11 De Febrero de 2024
Santa María Antonia de Paz y
Figueroa
(1730-1799)
María
Antonia de Paz y Figueroa, también conocida como María Antonia de
San José, o Mama Antula (Villa Silípica, actual Provincia de
Santiago del Estero, 1730 - Buenos Aires, Virreinato del Río de la
Plata, 7 de marzo de 1799) fue una laica consagrada cristiana,
declarada beata el 27 de agosto de 2016.
María Antonia de Paz
y Figueroa, nació en el año 1730, en la localidad de Villa
Silípica, antigua encomienda de indígenas, de la actual Provincia
de Santiago del Estero. Fue hija de Miguel de Paz y Figueroa y
Figueroa Mendoza, sargento mayor, maestre de Campo y alcalde de la
Santa Hermandad en 1728, procurador y mayordomo del Real Hospital en
1730, protector de Naturales en 1745, alcalde ordinario de segundo
voto del Cabildo de Santiago del Estero y defensor en 1750, y de
María de Zurita y Suárez de Cantillana.
Recibió la
educación, que se daba en las familias acomodadas, y se acentuó en
ella su inclinación a la vida religiosa. A los quince años, hizo
sus votos, y vistió el hábito consagrándose a la oración y al
apostolado. Luego realizó sus ejercicios espirituales, en el
convento de los padres de la Compañía de Jesús, de aquella
ciudad.
En 1760, ya en Santiago del Estero, María Antonia de
Paz y Figueroa, reunió a un grupo de chicas jóvenes, que vivían en
común, rezaban, ejercían la caridad, y colaboraban con los padres
jesuitas. En aquel entonces se las llamaba “beatas” (actualmente
llamadas laicas consagradas). Durante veinte años María Antonia,
estuvo al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en
las tareas auxiliares, de los ejercicios espirituales.
Cuando
se produjo la expulsión de esa orden, en 1767, María Antonia pidió
al mercedario fray Diego Toro, que asumiera las tareas propias de la
predicación y la confesión, mientras que ella se ocuparía con sus
compañeras, del alojamiento y las provisiones, para continuar con
los ejercicios espirituales. La amistad con los jesuitas la siguió
manteniendo vía epistolar. Mientras tanto, continuó su tarea
evangelizadora, en las parroquias de Salavina, Soconcho y Silípica.
Su figura ya era familiar, siendo conocida en su pueblo como la "Mama
Antula".
Con autorización del obispo del Tucumán, Juan
Manuel Moscoso y Peralta, predicó y realizó una caminata
evangelizadora, por toda la diócesis. Recorrió las actuales
provincias argentinas de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy,
nuevamente Tucumán, Catamarca y La Rioja.
En 1777, llegó a
Córdoba, y finalmente arribó a Buenos Aires en septiembre de 1779.
La provisión episcopal concedida, le permitía solicitar limosnas,
pudiendo fundar casas de recogimiento, realizar ejercicios, y
propender a “reformar las costumbres”, por lo que se la exhortaba
a que continuase tan altos fines.
“Mama Antula”, era una
mujer con un estilo muy peculiar. Los viajes los hacía caminando
descalza, y pidiendo limosnas. No quedan testimonios, de cuántas
veces preparó ejercicios en algunas ciudades, pero solo en San
Miguel de Tucumán, se hicieron sesenta.
A pesar de sus viajes
por montañas, desiertos y parajes que desconocía, jamás sufrió
percance alguno. En Catamarca, padeció una enfermedad, y fue
desahuciada por el médico. “Me encomendé al Sagrado Corazón,
y me encontré curada pronto, sin ningún remedio”, aseguró.
Una vez se rompió una costilla, en otra ocasión se dislocó un pie
“pero fui curada una y otra vez por una mano invisible,
repetía.8
En menos de un año, organizó en Córdoba ocho
tandas de 200 y 300 personas. Y siempre conseguía las limosnas
suficientes, como para mantener a toda esa gente, e incluso en
ocasiones, había un excedente, que sería para ayudar a pobres y
presos.
