domingo, 31 de diciembre de 2017

Domingo 31 de Diciembre

San Silvestre I


33ª Papa
( † 355)


Breve
Al finalizar la persecución de la Iglesia, en el año 313, con el Edicto de Milán, ésta tuvo que afrontar nuevos retos. El emperador quería inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia. Amenazaban también las herejías. Pero Dios proveyó un Papa santo, que supo gobernar con sabiduría: San Silvestre I.

Sucedió al Papa San Melquíades. Su pontificado duró 23 años.

San Silvestre no podía viajar largas distancias, pero se esmeró para pastorear a la Iglesia universal.

Para enfrentar la herejía donatista, San Silvestre envió delegados al Concilio de Arlés, y cuando el emperador ordenó el Concilio de Nicea, en el año 325, el Papa Silvestre I envió un obispo y dos sacerdotes en su nombre. Después aprobó el Credo de Nicea, que se formuló en ese concilio.

Además del cuidado por la doctrina y la pastoral, construyó iglesias, y convirtió el Palacio Laterano, donado por el emperador Constantino, en la primera catedral de Roma llamada, San Juan de Letrán. También comenzó los trabajos en San Pedro en el Vaticano, y San Lorenzo.

Los días de semana, menos el sábado y el domingo, se deben llaman 'ferias". Esto se determinó así para desterrar los nombres paganos de los días de la semana como Martes, Mercurio, Júpiter, Venus.

Es el primer Papa que no muere mártir, y la primera persona canonizada sin haber sido mártir. 

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San Silvestre es elegido papa, el 31 de enero del año 314, siendo cónsules Constantino y Volusiano, y en el año noveno del imperio de Constantino.

Largo va a ser su pontificado—veintitrés años, diez meses y once días—y lleno de grandes acontecimientos. Un año antes, en febrero del 313, había sido decretada la libertad de la Iglesia por el edicto de Milán, y desde entonces cuenta con el apoyo decidido del emperador, y con la simpatía de los numerosos prosélitos, que se presentan cada día.

El paganismo, sin embargo, no podía acomodarse al nuevo sesgo que tomaban las cosas. Y de ser cierto lo del bautismo de Constantino, que nos cuentan las actas, habríamos de encajarlo precisamente en estos primeros años del nuevo papa.

Parece ser que en una de las ausencias del emperador, los magistrados de Roma, se aprovecharon para iniciar de nuevo la persecución. Silvestre mismo tiene que salir de la ciudad, y se refugia con sus sacerdotes en el monte Soracte o Syraptim, llamado después de San Silvestre, y que dista unas siete leguas de Roma.

Cuando vuelve Constantino, se encuentra de manos con una tragedia dentro de su misma familia, pues nada menos que a Crispo, su hijo y heredero, se le acusaba de haber cometido adulterio con su segunda mujer, Fausta. Llevado de la cólera, el emperador manda darle muerte: pero es castigado de improviso con una repugnante lepra, que le cubre todo el cuerpo.

En seguida acuden a palacio los médicos más renombrados, que se ven impotentes en procurarle remedio, y como última solución, y para aplacar la ira de los dioses, le proponen bañe su cuerpo en la sangre, todavía caliente, de una multitud de niños que serían sacrificados con este fin.

Cuando se van a hacer los preparativos, y ya el cortejo imperial iba a subir las gradas del Capitolio, Constantino se conmueve ante los gemidos de las madres de los inocentes, que piden misericordia, y ordena se retire inmediatamente el sacrificio.

Aquella misma noche se le aparecen en sueños dos venerables ancianos, Pedro y Pablo, que le recomiendan que busque al obispo Silvestre, que está escondido, el cual les mostrará el verdadero baño de salvación que le curaría.

A la mañana siguiente aparece por las calles de Roma, y conducido con toda pompa por la guardia pretoriana, Silvestre, el perseguido. El encuentro con el emperador es benévolo. Entablan un diálogo de pura formación cristiana, y al fin el Pontífice le increpa con toda solemnidad: "Si así es, ¡oh príncipe!, humillaos en la ceniza y en las lágrimas, y durante ocho días deponed la corona imperial, y en el retiro de vuestro palacio, confesad vuestros pecados, mandad que cesen los sacrificios de los ídolos, devolved la libertad a los cristianos, que gimen en los calabozos y en las minas, repartid abundantes limosnas, y veréis cumplidos vuestros deseos".

Constantino lo promete todo, se fija el día para el bautismo, y llegados por fin ante el baptisterio de San Juan de Letrán, se despoja el emperador de todas sus vestiduras, entra en la piscina, es bautizado por San Silvestre, y cuando sale, ante la expectación de todos, aparece completamente curado. De ahora en adelante, dicen las actas, Constantino será el gran favorecedor de los cristianos, y no contento con eso, va a dejar al Papa su sede de Roma, retirándose con toda su corte a Constantinopla.

