sábado, 30 de junio de 2018


Sábado 30 de junio

Primeros mártires de la Iglesia Romana


¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos, que te llevan lejos de Él, y de Tí mismo?”. Papa Juan Pablo II, (30-Agosto-2001)

Entre los mártires de Roma, víctimas de la persecución de Nerón, están los Apóstoles Pedro y Pablo, pero de la mayoría no conocemos su nombre.

Nerón era un emperador depravado, que no se detenía ante nada, en sus obsesiones por el placer. Su vida era un desenfreno de vicios. Acusó a los cristianos, por el incendio que destruyó gran parte de Roma, en el año 64 (19 de julio). Esto era falso, pero servía de pretexto para perseguirlos.

Tertuliano escribió que "Los paganos atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad; si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos; si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!".

San Clemente, Obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6), narra lo siguiente: "Pongamos ante nuestros ojos a los Santos Apóstoles. A Pedro, que por una hostil emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio, y llegar así a la posesión de la gloria merecida.

Esta misma envidia y rivalidad, dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio, debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado, y habiéndose convertido en mensajero de la palabra, en el Oriente y en el Occidente, su Fe se hizo patente a todos, ya que después de haber enseñado a todo el mundo, el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades, y de este modo, partió de este mundo hacia el lugar Santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia. A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos, que habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos, también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo".

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Antonio R. Rubio Plo
Nada sabemos de sus nombres, salvo que los Apóstoles Pedro y Pablo, encabezaron este ejército de los primeros mártires romanos, víctimas en el año 64, de la persecución de Nerón, tras el incendio de Roma.

A veces me he preguntado si estaría entre ellos, una ilustre dama romana, Pomponia Graecina, esposa de Aulo Plaucio, gobernador de Britania. Antiguas leyendas, incluso hacen de Pomponia una princesa britana, y la relacionan con los orígenes del cristianismo en las Islas Británicas.

Pero no parece probable, que aquella mujer se contara entre los mártires, de la primera persecución contra los cristianos. Sin embargo, hay indicios escritos y arqueológicos, que permiten asegurar que hacia el año 57 ó 58, Pomponia dio también testimonio, aunque incruento, de su fe cristiana.

Los Anales de Tácito (XIII, 32), aseguran que fue acusada de “superstición extranjera”, algo que podría hacer referencia a su condición de cristiana. Se constituyó un tribunal doméstico, presidido por su marido, y que finalmente proclamó la inocencia de la esposa, tras una indagación sobre su vida y su fama.

Con todo, Tácito atribuye a Pomponia, el carácter de “una persona afligida”, alguien que durante cuarenta años, llevó luto por el asesinato de Julia, una víctima más, entre los miembros de una familia imperial, diezmada por las ejecuciones o envenenamientos, que el círculo del poder disponía de forma arbitraria.

Acaso esa aflicción, no procediera de una mera tristeza humana, sino del deseo de mantenerse al margen, de una sociedad marcada por el crimen y la corrupción. Quizás la tristeza que Tácito ve en Pomponia, no fuera tal, sino un aire de seriedad, una expresión de desaprobación, por un ambiente en el que no se respira a gusto, pero en el que hay que estar necesariamente, en función de las obligaciones familiares y sociales.

Habría que pensar que Pomponia, no borraría por completo su afabilidad femenina, y su “saber estar”, pese a algunas apariencias externas. En el cristiano no puede caber la tristeza. Las únicas lágrimas que puede derramar, son las del Amor, como las que derramó Cristo a la vista de Jerusalén. Pero cuando alrededor de alguien, se extienden las risas maliciosas, las alusiones de dudoso gusto, y en general, todas las dimensiones de las lenguas desatadas, es comprensible que pueda adoptar una expresión de seriedad.

Sea como fuere, Pomponia padeció en su fama, y en su ánimo, por seguir a Cristo. Como en todas las épocas, los cristianos que están en el mundo, pero no son del mundo, son señalados con el dedo, tachados de locos, o etiquetados con calumnias.

Pomponia Graecina es también un personaje secundario de la célebre novela Quo Vadis, de Henryk Sienckewicz. La matrona romana acoge en su casa, y educa en la fe cristiana a Ligia, la hija del rey de los ligios, reducida a la esclavitud. El novelista polaco presenta a Pomponia, como un modelo de virtud femenina, en una sociedad corrompida.

En las páginas de su obra, se trasluce que ha leído a Tácito, sobre todo, cuando describe la persecución neroniana, cuando “se empezó a detener abiertamente a los que confesaban su fe” (Anales XV, 44). Tácito no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como lo demuestran los calificativos, que aparecen muchas veces en el citado pasaje: “ignominias”, “execrable superstición”, “atrocidades y vergüenzas”, “odio al género humano”, “culpables”, “merecedores del máximo castigo”...

Lo de menos, es que fuera verdad o mentira, que los cristianos hubieran incendiado Roma; el odio se había desatado, y todos tenían que morir. Poco más de treinta años después de la crucifixión de Cristo, se cumplía el pronóstico del Maestro, de que sus seguidores serían también perseguidos, y de que serían odiados por su causa.

Tácito especifica claramente, los géneros de muerte que se aplicaron a los cristianos: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros, tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”.

Juan Pablo II reflexionó, sobre aquellos primeros mártires de la Iglesia romana, con motivo del preestreno de un film polaco, que pudo ver en la tarde del 30 de agosto de 2001. Se trataba de la quinta versión cinematográfica de Quo Vadis, adaptado y dirigido por Jerzy Kawalerowicz, uno de los más importantes directores de la cinematografía polaca, desde la década de 1960.

Me sorprendió que Kawalerowicz dirigiera esta película, dados sus antecedentes: realizó Madre Juana de los Ángeles, escandalosa crónica, de un supuesto caso de posesión demoníaca en un convento francés del siglo XVII, y también fue autor de Faraón, una superproducción, en la que presentaba a un desconocido faraón, Ramsés XIII, como un gobernante manipulado por los sacerdotes de Amón.

