29 De Diciembre de 2023
San David
Santo del Antiguo
Testamento
(980 AC)
Conmemoración
de San David, rey y profeta, hijo de Jesé betlehemita, que encontró
gracia ante Dios, y fue ungido con el santo óleo, por el profeta
Samuel, para regir el pueblo de Israel. Trasladó a la ciudad de
Jerusalén, el arca del Señor, y Dios le juró que su descendencia,
permanecería para siempre, porque de él nacería Jesucristo, según
la carne.
Así como antes de la Navidad, se suceden las
memorias de los profetas, que van jalonando la llegada del Emmanú-El,
una vez llegada la Navidad, celebramos personajes bíblicos que
tienen más inmediata relación con el nacimiento, como hoy el rey
David, antepasado, modelo y figura del Cristo.
Porque
«Cristo» es la palabra griega, equivalente a lo que en el hebreo de
la Biblia se llama «Mesías», es decir, Ungido, marcado por el
aceite que consagra, del cual es el mayor ejemplo, el ungido por
excelencia, el Rey David.
En efecto, «Jesucristo» no es
para el Nuevo Testamento, ni fue para las primeras generaciones de
cristianos, lo que lamentablemente, ha llegado a ser para nosotros:
un nombre propio; en todo el Nuevo Testamente la expresión
«JesúsCristo» se escribe siempre «Jesús el Cristo», es
decir, un nombre propio + un título, el título mesiánico. Cuando
Jesús le pregunta a los suyos (Mc 8,29): «Y vosotros, ¿quién
decís que soy?»,
Pedro, en nombre de todos, le responde
«Tú eres el Cristo»... y con eso no hace falta que Pedro
aclare, qué quiso decir, ya que ha invocado la unción, que marca el
designio de Dios sobre ese Jesús, como señaló ante todo a David.
Cuando Jesús quiso indicar a la multitud de creyentes,
venidos de todas partes de Judea y Galilea a Jerusalén, para la
fiesta de Pascua quién era, en realidad, Él hizo como los antiguos
reyes de Israel: dio una vuelta ante todos, montado en burro, antiguo
gesto de los orígenes, de la monarquía en Israel, para reivindicar
el derecho a la sucesión. Nuevamente la figura de David, sirviendo
de guía a la pregunta de «quién es Jesús».
David
no fue exactamente el primer rey de Israel, porque entre el período
que llamamos «de los jueces» (entre el 1200 y el 1000), es
decir, de los líderes carismáticos regionales, que convocaban a las
tribus para la guerra santa, y el reinado de David, hubo un período
de transición, que tuvo como centro, la figura del malogrado Saúl:
en parte juez, en parte rey.
Saúl fue «juez»,
porque su elección fue carismática y local, logrando sólo
lentamente la aceptación de todas las tribus; pero también puede
decirse que fue «rey», sobre todo por su aspiración a
convertir Israel, en un conjunto organizado, no ya de tribus que
tiraran cada una para su lado, sino en una verdadera conjunción de
fuerzas, en torno al convocante nombre del Dios Yahveh, que había
sido dos siglos antes, en definitiva, la aspiración del padre
fundador, Moisés. La historia de Saúl y su trágico final, se nos
cuenta -no como en un manual de historia, claro, sino en la
perspectiva teológica y catequética de la Biblia- en 1Samuel
9-31.
David fue alguien del entorno de Saúl, que supo
comprender muy bien, aquello a lo que aspiraba Saúl. Supo convocar
en torno a sí, despaciosa pero certeramente, las fuerzas vivas que
rodeaban al Rey (el profeta, los generales, los posibles herederos
del propio Saúl, ¡incluso a los filisteos!), y cuando el poder de
Saúl decayó, tomó su lugar, sin que nadie pudiera decir que
participaba de su misma debilidad.