Con 49 años, decidió trasladarse a Buenos Aires para
llevar los beneficios de su labor. Caminó junto con sus compañeras,
alrededor de dos meses hasta llegar a esa ciudad, lo que implicó un
viaje de 140 leguas, equivalente a 700 kilómetros.
Sin
embargo, en Buenos Aires no fue muy bien recibida: la gente viendo a
aquella mujer, que había entrado a la ciudad con los pies descalzos,
con una cruz de madera en las manos, exhortando por las calles a la
penitencia, e invitando al retiro de los Ejercicios espirituales, la
tuvieron por persona extraviada, tratándola de loca, borracha,
fanática y hasta de bruja.
Los niños de las afueras de la
ciudad, al verla llegar con un mal aspecto por el largo viaje,
comenzaron a apedrearla, y abuchearla. María Antonia debió
refugiarse en la iglesia de la Piedad, tanto para librarse de ellos,
como para encomendarse a la Virgen de Nuestra Señora de los Dolores,
de la que era muy devota.
El virrey Vértiz, se opuso a su
petitorio de abrir una casa para dar ejercicios. De igual manera, el
obispo diocesano fray Sebastián Malvar y Pinto, le demostró
desconfianza, y postergó la respuesta por nueve meses, mientras
solicitaba informes sobre María Antonia. Queriendo probar su
espíritu, trató de disuadirla. Sin embargo, ella resistió todas
estas pruebas con valerosa intrepidez.
Obteniendo el
consiguiente permiso, en agosto de 1780, recién comenzó a dar los
primeros ejercicios espirituales, ante veinte personas, pero ese
número creció de tal manera, que pronto se calculaba en miles, las
almas que las recibieron, siendo insuficientes las casas donde las
brindaba. Luego el obispo, no solo le dio autorización, sino que
además se convirtió en un gran admirador, y le dejó un nada
despreciable legado.
Terminantemente opositor fue el virrey
Vértiz, dada su antipatía visceral, hacia todo lo que fuese
jesuítico. En esa actitud firme, permaneció por dos años, y con
poderes sobre el terreno religioso, le negó a María Antonia, la
autorización para organizar los ejercicios espirituales.
Hubo
un gran revuelo en ese entonces, y solo se hablaba de ella, ya que
realizaba los ejercicios de forma clandestina, en casas alquiladas
por el obispo, a algunas familias concurrentes a la iglesia.
Las
personas cercanas a la nobleza, comenzaron a concurrir a estos a
escondidas, y cuando se supo, hubo un gran revuelo, y María Antonia
no pudo seguir ocultando esto. Había conseguido, por medio de
donaciones, unos terrenos en las afueras de Buenos Aires, en la
actual avenida Independencia 1190.
Las promesas de un mejor
trabajo en el centro de Buenos Aires, junto con la fe que depositaban
en Cristo, gracias a la predicación de María Antonia, habría sido
el motor para el gran viaje que realizaron a pie. Al descubrirse
oficialmente sus prácticas, María Antonia se vio obligada a tener
una reunión con el virrey.
Una que vez que esto se hizo
oficial, la gente de la nobleza, y personas de alto poder económico
y social, que proliferaban en aquel entonces, y que no tuvieron que
ocultarse para concurrir a los ejercicios, realizaron grandes
donaciones a María Antonia, para poder realizar la construcción, de
la actual Santa Casa de Ejercicios Espirituales, en aquellos mismos
terrenos de Independencia al 1190.
En tanto, dos amigas suyas,
habían emprendido en Salta y Tucumán, la organización de los
ejercicios espirituales. Este hecho, unido a la trascendencia que
cobraba esta práctica religiosa, la alentó a darle forma, a su
pequeño grupo de beatas, con una serie de pasos, que comenzaron en
un postulantado, la investidura del hábito, y la formulación de
votos privados.
Su prestigio creció rápidamente, llegando a
convertirse en el oráculo de la ciudad, que todos consultaban,
anhelando las mismas autoridades, servirla en lo que fuese menester
para sus ejercitantes.