Toda esta historia nos indica, al menos, la gran preponderancia que iba tomando la Iglesia frente al Estado. De ello se ha de aprovechar San Silvestre, para reconstruir iglesias devastadas, y enmendar las corrompidas costumbres.

Entre las nuevas leyes que bajo la égida del Pontífice, iba a dar el emperador, sobresalen: la validez de la emancipación de esclavos realizada ante la Iglesia, el descanso dominical; el decreto contra los sodomitas; la educación de los hijos, revocación del destierro a que estaban condenados los cristianos, restitución de sus bienes, revocación de las leyes Julia y Popea contra el celibato, reconociendo de este modo la posibilidad de un celibato santo dentro del cristianismo: varios decretos asegurando el foro judicial de los clérigos, prohibición de los agoreros, de los juegos en que iban mezclada la inmoralidad y el engaño, etc., etc. Roma iba, de este modo, muriendo a su tradición pagana, para renacer poco a poco a la nueva Roma cristiana.

La gran labor pastoral, en que se ve encuadrado el pontificado de San Silvestre, ofrece unas facetas características, primicias todas ellas de la Iglesia, que se abre a nuevos horizontes, libre ya de trabas y de postergaciones.

Era su tiempo la era de los grandes concilios, donde se fijan en detalle los cánones de la fe, el culto divino adquiere una grandeza insospechada, se establece una disciplina eclesiástica, cuna de nuestro Derecho Canónico, y se extiende cada vez más la supremacía de la Iglesia de Roma.

En el mismo año en que es elegido Papa, manda San Silvestre sus legados al concilio de Arlés, donde se resuelve la cuestión de los donatistas, que habían apelado otra vez en la causa de Ceciliano. Los donatistas afirmaban, que solo los sacerdotes de moral intachable podían administrar los sacramentos.

Este concilio, juntamente con el primero ecuménico de Nicea (a. 325), son los dos puntales del esfuerzo dogmático, en tiempos de San Silvestre. Mucho se ha discutido, sobre la participación que en ellos tuvo el Pontífice de Roma, ya que tanto uno como otro, fueron convocados a instancias del emperador Constantino: pero a través de lo que en ellos se determina, no ofrece duda, la presencia moral del Papa en las decisiones consulares.

En Nicea, junto al presidente del concilio, Osio de Córdoba, se sientan los legados pontificios Vito y Vicente, y de ser cierto el documento que recoge el Líber Pontiticalis, todos los obispos, al final de la asamblea, escriben una carta a Silvestre, donde le dan cuenta de las decisiones adoptadas.

Más claro y conmovedor, es el testimonio de los Padres del concilio de Arlés. En esta asamblea, como en todas las que celebra Constantino, se ve, es cierto, una sumisión del episcopado al poder civil; pero al mismo tiempo un afecto y una gran sumisión al Papa.

Es éste, el que ha de dar su última palabra sobre los donatistas, quien ha de comunicar a las iglesias lo establecido en el concilio, y el que en fin, ha de hacer poner en práctica sus acuerdos, sobre todo el que se refiere a la celebración de la Pascua.

Dicen así en la segunda carta que le envían: "Al amadisimo papa Silvestre, Marino, Agnecio... Unidos en el común vínculo de caridad y de unidad, de la madre Iglesia Católica, y reunidos en la ciudad de Arlés por la voluntad del piísimo emperador, te saludamos a ti, gloriosisimo Papa, con toda nuestra reverencia",
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Nota: El donatismo fue un movimiento religioso cristiano iniciado en el siglo IV, en Numidia (la actual Argelia), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles.

Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que sólo aquellos sacerdotes, cuya vida fuese intachable, podían administrar los sacramentos, entre ellos el de la conversión del pan y el vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Eucaristía), y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.

Este movimiento se denominó inicialmente Iglesia de los Mártires, y tomó su otro nombre por Donato, al que eligieron Obispo, sus propios correligionarios en el año 312.

Así Donato afirmaba, que todos los ministros sospechosos de traición a la fe durante las persecuciones del emperador romano Diocleciano, en las que se obligaba a los cristianos a abjurar de su religión, o elegir el martirio, los lapsis, eran indignos de impartir los sacramentos.

El donatismo fue rechazado por la Iglesia Católica, reafirmando la doctrina de la objetividad de los sacramentos, es decir, la idea de que una vez transmitida la potestad sacerdotal a un hombre, mediante el sacramento del Orden Sagrado, los sacramentos que éste administre son plenamente válidos, por intercesión divina, independientemente de la entereza moral del clérigo.

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Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión del Papa San Silvestre, pueda nuestra Iglesia preservar íntegra la Fe en Tí, en tu Divina presencia en la Eucaristía, y en la Acción del Espíritu Santo, junto a nuestra Co Redentora, La Santísima Virgen María. Que el año que se inicia, sea con renovadas fuerzas en nuestro Amor hacia Tí, y a nuestros semejantes. A Tí Señor que te encuentras a la derecha del Padre. Amén.

