domingo, 25 de febrero de 2024

 25 De Febrero de 2024

Beata María Ludovica De Angelis
Virgen
(1880-1962)

Tuvo extrema devoción por el cuidado de los niños

«Hacer el bien a todos, no importa a quién».

Nacida el 24 de octubre de 1880 en Italia (en San Gregorio, pueblito de los Abruzzos, no lejano de la ciudad de L'Aquila), Sor María Ludovica De Angelis, con su llegada, primera de ocho, había colmado de alegría a sus padres, quienes en la misma tarde del día del nacimiento, en la fuente bautismal, habían elegido, para su primogénita, el nombre de Antonina.

Con el correr de los años, en contacto con la naturaleza, y la dura vida del campo, la niña, crecida límpida, abierta, trabajadora y ricamente sensible, se había transformado en una joven fuerte, y al mismo tiempo, delicada, activa y reservada, como toda la gente de aquella espléndida tierra.

El 7 de diciembre, del mismo año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona una hermana, que había optado dar plenitud a la propia vida, siguiendo las huellas de Aquel que dijo: «Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre... Todo cuanto hagan a uno solo de estos hermanos míos, a Mí lo hacen...», era Santa María Josefa Rossello, la cual dio vida, en Savona, en 1837, al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia: una Familia Religiosa, que caminaba por los senderos del mundo, proponiendo con la fuerza del ejemplo, el mismo ideal a muchas jóvenes.

Antonina sentía en su corazón, que sus sueños encontraban eco, en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello.

Ingresó con las Hijas de la Misericordia, el 14 de noviembre de 1904; en la Vestición Religiosa, y toma el nombre de Sor María Ludovica, y tres años después de su ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos Aires, donde arriba el 4 de diciembre sucesivo. Desde este momento, se da en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos, en una entrega discreta y emprendedora.

Sor Ludovica no posee una gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble cuánto logra realizar, ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y si su castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de "abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender.

No formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma.

El Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta como familia suya, la ve, primero, como solícita cocinera; luego, convertida en responsable de la Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra, que en torno a ella, se transforma gradualmente, en familia unida por un único fin: el bien de los niños.

Serena, activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón en Dios, y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a ser, sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro, el mensaje del amor de Dios, hacia cada uno de sus hijos.

Único programa expresamente formulado, es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos, no importa a quién». Y se realizan así, con subvenciones que solo el cielo sabe, cómo Sor M. Ludovica consigue obtener, salas de cirugía, salas para los pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar del Plata, destinado a la convalecencia de los niños, una capilla hoy parroquia, y una floreciente chacra, para que sus protegidos, tuviesen siempre alimento genuino.

Durante 54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y cientos de personas en City Bell, de toda condición social.

El 25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen, en particular, todo el personal médico, quienes no la olvidan, y el Hospital de Niños asume el nombre de «Hospital Superiora Ludovica».

Fuente: https://www.vatican.va

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