Detrás de esta historia, algunos críticos veían una referencia a la Iglesia Católica, en sus relaciones con el Estado polaco. Pero en Polonia, han cambiado muchas cosas. El hoy octogenario Kawalerowicz se hacía, con ocasión del lanzamiento de su película, esta pregunta: Quo vadis, homo?, ¿Hacia dónde va el hombre contemporáneo?. Tras la proyección de Quo Vadis, el Papa matizaba la misma pregunta: “¿Vas al encuentro de Cristo, o sigues otros caminos, que te llevan lejos de Él, y de Tí mismo?”.

El recuerdo de los primeros mártires romanos, era para Juan Pablo II, mucho más que un dato histórico. De allí surge una reflexión enteramente actual, una llamada para los cristianos de hoy, y de tiempos futuros: “Es necesario recordar el drama que experimentaron en su alma, en el que se confrontaron, el temor humano y la valentía sobrehumana; el deseo de vivir, y la voluntad de ser fieles hasta la muerte; el sentido de la soledad ante el odio inmutable, y al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene, de la cercana e invisible presencia de Dios, y de la Fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama, para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mí?”.

Estas palabras del Papa nos recuerdan, que tarde o temprano, los cristianos son llamados a ser mártires, es decir testigos. Pocos serán los que derramarán su sangre, al menos en los países del mundo desarrollado. La mayoría experimentarán, en cambio, la incomprensión, el ridículo o el odio. Tendrán que pedirle a Cristo, la fortaleza suficiente para no negarle delante de los hombres.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos la fortaleza espiritual y la lucidez intelectual, para que todos los días podamos recibir de tus manos, el sagrado bautismo del fuego y del agua, y de esa manera participar dignamente en la Vida de tu Cuerpo Místico. A Tí Señor, que nos advertiste, que nunca los verdaderos discípulos, corren mejor suerte que su Maestro. Amén.

viernes, 29 de junio de 2018


Sexta Feria, 29 de junio

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO 


La solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, es la fiesta de «la unidad y la catolicidad de la Iglesia».

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PRIMERA LECTURA
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 12, 1-11

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro.

Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando de su custodia, a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenla intención de presentarlo al pueblo, pasadas las fiestas de Pascua,

Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.

De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: -«Date prisa, levántate.» Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: -«Ponte el cinturón y las sandalias.» Obedeció, y el ángel le dijo: -«Échate el manto y sígueme.»

Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión, y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle, se marchó el ángel.

Pedro recapacitó, y dijo: -«Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes, y de la expectación de los judíos

Palabra de Dios.

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Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
R. El Señor me libró de todas mis ansias

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen, y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha, y lo salva de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles, y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.

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SEGUNDA LECTURA
Ahora me aguarda la corona merecida
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.

El Señor me ayudó, y me dio fuerzas, para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará, y me llevará a su reino del cielo.

A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

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EVANGELIO
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los Cielos
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?»

Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que eres Elías, otros que Jeremías, o uno de los profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Simón Pedro tomó la palabra, y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» .

Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo

Palabra del Señor
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La Iglesia de Cristo, se levanta sobre la firmeza de la Fe de San Pedro
De los sermones de San León Magno, Papa
(Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54, 149-151)

De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la Iglesia; y aunque en el pueblo de Dios, hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo.

La bondad divina, ha concedido a este hombre, una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.

El Señor pregunta a sus apóstoles, qué es lo que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas, en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.

Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor, aquel que es primero en la dignidad apostólica. A las palabras de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Es decir: «Eres verdaderamente dichoso, porque es mi Padre quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel, de quien soy el Hijo único».

Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro, que soy la piedra inviolable, la piedra angular, que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa; yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder, de tal forma que lo que me pertenece por propio poder, sea común a ambos, por tu participación conmigo».

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre esta fortaleza –quiere decir– construiré el templo eterno, y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo, y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro».

El poder del infierno no podrá con esta profesión de Fe, ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras, son palabras de vida. Y del mismo modo, que lleva al cielo a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.

Por esto, dice al bienaventurado Pedro: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

La prerrogativa de este poder, se comunica también a los otros apóstoles, y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno, lo que se ordena a todos; de una forma especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro, se pone al frente de todos los pastores de la Iglesia.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, protege siempre en tu Divina Misericordia, al Romano Pontífice, y haz que su Palabra y Ejemplo, iluminen a todo el mundo, en todo el tiempo presente y venidero, hasta tu regreso, y que nunca el fuego del infierno habite nuestros corazones. Amén.




Sexta Feria, 29 de Junio

Fiesta de San Pedro y San Pablo

SAN PABLO

Apóstol de los Gentiles

Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”


Artista: Carlo Crivelli, 1473. Holandés

Breve

Mientras iba a la ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció, y tirándolo por suelo, le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4.

Este hecho crucial en la vida de este héroe cristiano, lo hizo transformarse profundamente, y quedando ciego por tres días, se abrió a la Luz al cabo de ese tiempo, como una conmemoración de la Resurrección del Señor.

Hay un punto también crucial en el mensaje del Divino Maestro. No le dice a San Pablo, “¿por qué persigues a la Iglesia cristiana? etc”...Dice concretamente “¿Por qué ME persigues?”. Es una confirmación que la Iglesia es Él mismo, parte indivisible de su Cuerpo Místico, y no una invención de los Apóstoles.

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25 de Enero: fiesta de su conversión.

¿Era San Pablo sacerdote?
No solo era San Pablo sacerdote, sino también Obispo. Como Obispo, él ordenó a otros Obispos, entre ellos a Tito y a Timoteo. A este último, le escribe: "Por eso te recomiendo, que reavives el don de Dios, que has recibido por la imposición de mis manos" 2 Tim 6. En las cartas que San Pablo les escribió, vemos que ellos eran los pastores de sus comunidades.

