viernes, 29 de marzo de 2019


Sexta Feria, 29 de marzo

San Eustaquio de Luxeüil, Abad


(† 625)

Solo la santidad de un predicador, unida al Espíritu Santo, pueden convencer a los incrédulos y sediciosos


Nació Eustaquio, pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.

Fue discípulo de San Columbano, monje irlandés, que pasó a las Galias, buscando esconderse en la soledad, y que recorrió el Vosga, el Franco-Condado, y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio de Luxeüil, a cuya sombra nacieron los célebres conventos de Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.

Eustaquio tiene unos grandes deseos, de encontrar el lugar adecuado, para la oración y la penitencia. Entra en Luxeüil, y es uno de sus primeros monjes. Allí lleva una vida, a semejanza de los monjes del desierto de Oriente.

Columbano se ve forzado, a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda, y de su nieto, rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable, en quien se preocupa por los intereses de la Iglesia, desaparece la calma, que hasta el momento disfrutaban los monjes.

Eustaquio considera oportuno, en esa situación, autodesterrarse a Austrasia, reino fundado en el año 511, en el período merovingio, a la muerte de Clodoveo, y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por el Rhin, río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras suizas.

Columbano envía a Eustaquio, al monasterio de Luxeüil, después de nombrarle abad. Es en este momento, -con nuevas responsabilidades- cuando la vida de Eustaquio, cobra dimensiones de madurez humana y sobrenatural insospechadas.

Arrecia en la oración y en la penitencia; trata con caridad exquisita a los monjes, es afable y recto; su ejemplo de hombre de Dios, cunde hasta el extremo de reunir en torno a él, dentro del monasterio, a más de seiscientos varones, de cuyos nombres, hay constancia en los fastos de la iglesia.

Y el influjo espiritual del monasterio, salta los muros del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania, las que se benefician de él, prometiéndose una época altamente evangelizadora.

Pero han pasado cosas, en el monasterio de Luxeüil, mientras duraba la predicación por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino, que fue secretario del rey Tierry, ha provocado la relajación, y la ruina de la disciplina.

Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice, que él mismo, es capaz de realizar idéntica labor apostólica, que la que está realizando su abad; por eso abandona el retiro, del que estaba aburrido hacía tiempo, y donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos de conversión.

Y es que no depende de las cualidades personales, ni del saber humano, la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo, quien mueva las inteligencias y voluntades de los hombres, y esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor, a la santidad de quien predica.

En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar, y con despecho, se precipita Agreste en el cisma.

Eustaquio quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste, que ha empeorado por los fracasos recientes, y está dispuesto a aniquilar el monasterio.

Eustaquio interviene enérgicamente entonces, y con un feliz desenlace, porque llega a convencer a los obispos reunidos, haciéndoles ver que estaban equivocados, por la sola y unilateral información, que les había llegado de parte de Agreste.

Restablecida la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio, su perdida prestancia.

Sus grandes méritos, se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario, el 29 de marzo del año 625.

Autor: Archidiócesis de Madrid

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión de San Eustaquio, bendigas a todos los predicadores, con una vida de santidad, y así se predique con el ejemplo, que es lo mejor para llegar a los corazones. A Tí Señor, que con tu ejemplo de Vida, Pasión y Muerte, nos rescataste de nuestros vicios, y de una vida autodestructiva. Amén.


jueves, 28 de marzo de 2019


Quinta Feria, 28 de marzo

Sixto III, 44ª Papa


(432-440)

Fue elegido papa a la muerte de San Celestino I, en el año 432, y ocupó la sede de Pedro por ocho años, que fueron muy difíciles.

Durante su vida, se vio envuelto casi de modo permanente, en la lucha doctrinal contra los pelagianos, siendo uno de los que primeramente, detectó el mal y combatió la herejía, que había de condenar el papa Zósimo. (Ver al final del texto, la explicación del pelagianismo del Padre Jordi, y una reflexión y oración mía).

De hecho, Sixto escribió dos cartas sobre este asunto, enviándolas a Aurelio, obispo, que condenó a Celestio, en el concilio de Cartago, y otra carta a San Agustín. Se libraba en la Iglesia, la gran controversia sobre la Gracia Sobrenatural, y su necesidad, tanto para realizar buenas obras, como para conseguir la salvación.