A pesar de su avanzada edad, y de las
fatigas de su vida, emprendió un nuevo viaje con la venia del obispo
y del virrey, en 1784, llegando primero a Colonia del Sacramento, y
luego a Montevideo, promoviendo en esos lugares, la práctica de los
ejercicios espirituales.
El ardoroso apostolado que la
inflamaban, adquirió una trascendencia internacional, que motivó la
mayor admiración. Las cartas sobre sus obras y su p,ropia
correspondencia, llegaron a Europa, donde fueron traducidas y
reproducidas al inglés, al italiano y al alemán. Desde Francia, se
sabe que se habían formado varios conventos, solo con leer sus
expresiones. Recibió del vicario general de la Compañía en Rusia,
la Carta de Hermandad, y el pontífice le otorgó indulgencias
especiales.7
En 1784 el obispo de Buenos Aires, Sebastián
Malvar y Pinto, envió una carta al papa Pío VI, informándole que
durante los cuatro años, en los que se habían realizado los
ejercicios espirituales en esa ciudad, habían pasado unas quince mil
personas, sin que se les haya pedido, “ni un dinero por diez días
de su estadía y abundante manutención”.
Exterior de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, sobre Avenida Independencia, Buenos Aires
Hacia
1788, escribió Ambrosio Funes, una carta contando que en ocho años
habrían hecho ejercicios espirituales unas setenta mil personas. Por
eso María Antonia, proyectaba una casa dedicada especialmente a
estas prácticas.
Como respuesta obtuvo la donación de tres
parcelas de terreno contiguas; la primera de ellas fue donada el 27
de noviembre de 1788, por Antonio Alberti y Juana Agustina Marín,
padres del sacerdote Manuel Alberti, integrante de la Primera Junta;
pocos días después donó el segundo lote don Pedro Pavón y
Benedicta Ortega; y el 10 de diciembre don Alfonso Rodríguez y doña
Francisca Jirado donaron la tercera parcela.10
Pero
faltaba todo lo demás, de manera que solicitó nuevamente ayuda, y
tuvo como apoderado en esta tarea a Cornelio Saavedra.
La
práctica de los ejercicios espirituales, pasó a convertirse en una
de las actividades religiosas, más prestigiosas de la vida porteña,
y tanto los sectores de abolengo, como los de condición humilde,
encontraron en Mama Antula, a la persona a quien encomendaban sus
oraciones por diversas necesidades.
En Roma, las cartas de
María Antonia, a sus amigos los jesuitas, después de ser traducidas
al latín, francés, inglés y alemán, fueron enviadas a distintas
naciones, en particular a Rusia, único país que no había acatado,
el destierro de los jesuitas.
Ciertos conventos franceses, se
habían reformado al leer sus cartas. La importancia asignada por el
obispo de Buenos Aires a los ejercicios, lo llevó a disponer que
ningún seminarista se ordenase, sin que primero la beata certificase
la conducta, con que se hubiesen portado en esos ejercicios. Con ello
se asignaba a María Antonia, un papel significativo en la iglesia
porteña de ese entonces.
En una homilía, el papa Francisco
dijo: “Que en la comunión universal de los santos, y en
especial, en la corona de los santos americanos, nos acompañe fray
Junípero Serra e interceda por nosotros, junto a tantos otros santos
y santas que se han distinguido con diversos carismas. Misioneros
incansables como fray Francisco Solano, José de Anchieta, Alonso de
Barzana, María Antonia de Paz y Figueroa, José Gabriel del Rosario
Brochero”.
En 1791, se publicó en francés, un opúsculo
titulado "El Estandarte de la Mujer Fuerte", de autor
anónimo, aunque se cree que fue escrito por Ambrosio Funes. En él
se narran, los principales actos de su vida para la veneración
universal.
En 1793, se planeó la construcción de su propia
Santa Casa de Ejercicios Espirituales, en Buenos Aires, obra que vio
terminada su parte principal cuatro años más tarde, no sin antes
haber llegado al Paraguay.
El retiro final
Dejó
firmemente establecida la Orden de su beaterio, designando en el
Rectorado a su sucesora, Margarita Melgarejo, antes de morir. Tenía
previsto trasladarse a Europa, en alas de su apostolado, pero
previendo su próximo fin, dictó su testamento con las disposiciones
pertinentes, para la conservación de su obra.