Cuando Pablo fue tirado por tierra, fue capaz de entregarle a Cristo, absolutamente todo su ser. Más tarde pudo decir "ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí".

Pablo escribió 13 cartas, que forman parte del Nuevo Testamento, y están dirigidas a las comunidades de gentiles, paganos convertidos por su predicación. En ellas les exhorta, les guía en la fe, y enseña sobre ética y doctrina. Estas cartas son inspiradas por el Espíritu Santo, y forman parte de la revelación divina.

Es decir, son Palabra de Dios, y por medio de ellas, Dios mismo se da a conocer. Pablo es el instrumento en esta comunicación divina, pero al mismo tiempo, las cartas nos ayudan a conocer al autor humano. Reflejan su personalidad, sus dones, y sus luchas intensas. Otras fuentes que nos ayudan a conocer al Apóstol, son los Hechos de los Apóstoles, escritos por San Lucas, y ciertos libros no canónicos.

Pablo nació de una familia judía acomodada, de la tribu de Benjamín, en Tarso de Cilicia (hoy Turquía). Su nombre semítico era Saulo. No sabemos cuando comenzó a llamarse con el nombre latino de Pablo. Por ser Tarso una ciudad griega, gozó de ciudadanía romana. La fecha de su nacimiento, se calcula alrededor del año 3 A.D. Según se cree, Jesús nació alrededor del 6 o 7 B.C. Entonces Jesucristo sería sólo unos 10 años mayor que San Pablo.

Aunque criado en una ortodoxia rigurosa, mientras vivía en su hogar de Tarso, estuvo bajo la influencia liberal de los helenistas, es decir de la cultura griega, que en ese tiempo, había penetrado todos los niveles de la sociedad en el Asia Menor. Se formó en las tradiciones y culturas judaicas, romanas y griegas.

Siendo joven, no sabemos la edad, Saúl fue a estudiar en Jerusalén, en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Además de estudiar la ley y los profetas, allí aprendió un oficio como era la costumbre. El joven Saúl escogió el de construir tiendas. No se sabe, si jamás vió a Jesús antes de su crucifixión, pues no cuenta nada sobre ello.

Hacia el año 34, Saúl aparece como un recto joven fariseo, fanáticamente dispuesto contra los cristianos. Creía que la nueva secta, era una amenaza para el judaísmo, por lo que debía ser eliminada, y sus seguidores castigados. Se nos dice en los Hechos de los Apóstoles, que Saúl estuvo presente aprobando cuando San Esteban, el primer mártir, fue apedreado y muerto.

Fue poco después, que Pablo experimentó la revelación, que iba a transformar su vida. Mientras iba a la ciudad de Damasco, para continuar su persecución contra los cristianos, y hacerles renegar de su fe, Jesucristo se le apareció, y tirándolo por suelo, le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4.

Por la luz sobrenatural quedó ciego. Pablo ante el Señor, se entregó totalmente: -"Señor, ¿qué quieres que haga?”. Jesús le pide un profundo acto de humildad, ya que se debía someter a quienes antes perseguía: -"Vete donde Ananías, y él te lo dirá". Después de su llegada a Damasco, siguió su conversión, la sanación de su ceguera por el discípulo Ananías, y su bautismo.

Pablo aceptó ávidamente la misión de predicar el Evangelio de Cristo, pero como todos los santos, vio su indignidad, y se apartó del mundo para pasar tres años en Arabia, en meditación y oración, antes de iniciar su Apostolado. Hacía falta mucha purificación. Jesucristo lo constituyó Apóstol de una manera especial, sin haber convivido con Él.

Es pues el último Apóstol constituido. "Y en último término, se me apareció también a mí, como a un abortivo". Primera Carta a los Corintios 15:8. Su vida es totalmente transformada en Cristo: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida, a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida, ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura, para ganar a Cristo" (Filipenses 3,7-8).

Desde entonces era un hombre verdaderamente nuevo, y totalmente movido por el Espíritu Santo, para anunciar el Evangelio con poder. Saúl desde ahora, se llamará con el nombre romano: Pablo.

Él por su parte, nunca descansó de sus labores. Predicación, escritos y fundaciones de iglesias, sus largos y múltiples viajes por tierra y mar, con al menos cuatro viajes apostólicos, tan repletos de aventuras, podrán ser seguidos por cualquiera que lea cuidadosamente, las cartas del Nuevo Testamento.

No podemos estar seguros, si las cartas y evidencias que han llegado hasta nosotros, contienen todas las actividades de San Pablo. Él mismo nos dice que fue apedreado, azotado, que naufragó tres veces, aguantó hambre y sed, noches sin descanso, peligros y dificultades. Fue preso, y además de estas pruebas físicas, sufrió muchos desacuerdos, y casi constantes conflictos, los cuales soportó con gran entusiasmo por Cristo, por las muchas y dispersas comunidades cristianas.

Tuvo una educación natural, mucho mayor que los humildes pescadores, que fueron los primeros Apóstoles de Cristo. Decimos "educación natural", porque los otros apóstoles tuvieron al mismo Jesús de maestro, recibiendo así una educación divina.

Ésta también la recibió San Pablo, por la gracia de la revelación. Siendo docto, tanto en la sabiduría humana como en la divina, Pablo fue capaz de enseñar, que la sabiduría humana, es nada en comparación con la divina: "Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría". Romanos 12,16.

A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío, y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio, mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles, para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a Él la gloria, por los siglos de los siglos!. Amén”. Romanos 16,25-27

Pablo inició su predicación en Damasco. Aquí la rabia de los judíos ortodoxos, contra este "traidor" era tan fuerte, que tuvo que escaparse, dejándose bajar de la pared de la ciudad en una canasta. Al llegar a Jerusalén, fue sentenciosamente vigilado por los judíos cristianos, porque no podían creer que él, que tanto los había perseguido. se había convertido.