Pelagio fue un monje, procedente de las islas Británicas. Vivió en Roma varios años, ganándose el respeto y la admiración de muchos, por su vida ascética, y por su doctrina de tipo estoico, según la cual el hombre, es capaz de alcanzar la perfección por el propio esfuerzo, con la ayuda de Dios solamente extrínseca - buenos ejemplos, orientaciones y normas disciplinares, etc.,- ¡era un voluntarista!.

Además, la doctrina pelagiana, llevaba aneja, la negación del pecado original. Y consecuentemente, rechazaba la necesidad de la redención de Jesucristo. De ahí, se deriva la ineficacia sacramentaria de la comunión. Todo un monumental lío teológico, basado en principios falsos, que naturalmente Roma, no podía permitir.

Y no fue sólo esto. El Nestorianismo, acaba de ser condenado, en el concilio de Éfeso, en el 431, un año antes de ser elegido papa Sixto III; pero aquella doctrina equivocada sobre Jesucristo, había sido sembrada, y las consecuencias, no desaparecerían con las resoluciones conciliares. Nestorio procedía de Antioquía, y fue obispo de Constantinopla.

Mantuvo Nestorio una cristología imprecisa en la terminología, y errónea en lo conceptual, afirmando que en Cristo hay dos personas, y negando la maternidad divina de la Virgen María; fue condenada su enseñanza, por contradecir la fe cristiana; depuesto de su sede, recluido y desterrado al monasterio de San Eutropio, en Antioquía, muriendo impenitente, fuera de la comunión de la Iglesia.

El papa Sixto III, intentó con notable esfuerzo, reducirlo a la fe, sin conseguirlo, y a pesar de sus inútiles esfuerzos, tergiversaron los nestorianos sus palabras, afirmando que el papa no les era contrario.

Llovieron al Papa, las calumnias de sus detractores. El propio emperador Valentiniano, y su madre Plácida, impulsaron un concilio, para devolverle la fama y el honor, que el Papa Sixto III tenía en entredicho.

Baso -uno de los principales promotores del alboroto, que privaba injustamente de la fama, al Sumo Pontífice- muere tan arrepentido, que fue perdonado por el papa, quien lo atiende espiritualmente al final de su vida, y le reconforta con los sacramentos.

Como todo santo ha de ser piadoso, también se ocupó antes de su muerte, en el año 440 y en Roma, de reparar y ennoblecer, la antigua basílica de Santa María la Mayor, que mandó construir el papa Liberio, además de la de San Pedro, y la de San Lorenzo.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión del Papa Sixto III, siempre tengamos conciencia, del pecado original que llevamos en nuestro corazón, y nunca permitas que se haga carne en nosotros, las doctrinas orientalistas, que hablan de la perfección humana, sin tu intervención personal. Te necesitamos Señor, ya que Tú nos enseñaste, que somos como los sarmientos, que deben permanecer unidos a la Vid Sagrada, que eres Tú. Amén.

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Pelagio y pelagianismo
355-425
Padre Jordi Rivero

Pelagio es el iniciador del pelagianismo, una serie de herejías, que surgieron en el siglo V.

Fue condenado en el Concilio de Cartago y Mileve, en el año 416, confirmado el año siguiente, por el Papa Inocente I. Pelagio engañó al próximo papa, Zozimo, quien al principio lo exoneró, pero pronto (418) el papa se retractó.

Herejías de Pelagio:
1: Adán hubiese muerto, aunque no hubiese pecado.
2: El pecado de Adán, dañó solo a él. Sus descendientes solo recibieron mal ejemplo.
3: Los niños antes del bautismo, están en la misma condición que estuvo Adán, antes de la caída.
4: La humanidad no muere por el pecado de Adán, ni resucita en el último día por la redención de Cristo.
5: El pecado de Adán, solo le afectó a él, y no a su descendencia. Por lo tanto, los hijos de Adán nacen libre de culpa.
6: La ley del Antiguo Testamento, ofrece la misma oportunidad de salvación, que el Evangelio.

San Agustín (De peccat. orig., XXIV) testifica que Pelagio vivió en Roma, “por largo tiempo”. Fue allí adonde comenzó a propagar sus ideas, durante el reinado del papa Atanasio (399-401).

Repudió la enseñanza de San Agustín, sobre la necesidad de la gracia, para permanecer casto, argumentando que ponía en peligro el libre albedrío.

El pelagianismo, que más tarde, en su desarrollo, negó totalmente el orden sobrenatural, y la necesidad de la gracia para la salvación. La salvación depende solo de las obras, que siguen el ejemplo de Jesús.

