2 De Febrero de 2024
Virgen
(1522
- 1590)
En
Prato, de la Toscana, Santa Catalina de Ricci, virgen de la Tercera
Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la
restauración de la religión. Logró, de alguna manera, experimentar
en ella, los misterios de la pasión de Jesucristo, gracias a su
asidua meditación.
Esta santa nació en 1522, de una bien
conocida familia florentina. Y fue bautizada con el nombre de
Alejandrina. A los trece años, tomó el nombre de Catalina, al
recibir el hábito, en el convento dominico, de San Vicente en Prato,
del cual su tío, el P. Timoteo dei Ricci, era director.
Aquí
sufrió durante dos años, intensos dolores, debidos a una
complicación de enfermedades, que sólo parecían agravarse con los
remedios; pero santificó sus sufrimientos, con su ejemplar
paciencia, la cual sacaba en gran parte, de su constante meditación
sobre la Pasión de Cristo.
Cuando era todavía muy joven,
fue elegida maestra de novicias; después superiora, y a los treinta
años fue nombrada priora a perpetuidad. La fama de su santidad y
sabiduría, le llevaba visitas de muchos seglares y personas del
clero, incluyendo a tres cardenales, que después llegaron a papas.
Algo semejante a lo que se cuenta de San Agustín y San Juan
de Egipto, sucedió con San Felipe Neri y Santa Catalina de Ricci: se
habían escrito varias cartas, y aunque nunca se conocieron
personalmente, ella se le apareció, y habló con él en Roma, sin
nunca haber salido de su convento en Prato. Esto lo declaró
expresamente San Felipe Neri, quien era sumamente cauteloso, en dar
crédito a visiones, y fue confirmado por el juramento de cinco
testigos.
Catalina es conocida quizá más que otros místicos,
que han tenido privilegios semejantes, por la serie extraordinaria de
éxtasis, en los cuales contemplaba y vivía, los pasos consecutivos,
que precedieron a la crucifixión de nuestro Salvador.
Parece
que estos éxtasis, siempre seguían el mismo curso. Comenzaron
cuando tenía veinte años, en febrero de 1542, y se renovaron cada
semana, por doce años consecutivos.
Naturalmente dieron
mucho que hablar, y una multitud de gente devota o curiosa, quería
visitar el convento. Esto ponía obstáculo al recogimiento de la
comunidad, y estos inconvenientes, se acentuaron más cuando en 1552,
fue elegida priora. A petición suya, todas las monjas comenzaron a
rezar fervorosamente, para que cesaran estas manifestaciones, y en
1554, llegaron a su fin.
Mientras duraron, presentaron
algunas características diferentes, a las que suelen tener tales
casos. Catalina perdía el conocimiento regularmente, a medio día,
todos los jueves, y volvía en sí veintiocho horas después, a las
cuatro de la tarde del viernes.
Sin embargo, ocurría una
interrupción, en este estado de arrobamiento. Se le llevaba
regularmente la Sagrada Comunión en la mañana, y volvía a estar lo
suficientemente consciente del mundo exterior para recibirla, con
intensa devoción, pero casi inmediatamente después quedaba de nuevo
en éxtasis, y reanudaba su contemplación de los pasos de la Pasión,
en el punto preciso donde las había dejado.
Catalina tenía
otro tipo de éxtasis, durante los cuales, por lo general, permanecía
enteramente pasiva, con los ojos fijos en el cielo. Pero en el
éxtasis semanal de la Pasión, su cuerpo se movía en conformidad
con los ademanes y movimientos de Nuestro Señor, según los
presenciaba en su contemplación. Por ejemplo, cuando lo prendían en
el huerto, extendía las manos como para que se las ataran; se
quedaba de pie majestuosamente, cuando lo ataron a la columna para
azotarlo; inclinaba la cabeza, como para recibir la corona de
espinas, y así sucesivamente.
Un detalle aún más
desacostumbrado en tales experiencias, era que con frecuencia, se
aprovechaba de la ocasión, de los sufrimientos particulares de
Jesucristo, para exhortar a las hermanas que la rodeaban, en medio de
sus éxtasis, y esto lo hacía, dice una de sus biógrafas, «con
un conocimiento, una elevación de pensamiento y una elocuencia
inesparados en una mujer, y especialmente en una mujer que no era ni
ilustrada, ni literata».
También se aseguraba
corrientemente, que Catalina era favorecida con los estigmas, las
llagas de las manos, pies y costado, así como también la corona de
espinas. En el proceso de beatificación, se presentaron testimonios
al respecto. Cosa curiosa, los que afirmaron haber visto los
estigmas, parecen haber tenido diferente impresión, en cada caso.