De regreso a su ciudad nativa de Tarso, otra vez se unió Barnabás, y juntos viajaron a la Antioquía siriana, donde encontraron tantos seguidores, que fue fundada la iglesia por la constancia de los primeros cristianos. Fue aquí donde los discípulos de Jesús,ueron llamados cristianos por primera vez - del Griego Christos, los Ungidos.

Después que regresaron a Jerusalén, una vez más para asistir a los miembros de la iglesia, que estaban escasos de alimentos, estos dos misioneros, regresaron a Antioquía, y después navegaron a la isla de Chipre; durante su estancia convirtieron al procónsul, Sergius Paulus.

Una vez más, en tierra de Asia Menor, cruzaron las Montañas Taurus, y visitaron muchos pueblos del interior, particularmente aquellos en que habitaban judíos. Generalmente en estos lugares, Pablo primero visitaba las sinagogas, y predicaba a los judíos; si ellos lo rechazaban, entonces predicaba a los gentiles.

En Antioquía de Pisid, Pablo lanzó un discurso memorable a los judíos, concluyendo con estas palabras: Hechos 13,46-47. Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros, en primer lugar, la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis, y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra» .

Después de esto, Pablo y Bernabé volvieron a Jerusalén, donde los ancianos trataban el tema de la posición de la Iglesia, todavía en su mayoría formada por miembros judíos, hacia los gentiles convertidos. La cuestión de la circuncisión fue problemática, porque para los judíos era importante, que los gentiles se sometieran a este requisito de la ley judía.

Pablo se mostró en contra de la circuncisión, no porque quisiera hacer un cristianismo fácil, sino porque comprendía, que el Espíritu ahora requería una circuncisión del corazón, una transformación interior.

La ley no puede justificar al hombre, sino sólo la gracia recibida por medio de Jesucristo. Vivir esta gracia es, sin embargo, un reto aun más radical que el que presenta la ley, y exige una entrega total. Esta llamada a la gracia, y a la respuesta total hasta la muerte, forma parte esencial de su enseñanza y de su vida.

La segunda jornada misionera, la cual duró del año 49 al 52, llevó Pablo a Silas, su nuevo asistente a Frigia, Galacia, Troas, y a través de tierra de Europa, a Filipos en Macedonia. Lucas el médico, era ahora un miembro del grupo, y en el libro de los Hechos, él nos da un relato que ellos fueron a Tesalónica, y después bajó a Atenas y Corinto.

En Atenas, Pablo predicó en el Areópago, y sabemos que algunos de los estoicos y epicureanos, lo escucharon y discutieron con él informalmente, atraídos por su intelecto vigoroso, su personalidad magnética, y su enseñanza ética.

Pero más importante, el Espíritu Santo tocaba los corazones de aquellos, que abriendo su corazón, podían comprender que Pablo, tenía una sabiduría nunca antes enseñada.

Pasando a Corinto, se encontró en el mismo corazón del mundo greco-romano, y sus cartas de este período, muestran que él está consciente, de la gran ventaja en su contra, de la lucha incesante contra el escepticismo, e indiferencia pagana.

Él sin embargo, se quedó en Corinto por 18 meses, y se encontró con un éxito considerable. Un matrimonio, Aquila y Priscila, se convirtieron, y llegaron a ser muy valiosos servidores de Cristo. Volvieron con él al Asia.

Fue durante su primer invierno en Corinto, que Pablo escribió las primeras cartas misioneras. Estas muestran, su suprema preocupación por la conducta, y revelan la importancia, de que el hombre reciba la inhabitación del Espíritu Santo, ya que solo así hay salvación y poder para el bien.

La tercera jornada misionera, cubrió el periodo del 52 a 56. En Éfeso, ciudad importante de Lidia, donde el culto a la diosa griega Artemisa era muy popular. Pablo fue motivo de un disturbio público, ya que los comerciantes, veían peligrar sus negocios de imágenes de plata de la diosa que allí florecía. Después, en Jerusalén, causó una conmoción al visitar el templo; fue arrestado, tratado brutalmente y encadenado.

Pero cuando fue ante el tribunal, él se defendió de tal forma, que sorprendió a sus opresores. Fue llevado a Cesarea por el rumor de algunos judíos en Jerusalén, que lo habían acusado falsamente de haber dejado entrar a gentiles en el templo. Así planeaban matarlo.

Fue puesto en prisión en Cesarea, esperando juicio por aproximadamente dos años bajo el procónsul Félix y Festus. Los gobernadores romanos, deseaban evitar problemas entre judíos y cristianos, por lo que postergaron su juicio de mes a mes.

Pablo al final apeló al Emperador, demandando el derecho legal de un ciudadano romano, de tener su juicio, escuchado por el mismo Nerón. Fue entonces colocado bajo la custodia de un centurión, el cual lo llevó a Roma. Los Hechos de los Apóstoles, lo dejan en la ciudad imperial esperando su tribunal.

Aparentemente la apelación de Pablo fue un éxito, porque hay evidencia de otra jornada misionera, probablemente a Macedonia. En esta última visita a las comunidades cristianas, se cree que nombró a Tito obispo en Creta, y a Timoteo en Efeso. Volviendo a Roma, fue una vez mas arrestado. Su espíritu no decae ante las tribulaciones, porque sabe en quien ha puesto su confianza.

Por este motivo, estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien, en quién tengo puesta mi Fe, y estoy convencido de que es poderoso, para guardar mi depósito hasta aquel día”. Segunda Carta a Timoteo 1,12.

La vida de Cristo en San Pablo, lo transforma en hombre nuevo, lleno de la gracia y conocimiento de Dios. Es capaz de comunicar la vida de Cristo.

Murió el "hombre viejo" (cf. Romanos 6,6.11; Flp 3,10). Nace el "hombre nuevo" (2Cor 5,17; Gal 5,1). Ahora la vida de Cristo, es su vida (cf. Col 2,12-13; Rm 6,8; 2Tim 2,11). Está plenamente identificado con ÉL (cf. Flp 3,12). Ofrece su vida con su Señor, en su misterio de pasión, muerte y resurrección (Rm 6,3-4), para completar lo que falta, en su propia carne, a la pasión de Cristo (cf. Col 1,24). Está lleno de agradecimiento, porque Cristo "se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20; cf 1,4; Ef 5,2; Jn 10,10).

