jueves, 31 de mayo de 2018


Quinta Feria, 31 de Mayo

VISITACION DE LA VIRGEN MARÍA A SANTA ISABEL


La lentitud en el esfuerzo, es extraña a la gracia del Espíritu”

¡Ven Santa María a nuestra Vida, a nuestra Casa y a nuestra Familia!. Amén”

Breve
Santa Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar, todo lo que la presencia de la Virgen trae, como don a la vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista al Cristo, que derrama el Espíritu Santo.

Hay una hermosa oración de consagración a la Virgen María, del Papa Juan Pablo II, Soy todo Tuyo. Para meditar y rezar con fervor.
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La Virgen María, enseguida después de la Encarnación del Verbo en su seno, visita a su prima Santa Isabel, que esperaba un niño (San Juan Bautista). Isabel reconoce a la Virgen como "la madre de mi Señor".

Lucas 1:39-46: En aquellos días se levantó María, y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.

Y sucedió, que en cuanto oyó Isabel, el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo, y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?. Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído, que se cumplirían las cosas, que le fueron dichas de parte del Señor!»

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor...»

La celebración de la fiesta, es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en el año 1263. El Papa Urbano VI (reinó del 1378-89), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo por el fin del cisma que sufría la Iglesia.

También la Visitación fue una especie de pequeño "pentecostés", que hizo brotar el gozo y la alabanza, en el corazón de Isabel y en el de María, una  estéril y la otra virgen, ambas convertidas en madres, por una intervención divina extraordinaria (cf. Lc 1, 41-45). 
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Soy todo tuyo, María


Oración de Papa Juan Pablo II

Virgen María, Madre mía.
Me consagro a ti, y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.

Con esta total consagración, te confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo lo que he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia,
Mi voluntad, mi corazón.

Deposito en tus manos mi libertad;
mis ansias y mis temores;
mis esperanzas y mis deseos;
mis tristezas y mis alegrías.

Custodia mi vida y todos mis actos,
para que le sea más fiel al Señor,
y con tu ayuda alcance la salvación.

Te confío ¡Oh María!;
Mi cuerpo y mis sentidos
para que se conserven puros;
y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.

Te confío mi alma,
para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad, igual a la tuya.
Hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida.

Te confío mi entusiasmo
y el ardor de mi juventud,
Para que Tú me ayudes
a no envejecer en la fe.

Te confío mi capacidad y deseo de amar,
Enséñame y ayúdame a amar,
como Tú has amado,
y como Jesús quiere que se ame.

Te confío mis incertidumbres y angustias,
para que en tu corazón yo encuentre
seguridad, sostén y luz,
en cada instante de mi vida.

Con esta consagración
me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios
que esta elección comporta,

Y te prometo, con la gracia de Dios
y con tu ayuda,
ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida
y de mi conducta

Dispón de mí y de todo lo que me pertenece,
para que camine siempre junto al Señor,
bajo tu mirada de Madre.

¡Oh María!
Soy todo tuyo
y todo lo que poseo te pertenece.
Ahora y siempre.
Amén

San Juan Pablo II

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En el misterio de la Visitación,
el preludio de la misión del Salvador
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996

En el relato de la Visitación, San Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya, desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios, para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46), o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

El texto evangélico refiere además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva, descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación; que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).

Así como manifiesta San Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético, en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también San Lucas, parece invitar a ver en María, a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen Santísima, es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús, y colaborando ya desde el comienzo de su maternidad, en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia, se ponen en camino, para llevar la luz y la alegría de Cristo, a los hombres de todos los lugares, y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel, presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad, parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María, suscita en el hijo de Isabel, un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta, que nacerá la alegría, que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica, y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tú, entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María, que más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres, por el fruto de su seno, de Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel "con gran voz", manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia, por las maravillas que hizo el Poderoso, en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído, que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María, tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a mí, que la madre de mi Señor, venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María.

En efecto, en el Antiguo Testamento, esta expresión se usaba, para dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.), y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo, revelará en qué sentido, hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).

Santa Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar, todo lo que la presencia de la Virgen trae como don, a la vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista, el Cristo que derrama el Espíritu Santo.