María Antonia
sentía que le flaqueban las fuerzas. Contaba con sesenta y nueve
años, y no pudo ver concluida su obra. Atacada por una mortal
enfermedad, falleció en la casa que había fundado, el 7 de marzo de
1799, a los 69 años de edad.
Murió en brazos de su amiga
Melgarejo. Sus restos fueron inhumados, en la Basílica de Nuestra
Señora de la Piedad, de la ciudad de Buenos Aires, por haber sido la
primera a la que entró, al término de su larga peregrinación a
pie, desde Santiago del Estero.
Cuatro meses después, el
fray Julián Perdriel, prior del Convento de Predicadores de Buenos
Aires, que había sido su confesor, predicó una oración fúnebre,
el 12 de julio del mismo año, en las solemnes exequias, que se
celebraron en la iglesia de Santo Domingo, siendo una pieza de mérito
histórico y literario.
Legado
La congregación
llamada Hijas del Divino Salvador, siguiendo su ejemplo, fundó el
Santuario de San Cayetano, en el actual barrio de Liniers, Buenos
Aires. San Cayetano y San José, eran los santos en los que María
Antonia de Paz y Figueroa, tenía mayor devoción.
El grupo de
mujeres que la acompañaba, se convirtió en una pujante congregación
religiosa en 1878, y actualmente desarrolla sus tareas apostólicas,
en varias provincias argentinas. La obra de Madre Antula, continúa
en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires. Dicho
edificio aún se conserva, como uno de los más antiguos de la
ciudad, y atesora viejos recuerdos en forma de imágenes, muros,
puertas y patios, que constituyen un patrimonio vivo de la historia
argentina.
Los retratos que de ella se conservan, son uno
hecho por José Salas el Madrileño, y otro posterior de García del
Molino, firmado en 1861. Se muestra a María Antonia, hermosa y de
distinguida presencia, a pesar de su hábito modesto y humilde.
Además resplandece en su fisonomía, sobre todo, la inteligencia y
la santidad.
Al demolerse la antigua iglesia de la Piedad, sus
restos fueron encontrados, el 25 de mayo de 1867, en la nave derecha
del actual templo. Ahora descansan al pie de un artístico mausoleo,
coronado con su estatua de mármol, costeado por monseñor Marcos
Ezcurra y que fue declarado histórico en 2014.12.
La Casa de
Ejercicios que ella fundó aún se levanta en la avenida
Independencia 1190-94 en Buenos Aires, y ha sido declarada monumento
nacional.
Será canonizada “Mama Antula”, laica
consagrada argentina
El Dicasterio para la Causa de los
Santos, es autorizada por el Papa Francisco, para promulgar el
Decreto relativo, al milagro de la primera santa argentina: Virgen,
laica consagrada, fundadora de la Casa de Ejercicios de Buenos
Aires.
El Papa Francisco ha autorizado, la promulgación del
Decreto relativo al milagro, atribuido a la intercesión de la Beata
María Antonia de San José. El boletín de la Oficina de Prensa de
la Santa Sede, comunica que:
“Durante la Audiencia,
concedida el martes por la tarde, a Su Eminencia Reverendísima el
Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas
de los Santos, el Sumo Pontífice autorizó, al mismo Dicasterio, a
promulgar el Decreto relativo al milagro, atribuido a la intercesión
de la Beata María Antonia de San José (nacida Antonia de Paz y
Figueroa), conocida como Mama Antula, Fundadora de la Casa de
Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; nacida en 1730 en Silipica,
Santiago del Estero (Argentina) y fallecida el 7 de marzo de 1799 en
Buenos Aires (Argentina)”.
El Papa Francisco
recordándola, en el ángelus del 28 de agosto de 2016, luego de su
beatificación, expresaba que: “Que su ejemplar testimonio
cristiano, especialmente su apostolado en la promoción de los
Ejercicios espirituales, despierte el deseo de adherirse cada vez más
a Cristo y al Evangelio”.
https://www.vaticannews.va/es
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