Algunos miraban las manos completamente traspasadas y sangrantes,
otros veían las señales de las llagas, con una luz tan brillante,
que los deslumbraba, y todavía otros percibían sólo «llagas
cicatrizadas, rojas e hinchadas, con una mancha negra en el centro,
alrededor de la cual parecía circular la sangre».
Esta
diversidad tan notable, en las relaciones de los testigos, es aún
más notable, cuando describen el fenómeno místico, por el cual es
especialmente famosa Santa Catalina; a saber, el fenómeno del
anillo.
Se dice que Cristo le dio un anillo, como prenda de
sus esponsales espirituales con ella. El día de la Pascua de
Resurrección de 1542, Nuestro Salvador se le apareció, radiante de
luz, y después de quitarse de su dedo un fulgurante anillo, lo
colocó en el índice de su mano izquierda, diciendo, «Hija mía,
recibe este anillo como señal y prueba, de que ahora y siempre me
pertenecerás».
En la «Positio super Virtutibus», que
es el resumen de los testimonios dados, que ahora se hace, en todos
los procesos de beatificación, para que los consultores analicen las
virtudes heroicas, de cualquier candidato a la beatificación, las
declaraciones relativas a los esponsales místicos de Catalina,
ocupan mucho espacio.
El promotor de la fe (popularmente
conocido como «el abogado del diablo»), en la época en que la
causa, fue llevada ante la Congregación de Ritos, era el famoso
Próspero Lambertini, mejor conocido después como el papa Benedicto
XIV.
La cuestión del anillo de Santa Catalina, atrajo
particularmente su atención, e hizo varias críticas, a las cuales
respondió con detalle, el postulador de la causa. Santa Catalina,
como hemos visto, nació en 1522 y murió en 1590; desgraciadamente
fue recién en 1614, cuando tuvo lugar el primer examen jurídico de
testigos, en relación con la causa de beatificación.
Como
el anillo se había manifestado originalmente en abril de 1542, era
prácticamente imposible, que ninguna de las monjas que formaban
parte de la comunidad, cuando ocurrió esta maravilla, pudiera estar
viva para dar su testimonio en 1614, setenta y dos años después.
Se asegura al menos, que el fenómeno se registró con
intervalos, durante toda la vida de Catalina; además de testimonios
escritos, y de segunda mano, algunos testigos pudieron dar una
relación, de lo que ellos mismos habían visto. Los testimonios, en
general, parecen contradictorios.
Tal vez las pruebas más
valiosas, que se tienen en el proceso de beatificación, sean dos
documentos escritos: uno, la carta del Padre Neri, dominico, fechada
el año 1549, o sea siete años después de los esponsales místicos;
el otro, unas cuantas notas, hechas por la hermana María Magdalena
Strozzi, amiga íntima de Catalina, quien la atendió en su
enfermedad.
El primero, relata la aparición de Nuestro
Señor, el domingo de Pascua, y comenta particularmente, que el
anillo fue colocado, en el dedo índice de su mano izquierda. Después
de lo cual, prosigue: «"Los superiores de nuestra provincia,
han descubierto que, durante una quincena de Pascua, el anillo
verdadero, o sea el anillo de oro con su diamante, fue visto por tres
hermanas muy santas, en tres ocasiones diferentes.
Cada
una de ellas, tenáían mas de cuarenta y cinco años de edad. La
primera fue la hermana Potenciana de Florencia, la segunda, la
hermana María Magdalena de Prato (esta fue María Magdalena Strozzi,
quien dejó una relación manuscrita, de su bienamada madre
Catalina), y la tercera fue la hermana Aurelia de Florencia.
La
superiora de Catalina, le mandó que pidiera un favor a Jesucristo, y
Él concedió que todas las hermanas, vieran el anillo, o al menos
algo en su lugar, durante tres días consecutivos el lunes, el martes
y el miércoles de la semana de Pascua.
Durante esos días,
todas las hermanas vieron en su dedo, junto al dedo medio de la mano
izquierda, y en el sitio donde ella decía que estaba el anillo, un
rombo rojo («quadretto») en el lugar de la piedra o diamante, y del
mismo modo contemplaron un aro rojo alrededor de su dedo, en lugar
del anillo.
Catalina aseguraba, que nunca había visto el
rombo y el aro, de la misma manera que las hermanas, porque ella
siempre veía el anillo de oro y esmalte, con su diamante. El anillo,
también fue visto durante todo el día de la Ascensión, de 1542 y
el día de Corpus Christi, como si fuera un enrojecimiento de la
carne.
Se añade que esta manifestación, estuvo acompañada
por un perfume sumamente agradable, que todos percibieron. El padre
Neri, añade el comentario de que este enrojecimiento del dedo, no
pudo haber sido causado por alguna pintura o tinte, porque el día de
Corpus Christi, como él mismo dice, Catalina fue llevada a la
iglesia, para que el gobernador de la ciudad, pudiera ver este
círculo rojo. Pero toda señal del mismo, desapareció en su
presencia, aunque inmediatamente después, se mostró otra vez a las
monjas.