Pelagio escribió en Roma varias obras: De fide Trinitatis libri III, ahora perdida, la cual fue elogiada por Gennadio, como "indispensable materia de lectura, para los estudiantes"; Eclogarum ex divinis Scripturis liber unus, que es la principal colección de pasajes de la Biblia, basada en el Testimoniorum libri III de Cipriano, y Commentarii in epistolas S. Pauli.

En la última, negó el estado primitivo del hombre en el paraíso, y el pecado original; insistió en la naturalidad de la concupiscencia, y la muerte del cuerpo; y vinculó la existencia y universalidad actual del pecado, al mal ejemplo dado por Adán, al cometer el primer pecado.

Pelagio interpretaba la Biblia, basándose en ideas principalmente provenientes, de la filosofía estoica, y otras antiguas filosofías paganas. Consideró que la fuerza moral de la voluntad humana, (liberum arbitrium), cuando está fortalecida por el ascetismo, es suficiente en sí misma, para desear y conseguir la virtud.

Por lo tanto, consideró que el valor de la redención de Cristo, está limitado principalmente a la formación (doctrina), y al ejemplo (exemplum), que servían de contrapeso, frente al mal ejemplo de Adán.

Por lo tanto, la naturaleza, según Pelagio, es capaz de someter el pecado, y ganar la vida eterna, sin la ayuda de la gracia. Según Pelagio, somos lavados de nuestros pecados por justificación, mediante la sola fe, pero este perdón (gratia remissionis) no implica una renovación interior del alma.

Reflexión Personal: La Justificación por la sola Fe, es el hilo conductor filosófico, en el que se basó Martín Lutero, para desterrar los Sacramentos, la Tradición, los Milagros, las Revelaciones o Visiones, los mensajes de la Santísima Virgen, y los dictados del Papa.

Que la naturaleza sea capaz de someter al pecado, y ganar la vida eterna, sin la ayuda de la gracia, es una afirmación osada y tragicómica. Sabemos que hay niños muy malos y rebeldes, y que nunca tuvieron mal ejemplo de los padres, ni de los hermanos y compañeros de escuela, siendo la famosa “oveja negra”.

Además es ignorar, las terribles y temibles fuerzas destructivas, que anidan en nuestro corazón, pese a que nos esforzamos día a día, en hacer el bien sin mirar a quién. Solo con la gracia, podemos avanzar a tientas, en la búsqueda del buen camino, buscando la entrada de la puerta estrecha, que nos advirtió Jesús, que es por donde entran los que se salvan.

Estoy convencido, de que los que accedan finalmente al Paraíso, llevarán a la vista de los ángeles, arcángeles, los tronos, las dominaciones, y de los que hubiesen sido creados en estado de pureza y santidad en el no Tiempo, la cicatriz horrenda del pecado original, como signo visible de que fueron, los que vivieron la Gran Tribulación de cada Vida Personal, pero que no sucumbieron, gracias al Divino Cordero y al Espíritu Santo.

Con seguridad serán obedecidos y respetados, y Dios les encargará misiones complejas en los espacios increados. Lo que fue un signo de abominación, será el signo de gloria y reconocimiento en los cielos, al estilo de los veteranos de guerra, que son respetados por su valor y sus cicatrices de combate.

Por eso Jesús nos dijo: “Los primeros serán los últimos y los últimos primeros”. Confiemos nuestra Vida al Gran General Jesucristo, y no desfallezcamos. Amén.

Oración final: Dios Todopoderoso y Eterno, ayúdanos a encontrar el camino de la puerta estrecha, y no permitas que sucumbamos a nuestras pasiones desordenadas, y haznos harina buena en el horno sagrado de tu Amor. Amén.

miércoles, 27 de marzo de 2019


Cuarta Feria 27 de marzo

San Alejandro de Drizipara


Soldado y Mártir

(286-305)

Etimológicamente, Alejandro significa “protector de los hombres”. Viene de la lengua griega.

El Dios del Evangelio, no quiere ni sufrimiento, ni angustia para nadie. Perdonado, reconciliado, tu corazón lleno de compasión, reza por el enemigo, atrévete a consolar, a los que desfiguran tus propias intenciones. Tú mantente en las fuentes de la fe, y avanza.

Este joven mártir romano, dio muestras fehacientes, de lo que significa el perdón, para todo ser humano, y para el creyente, con mayor razón todavía.

Era un militar a las órdenes del tribuno Tiberio, en tiempos del emperador Maximiliano (286-305).