A partir del 1-Enero-2016, siguiendo las instrucciones nunca cumplidas del Papa San Silvestre, cuya fiesta la celebramos el 31 de Diciembre, hemos llamado a los días de la semana como él lo ordenó hace ya dieciocho siglos: Domingo; Segunda Feria (Lunes); Tercera Feria (Martes); Cuarta Feria (Miércoles – Mercurio); Quinta Feria (Jueves – Júpiter); Sexta Feria (Viernes-Venus) y Sábado.


El Papa San Silvestre quería terminar de desterrar el paganismo de la Sociedad y de nuestros Corazones. Sólo la cultura lusitana adhirió a esta orden, y nosotros seguimos todavía en una desobediencia inconsciente. Hacemos votos por la bendición del Brasil, en esta coyuntura dramática que viven, y por la amada Portugal, semillero de tantos mártires y misioneros.
Domingo 31 de Diciembre

Santa Melania la Joven


(383-439)

Esta santa, nacida en Roma, se le llama así, para distinguirla de Santa Melania, la Anciana. Pertenecía a la aristocracia romana, y se había casado con su primo Piniano. Cuando una década más tarde, perdieron a sus dos hijos, se volcaron en la práctica de los consejos evangélicos.

Así, liquidaron progresivamente sus grandes bienes en construir monasterios, hospitales e iglesias. Abandonaron Roma, poco después del saqueo de Alarico, y después de una larga estancia en Sicilia, llegaron a Tagaste, Numidia, a casa del obispo Alipio, amigo de San Agustín, y un tiempo después a Jerusalén.

A la muerte de su madre y su esposo, Melania estableció allí en Jerusalén una comunidad de vírgenes consagradas, entre las que pasó los siete últimos años de su vida.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión de Santa Melania, podamos saber compartir nuestros bienes terrestres, y así poder alcanzar los tesoros divinos. A Tí Señor, que reinas en los cielos, pleno de Gloria y Poder, por los Siglos de los Siglos. Amén.


sábado, 30 de diciembre de 2017

Sábado 30 de diciembre

San Sabino de Asís


Obispo y Mártir
Siglo III


Latín: "De la región sabina". Vivió en la antigua Etruria, región italiana, y murió en la persecución de Diocleciano, en el año 303.

Al resistirse a apostatar de su fe, el gobernador Venustiano, ordenó que le fueran cortadas las manos, y lo llevaran así a la cárcel.

En ella le devolvió la vista a un ciego. El propio gobernador Venustiano, fue a ver si era verdad. Y no solamente le curó la vista, sino también el alma, en cuanto que el curado, le pidió que lo bautizara porque quería ser cristiano. Y no solamente a él, sino también a su mujer e hijos. Esto hizo que también el gobernador Venustiano se convirtiera.

Una vez que llegó a Roma la noticia, de que se habían convertido ambos, el emperador le quitó el mando al gobernador Venustiano, y le encargó al recién nombrado, que acabase con el obispo y con éste. Ambos fueron llevados a Espoleto, y apaleados hasta que murieron.

Suele presentársele como obispo con varios atributos: la mitra, el báculo, un ídolo roto, y una o ambas manos cortadas (en un plato o a sus pies).


Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión del Obispo San Sabino, nuestra vista y manos sirvan siempre para la gloria de tu Reino. Tú nos advertiste que debemos prescindir de ellas si no sirven a la Gloria de tu Reino. A Tí Señor que eres cabeza de la Iglesia, y nosotros tus humildes miembros. Amén.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Sexta Feria, 29 de Diciembre

Santo Tomás Becket de Canterbury


(+ 1170)

Obispo, mártir inglés.

"Tomás", del arameo: "El Mellizo".

Iconografía: arzobispo, con la mitra, el báculo, una espada clavada en su cráneo.

Breve
Nació en Londres, Inglaterra, en el año 1118, y murió en Canterbury en el año 1170; Canonizado en el año 1173.
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Tomás nació en una familia trabajadora, y fue bautizado el mismo día. Se educó con los monjes en la abadía de Merton en Surrey, después en Londres, y más tarde en la Universidad de París. Era guapo, amistoso, le gustaba el buen vestir y el deporte. Al mismo tiempo, era un hombre puro, y le gustaban las cosas de Dios.

Al morir su padre, se quedó en aprietos económicos, por lo que desde el año 1142, fue empleado en la corte del Arzobispo Theobald de Canterbury. Su nobleza, sagacidad y capacidad, le ganaron la confianza del arzobispo. Juntos viajaron a Francia, Roma y otras partes del continente. Llegó también a ganarse la amistad del rey. Tomás obtuvo permiso para estudiar ley canónica y civil, en Bologna, Italia, y en Auxerre.

En el año 1154, siendo aun joven, fue ordenado diácono, y nombrado Archi Diácono de Canterbury. En esta posición, fue negociador de los asuntos de la Iglesia con la corona. Tomás convenció al Papa Eugenio III, de no reconocer la sucesión de Eustace, hijo del Rey Esteban de Blois. Esto aseguró el derecho de Enrique de Anjou, al trono como Enrique II.

