13 de marzo de 2024
Santos Rodrigo y Salomón
†: 857 -
España
Cuadro:
«Rodrigo de Córdoba», obra de Bartolomé Murillo, en la Galería
de Dresden.
En Córdoba, en Andalucía, pasión de los
santos Rodrigo, presbítero, y Salomón, mártires.
El
primero, al negarse a aceptar a Mahoma, como el verdadero profeta
enviado por el Omnipotente, fue encarcelado. En el cautiverio
coincidió con Salomón, que algún tiempo antes, había pertenecido
a la religión mahometana, y al ser decapitados ambos a la vez,
finalizaron gloriosamente el curso de su combate.
La historia
de los dos mártires, Rodrigo y Salomón se conserva gracias a su
contemporáneo, San Eulogio de Córdoba, quien escribió, basado en
sus propios conocimientos, y en las declaraciones de testigos
presenciales, todos los actos de aquellos que murieron por la fe,
durante la persecución, en la cual él mismo fue martirizado.
Debe
admitirse que estas «Actas» dan una impresión desfavorable,
sobre la retirada general de los cristianos, cuando España estaba
dominada por los moros. En efecto, las familias se hallaban
divididas; era común la apostasía, y los moros mismos se
escandalizaban, por la infidelidad de los cristianos, a quienes
echaban en cara su inconstancia.
No es de extrañar, que San
Eulogio comience su libro con estas palabras: «En aquellos días,
por un justo designio de Dios, España estaba oprimida por los
moros». La historia de San Rodrigo, puede servir de ilustración
a lo dicho.
Rodrigo, natural de Cabra, Córdoba, era sacerdote
y tenía dos hermanos, uno de ellos se había hecho mahometano, y el
otro era un mal cristiano, que prácticamente había abandonado su
fe.
Una noche, los dos hermanos tuvieron un altercado, y se
acaloraron tanto, que llegaron a las manos; Rodrigo se apresuró a
separarlos, y al punto, ellos se volvieron contra él, y lo golpearon
hasta dejarlo sin sentido.
El mahometano lo puso sobre una
camilla, e hizo que lo llevaran por las calles, en tanto que él
caminaba al lado, proclamando a voces que Rodrigo había apostatado,
y que deseaba, se le reconociera públicamente como un mahometano
antes de morir.
La víctima no se atrevía a protestar, pero
tan pronto como se presentó una oportunidad, saltó de la camilla, y
emprendió la huida. Poco después, su hermano, el mahometano, se lo
encontró en las calles de Córdoba, y acto seguido se precipitó
sobre él, lleno de odio, y lo llevó a rastras ante el Cadí,
acusándolo de haber vuelto a la fe cristiana, después de haberse
declarado él mismo mahometano.
Rodrigo negó con
indignación, haber renegado de la religión cristiana, pero el Cadí
rehusó creerle, y mandó que lo encerraran en un siniestro calabozo.
Ahí encontró Rodrigo a otro prisionero, llamado Salomón, recluido
por la misma causa. Los dos se alentaban mutuamente, durante su largo
y tedioso encierro, con el cual esperaba el Cadí, acabar con su
constancia.
Como nada de eso consiguió, los amigos fueron
separados, pero cuando aquella medida resultó igualmente ineficaz,
entonces el Cadí los condenó a morir decapitados. San Eulogio, que
vio los cadáveres de Rodrigo y Salomón, expuestos en la orilla del
río, notó que los guardias, arrojaban a la corriente los guijarros,
teñidos con la sangre de los mártires, para que la gente no los
recogiera y los conservara como reliquias.
Nuestra principal
autoridad, es la Apología de San Eulogio, de la cual los
bolandistas, extrajeron los pasajes más apropiados para el Acta
Sanctorum (marzo, vol. II).
Véase también España Sagrada,
de Florez, vol. XII, p. 36 ss.
Fuente: «Vidas de los santos
de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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