Se celebraban en la ciudad imperial, unas grandes fiestas, dedicadas al honor de Júpiter, el dios de los dioses.

Sabían que era cristiano. Entonces quisieron obligarle, a que hiciera los sacrificios al dios. Como era natural, y consecuente con su fe en el Resucitado, se negó en rotundo.

Como era un militar afamado, lo llevaron ante el emperador. En su presencia, profesó abiertamente su fe. Consecuencia: le torturaron y le enviaron a Tracia, en donde le dieron fuertes castigos. Pero todo lo soportó con alegría por Jesús, perdonando a sus verdugos.

Lo trasladaron de un sitio para otro. Los interrogatorios continuos, lo indignaban.

Cansados, lo transfirieron a Drizipara (actual Karistiran) en donde lo decapitaron.

Arrojaron su cuerpo al río, y cuatro perros lo rescataron, en presencia de su madre Pemenia.

El culto a Alejandro, comenzó con mucho fervor en el siglo VI. Exaltaban el valor de la madre, dando sepultura a su hijo. Hicieron una bella iglesia en su honor.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Autor: P. Felipe Santos

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión, de San Alejandro de Drizipara, podamos ser siempre tus fieles soldados, sabiendo soportar con entereza, cualquier intento del maligno, para apartarnos de tus enseñanzas. A Tí Señor, que nos advertiste que quienes perseveren, y permanezcan leales, hasta el fin de sus días, serán salvos. Amén.

martes, 26 de marzo de 2019


Tercera Feria, 26 de Marzo

San Braulio de Zaragoza


Obispo

(590-651)

Braulio significa: "espada de fuego"

Fue uno de los intelectuales, más destacados de la España visigoda

Parece que cuando está hablando, es el mismo Espíritu Santo, el que le va diciendo, lo que él tiene que decir”

Fue discípulo y amigo del gran sabio, San Isidoro de Sevilla, al cual le ayudó mucho, en la corrección y edición de sus libros, ya que catalogó sus Etimologías, a las cuales puso títulos, y dividió en capítulos. Se conservan numerosas epístolas, que dan idea, de la fecunda comunicación que mantuvieron.

Al morir su hermano Juan, que era obispo de Zaragoza, el clero y los fieles, lo eligieron para que lo reemplazara.

Como obispo, se preocupó mucho por tratar de que el pueblo, se instruyera más en la religión, y por extirpar y acabar, con los errores y herejías que se habían propagado, especialmente el arrianismo, una doctrina hereje, que negaba que Jesucristo, sea Dios verdadero.

Tan grande era la elocuencia de San Braulio, y su capacidad para convencer, a quienes le escuchaban sus sermones, que la gente decía: "Parece que cuando está hablando, es el mismo Espíritu Santo, el que le va diciendo, lo que él tiene que decir".

Los obispos de España, lo encargaron de las relaciones episcopales, con el Papa de Roma.

En la catedral, y en el famosísimo santuario, de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, pasaba varias horas, cada día, rezando con especial fervor.

Aborrecía todo lo que fuera lujo y vanidad. Sus vestidos eran siempre pobres, y su comida, como la de un obrero de clase baja.

Todas las limosnas que le llegaban, las daba para ayudar a los pobres. Y se dedicaba con mucho esmero, a enseñar a los ignorantes.

Las gentes decían, que era difícil encontrar en el país, uno que fuera más sabio que él. Y en sus cartas, se nota que había leído a muchos autores famosos. Había estudiado muy profundamente la Santa Biblia. Y su estilo es elegante, y lleno de bondad y de amabilidad. Firmaba: "Braulio, siervo inútil de los santos de Dios".

Los últimos años, tuvo que sufrir mucho, por la falta de la vista, algo que para él que era tan gran lector, era un verdadero martirio. Pero aprovechaba su ceguera, para dedicarse a rezar y meditar.

Tuvo como alumno a otro gran santo: San Eugenio, obispo.

Poco antes de morir, le pareció escuchar, aquellas palabras de Jesús: "Ven siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor". Y respondió entusiasmado: "Voy pronto, Señor, ya estoy listo". Y murió santamente. Era el año 651.

Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece (San Pablo).

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por la intercesión y los méritos de San Braulio Obispo, puedan nuestros pastores, recibir la luz de tu sabiduría, paciencia y mansedumbre, y así llevar a tu rebaño, a abundantes pastos espirituales, y a beber de tu manantial inagotable, de misericordia y paz. Amén.