En cuanto a la declaración del padre Neri, de que
tres de las monjas de más edad, tuvieron el privilegio de ver, el
verdadero anillo de oro y esmalte rojo, es curioso que no se
encuentre confirmación de esto, en las propias notas de la hermana
María Magdalena Strozzi, aunque ella es una de las tres mencionadas.
Lo que ésta sí pone perfectamente en claro, es que durante
los tres días, después de Pascua, había un círculo rojo alrededor
del dedo de Catalina, el cual describe como un anillo «entre piel y
piel», lo que corresponde estrictamente a lo que el Dr.
Imbert-Gourbeyre dice de Marie-Julie Jahenny: parecía como si un
anillo rojo, de coral, se le hubiera enterrado en la carne del dedo.
Además, las notas de la hermana María Magdalena,
impresionan conmovedoramente, por la solicitud y temor que muestra,
de que Catalina hubiera sido víctima de algún engaño del demonio.
Ella se lo dijo a su confesor, y juntos hicieron experimentos con
cinabrio y otros pigmentos, pero no pudieron reproducir en absoluto,
algo como el enrojecimiento en el dedo de Catalina.
Entonces
la hermana María Magdalena, fue a ver a la misma Catalina, y parece
que con toda franqueza le contó sus dudas y escrúpulos. Estas
manifestaciones extraordinarias, instaba, eran contrarias al espíritu
y tradiciones del convento, y eran muy peligrosas para la humildad y
el anonadamiento, tan importante en la vida religiosa.
Catalina
estaba de acuerdo, y con todo gusto se prestó, a que hiciera lo que
quisiera, para borrar la señal. Ella sólo se lamentaba, y pedía
perdón, por ser la causa de tanta turbación e intranquilidad
espiritual, como había en todo el resto de la comunidad.
Entonces
la hermana María Magdalena, le tomó el dedo, y lo puso en su boca
para saber si tenía algún sabor, y también lo remojó en agua;
después trató de quitar la señal con jabón, pero naturalmente
nada dio resultado. Por otro lado, Catalina declaró con toda
sencillez, que ella veía en su dedo, un anillo de oro engastado, con
un diamante ojival, y no veía nada más. «Tengo que acudir a la
fe», dijo a su amiga, «cuando me dices que tú percibes
únicamente una señal roja». Es cierto, que el hecho de que
Santa Catalina, veía continuamente el anillo, y su piedra, con sus
ojos corporales, y que no podía ver el círculo rojo, también se
menciona en la carta del padre Neri en 1549.
Los hechos son
muy inciertos. Existen abundantes pruebas, de que algunas veces,
aparecía la señal de un círculo rojo y un rombo en el dedo de
Catalina, de modo que todos podían percibirlo.
También
parece cierto, que ella siempre vio con sus ojos corporales, en aquel
dedo, un anillo de oro, con diamante engastado, pero no hay prueba
satisfactoria, que muestre que el anillo de oro, haya sido realmente
visto por algunos otros.
Hay tantos y tan comprobados
ejemplos de resplandor, que irradia de la cara, manos y vestidos de
los místicos, cuando están arrobados en éxtasis, que podemos
fácilmente conceder, que esto pudo haber sucedido, en el caso del
dedo de Catalina. Si fuera así, posiblemente algunos testigos,
pudieron haberse engañados, al ver la luz brillante, y haberla
interpretado, como un anillo de oro con un diamante, del cual antes
habían oído hablar. Una monja explícitamente dijo, que el dedo
despedía una luz tan brillante, que no podía ver, qué clase de
anillo lo circundaba.
Santa Catalina de Ricci, murió después
de una prolongada enfermedad, a la edad de sesenta y ocho años, el 2
de febrero de 1590. Los fenómenos extraordinarios, de los cuales
acabamos de hablar, han colaborado a distraer la atención, de otros
rasgos de su vida.
Se distinguió por una «excelente cordura
psicológica y moral», y como muchos otros santos contemplativos,
fue una buena administradora, y cumplidora de los deberes de su casa
y cargo. Nunca estaba más feliz, que cuando atendía a los enfermos,
y su influencia se extendió, más allá de las paredes de su
convento, y de la ciudad.
Una de sus características, y no
la menos interesante, fue la reverencia que tenía por la memoria de
Jerónimo Savonarola, a cuya intercesión celestial, atribuía el
restablecimiento de su salud en 1540. Santa Catalina fue canonizada
en 1747.
«Life of St. Catherine d'Ricci», por F. M. Capes
(1905). P. Thurston, The Phisical Phenomena of Mysticism
(1952).
Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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