Al año siguiente (1155), por sugerencia del Arzobispo Theobald, Tomás fue elegido como canciller de Inglaterra, puesto en el que sirvió lealmente a Enrique II por 7 años. Su deber era administrar la ley, y lo hizo con sabiduría e imparcialidad. Pero el rey tenía oscuros intereses sobre la Iglesia.

Tomás, comprendiéndolo, le dijo: "Si me haces Arzobispo, te arrepentirás. Ahora dices que me amas, pero ese amor se convertirá en odio". Y así ocurrió. Renunció a su puesto de canciller, y fue ordenado sacerdote, el día antes de su consagración episcopal.

Lo nombraron Arzobispo en el año 1162, y desde la consagración episcopal se entregó por completo a servir al Rey de Reyes, donde la gloria está en la humildad y la disciplina. Él mismo dijo que pasó de ser un seguidor de sabuesos, en referencia a la cacería, a un pastor de almas. Desarrolló un profundo amor por la Eucaristía, hasta el punto que a veces, le salían lágrimas durante la misa. Cada noche cantaba el Oficio Divino con los monjes.

Habían muchos abusos en la Iglesia, que debían rectificarse. Uno de los puntos de conflicto con el rey, fue la cuestión de las respectivas jurisdicciones de la Iglesia, y del estado sobre miembros del clero, acusados de crímenes, y la libertad de apelar a Roma.

Examinaba rigurosamente la conducta y la preparación, de los que deseaban ser sacerdotes, y a los que no estaban bien preparados, o no habían hecho los estudios correspondientes, no los dejaba ordenarse de sacerdotes, aunque llegaran con recomendaciones del mismo rey.

En la famosa asamblea de Northampton, en 1164, Tomás se enfrentó con sus adversarios. Ante las amenazas contra su vida, se mantuvo firme, lo cual irritó al rey, hasta el punto que le dijo: "Tú eres de los míos, yo te elevé de la nada, y ahora me retas". Tomás le respondió: "Señor, Pedro fue elevado de la nada, y sin embargo gobernó la Iglesia". "", contestó el rey, "pero Pedro murió por su Señor". "Yo también moriré por Él, cuando llegue el momento". "¿Entonces, no cederás ante mí?”, preguntó el rey. "No lo haré", respondió Tomás.

El rey se propuso ponerles enormes impuestos, a los bienes de la Iglesia Católica. El arzobispo se opuso totalmente a ello, y desde entonces, el cariño de Enrique hacía su antiguo canciller Tomás, se apagó casi por completo.

Luego pretendió el rey imponer un fuerte castigo a un sacerdote. El arzobispo se opuso, diciendo que al sacerdote lo juzga su superior eclesiástico, y no el poder civil. La rabia del mandatario se encendió furiosamente. Enrique redactó una ley, en la cual la Iglesia quedaba casi totalmente sujeta al gobierno civil. El arzobispo exclamó: "No permita Dios, que yo vaya jamás a aprobar o a firmar semejante ley". Y no la aceptó.

El Rey consideró colmada su paciencia. Enseguida éste se propuso, que en adelante, sería el gobierno civil quien nombrara sacerdotes para ciertos cargos eclesiásticos. Tomás se le opuso terminantemente.

Tomas optó por el exilio en Francia, antes que ceder al rey, sobre los derechos de la Iglesia. Tomás se fue a Francia a entrevistarse con el Papa Alejandro III, y a pedirle que lo reemplazara por otro, en este cargo tan difícil. "Santo Padre le digo yo soy un pobre hombre orgulloso. Yo no fui nunca digno de este oficio. Por favor: nombre a otro, y yo terminaré mis días dedicado a la oración en un convento". Y se fue a retiro, pasando 40 días rezando y meditando, en una casa de religiosos.

Por la recomendación del Papa, entró en el monasterio Cisterciense en Pontigny, hasta que el rey amenazó con eliminar a todos los monjes cistercienses de su reino, si continuaban protegiendo a Tomás. Entonces, en 1166, se mudó a la abadía de San Columba Abbey en Sens, que estaba bajo la protección del rey Luis VII de Francia.

Ambos lados apelaron al Papa Alejandro III, quien trató de encontrar una solución. Por fin, el rey de Francia persuadió a Enrique II, a ir donde Tomás, y hacer las paces. Enrique reconoció la demanda de Tomás, de que se respetara la libertad de apelar a Roma, y pensó que al regresar a Inglaterra, Tomás no continuaría exigiendo los derechos de la Iglesia.

Después de seis años de destierro, y cuando ya le habían sido confiscados por el rey todos sus bienes y los de sus familiares, el arzobispo Tomás regresó a Inglaterra el 1º de diciembre de 1179, con el título de "Delegado del Sumo Pontífice".