Domingo 24 de marzo

BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ


(† 1801)

Preparó espiritualmente a España, frente a la inminente invasión napoleónica

Sus carismas: comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de profecía, y multiplicación continua de visibles milagros


SERAFÍN DE AUSEJO, O. F. M. CAP.

Treinta años de activísima vida misionera, no caben en unas páginas. No es posible reducir a tan breve síntesis, la labor de este apóstol capuchino, que siempre a pie, recorrió innumerables veces Andalucía entera en todas direcciones; que se dirigió después a Aranjuez y Madrid, sin dejar de misionar a su paso, por los pueblos de la Mancha y de Toledo; que emprendió más tarde un largo viaje desde Roma hasta Barcelona, predicando a la ida por Castilla la Nueva y Aragón, y a la vuelta por todo Levante; que salió, aunque ya enfermo, de Sevilla, y atravesando Extremadura y Portugal, llegó hasta Galicia y Asturias, regresando por León y Salamanca.

Pero hay que recordar además, que en sus misiones hablaba varias horas al día, a muchedumbres de cuarenta y aun de sesenta mil almas, y al aire libre, porque nuestras más gigantescas catedrales, eran insuficientes para cobijar a tantos millares de personas, que anhelaban oírle como a un "enviado de Dios"; que tuvo por oyentes de su apostólica palabra, avalada siempre por la santidad de su vida, a los príncipes y cortesanos por un lado, y a los humildes campesinos por otro; a los intelectuales y universitarios, y a las clases más populares, al clero en todas sus categorías, y a los ejércitos de mar y tierra, a los ayuntamientos; y cabildos eclesiásticos, y a los simples comerciantes e industriales, y aun a los reclusos de las cárceles; que intervino con su consejo personal, y con su palabra escrita, bien por dictámenes más o menos públicos, bien por su casi infinita correspondencia epistolar, en los principales asuntos de su época, y en la dirección de muchas conciencias; que escribió tal cantidad de sermones, de obras ascéticas y devocionales, que reunidas, formarían un buen número de volúmenes; que caminaba siempre a pie, con el cuerpo cubierto por áspero cilicio, pero alimentando su alma, con varias horas de oración mental al día; y que si le seguía un cortejo de milagros y de conversiones ruidosas, también supo de otro cortejo doloroso de ingratitudes, de incomprensiones y aun de persecuciones, hasta morir envuelto en un denigrante proceso inquisitorial.

¿Cómo describir, siquiera someramente, tan inmensa labor?. La amplitud portentosa de aquella vida, tan extraordinariamente rica de historia, y de fecundidad espiritual, durante los últimos treinta años del siglo XVIII, a lo largo y ancho de la geografía peninsular, se resiste a toda síntesis.

Sólo de la Virgen Santísima, a la que especialmente veneraba, bajo los títulos de Pastora de las almas y de la paz, predicó más de cinco mil sermones. Y seguramente pasaron de veinte mil, los que predicó en su vida de misiones, las cuales duraban diez, quince y aun veinte días, en cada ciudad.

La misión concreta de su vida, y el porqué de su existencia, podría resumirse en esta sola frase: fue el enviado de Dios a la España oficial, de fines de aquel siglo, y el auténtico misionero del pueblo español, en el atardecer de nuestro Imperio.

Nuestros intelectuales de entonces, y las clases directoras, con el consentimiento y aun con el apoyo de los gobernantes, abrían las puertas del alma española, a la revolución que nos venía de allende el Pirineo, disfrazada de "ilustración", de maneras galantes, de teorías realistas.

Todo ello producía, arriba, la "pérdida de Dios" en las inteligencias. Luego vendría la "pérdida de Dios", en las costumbres del pueblo. Aquella invasión de ideas, sería precursora de la invasión de armas napoleónicas que vendría después.

No todos vieron, a dónde iban a parar aquellas tendencias, ni cuáles serían sus funestos resultados. Pero fray Diego los vio con intuición penetrante —y mejor diríamos profética—, ya desde sus primeros años de sacerdocio. Por eso escribía: "¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios, y sostener a la santa Iglesia!. ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!... ¡Qué ardor para derramar mi sangre, en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!"

Dios le había escogido, para hacerle el nuevo apóstol de España, y su director espiritual se lo inculcaba repetidas veces: "Fray Diego misionero, es un legítimo enviado de Dios a España". Y convencido de ello, el santo capuchino, se dirige a las clases rectoras, y a las masas populares.