Las mismas palabras de Isabel, expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María, produce junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación, que habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.
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SEGUNDA LECTURA

De la exposición de San Ambrosio, Obispo, sobre el Evangelio de San Lucas
(Libro 2, 19. 22-23. 26-27; CCL 14, 39-42)

La visitación de Santa María Virgen

El Ángel que anunciaba los misterios para llevar a la fe, mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril, y ya entrada en años, manifestando así, que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el Ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios, de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas?. La lentitud en el esfuerzo, es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan, los beneficios de la llegada de María, y de la presencia del Señor, pues en el momento mismo, en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó, según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio.

Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don, hasta tal punto que con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar, por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo, y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo, y María se alegra en su espíritu.

En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero si observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu , sino que se afirma únicamente, que se alegró en su espíritu, pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible; en efecto, Isabel fue llena del Espíritu después de concebir, María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!. Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído, pues toda alma creyente, concibe y engendra la Palabra de Dios, y reconoce sus obras.

Que en todos resida el alma de María, para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María, para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que sin mancha, y preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.

Toda alma pues, que llega a tal estado, proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.

El Señor, en efecto, es engrandecido según puede leerse en otro lugar: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor”. No porque con la palabra humana, pueda añadirse algo a Dios, sino porque Él queda engrandecido en nosotros.

Pues Cristo, es la imagen de Dios, y por esto, el alma que obra justa y religiosamente, engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida, por una mayor participación de la grandeza divina.
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Donde está María, allí está Cristo
Santo Padre Juan Pablo II

Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001

"María se puso en camino, y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)

Resuenan en nuestro corazón, las palabras del evangelista San Lucas: "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel, es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo.

En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la Virgen Santísima, que lleva en su seno, al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí, gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella, hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.

Donde está María, allí está Cristo, y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre, y de Él, en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles, subrayan con razón, la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles, reunidos en espera de recibir, el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, el "fiat", atrae sobre la humanidad, el don de Dios: como en la Anunciación, y también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio.

De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno, esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico. Es muy significativo, que en el último día de mayo, se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir, que cada día de este mes, ha sido para nosotros una especie de visitación.

Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios, porque la liturgia nos propone, de nuevo hoy, este acontecimiento bíblico .

A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo, y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros.

(©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)

¡Ven Santa María a nuestra Vida, a nuestra Casa, y a nuestra Familia!. Amén


miércoles, 30 de mayo de 2018


Cuarta Feria, 30 de Mayo

Santa Juana de Arco, Virgen y Mártir


(1412-1431)

Patrona de Francia, y Doncella de Orleáns

Dios te lo manda”

Breve
Guiada por Dios, por medio de locuciones interiores, Santa Juana conduce al ejército francés a liberar el país. Finalmente, traicionada, muere en la hoguera. Ella se mantiene siempre fiel a Jesús, y a la Iglesia.

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Santa Juana de Arco nació en el día de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas del Mosa, Francia. Su padre, Jacobo d’Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre bueno, frugal, y un tanto huraño.

La madre de Santa Juana, que amaba tiernamente a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas, en los quehaceres domésticos. Santa Juana declaró más tarde: "Sé cocer e hilar como cualquier mujer". Pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores, de la piedad y ejemplar conducta de la joven.

Tanto los sacerdotes que la conocieron, así como sus compañeros de juegos, atestiguaron que le gustaba ir a orar a la Iglesia, que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos, y era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez, cedió su lecho. Según uno de los testigos, "era tan buena, que todo el pueblo la quería".

Por lo que parece, Santa Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada, por los desastres que asolaban el país, y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena.

Antes de emprender su gran empresa, Santa Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de Neufchatel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los piratas borgoñones, que saquearon Domrémy.

Santa Juana era todavía muy niña, cuando Enrique V de Inglaterra, invadió Francia, asoló Normandía, y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil, entre los partidarios del duque de Borgoña, y el duque de Orleáns, de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia.

Por otra parte, después de que el duque de Borgoña, fue traicioneramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa.

La muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña, y las ciudades cayeron una tras otra, en manos de los aliados. Entre tanto, Carlos séptimo, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación perdida sin remedio, y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte.