El trayecto desde que desembarcó, hasta que llegó a su catedral de Canterbury, fue una marcha triunfal. Las gentes aglomeradas a lo largo de la vía, lo aclamaban. Las campanas de todas las iglesias repicaban alegremente, y parecía que la hora de su triunfo ya había llegado. Pero era otra clase de triunfo, distinta la que le esperaba en ese mes de diciembre. La del martirio.

Cuando Enrique escuchó, desde Normandía, que el Papa había excomulgado a los obispos recalcitrantes, por usurpar los derechos del obispo de Canterbury, y que Tomás no los soltaría, hasta que prometiesen obediencia al Papa, se encolerizó, y dijo: "¿No hay nadie que me libre de este sacerdote turbulento?".

Estas palabras motivaron a cuatro caballeros que le escucharon, y decidieron tomar el asunto en sus manos.

Era Adviento, cerca de Navidad. El 29 de Diciembre del año 1170, los cuatro caballeros, con una tropa de soldados, se aparecieron a las afueras de la Catedral de Canterbury, exigiendo ver al arzobispo. Los sacerdotes, para proteger a Tomás, le forzaron a refugiarse en la Iglesia. Pero Tomás les prohibió bajo obediencia, cerrar la puerta: "Una iglesia no debe convertirse en un castillo" les dijo.

"¿Por qué se portan así, que temen?" les preguntó. “No pueden hacer sino lo que Dios permita”. En la penumbra de la iglesia, los caballeros reclamaron: "¿dónde está el traidor, donde está el arzobispo?". "Aquí estoy", dijo Tomás, "No soy un traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con tal atuendo, entren en la iglesia de Dios. ¿Qué quieren conmigo?".

Uno de los caballeros levantó la espada como para atacarle, pero uno que andaba con Tomás, le protegió del golpe con el brazo. Los cuatro caballeros arremetieron entonces juntos, y le asesinaron en los peldaños de su santuario. Mientras moría bajo los golpes, Tomás repetía los nombres de los arzobispos asesinados antes que él: San Denis, San Elphege de Canterbury. Entonces dijo: "En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu". Sus últimas palabras, según un testigo, fueron: "Muero voluntariamente por el nombre de Jesús, y en defensa de la Iglesia".

El crimen causó indignación en toda la Cristiandad. El rey Enrique fue forzado a hacer penitencia pública, y a construir el monasterio en Witham, Somerset.

Muchos milagros ocurrieron después de la muerte del santo. En 10 años, se registraron 703 milagros. Tomás Becket fue aclamado como santo, por Alejandro III, dos años después de su muerte.

El traslado de sus reliquias a un nuevo y esplendoroso santuario, ocurrió el 7 de Julio de 1220, con la concurrencia de gente de toda Europa.

Cuatrocientos años después de Santo Tomás Becket, otro monarca inglés, Enrique VIII, quiso hacerse cabeza de la Iglesia, por lo que rompió la unidad católica, y persiguió a los fieles católicos. La ruptura culminó en la instalación de Crammer, como arzobispo de Canterbury en 1533.

San Tomás Becket, fue sacado del calendario de los santos de Inglaterra, su santuario, que había sido un importante centro de peregrinación, por más de tres siglos, fue arrasado y las reliquias fueron quemadas (algunos dicen que se transfirieron a Stoneyhurst).

En la actualidad, muchos gobiernos una vez más, se oponen a que la Iglesia proclame la verdad sobre el hombre y la sociedad. Una vez más se requieren hombres y mujeres santos, que sean fieles en las pruebas como Santo Tomás Becket.


Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión del Santo Obispo Tomás Becket, la Iglesia permanezca firme en la selección de postulantes para la ordenación sacerdotal, y en insistir en los derechos civiles inalienables de la persona humana; como la libertad al acceso a la educación religiosa; a la educación sexual responsable con aprobación de la currícula por parte de los padres; a la prohibición del consumo de marihuana; a la prohibición estricta del acceso al alcohol a los menores; al derecho a la vida; a vigilar el estricto cumplimiento de las cuotas alimentarias para padres separados; a no consentir con ninguna forma de divorcio express; a mejorar el acceso a la vivienda, al trabajo y la salud para los matrimonios jóvenes, y tantas otras legislaciones que dignifican y cimientan la vida humana y familiar cristiana. A Tí Señor que eres el gran legislador del Universo, y que Vives y Reinas por los Siglos de los Siglos. Amén.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Quinta Feria, 28 de diciembre

Santos Inocentes

Murieron por Cristo los niños inocentes, su gloria será eterna


La Masacre de los Santos Inocentes
Daniele da Volterra,
pintor y escultor, manerista
italiano, 1509-1566,
Galleria degli Uffizi, Florencia

Las madres padecieron por un tiempo, ahora comparten el triunfo.

Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen" -Jr 31,15.