Pablo es el libre prisionero de Cristo (cf. Hch 20,22); ya no se pertenece, sino que su vivir, amar y morir es Cristo Jesús (cf. Gal 2,20). Amar a Cristo, es inseparable de amar, a aquellos que le han sido confiados, con el mismo amor de Cristo. Ese amor es superior, a los meros esfuerzos humanos; es el amor divino que ha recibido, que no escatima en nada, para llevar al amado a Cristo (cf. 1Cor 4,14-17; 2Cor 6,13; 11,2; 12,15; 1Tes 2,7.10-11; Fil 10; Gal 4,19).

Después de dos años de estar encadenado en la cárcel Mamertina, que puede ser aun visitada en Roma, sufrió martirio en Roma, al mismo tiempo que el Apóstol Pedro, Obispo de la Iglesia de Roma. San Pablo, por ser romano, no fue crucificado, sino degollado.

Según una antigua tradición, su martirio fue cerca de la Via Hostia, donde hoy está la abadia de Tre Fontana, llamada así por tres fuentes, que según la tradición, surgieron cuando su cabeza, separada ya del cuerpo, rebotó tres veces.

Las inscripciones del segundo y tercer siglo en las catacumbas, nos dan evidencia de un culto a los Santos Pedro y Pablo. Esta devoción, nunca ha disminuido en popularidad.

En el arte cristiano, San Pablo normalmente es pintado, como un hombre calvo con barba negra, pero vigoroso e intenso. Cerca del lugar de su martirio se levantó una preciosa basílica mayor: San Pablo extramuros.

Sus restos junto con los de San Pedro, están bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, sede de la Iglesia Católica.

San Pablo, que al final dijo: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la Fe" -II Timoteo 4,7. Nos ha dado la Palabra de Dios, que nos fortalece para nuestras luchas, y salir como él, victoriosos. Es por lo tanto esencia, que meditemos asiduamente sus cartas, como toda la Palabra de Dios, que encontramos en la Santa Biblia. Allí encontraremos la Sabiduría.

¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!. ¡Cuán insondables son sus designios, e inescrutables sus caminos!” -Romanos 11,33

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Benedicto XVI, 25 Octubre, 2006

San Pablo de Tarso

La Revolución de Dios

San Juan Crisóstomo, le exalta como personaje superior, incluso a muchos ángeles y arcángeles (Cf. «Panegírico» 7, 3).

Dante Alighieri, en la Divina Comedia, inspirándose en la narración de Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (Cf 9, 15), le define simplemente como «vaso de elección» (Infierno 2, 28), que significa: instrumento escogido por Dios.

Otros le han llamado, el «decimotercer Apóstol», --y realmente él insiste mucho en el hecho de ser un auténtico Apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado, o incluso «el primero después del Único».

Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes, del que más estamos informados. De hecho, no sólo contamos con la narración que hace de él Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, sino también de un grupo de cartas, que provienen directamente de su mano, y que sin intermediarios, nos revelan su personalidad y pensamiento.

Lucas nos informa, que su nombre original era Saulo (Cf. Hechos 7,58; 8,1 etc.), en hebreo Saúl (Cf. Hechos 9, 14.17; 22,7.13; 26,14), como el rey Saúl (Cf. Hechos 13,21), y que era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso, se sitúa entre Anatolia y Siria.

Muy pronto había ido a Jerusalén, para estudiar a fondo la Ley mosaica, a los pies del gran rabino Gamaliel (Cf. Hechos 22,3). Había aprendido también, un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas (cf. Hechos 18, 3), que más tarde le permitiría sustentarse personalmente, sin ser un peso para las Iglesias (Cf. Hechos 20,34; 1 Corintios 4,12; 2 Corintios 12, 13-14).

Para él, fue decisivo conocer la comunidad, de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos, tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados.

Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable; es más, le parecía escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo, incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue « alcanzado por Cristo Jesús» (Filipenses 3, 12).

Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles, --la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida-- en sus cartas, él va directamente a lo esencial, y habla no sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una iluminación (Cf. 2 Corintios 4, 6), y sobre todo de una revelación, y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16).

De hecho, se definirá explícitamente «Apóstol por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1 Corintios 1, 1) o «Apóstol por voluntad de Dios» (2 Corintios 1, 1; Efesios 1,1; Colosenses 1, 1), como queriendo subrayar, que su conversión no era el resultado de bonitos pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible.

A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él un valor, se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento, puso todas sus energías, al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia, se convertirá en la de un Apóstol, que quiere «hacerse todo en todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas.

De aquí, se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad, se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo, y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor, debe ser recuperado y purificado, de posibles escorias.

Otra lección fundamental dejada por Pablo, es el horizonte espiritual que caracteriza a su Apostolado. Sintiendo agudamente, el problema de la posibilidad para los gentiles, es decir de los paganos, de alcanzar a Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado, ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, literalmente «buena noticia», es decir, el anuncio de gracia, destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás.

Desde el primer momento, había comprendido, que ésta es una realidad que no afectaba sólo a los judíos, a un cierto grupo de hombres, sino que tenía un valor universal, y afectaba a todos.

La Iglesia de Antioquia de Siria, fue el punto de partida de sus viajes, donde por primera vez, el Evangelio fue anunciado a los griegos, y donde fue acuñado también el nombre de «cristianos» (Cf. Hechos 11, 20.26), es decir, creyentes en Cristo.

Desde allí, tomó rumbo en un primer momento hacia Chipre, y después en diferentes ocasiones, hacia regiones de Asia Menor, (Pisidia, Licaonia, Galacia), y después a las de Europa, (Macedonia, Grecia). Más reveladoras, fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar tampoco Berea, Atenas y Mileto.