A los catorce años de edad, Santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas, que habían de conducirla por el camino del patriotismo, hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, que parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron, y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, San Miguel Arcángel, Santa Catalina, y Santa Margarita.

Poco a poco, le explicaron la abrumadora misión, a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina, debía salvar a Francia!. Para no despertar la cólera de su padre, Santa Juana se mantuvo en silencio.

Pero en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Santa Juana consiguió que un tío suyo, que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras, y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba, era que su padre le diese unas buenas nalgadas.

En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban Orleáns, el último reducto de la resistencia. Santa Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dieron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina, que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces le replicaron: "Dios te lo manda".

Incapaz de resistir a este llamamiento, Santa Juana huyó de su casa, y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció, cuando recibió la noticia oficial, de una derrota que Santa Juana le había predicho; así pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Santa Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre, para proteger su virtud. 

Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba el monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Santa Juana no consiguió verle, sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para poner a prueba a Santa Juana; pero la doncella le reconoció al punto, por una señal secreta que le comunicaron las voces, y que ella transmitió sólo al rey. Ello bastó para persuadir a Carlos séptimo, del carácter sobrenatural de la misión de la doncella.

Santa Juana le pidió un regimiento, para ir a salvar Orleáns. El favorito del rey, la Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a Santa Juana como una visionaria, o una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Santa Juana a Poitiers, a que la examinara una comisión de sabios teólogos.

Al cabo de un interrogatorio, que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven, y aconsejó que el rey se valiese, prudentemente, de sus servicios.

Santa Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición, que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y de María, y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles le presentaban de rodillas, una Flor de Lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Santa Juana iba al a cabeza, revestida con una armadura blanca.


A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orleáns, el 29 de abril, y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad, y al mismo tiempo, se levantó el sitio.

Santa Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos estos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría mucho tiempo.

Pero La Trémouille, y el arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orleáns, como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses.

Sin embargo, se permitió a Santa Juana, emprender una campaña en el Loira con el duque de Alencon. La campaña fue muy breve, y dio el triunfo aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Santa Juana trató de coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims, estaba prácticamente conquistado, y el último obstáculo desapareció, con la inesperada capitulación de Troyes.

Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa en Reims, donde el 17 de julio de 1429, Carlos séptimo fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al rey. Con la coronación de Carlos séptimo, terminó la misión que las voces habían confiado a la santa, y también su carrera de triunfos militares.

Santa Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó, por la falta de los refuerzos, que el rey había prometido enviar, y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla, y el duque de Alencon, tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua de invierno que siguió, la pasó Santa Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo.

Cuando recomenzaron las hostilidades, Santa Juana acudió a socorrer la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad, y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Santa Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo.

Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella, entre una furiosa gritería, y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces, hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey, ni los compañeros de la santa, hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte.

Pero si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella, y la compraron el 21 de noviembre, por una suma equivalente a 23.000 libras esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los ingleses, Santa Juana estaba perdida.

Éstos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y los borgoñeses, habían atribuido sus derrotas a conjuros mágicos de la santa doncella.

Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice, sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de hierro, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra, y la vigilaban día y noche.

El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal, presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede episcopal de Rouen, con la ayuda de los ingleses.

El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos, y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas, y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y "voces", de sus vestidos de hombre, de su fe, y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia.

Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente, y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas, y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces, y a la Universidad de París, un resumen burdo e injusto, de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas, y la Universidad la acusó en términos violentos.

En la deliberación final, el tribunal declaró que si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse, a pesar de las amenazas de tortura. Pero cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor, e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación, y que se ha discutido mucho sobre el hecho.

La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Santa Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos.

Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en su celda, sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Santa Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado, y que las voces procedían de Dios.

Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al Conde de Warwick: "Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella". El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular, como hereje renegada.

Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Santa Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen, para ser quemada vida. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Santa Juana pidió a un fraile dominico, que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió rezando. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción, e invocando el nombre de Jesús tres veces, entregó su espíritu al Señor. 

La santa no había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Más de uno de los espectadores, debió haber hecho eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique: "¡Estamos perdidos!. ¡Hemos quemado a una santa!".

Veintitrés años después de la muerte de Santa Juana, su madre y dos de sus hermanos, pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III, nombró a una comisión encargada de hacerlo.