Los Santos Inocentes: De acuerdo a un relato del Evangelio de San Mateo (2, 13-13), el Rey Herodes mandó matar a los niños de Belén, menores de dos años, al verse burlado por los magos de Oriente, que habían venido para saludar a un recién nacido de estirpe regia.

A partir del siglo IV, se estableció una fiesta para venerar a estos niños, muertos como "mártires", en sustitución de Jesús. La devoción hizo el resto. En la iconografía, se les presenta como niños pequeños y de pecho, con coronas y palmas, en alusión a su martirio.

La tradición oriental los recuerda el 29 de diciembre; la latina, el 28 de diciembre. La tradición concibe su muerte, como "bautismo de sangre" (Rm 6, 3) y preámbulo al "éxodo cristiano", semejante a la masacre de otros niños hebreos, que hubo en Egipto antes de su salida de la esclavitud, a la libertad de los hijos de Dios (Ex 3,10; Mt 2,13-14).

En nuestro tiempo continúa la masacre de inocentes. Millones son masacrados por el aborto, millones más mueren abandonados al hambre, o son niños soldados... ¿Qué actitud tomamos nosotros?. 

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Oficio de Lectura, 28 de Diciembre, Los Santos Inocentes, Mártires

Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo
De los sermones de San Quodvultdeus, Obispo
Sermón 2 sobre el Símbolo

Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar, al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en Él, estaría seguro aquí en la tierra, y reinaría sin fin en la otra vida.

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey?. Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y para que no se escape al que buscas, te muestras cruel dando muerte a tantos niños.

Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños, te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.

Pero Aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono, actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, ya que libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos, en el número de los adoptivos.

Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos, a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.

Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas, y mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo mientras lo ignoras.

¡Oh gran don de la gracia!. ¿De quién son los merecimientos, para que así triunfen los niños?. Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla, valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria.


Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, por todos los niños y niñas del mundo, para que siempre veamos en ellos a Tí mismo, que naciste como niño de la Virgen María. A Tí te lo pedimos Señor, que nos enseñaste que sólo siendo niños, llegaremos a las moradas eternas. Amén.
Cuarta Feria, 27 de diciembre

SAN JUAN EL EVANGELISTA, APÓSTOL


Hijo de Zebedeo, hermano del Apóstol Santiago

Etim: "El Señor ha dado su gracia" o "Dios es misericordioso"

Autor del cuarto evangelio, de las tres cartas que llevan su nombre en el Nuevo Testamento, y del Apocalipsis.
Emblemas: El águila (por su visión mística elevada), Un libro (por su escritos llenos del Espíritu Santo)

Patrón de teólogos y escritores

Muerte: c.100 P.C.

Hijitos míos, amaos entre vosotros”

El Señor desea hacer de cada uno de nosotros, un discípulo, como Juan, que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto, no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente, es necesario también vivir con Él, y como Él”. Benedicto XVI

El discípulo amado
SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue, como "el discípulo amado de Jesús", y a quien a menudo le llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo"), sobre todo entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.

Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las redes, a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos, para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago, el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una recomendación, o bien a causa de lo impetuoso de su temperamento.

Se dice que San Juan, era el más joven de los doce Apóstoles, y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.

En el Evangelio que escribió, se refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los más íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como durante su agonía, en el Huerto de los Olivos.

En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección, o su afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño, desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor, que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino.

Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad, a fin de preparar la cena de la última Pascua, y en el curso de aquella última cena, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús; y fue a Juan a quien el Maestro indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que habría de traicionarle.

Es creencia general, la de que era Juan aquel "otro discípulo" que entró con Jesús, ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles, que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres; y fue él quien recibió el sublime encargo de tomar bajo su cuidado, a la Madre del Redentor. "Mujer, he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a tu madre", le dijo a Juan.

Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos, y nos encomendó el amoroso cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él, le fue dado el privilegio de llevar físicamente a María a su propia casa, como una verdadera madre, y honrarla, servirla y cuidarla en persona.

Gran testigo de la Gloria del Maestro
Cuando María Magdalena, trajo la noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan acudieron inmediatamente, y Juan, que era el más joven, y el que corría más de prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro, y los dos juntos se acercaron al sepulcro, y los dos "vieron y creyeron", que Jesús había resucitado.

A los pocos días, Jesús se les apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro, caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro, sobre la sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia, y le vaticinó su martirio. San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él, preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero:

«Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21)

Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?. Tú, sígueme.» (Jn 21,22)

Debido a aquella respuesta, no es sorprendente, que entre los hermanos corriese el rumor, de que Juan no iba a morir, un rumor que el mismo Juan, se encargó de desmentir, al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).

Después de la Ascensión de Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan, que subían juntos al templo, y antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad, con la orden de que se abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios, obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar, de lo que hemos visto y oído.» (Hechos 4:19-20)

Después, los Apóstoles fueron enviados a confirmar a los fieles, que el diácono Felipe había convertido en Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén, tras su conversión, se dirigió a aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles, y fue por entonces cuando San Juan, asistió al primer Concilio de Apóstoles en Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina, para viajar al Asia Menor.

