15 De Marzo de 2024
San Artemides Zatti
(1880-1951)
«Creo
en Dios, desde que conozco al señor Zatti».
Artémides
Zatti, nació en Boretto (Reggio Emilia), el 12 de octubre de 1880.
No tardó en experimentar la dureza del sacrificio, tanto que a los
nueve años, ya se ganaba el jornal como peón.
Obligada por
la pobreza, la familia Zatti, a principios del 1897, emigró a
Argentina, y se estableció en Bahía Blanca. El joven Artémides,
comenzó enseguida a frecuentar la parroquia, dirigida por los
Salesianos, encontrando en el párroco don Carlos Cavalli, hombre
piadoso y de extraordinaria bondad, su director espiritual. Fue éste
quien lo orientó hacia la vida salesiana. Tenía 20 años, cuando
entró en el aspirantado de Bernal.
Asistiendo a un joven
sacerdote enfermo de tuberculosis, contrajo esta enfermedad. La
paternal solicitud del P. Cavalli – que lo seguía de lejos hizo
que le buscaran la Casa salesiana de Viedma, de clima más propicio,
y donde, sobre todo, había un hospital misionero, con un estupendo
enfermero salesiano, que hacía prácticamente de «médico»:
P. Evasio Garrone.
Éste invitó a Artémides, a rezar a
María Auxiliadora para obtener la curación, sugiriéndole hiciera
esta promesa: «Si Ella te cura, tu te dedicarás toda la vida, a
estos enfermos».
Artémides hizo de buen gusto tal
promesa; y se curó misteriosamente. Más tarde dirá «Creí,
prometí y curé». Estaba ya trazado su camino con claridad, y
él lo comenzó con entusiasmo.
Aceptó con humildad y
docilidad, el no pequeño sufrimiento de renunciar al sacerdocio.
Emitió como hermano coadjutor su primera Profesión el 11 de enero
de 1908, y la Perpetua el 8 de febrero de 1911. Coherente con la
promesa hecha a la Virgen, se consagró inmediata y totalmente al
Hospital, ocupándose en un primer momento, de la farmacia anexa,
pero después, cuando en 1913 murió el P. Garrone, toda la
responsabilidad del hospital, cayó sobre sus espaldas.
Fue
en efecto vicedirector, administrador, diestro enfermero, apreciado
por todos los enfermos, y por todo el personal sanitario, que poco a
poco, le fue dando mayor libertad de acción.
Su servicio no
se limitaba al hospital, sino que se extendía a toda la ciudad, y
hasta a las dos localidades, situadas en las orillas del río Negro:
Viedma y Patagones. En caso de necesidad, se movía a cualquier hora
del día y de la noche, sin preocuparse del tiempo, llegando a los
tugurios de la periferia, y haciéndolo todo gratuitamente.
Su
fama de enfermero santo, se propagó por todo el Sur, y de toda la
Patagonia le llegaban enfermos. No era raro el caso de enfermos, que
preferían la visita del enfermero santo, a la de los
médicos.
Artémides Zatti amó a sus enfermos, de manera
verdaderamente conmovedora. Veía en ellos a Jesús mismo, hasta tal
punto, que cuando pedía a las hermanas, ropa para otro muchacho
recién llegado, decía: «Hermana, ¿tiene ropa para un Jesús de
12 años?».
La atención hacia sus enfermos, alcanzaba
rasgos muy delicados. Hay quien recuerda haberlo visto, llevarse a la
espalda, hacia la cámara mortuoria, el cuerpo de algún acogido,
muerto durante la noche, para sustraerlo a la vista de los otros
enfermos: y lo hacía recitando el De Profundis.
Fiel al
espíritu salesiano, y al lema dejado como herencia por D. Bosco a
sus hijos «trabajo y templanza» desarrolló una actividad
prodigiosa, con habitual prontitud de ánimo, con heroico espíritu
de sacrificio, con despego absoluto de toda satisfacción personal,
sin tomarse nunca vacaciones ni reposo.
Hay quien ha dicho,
que sus únicos cinco días de descanso, fueron los que
transcurrió...¡en la cárcel! Sí, conoció también la prisión,
por la fuga de un preso recogido en el Hospital, fuga que se la
quisieron atribuir a él. Salió absuelto, y su vuelta a casa fue un
triunfo.
Fue hombre de fácil relación humana, con una
visible carga de simpatía, alegre cuando podía entretenerse con la
gente humilde. Pero sobre todo, fue un hombre de Dios. Artémides lo
irradiaba. Un médico más bien incrédulo del Hospital, decía:
«Cuando veía al señor Zatti, vacilaba mi incredulidad». Y
otro: «Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti».
En
1950, el infatigable enfermero, cayó de una escalera, y fue en esa
ocasión, cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer, que él
mismo lúcidamente diagnosticó.
Continuó sin embargo,
cuidando de su misión, todavía un año más, hasta que tras
sufrimientos heroicamente aceptados, se apagó el 15 de marzo de
1951, con total conocimiento, rodeado del afecto y del agradecimiento
de toda la población.
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