El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada por el Papa Benedicto XV.

Guinea, Wifredo, S.J.  Vidas de los Santos de Butler. Vol. II, Collier´s International, Mexico, D.F. 1964.

Oración: Santa Juana de Arco, ¡ruega por nosotros, y ayúdanos a escuchar la voz de nuestra conciencia, y a afrontar con valentía la más importante batalla: la que se libra en nuestro interior, y así derrotar a la avaricia, el orgullo, la concupiscencia, la envidia, la murmuración, y tantos sentimientos odiosos que habitan en nuestro interior!. Amén.

Oración Final: Dios Todopoderoso y Eterno, aumenta la Fe de Francia, y de toda Europa hacia la Divina Cruz, manteniéndolos como un continente unido y en paz, y como antorcha encendida en torno a la Fe Católica y Apostólica, que vuelva a iluminar al mundo con su resplandor. A Tí Señor, que enviaste a tantos misioneros desde ese Continente. Amén.


Tercera Feria 29 de Mayo

San Maximino


Obispo de Francia (+349)

Maximino nació al comienzo del siglo IV, en Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de un hogar muy piadoso.

La santidad de Agricio, obispo de Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal, e ir en busca de aquel prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo reconoció en el recién llegado, una lúcida inteligencia, y un firme amor a la doctrina católica, razón por la cual, le confirió las sagradas órdenes. En el ejercicio de estas funciones, hizo en breve tiempo, notables progresos.

Al morir Agricio, conocidos por el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime, éste fue su sucesor, ocupando la cátedra de Tréveris, en el año 332.

Perturbaba en aquel tiempo a la Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las tres personas de la Santísima Trinidad; según ellos, el Verbo habría sido creado de la nada, y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios, pero por adopción.

Contra esta interpretación, que disminuía el misterio de la encarnación, y el de la redención del hombre, se levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el campeón de la ortodoxia.

Reinaba entonces el emperador Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron, acumulando calumnias sobre Atanasio, y así lograron que lo desterrase a Tréveris, en el año 336.

Allí Maximino lo recibió, con evidencias de la veneración que le profesaba, y trató por todos los medios, de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris, después de un remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.

En el año 345, Maximino concurrió al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia, fueron otra vez condenados. No obstante, se consideraba indispensable, para cimentar la paz de la Iglesia, celebrar un nuevo concilio ecuménico.

Maximino lo propuso al emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica, hoy Sofía, capital de Bulgaria.

Los arrianos quisieron atraer al emperador a su secta, y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio fue nuevamente restablecido.

Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en Poitiers, y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que iluminaste a tu hijo San Maximino, con la antorcha de la Fe, haz que esa antorcha quede siempre firme en las manos de todos los Obispos del Mundo, en la defensa de la Fe Católica y Apostólica. A Tí Señor, que nos prometiste que nunca las llamas del Infierno, prevalecerán sobre tu Iglesia. Amén.

martes, 29 de mayo de 2018


Segunda Feria, 28 de mayo

SAN GERMÁN, OBISPO DE PARÍS


Obispo († 576)

Gran parte de su vida, la conocemos por el testimonio de su colega, el obispo Fortunato, que asegura que estuvo adornado del don de milagros.

San Germán nació en el año 469 en Autun, en la región de la Borgoña (Francia). Se hizo monje, y llegó a Abad en el monasterio de San Sinforiano, cercano a su ciudad.

En el año 554, es nombrado obispo de París. Este ascenso no alteró sus austeridades, y siguió viviendo con la misma simplicidad y frugalidad, que cuando era monje. Es allí donde comienza a manifestarse en Germán, el don de milagros, según el relato de Fortunato.

Por lo que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad, que ningún pobre que se acercara al convento a pedir, se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes, porque ya no había más; cuando brota la murmuración y la queja entre los frailes, que veían peligrar su ración, llegan al convento dos cargas de pan, y al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción de agua bendita, el fuego del pajar lleno de heno, que amenazaba con arruinar el monasterio.

En su mesa no faltaban nunca los más desfavorecidos, y los atendía en todo lo que podía. Su testimonio hizo que el rey de París, Childebert, abandonase su ambición, y se entregase enteramente a la piedad, reformando toda su corte. Este rey, entregó a nuestro santo tierras, en las que se construyó una iglesia, y un monasterio. El sucesor de este rey, también abandonó su vida licenciosa, por la acción de Germán.