Éfeso
San Ireneo, Padre de la Iglesia, quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan, es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma, que éste se estableció en Éfeso después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la época precisa.

De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano, San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado, un intento para quitarle la vida. La misma tradición afirma, que posteriormente fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales, que escribió en su libro del Apocalipsis.

Maravillosas revelaciones celestiales
Después de la muerte de Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Éfeso, y es creencia general, que fue entonces cuando escribió su Evangelio. Él mismo nos revela el objetivo que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengáis la vida en Su nombre".

Su Evangelio tiene un carácter enteramente distinto al de los otros tres, y es una obra teológica tan sublime, que como dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano, el llegar a profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu, y de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila, que es el símbolo de San Juan el Evangelista.

También escribió el Apóstol tres epístolas: a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza y santidad de vida, y a la precaución contra las artimañas de los seductores.

Las otras dos son breves, y están dirigidas a determinadas personas: una probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo inimitable espíritu de caridad.

Predicando la Verdad y el Amor
Los más antiguos escritores, hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas, y a los seguidores del gnóstico Cerinto.

En cierta ocasión, según San Ireneo, cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos, y entonces regresó y comentó con algunos amigos que le acompañaban: "¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".

Dice San Ireneo, que fue informado de este incidente por el propio San Policarpio, el discípulo personal de San Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría, relata que en cierta ciudad, cuyo nombre omite, San Juan vio a un brillante joven en la congregación, y con el íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó para presentarlo al obispo, a quien él mismo había consagrado, y le dijo: "En presencia de Cristo, y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados".

De acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina, y a la larga, lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías, y acabó por convertirse en un asaltante de caminos.

Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a aquella ciudad, y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo, que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados, en presencia de tu iglesia". El obispo se sorprendió, creyendo que se trataba de algún dinero que se le había confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado, y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven!. Ha muerto".

"¿De qué murió”, preguntó San Juan. "Ha muerto para Dios, puesto que es un ladrón" , fue la respuesta.

Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió un caballo, y un guía para dirigirse hacia las montañas, adonde los asaltantes de caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró, por los tortuosos senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!".

Al llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero, y trató de huir, lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho!. ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas?. Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo, y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía".

El joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza, y de pronto, se echó a llorar, y se acercó a San Juan para implorarle, según dice Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no quiso abandonar la guarida de los ladrones, hasta que el pecador quedó reconciliado con la Iglesia.

Aquella caridad que inflamaba su alma, deseaba infundirla en los otros, de una manera constante y afectuosa. Dice San Jerónimo en sus escritos, que cuando San Juan era ya muy anciano, y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Efeso, y siempre les decía estas mismas palabras: "Hijitos míos, amaos entre vosotros . . .". Alguna vez le preguntaron, por qué repetía siempre esa frase, respondió San Juan: "Porque ése es el mandamiento del Señor, y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".

San Juan murió pacíficamente en Éfeso, hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio.

Según los datos que nos proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo quinto, y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San Juan el Evangelista, inmediatamente después de la de San Esteban, es antiquísima.

En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600 P.C.), la conmemoración, parece haber sido anotada de esta manera: "La Asunción de San Juan el Evangelista en Éfeso, y la ordenación al episcopado del Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor, y el primer judío que fue ordenado obispo de Jerusalén por los Apóstoles, y que obtuvo la corona del martirio en el tiempo de la Pascua".

Era de esperarse que en una nota como la anterior, se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo, es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de Alfeo.

La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma, puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que surgió sin duda de la afirmación, de que aquel discípulo de Cristo "no moriría", tuvo gran difusión y aceptación a fines del siglo II. Por otra parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso, era bien conocida, y aun famosa por los milagros que se obraban allí.

El "Acta Johannis", que ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta, y que ha sido condenada a causa de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear una leyenda. De estas fuentes, o en todo caso, del pseudo Abdías, procede la historia, en base a la cual, se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz y una víbora.

Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó un reto a San Juan, para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno, y a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote.

En ese incidente se funda también, sin duda, la costumbre popular que prevalece, sobre todo en Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con la que se brinda en honor de San Juan. En los rituales medievales, hay numerosas fórmulas para ese brindis, y para que al beber la Johannis-Minne, se evitaran los peligros, se recuperara la salud, y se llegara al cielo.

San Juan, es sin duda un hombre de extraordinaria personalidad, y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña, que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es decir el requisito para un hombre plenamente hombre. 

Esto choca contra el modelo de hombre machista, que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus bajos instintos. Por eso, el arte tiende a representar a San Juan, como una persona suave, y a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba.

Es necesario recuperar a San Juan como modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y precisamente por eso, ser valiente para estar al pie de la cruz, como ningún otro. Por algo Jesús le llamaba "hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado en Cristo, para mayor gloria de Dios.

Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.