En el apostolado de Pablo, no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía, por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar «trabajos…, cárceles…, azotes; peligros de muerte, muchas veces…Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué… Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez.

Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias» (2 Corintios 11,23-28). En un pasaje de la Carta a los Romanos (Cf. 15, 24.28), se refleja su propósito de llegar hasta España, hasta el confín de Occidente, para anunciar el Evangelio por doquier, hasta los confines de la tierra entonces conocida.

¿Cómo no admirar a un hombre así?. ¿Cómo no dar gracias al Señor, por habernos dado un Apóstol de esta talla?. Está claro, que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto, ante la que no podía haber límites.

Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: «El amor de Cristo nos apremia… murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para Aquel, que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5,14-15), por nosotros, por todos.

De hecho, el Apóstol ofrecerá su testimonio supremo, con la sangre bajo el emperador Nerón aquí, en Roma, donde conservamos y veneramos sus restos mortales.

Clemente Romano, mi predecesor en esta sede apostólica, en los últimos años del siglo I, escribió: «Por celos y discordia, Pablo se vio obligado a mostrarnos, cómo se consigue el premio de la paciencia… Después de haber predicado la justicia a todos en el mundo, y después de haber llegado hasta los últimos confines de Occidente, soportó el martirio ante los gobernantes; de este modo, se fue de este mundo, y alcanzó el lugar santo, convertido de este modo, en el más grande modelo de perseverancia» (A los Corintios 5). Que el Señor nos ayude a vivir, la exhortación que nos dejó el Apóstol en sus cartas: «Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo» (1 Corintios 11, 1).

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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédenos la gracia, de ya no vivir por nosotros mismos, sino que convierte nuestra Vida y nuestro Cuerpo, en Tu Tabernáculo Eterno, y podamos decir con San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Amén.

jueves, 28 de junio de 2018


Cuarta Feria, 27 de junio

San Cirilo de Alejandría


(376-444)

Patriarca de Alejandría, Doctor de la Iglesia

Defensor insigne de la Virgen María, como Madre de Dios

Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de Aquel, que no puede ser contenido en lugar alguno; Madre y Virgen, por quien es llamado bendito, en los Santos Evangelios, El que viene en nombre del Señor

Breve
Etim. del nombre: "Ciris": mandar, quien manda.

Su autoridad sirvió santamente los designios de Dios. San Cirilo es famoso por su defensa de la ortodoxia contra la herejía, particularmente contra el nestorianismo.

Leer al menos una de las cartas, de este afamado Doctor de la Iglesia, es como ser partícipe del incienso divino que llega al Trono de Dios.
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Arzobispo de Alejandría (Egipto). Defensor de la doctrina, que proclama a María la Theotokos: Madre de Dios. Esta doctrina fue proclamada como dogma, en el Concilio de Efeso (431), que San Cirilo presidió bajo la autoridad del Papa Celestino. Su gran oponente era Nestóreo, patriarca de Constantinopla.

Al ponerse en duda que María es madre de Dios, se ponía en duda la identidad de Jesucristo, quien es una persona divina. Por eso, San Cirilo no solo aportó a la Mariología, sino también a la Cristología.

El argumento de San Cirilo:  María es la Theotokos, no porque ella existiese antes de Dios, o hubiese creado a Dios. Dios es eterno, y María Santísima es una criatura de Dios. Pero Dios quiso nacer de una mujer. La persona que nace de María es divina, por lo tanto ella es madre de Dios.

Su santa defensa de la verdad, le ganó la cárcel y muchas luchas, pero salió victorioso.

Testimonio de San Cirilo al final del Concilio de Efeso:
"Te saludamos Ho Virgen María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo, El que es bendito por los siglos.

Por Ti, la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por ti la cruz nos ha salvado; por ti los cielos se estremecen de alegría, y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo, y nosotros débiles criaturas, somos elevados al puesto de honor".

Y sobre la realidad histórica que se vivía:
"No se puede imaginar la alegría de este pueblo fervoroso, cuando supo que el Concilio había declarado, que María sí es Madre de Dios, y que los que no aceptaran esa verdad, quedan fuera de la Iglesia. Toda la población permaneció desde el amanecer hasta el atardecer, junto a la Iglesia de la Madre de Dios, donde estábamos reunidos los 200 obispos del mundo.

Y cuando supieron la declaración del Concilio, empezaron a gritar y a cantar, y con antorchas encendidas, nos acompañaron a nuestras casas, y por el camino iban quemando incienso. Alabemos con nuestros himnos a María, Madre de Dios, y a su Hijo Jesucristo, a quien sea todo honor, y toda gloria por los siglos de los siglos".
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Nestorianismo
(Ver Catecismo #466)

Nestorianismo, herejía del siglo V, enseñaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina (el Hijo de Dios); otra humana (el hijo de María), unidas con una voluntad común. Toma su nombre de Nestorio, patriarca de Constantinopla, quien fue el primero en difundir la doctrina.

Síntesis de los errores del nestorianismo: 
El hijo de la Virgen María, es distinto del Hijo de Dios.

Así como de manera análoga, hay dos naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen en Él dos sujetos, o personas distintas.

Estas dos personas se hallan ligadas entre sí, por una simple unidad accidental o moral.

El hombre Cristo, no es Dios, sino portador de Dios. 

Por la encarnación, el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en los justos.

Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte), tan sólo se pueden predicar del hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo tanto, la comunicación entre ambas naturalezas.

En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (Madre de Dios), que se le venía concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es más que "Madre del Hombre", o "Madre de Cristo".

Se opusieron al nestorianismo, importantes prelados, encabezados por San Cirilo de Alejandría. La herejía fue condenada, y la doctrina aclarada en el Concilio de Éfeso, en el año 431:

««...habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible, y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen, más bien para nosotros, un solo Señor y Cristo, e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad...

Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre Él, el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se somatizó a nacimiento carnal... De esta manera [los Santos Padres], no tuvieron inconveniente, en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen»» (Dz 111)

Además, en el Concilio de Calcedonia, en el año 451, declaró:
««Ha de confesarse a uno solo, y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad, y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre, de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y Él mismo consustancial con nosotros, en cuanto a la humanidad,semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr. 4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y Él mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo, y el mismo Cristo Hijo, Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas, por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad, y concurriendo en una sola persona, y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo, y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo...»» (Dz 148). 

Nestorio contó con el apoyo de varios obispos orientales, que no aceptaron las condenas, y rompieron con la Iglesia, formando una secta independiente; pero finalmente fue desterrado en el año 436, al Alto Egipto.

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Oficio de lectura
Sábado III Semana de Pascua
Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos.
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, Obispo, sobre el evangelio de san Juan. Libro 4, cap

«Por todos muero, dice el Señor, para vivificarlos a todos, y redimir con mi carne, la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte, y conmigo resucitará la naturaleza humana, de la postración en que había caído».

«Con esta finalidad, me he hecho semejante a vosotros, y he querido nacer de la descendencia de Abrahán, para asemejarme en todo a mis hermanos».

San Pablo, al comprender esto dijo: Los hijos de una misma familia, son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, Él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido, el que tenía el dominio de la muerte, ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues Él es el único que está por encima de todos.

Por ello se aplica a Cristo, aquello que se dice en un lugar del libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: «Aquí estoy».

Cristo fue pues, crucificado por todos nosotros, para que habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en Él. Era en efecto, imposible que la Vida muriera, o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo, es algo que deducimos de sus mismas palabras: Padre Santo, dijo, guárdalos. Y luego añade: Por ellos me consagro yo.

Cuando dice consagro, debe entenderse en el sentido de «me dedico a Dios», y «me ofrezco como hostia inmaculada, en olor de suavidad». Pues según la ley, se consagraba, o llamaba sagrado, lo que se ofrecía sobre el altar. Así, Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré explicarlo, si puedo.

Una vez que la Palabra vivificante hubo tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le devolvió la vida, y uniéndose a la carne con una unión inefable, la vivificó, dándole parte en su propia vida divina.

Por ello podemos decir, que el cuerpo de Cristo da vida a los que participan de Él: si los encuentra sujetos a la muerte, aparta la muerte, y aleja toda corrupción, pues posee en sí mismo, el germen que aniquila toda podredumbre.

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Oficio divino, 10 de Enero
Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, Obispo, sobre el evangelio de San Juan. Libro 5, cap 2

Cuando el Creador del universo, decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo, no podría verse reintegrado, a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo, habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días –se refiere a los del Salvador– derramaré mi Espíritu sobre toda carne.

Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad, produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer –de acuerdo con la divina Escritura–, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista, cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo, y se posó sobre Él”.

Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación –más aún, antes de todos los siglos–, no se da por ofendido, de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”.

Dice haber engendrado hoy, a quien era Dios, engendrado de Él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su intermedio, como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en Él. Por esta causa, perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito, recibe el Espíritu Santo no para sí mismo –pues es suyo, habita en Él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes–, sino para instaurar y restituir a su integridad, a la naturaleza entera, ya que al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.

Puede por tanto, entenderse –si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura– que Cristo no recibió el Espíritu para Sí, sino más bien para nosotros en Sí mismo: pues por su intermedio, nos vienen todos los bienes.

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Oficio de lectura
Tercera Feria, V semana de Pascua
Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, Obispo, sobre el evangelio de San Juan. Libro 10, cap 2

El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a Él por el Amor, ponderó cuán grandes bienes se derivan de nuestra unión con Él, comparándose a sí mismo con la vid, y afirmando que los que están unidos a Él, e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos, y al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza, pues el Espíritu de Cristo nos une con Él.

La adhesión de quienes se vinculan a la vid, consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión del Señor con nosotros, es una unión de Amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo, y nos adherimos a Cristo por la Fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza, y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues como lo afirmaba San Pablo, el que se une al Señor, es un espíritu con Él.

De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de Cristo, que es cimiento y fundamento, pues nosotros, se afirma, estamos edificados sobre Él, y como piedras vivas y espirituales, entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible, si Cristo no fuera fundamento, así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo Vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos, que proceden de Él.

En Él y por Él, hemos sido regenerados en el Espíritu, para producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de la vida nueva, que se funda en su Amor. Y esta vida la conservaremos, si perseveramos unidos a Él, y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio, y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros, pues por medio de Él, Dios mismo tiene su morada en nuestro interior.

De qué modo nosotros estamos en Cristo, y Cristo en nosotros, nos lo pone en claro el evangelista Juan, al decir: “En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”.

Pues así como la raíz, hace llegar su propia savia a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre, comunica a los santos, una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte de su propia naturaleza; y otorga su Espíritu a los que están unidos con Él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad, y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.

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Oficio de lectura
Sábado IV Semana de Pascua
A todos alcanzó la misericordia divina
Del comentario de San Cirilo de Alejandría, Obispo, sobre la carta a los Romanos. Cap 15,7

Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, y somos miembros los unos de los otros, y es Cristo quien nos une, mediante los vínculos de la caridad, tal como está escrito: Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne, el muro que los separaba: el odio.

Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas. Conviene pues, que tengamos un mismo sentir: que si un miembro sufre, los demás miembros sufran con Él, y que si un miembro es honrado, se alegren todos los miembros.

Acogeos mutuamente –dice el Apóstol–, como Cristo os acogió, para gloria de Dios. Nos acogeremos unos a otros, si nos esforzamos en tener un mismo sentir; llevando los unos las cargas de los otros, conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.

Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo. Pues no engaña el que dice: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo por nosotros”. Fue entregado, en efecto, como rescate para la vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, redimidos de la muerte y del pecado.