Sin embargo, a la muerte de ese rey, París se dividió en tres partes, tantas como sucesores, y eran continuas las luchas entre unas y otras. Germán hizo todo lo que pudo para preservar la paz, pero estaban demasiado enquistados los resentimientos.

El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se lo enterró en la tumba, que se había mandado preparar para San Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino, y su hijo Carlos, a San Vicente, que después de la invasión de los normandos se llamó ya San Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una urna de plata, que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, concédeles a todos los Obispos del Mundo, el espíritu de caridad y desprendimiento que le infundiste a San Germán, Obispo de París, y acrecienta la Fe y Devoción de Francia en tu Santa Cruz, y tu Divino Corazón. A Tí Señor, que descubriste tu Sagrado Corazón en Francia, a Santa Margarita María Alacoque. Amén.

lunes, 28 de mayo de 2018


Domingo 27 de Mayo

San Agustín de Canterbury


(597- 605+)

Monje benedictino en Roma, amigo del Papa Gregorio Magno, quien lo envió a Inglaterra, al frente de un grupo de monjes, para re-introducir el cristianismo que había decaído, tras la caída del imperio Romano.

Convirtió al rey Etelberto (Aethelbert), y fue el primer arzobispo de Canterbery. Organizó la Iglesia, e infundió la fe cristiana en aquel pueblo, respetando en todo lo posible, sus tradiciones ancestrales.

La Gran Bretaña, había sido evangelizada desde los tiempos apostólicos, pero había recaído en la idolatría, después de la invasión de los sajones, en el quinto y sexto siglo. Cuando el rey de Kent, Etelberto, se casó con la princesa cristiana Berta, hija del rey de París, éste le pidió que fuera erigida una iglesia, y que algunos sacerdotes cristianos, celebraran allí los ritos sagrados.

Cuando el Papa San Gregorio Magno supo la noticia, juzgó que los tiempos estaban maduros, para la evangelización de la isla. Le encomendó la misión al humilde prior del monasterio benedictino de San Andrés, Agustín.

En el año 597 salió de Roma, encabezando un grupo de cuarenta monjes. Se detuvo en la isla de Lérins. Aquí se aterró por los relatos sobre los sajones, y regresó a Roma a pedirle al Papa que cambiara sus planes. El Papa Gregorio lo nombró abad, y después obispo. Al llegar a la isla británica de Thenet, el rey fue personalmente a recibirlo.

Los misioneros avanzaron solemnemente en procesión, cantando las letanías. El rey acompañó a los monjes, hasta la residencia que había preparado en Canterbery, a mitad de camino entre Londres y el mar. Allí se edificó la abadía, que se convirtió en el centro del cristianismo inglés. La obra de los monjes misioneros, tuvo un éxito inesperado. El mismo rey pidió el bautismo, llevando con su ejemplo, a miles de súbditos a abrazar la religión cristiana.

El Papa se alegró con la noticia que llegó a Roma, y expresó su satisfacción en las cartas escritas a Agustín y a la reina. El santo pontífice envió, con un grupo de nuevos colaboradores, el palio y el nombramiento a Agustín como arzobispo primado de Inglaterra, y al mismo tiempo, lo amonestaba paternalmente, para que no se enorgulleciera por los éxitos alcanzados, y por el honor del alto cargo que se le confería.

Siguiendo las indicaciones del Papa, para la distribución de los territorios eclesiásticos, Agustín erigió otras sedes episcopales, la de Londres y la de Rochester, consagrando obispos a Melito y a Justo.

El santo misionero murió el 26 de mayo, hacia el año 605, y fue enterrado en Canterbery, en la iglesia que lleva su nombre.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos y la intercesión San Agustín de Canterbury, acrecientes la Fe Cristiana en el Reino Unido de la Gran Bretaña, uniendo y bendiciendo a todos sus habitantes, en torno a la devoción a la Eucaristía y a la Santa Cruz. A Tí Señor que nos legaste tu Cuerpo y tu Sangre, así como tu Sagrado Corazón, como nuestro Eterno Refugio. Amén.