22 De Febrero de 2024
Beato Diego Carvalho
Presbítero y
mártir
(1578 - 1623)
En
la población de Sendai, en Japón, beato Diego Carvalho, presbítero
de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que tras soportar
injurias, cárceles y fatigosas caminatas, realizadas en pleno
invierno, con fe intrépida confesó a Cristo, junto con sus
compañeros, en el suplicio del agua helada.
Hubo dos
sacerdotes jesuitas, con el apellido de Carvalho, beatificados tras
de haber muerto martirizados en el Japón, en el año de 1624 (así
como un fraile Agustino del mismo apellido que sufrió el martirio en
1623).
Ambos eran portugueses, pero no estaban emparentados.
Los sitios de su ejecución, estaban a varios kilómetros de
distancia uno del otro; en febrero murió el primero, expuesto al
frío, y en agosto pereció el segundo (Miguel) en la hoguera.
El
beato Diego Carvalho (llamado a menudo Didacus, en latín), nació en
Coimbra en 1578. A los veintidós años, abandonó Portugal para
trasladarse al Extremo Oriente; fue ordenado sacerdote en Macao, y
durante cinco años trabajó en los alrededores de Kioto, o de Miyako
(i.e. capital) como se le llamaba entonces, hasta 1614, cuando
estalló la terrible persecución.
No se sabe a ciencia
cierta, si el padre Diego fue deportado, o si se retiró por órdenes
de sus superiores, pero el caso es que, al finalizar aquel año,
partió de Macao con el padre Buzomi para iniciar una misión en
Conchinchina.
Pero en 1617, regresó al Japón, y pasó el
resto de su vida, bajo condiciones muy arduas, en los distritos más
boreales de la isla central. Por lo menos, en dos ocasiones, llegó
hasta Yezo (llamada ahora Hokaido), y fue el primer sacerdote
cristiano, que ofició la misa en aquel lugar. También allí tuvo
contacto con los aínos, de quienes dejó una interesante descripción
en una de sus cartas.
La persecución hizo crisis, en el
invierno de 1623 a 1624. El padre Diego, y otros cristianos
fugitivos, escondidos en un remoto valle entre las colinas, fueron al
fin descubiertos, por las huellas que dejaron sobre la nieve. Existe
un terrible relato, sobre la brutalidad con que aquellos hombres,
fueron tratados después de su captura.
A pesar de que se
había desatado una tormenta de nieve, y el frío era muy intenso. se
les despojó de sus ropas, hasta dejarlos medio desnudos, aguardando
durante horas a la intemperie. Se les reunió atándolos en cuerda, y
fueron arriados para caminar a pie durante varios días, hasta
Sendai. Dos cristianos del grupo, incapaces de seguir adelante,
fueron decapitados allí mismo, y los soldados de la escolta,
probaron el filo de sus espadas, cortando en pedazos, los cadáveres
desnudos.
Cuando llegaron a Sendai, el frío era intensísimo.
El 18 de febrero, el padre Diego y unos nueve japoneses, fueron
despojados de las escasas vestiduras que aún les cubrían, y les
ataron sus manos por detrás, a unas estacas clavadas, dentro de
agujeros llenos de agua helada. El tormento consistía, en obligar a
los mártires a sentarse en el agua, y volverse a levantar, a fin de
que el hielo se formara sobre sus carnes.
Al cabo de tres
horas de este suplicio, se les sacaba de los agujeros, y se les
invitaba a renegar de su religión. Después de la primera etapa, dos
de los mártires, imposibilitados para moverse, murieron sobre el
suelo, a donde habían caído agonizantes. El padre Diego, quizá por
habérsele dispensado algunas consideraciones durante la jornada,
mostró mayor resistencia que los demás.
Tras de aquella
primera prueba, se puso en cuclillas a la manera japonesa, y se
concentró en la oración. Durante los cuatro días siguientes, se
hicieron nuevos intentos, para convencer a los mártires, de que
renunciaran al cristianismo, pero sin resultado alguno.
El 22
de febrero se reanudó el tormento. Durante toda la mañana,
estuvieron en los charcos, rezando lo más alto que podían,
alentados por el sacerdote, que no cesaba de consolarlos con sus
palabras.
En el curso de la tarde, siete cadáveres colgaban
de las estacas, y al caer el sol, únicamente el padre Diego seguía
con vida. De acuerdo con el testimonio de algunos fieles, que osaron
acercarse a contemplar la horrible escena, murió a la medianoche. A
la mañana siguiente, los cuerpos de las víctimas fueron cortados en
pedazos, y arrojados al río, pero la cabeza del padre Diego, y las
de otros cuatro mártires, fueron recuperadas y conservadas como
reliquias.
Butler-Guinea sobre los mártires del Japón, del
1 de junio (México, 1965, tomo II, pág. 431).
Fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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