14 de Mayo de 2024
Beato Emilio Moscoso y
Cárdenas
Mártir
(1846- 1897)
Víctor
Emilio Moscoso y Cárdenas, fue un sacerdote católico y miembro
profeso de los jesuitas ecuatoriano. Se desempeñó como
docente en el colegio COPEM de Riobamba desde 1892 y fue allí donde
fue asesinado durante la Revolución Liberal que había comenzado en
1895.
El Beato Emilio Moscoso, nació en el seno de una
familia muy religiosa y muy numerosa: eran 9 hijos, y además de él,
cuatro hermanas seguirán la llamada del Señor, y se consagrarán
como religiosas.
Emilio tiene una gran devoción a la Virgen
María, a quien reza el Rosario, y a Jesús que adora diariamente en
el Santísimo Sacramento, mientras estudiaba derecho en la
universidad.
Ingresó en la Compañía de Jesús en Cuenca,
hizo su primera profesión de fe a los veinte años; estudió en
Francia, y finalmente se hizo sacerdote a los 30. Fue enviado a Perú,
a partir de 1889, estuvo en el colegio de San Felipe de Riobamba,
primero como profesor, y luego como rector.
El Padre Emilio,
es un ejemplo para los jóvenes de quienes se ocupa, y a quienes
enseña a amar a Jesús en la Eucaristía. En su momento, sin
embargo, esta figura de sacerdote culto y retraído, siempre
tranquilo y sereno, mostrará una fuerza inusual, y una alegría
desbordante, con la que apoyará espiritual y moralmente a sus
hermanos, en la hora más difícil.
Estos dones vienen
directamente de Dios, como explica el Cardenal Becciu: "Es un
don, que todos los discípulos experimentan. La primera fue María,
que cantó el Magnificat, y se sintió alegre, ante la misión que
Dios le había encomendado.
Y así también, todos los demás
discípulos, saben que Jesús no nos abandona, saben que Jesús está
con nosotros, hasta el fin del mundo.
Para los mártires, sin
embargo, que no vacilan o retroceden, ni siquiera ante la llamada
extrema, es una fuerza que es más que humana: viene de Dios, como
subraya el cardenal: Como dijo San Pablo a los Filipenses: Todo lo
puedo en Aquel que me da la fuerza. No es tanto la fuerza humana,
sino la gracia de Jesús la que da el valor para afrontar estos
terribles momentos".
Estamos en 1895. El orden
constitucional en Ecuador se rompe, y comienza una revolución que
tiene entre sus objetivos declarados "poner fin a la
teocracia": es entre los sacerdotes, entre los cristianos,
que el enemigo acecha.
Todo sucede muy rápidamente: los
obispos son arrestados, las iglesias bajo control, los religiosos
encarcelados y laicos atacados, por la única razón de ser
cristianos practicantes.
Los jesuitas son perseguidos de una
manera particular, porque con las numerosas escuelas que dirigen, son
considerados protagonistas de la resistencia conservadora: contra
ellos, como veremos en los detalles del martirio del Padre Moscoso,
se ensañan con una crueldad particular, que difícilmente se puede
creer que esté contenida, en el corazón de un hombre.
Nos lo
dice también el Prefecto: “La Palabra de Dios, también nos
ayuda aquí: no devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el
bien, delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes,
traten de vivir en paz con todos. Si tu enemigo tiene hambre, dale de
comer. No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal,
haciendo el bien. San Pablo lo escribía a los Romanos”.
El
2 de mayo de 1897, en el Colegio de San Filipino Neri, casa de los
jesuitas en Riobamba, vive en una comunidad de diez sacerdotes, cinco
hermanos y dos estudiantes. Los milicianos atacaron sin piedad: los
arrestaron a todos, y los encerraron en el establo. El Padre Moscoso
estaba fuera esa noche, así que tenía la oportunidad de huir, pero
no pudo abandonar a sus hermanos, así que regresó a casa.
Dos
días después, el 4 de mayo, los revolucionarios, se les dió la
orden más odiosa: matar a todos. El P. Moscoso es sorprendido en su
habitación, mientras ejerce sus mayores devociones: reza el Rosario
y adora al Santísimo Sacramento, y es precisamente entre los brazos
de la Virgen, y de Jesús en la Eucaristía, que cae bajo los golpes
de fusiles.
Pero su muerte no fue suficiente, para la furia
ciega, para el odio de los atacantes: tratan de escenificar una
pelea, de mancharlo con la última infamia de la complicidad,
poniendo el fusil en su mano; luego masacraron el cuerpo, y lo
expusieron públicamente.
Al mismo tiempo, la iglesia es
profanada, todo es destruido o incendiado. Pero es precisamente de
esta destrucción, y de esta sangre, que la enseñanza del Padre
Moscoso, como la de todos los mártires, toma fuerza:
“El
nuevo Beato, ofrece a la sociedad de hoy un mensaje significativo de
fe – concluye el cardenal Becciu - coherente hasta el final, y
desde la extrema actualidad del amor de Cristo, que primero nos amó,
hasta dar su vida por nosotros, y nos pide que lo sigamos por el
mismo camino”.
Un camino, que es el de la santidad
compartida, para todos y con todos.
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