Entre la España tradicional que se derrumba, y la España revolucionaria que pronto va a nacer, él toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la fe y de la patria, y presentar la batalla a la "ilustración".

Había que evitar esa "pérdida de Dios", en las inteligencias, y fortalecer la austeridad de costumbres en la masa popular. Y cuando vio rechazada su misión por la España oficial, (¡cuánta parte tuvieron en ello Floridablanca, Campomanes y Godoy!), se dirigió únicamente al auténtico pueblo español, con el fin de prepararle, para los días difíciles que se avecinaban.

En su misión de Aranjuez y Madrid (1783), el Beato se dirigió a la corte. Pero los ministros del rey, impidieron solapadamente, que la corte oyera la llamada de Dios. Intentó también fray Diego, traer al buen camino, a la vanidosa María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV.

Pero convencido más tarde, de que nada podía esperar, sobre todo cuando Godoy, llegó a prohibir su presencia en el Palacio, el santo misionero rompió definitivamente con la corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los reyes a Sevilla: "No quiero que los reyes se acuerden de mí".

Para cumplir fielmente su misión, el Beato recibió de Dios, carismas extraordinarios, que podríamos recapitular en estos tres epígrafes: comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de profecía, y multiplicación continua de visibles milagros.

Pero Dios no se lo dio todo hecho. Hay quienes, conociéndole sólo superficialmente, no ven en él más que al misionero del pueblo, que predica con celo de apóstol, acentos de profeta, y milagros de santo.

Pero junto al orador, al santo, al profeta y al apóstol, aparece también a cada momento el hombre. También él siente las acometidas de la tentación carnal; también él se apoca y sufre, cuando se le presenta la contradicción; también él experimenta dificultades y desganas, para cumplir su misión; y aun sólo "a costa de estudio y de trabajo" —dice él— logra escribir lo que escribe.

Y a pesar de todo, nada de "tremendismo" en su predicación, como no fuera en contados momentos, cuando el impulso divino, le arrastraba a ello. Y así, mientras otros piden a Dios, el remedio de los pueblos por medio de un castigo misericordioso, "yo lo pido —escribe— por medio de una misericordia sin castigo".

Y no se olvide, que vivió en los peores tiempos del rigorismo. ¿Y cómo no iba ser así, si él fue siempre. como buen franciscano y neto andaluz, santamente humano y alegre, ameno en sus conversaciones, y gracioso hasta en los milagros que hacía?.

Pero el celo de la gloria de Dios, y el bien de las almas, le dominaron de suerte, que ello solo explica, aquel perfecto dominio de sus debilidades humanas, aquella actividad pasmosa, lo mismo predicando que escribiendo, y aquel idear disparates: como el deseo de no morir, para seguir siempre misionando; o el de misionar entre los bienaventurados del cielo, o los condenados del infierno; o el de marcharse a Francia, cuando tuvo noticias de los sucesos de París en 1793, para reducir a buen camino, a los libertinos y extremistas de la Revolución Francesa.

Dícese de Napoleón, que desterrado ya en Santa Elena, exclamaba recordando sus victorias y su derrota definitiva: "La desgraciada guerra de España es la que me ha derribado". Pero esta guerra, no la vencieron nuestros reyes ni nuestros intelectuales; la venció aquel pueblo, que había recibido con sumisión y fidelidad, las enseñanzas del "enviado de Dios".

Este pueblo, fiel a la misión de fray Diego, no traicionó a su fe ni a su patria; los intelectuales y gobernantes, que habían rechazado esa misión, traicionaron a su patria, porque ya habían traicionado a su fe.

Sólo Dios puede medir y valorar —como sólo Él los puede premiar— los frutos que produjo la constante y difícil, fecunda y apostólica actividad misionera, del Beato Diego José de Cádiz. Describiendo él su vocación religiosa decía: "Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo". Y lo fue.

Realizó a maravilla este triple ideal. Su vida fue un don, que Dios concedió a España a fines del XVIII. Por la gracia de Dios y sus propios méritos, fray Diego fue capuchino, misionero y santo.

Oración: Te pedimos Dios y Señor Nuestro, que los méritos y la intercesión del Beato Diego José de Cádiz, preserves a España y América Latina, de la lepra del liberalismo y del comunismo, y que siempre estemos espiritual y materialmente ligados a tu Sagrado Corazón, el de la Virgen María y el de San José. Amén. Así sea.