12 De Febrero de 2024
Santos Saturnino y compañeros de
Abitinia
Mártires
(304)
En
Cartago, conmemoración de los santos mártires de Abitinia, que
durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano,
por haberse reunido para celebrar la Eucaristía dominical, en contra
de lo establecido por la autoridad, fueron apresados por los
magistrados de la colonia, y los soldados de guardia. Conducidos a
Cartago, e interrogados por el procónsul Anulino, a pesar de los
tormentos que les infligían, se reafirmaron en su fe cristiana, y
proclamaron no poder renunciar a la celebración del sacrificio del
Señor, por lo cual derramaron su sangre, en lugares y momentos
distintos.
Estos son los nombres: santos Saturnino,
presbítero, con cuatro hijos: Saturnino junior y Félix, lectores, y
María e Hilarión, aún niño; Dativo o Sanator, Félix, otro Félix,
Emérito y Ampelio, lectores; Rogaciano, Quinto, Maximiano o Máximo,
Telica o Tacelita, otro Rogaciano, Rogato, Januario, Casiano,
Victoriano, Vicente, Ceciliano, Restituta, Prima, Eva, otro
Rogaciano, Givalio, Rogato, Pomponia, Januaria, Saturnina, Martin,
Clautos, Félix junior, Margarita, Mayor, Honorata, Victorino,
Pelusio, Fausto, Daciano, Matrona, Cecilia, Victoria, Berectina,
virgen cartaginesa, Secunda, Matrona y Januaria.
El emperador
Diocleciano, había amenazado con la muerte a los cristianos, que no
entregasen las Sagradas Escrituras, para ser quemadas. Hacía un año,
que esta persecución no daba tregua a los cristianos del África, y
ya muchos habían traicionado su fe por temor al martirio, y muchos
más la habían defendido con su sangre.
En Abitina, una
ciudad de Africa proconsular, Saturnino, un sacerdote cristiano,
estaba celebrando un domingo los sagrados misterios, cuando los
magistrados con sus guardias, cayeron sobre los cristianos, y
aprehendieron a cuarenta y nueve hombres y mujeres. Entre ellos
estaba el sacerdote Saturnino con sus cuatro hijos: Saturnino el
joven y Félix, que eran lectores, María, que se había consagrado a
Dios y el pequeño Hilarión. Además de éstos, constan los nombres
de Dativo y otro Félix, que eran senadores; Thelica, Emérito,
Ampelio, Rogaciano y Victoria. Dativo y Saturnino, encabezaban la
procesión de los cautivos hacia el tribunal.
Cuando los
magistrados los interrogaron, confesaron su fe tan resueltamente, que
los mismos jueces aplaudieron su valor. Esto compensó la apostasía
de Fundano, obispo de Abitina, quien poco antes, entregara los Libros
Sagrados para que los quemaran, aunque el acto no llegó a
consumarse, porque, según se afirma, un repentino aguacero extinguió
las llamas. Los prisioneros arrestados en Abitina, fueron encadenados
y enviados a Cartago, lugar de residencia del procónsul, y durante
su viaje iban cantando himnos, y salmos a Dios, alabando su Nombre y
dándole gracias.
El procónsul examinó primero al senador
Dativo, preguntándole quién y qué era, y si había asistido a la
asamblea de los cristianos. Respondió que era cristiano, y profesaba
su culto. El procónsul preguntó quién presidía estas reuniones, y
en casa de quién tenían lugar las mismas, pero sin esperar la
respuesta, ordenó que pusieran a Dativo en el potro para hacerlo
confesar.
Cuando le preguntaron a Thelica, quién era el
promotor de todo, respondió inmediatamente: «el santo sacerdote
Saturnino y todos nosotros con él». Emérito confesó
abiertamente, que las reuniones tenían lugar en su casa. Por lo que
se refería a la acusación, de que guardaba allí las Sagradas
Escrituras, respondió que él las conservaba en su corazón.
A
pesar de los tormentos, todos y cada uno, confesaron ser cristianos,
y haber estado presentes los domingos en las «colectas», o sea en
la celebración de la liturgia. Las mujeres, fueron tan valientes
como los hombres, para soportar el sufrimiento y proclamar a Cristo.
Una joven llamada Victoria, se distinguió particularmente.
Cuando
era muy jovencita, se había convertido y consagrado al Señor,
aunque sus padres paganos, habían insistido en desposarla con un
joven de la nobleza. Para escapar de él, saltó por una ventana el
día de su boda. Escapó ilesa, y se refugió en una iglesia, donde
se consagró a Dios.
El procónsul, en consideración a su
alta dignidad, y por su hermano que era pagano, trató vivamente de
inducirla a renunciar de su fe, pero ella persistió repitiendo «¡soy
cristiana!».
Su hermano Fortunato, se encargó de
defenderla, y trató de probar que estaba loca, y que los cristianos
la habían embaucado, para atraerla a sus creencias, pero Victoria,
temiendo perder la corona del martirio, puso en claro que estaba
cuerda, respondiendo muy sensatamente a sus preguntas; con lo cual
expresó, que había elegido ser cristiana por su propia voluntad. Al
preguntarle si deseaba volver con su hermano, dijo que no podía
reconocer ningún parentesco, con los que no guardaban la ley de
Dios.
San Saturnino y todos sus hijos, confesaron noblemente
su fe, incluyendo a Hilarión, que apenas tendría unos cuatro años.
«Soy cristiano -dijo-, «he ido a las 'colectas'. Fui porque
quise, nadie me obligó a ir». El juez, que le tenía compasión,
trató de asustarlo con castigos infantiles, pero el niño sólo se
reía.
Entonces el gobernador dijo: «te cortaré la nariz
y las orejas». Hilarión respondió: «puede usted hacerlo,
pero de todos modos soy cristiano». Cuando el procónsul ordenó
que los llevaran nuevamente a la prisión, Hilarión exclamó junto
con todos «gracias a Dios».
Parece que todos
murieron en la prisión, ya sea por la prolongada estancia, o por los
tormentos y penalidades que habían sufrido.
Véase del P.
Monceaux, Les Martyrs Donatistes en la Revue de Histoire des
religions, vol. LXVIII (1913), pp. 146-192. El texto de las actas se
encontrará en Ruinart; en el Acta Sanctorum, febrero, vol. II; y en
Migne, PL., vol. VII, ce. 705-715.
Fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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