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Juan, hijo del Zebedeo
Benedicto XVI, audiencia general, 5 de julio, 2006
Zenit.org

Queridos hermanos y hermanas:
Dedicamos el encuentro de hoy, a recordar a otro miembro muy importante del colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa «el Señor ha dado su gracia».

Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto a su hermano, (Cf. Mateo 4, 21; Marcos 1,19). Juan forma siempre parte del grupo restringido, que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones.

Está junto a Pedro y Santiago, cuando Jesús en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro, para curar a su suegra (Cf. Marcos 1, 29); con los otros dos, sigue al Maestro en la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, cuya hija volverá a ser llamada a la vida (Cf. Marcos 5, 37); le sigue, cuando sube a la montaña para ser transfigurado (Cf. Marcos 9, 2); está a su lado en el Monte de los Olivos, cuando ante el imponente Templo de Jerusalén, pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (Cf. Marcos 13, 3); y por último, está cerca de Él, cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar con el Padre, antes de la Pasión (Cf. Marcos 14, 33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos, para preparar la sala para la Cena, les confía a él y a Pedro, esta tarea (Cf. Lucas 22,8).

Esta posición de relieve en el grupo de los doce, hace en cierto sentido comprensible, la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús, para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha, y el otro a su izquierda en el Reino (Cf. Mateo 20, 20-21).

Como sabemos, Jesús respondió, planteando a su vez un interrogante: preguntó si estaban dispuestos a beber el cáliz que Él mismo estaba a punto de beber (Cf. Mateo 20, 22). Con estas palabras, quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirles en el conocimiento del misterio de su persona, y esbozarles la futura llamada a ser sus testigos, hasta la prueba suprema de la sangre.

Poco después, de hecho, Jesús aclaró que no había venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida en rescate de la multitud (Cf. Mateo 20, 28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo», pescando junto a Pedro, y a otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado, vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en reconocer al «Señor», y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13).

Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. Pablo, de hecho, le coloca entre quienes llama, las «columnas» de esa comunidad (Cf. Gálatas 2, 9). San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le presenta junto a San Pedro, mientras van a rezar al Templo (Hechos 3, 1-4.11), o cuando se presentan ante el Sanedrín, para testimoniar su fe en Jesucristo (Cf. Hechos 4, 13.19).

Junto con San Pedro, recibe la invitación de la Iglesia de Jerusalén, a confirmar a los que acogieron el Evangelio en Samaria, rezando sobre ellos, para que recibieran el Espíritu Santo (Cf. Hechos 8, 14-15).

En particular, hay que recordar lo que dice junto a Pedro, ante el Sanedrín, durante el proceso: «No podemos dejar de hablar, de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Esta franqueza para confesar su propia fe, queda como un ejemplo, y una advertencia para todos nosotros, para que estemos dispuestos a declarar con decisión, nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo humano o interés.

Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto Evangelio, coloca la cabeza sobre el pecho del Maestro, durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la Cruz, junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25); y por último, es testigo tanto de la tumba vacía, como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7).

Sabemos que esta identificación, hoy es discutida por los expertos, pues algunos de ellos ven en él, al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exégetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos, con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros, un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto, no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente, es necesario también vivir con Él, y como Él.

Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el siervo, no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15).

En los apócrifos «Hechos de Juan», el Apóstol, no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de una comunidad constituida, sino como un itinerante continuo, un comunicador de la fe en el encuentro, con «almas capaces de esperar, y de ser salvadas» (18, 10; 23, 8). Le empuja el deseo paradójico, de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental le llama simplemente «el Teólogo», es decir, el que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, revelando un arcano acceso a Dios, a través de la adhesión a Jesús.

El culto de Juan Apóstol, se afirmó a partir de la ciudad de Éfeso, donde según una antigua tradición, habría vivido durante un largo tiempo, muriendo en una edad extraordinariamente avanzada, bajo el emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, construyó en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas.

Precisamente en Oriente gozó, y goza, de gran veneración. En los íconos bizantinos, se le representa como muy anciano; según la tradición murió bajo el emperador Trajano-- y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.

De hecho, sin un adecuado recogimiento, no es posible acercarse al misterio supremo de Dios, y a su revelación. Esto explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI, abrazó en un memorable encuentro, afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos", conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan, y su corazón se enciende» (O. Clément, «Dialoghi con Atenagora», Torino 1972, p. 159).

Que el Señor nos ayude a ponernos en la escuela de San Juan, para aprender la gran lección del amor, de manera que nos sintamos amados por Cristo, «hasta el final» (Juan 13, 1), y gastemos nuestra vida por Él.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión de San Juan Evangelista, sepamos hacer siempre un momento de silencio cada día, y así poder escuchar tus divinas inspiraciones, que tienes para nuestra Vida. A Tí Señor, que siempre buscaste un momento de soledad para orar al Padre, y Vives y Reinas por Siempre, por los Siglos de los Siglos. Amén.