Y el mismo Apóstol, explica el objetivo de esta realización de los designios de Dios, cuando dice que Cristo consagró su ministerio, al servicio de los judíos, por exigirlo la fidelidad de Dios. Pues, como Dios había prometido a los patriarcas, que los bendeciría en su descendencia futura, y que los multiplicaría como las estrellas del cielo, por esto apareció en la carne, y se hizo hombre, el que era Dios, y la Palabra en persona, el que conserva toda cosa creada, y da a todos la incolumidad, por su condición de Dios.

Vino a este mundo en la carne, mas no para ser servido, sino al contrario, para servir, como dice Él mismo, y entregar su vida para la redención de todos. Él afirma haber venido de modo visible, para cumplir las promesas hechas a Israel.

Decía en efecto: Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Por esto, con verdad afirma Pablo, que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres, y para que los paganos alcanzasen misericordia, y así ellos también le diesen gloria, como a creador y hacedor, salvador y redentor de todos.

De este modo, alcanzó a todos la Misericordia Divina, sin excluir a los paganos, de manera que por los designios de la sabiduría de Dios en Cristo, obtuvo su finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido.

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San Cirilo de Alejandría, Obispo
Comentario sobre segunda carta a los Corintios 5,5 – 6,2

Oficio de lectura, Domingo VI semana de Pascua
Dios nos ha reconciliado por medio de Cristo, y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación.

Los que poseen las armas del Espíritu, y la esperanza de la resurrección, como si poseyeran ya, aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora, ya no conocen a nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales, y ajenos a la corrupción de la carne.

Porque desde el momento, en que ha amanecido para nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma Palabra, que da vida a todas las cosas. Y si bien es verdad, que cuando reinaba el pecado, estábamos sujetos por los lazos de la muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo, quedamos libres de la corrupción.

Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no.

Es como quien dice: La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y para que nosotros tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a Cristo; sin embargo, ahora ya no es así como lo conocemos.

Pues aunque retiene su cuerpo humano, ya que resucitó al tercer día, y vive en el cielo junto al Padre; no obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto que murió de una vez para siempre, y ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque su morir, fue un morir al pecado, de una vez y para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

Si tal es la condición de Aquel, que se convirtió para nosotros, en abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima de la carne, y no en la carne. Por eso, dice con toda razón San Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.

Hemos sido, en efecto, justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la maldición, puesto que Él ha resucitado para liberarnos, conculcando el poder de la muerte; y además, hemos conocido al que Es por naturaleza propia, Dios verdadero, a quien damos culto en Espíritu y en Verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el mundo, las bendiciones divinas, que proceden del Padre.

Por lo cual, dice acertadamente San Pablo: Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo, nos reconcilió consigo, ya que el misterio de la encarnación, y la renovación consiguiente a la misma, se realizaron de acuerdo con el designio del Padre.

No hay que olvidar que por Cristo, tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por Él. Y así, todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo, nos reconcilió, y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

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Del Oficio de Lectura, 27 de junio
San Cirilo de Alejandría, Obispo y doctor de la Iglesia +444
Defensor de la maternidad divina de la Virgen María
De las cartas de San Cirilo de Alejandría
Carta 1

Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen, ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios?. Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también, los Santos Padres.

Y así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen, el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí, sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la Sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios, y que nunca ha dejado de serlo; Él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que Él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».

Y un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras, provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada, que no estuviera en consonancia con la Sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios, afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios, asumió la descendencia de Abrahán, y fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es solo Dios, sino que por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre, como nosotros.

Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia, se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo, con estas palabras: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos, el ser hijos por adopción”.

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Del Oficio de Lectura, 5 de agosto
La dedicación de la Basílica de Santa María
Alabanzas de la Madre de Dios. De la homilía de San Cirilo de Alejandría, Obispo, pronunciada en el Concilio de Éfeso

Tengo ante mis ojos, la asamblea de los santos padres, que llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo con prontitud, a la invitación de la Santa Madre de Dios, la siempre Virgen María.

Este espectáculo ha trocado en gozo, la gran tristeza que antes me oprimía. Vemos realizadas en esta reunión, aquellas hermosas palabras de David, el salmista: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos.

Te saludamos, Santa y Misteriosa Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros, en esta iglesia de Santa María, Madre de Dios.

Te saludamos María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe; lámpara inextinguible; corona de la virginidad; trono de la recta doctrina; templo indestructible; lugar propio de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno; Madre y Virgen, por quien es llamado bendito, en los Santos Evangelios, el que viene en nombre del Señor.

Te saludamos, a Ti, que encerraste en tu seno virginal, a Aquel que es inmenso e inabarcable; a Ti, por quien la Santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada, y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de la Verdad; por quien los creyentes, obtienen la gracia del bautismo, y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas, las Iglesias en todo el orbe de la Tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.

Y ¿qué más diré?. Por ti, el Hijo unigénito de Dios, ha iluminado a los que vivían en tinieblas, y en sombra de muerte; por Ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por Ti, los Apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por Ti, los muertos resucitan; por Ti, reinan los reyes, por la Santísima Trinidad.

¿Quién habrá, que sea capaz de cantar como es debido, las alabanzas de María?. Ella es Madre y Virgen a la vez; ¡qué cosa tan admirable!. Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir, que le esté prohibido al constructor, habitar en el mismo templo que Él ha construido?. ¿Quién podrá tachar de ignominia, el hecho de que la servidora, sea adoptada como madre?.

Mirad: hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que todos nosotros, reverenciemos y adoremos la unidad; que rindamos un culto impregnado de Santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el Templo Santo de Dios, y a su Hijo y Esposo Inmaculado: porque a Él pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por las palabras e intercesión de San Cirilo de Alejandría, veneremos todos los días a la Santísima Virgen María, como madre tuya y madre nuestra, y así podamos ser para Tí como tu preciado incienso, que sube al estrado de tus pies. A Tí Señor, que nos dejaste a la Virgen María como Madre nuestra, a los pies de la Cruz. Amén.