Y una vez en la cima, no
impuso su reinado despóticamente, al contrario, dio a las tribus lo
que esperaban: tiempo para que asimilaran la nueva época, y sólo
siete años más tarde, de ser coronado rey de su propia tribu
(Judá), buscó la corona de todas las tribus, y ciñó la doble
corona de Judá e Israel.
Y para que quedaran claros los
nuevos tiempos, conquistó la ciudad cananea de Jerusalén, que no
era territorio de Israel, y por tanto no podía suscitar celos entre
las tribus, y allí fundó «su» ciudad: la ciudad de David,
en el sentido posesivo del término: efectivamente era suya por
derecho de conquista.
En estos pocos rasgos, en los que
podríamos seguir y acumular más y más detalles, ya se ve con
claridad, que estamos ante un político hábil e inteligente, alguien
que sabe leer los signos de los tiempos, y moverse en esa dirección
precisa. La Biblia nos cuenta, que todo ello tiene que ver con algo,
que celebramos en él, pero que poco podemos denotar con el dedo: fue
elegido por el propio Dios en su plan salvífico para la humanidad,
que llegaría a su cumbre en Jesús.
La historia de David, se
nos narra en la Biblia, a poco de comenzar la de Saúl; tenemos una
primer mención del nombre en 1Samuel 16: a partir de ese capítulo,
en el que Yahvé declara abiertamente, que ha rechazado
definitivamente a Saúl, y manda al profeta Samuel, a que unja a
David como rey, conforme a sus planes.
La figura de David no
hara sino crecer, y la de Saúl, desbarrancarse en la soledad y la
locura. La historia de David, continúa luego atravesando todo el
libro segundo de Samuel, y acaba en 1Reyes 2, con el traspaso del
reino a uno de sus hijos, Salomón, y su propia muerte. Pero su
figura no muere allí, sino que será la medida, con la que toda la
historia de Israel, medirá a sus gobernantes: la talla de David.
De
la cronología y de los orígenes de David, no hay datos del todo
claros; la Biblia (nuestra única fuente), se limita a recoger
diversas tradiciones, y a organizarlas en torno a los núcleos de
enseñanza, que quiere extraer de ello, sin preocuparse demasiado,
por la discordancia entre esas tradiciones.
Así, se lo
presenta a David como casi un niño, que cae en gracia a Saúl, y le
sirve como escudero y como músico personal, que calma sus ataques de
depresión (el «espíritu malo de parte de Yahvé» que lo
atormentaba), 1Sam 16; pero en otro relato, contado casi a renglón
seguido de ése -en 1Sam 17- lo presenta como un intrépido
jovencito, hermano de tres soldados de Saúl, que se atreve a liberar
a Israel de los filisteos, venciendo en nombre de Yahvé, al gigante
Goliat con una piedra. Estos diversos relatos, de los orígenes de
David, fueron recogidos por la tradición oral, transmitidos,
ampliados, esquematizados, y llegaron siglos después, al narrador
bíblico, que se aprovechó de todo ese material, no para contarnos
una versión crítica y erudita de la historia de David, sino una
catequesis, en torno a su polifacética figura, y por eso se preocupó
poco, de armonizar las tradiciones discordantes.
Por mi parte,
de todo lo que habría para señalar, sobre el rey David, me gustaría
detenerme en tres momentos, que evocan muy claramente, cierto modo de
vivir el vínculo religioso con Dios, que sigue siendo aleccionador
para nosotros:
-David peca gravemente ante Yahvé, abusando de
su poder, arrebatándole la mujer (Betsabé) a uno de sus servidores
(Urías, el hitita); de esa unión nace un hijo que, en los códigos
religiosos del momento «debe» morir, así que el profeta
Natán, anuncia a David que Yahvé lo ha perdonado, pero que el niño
no vivirá, entonces, «...David suplicó a Dios por el niño; hizo
David un ayuno riguroso, y entrando en casa, pasaba la noche acostado
en tierra.
Los ancianos de su casa, se esforzaban por
levantarle del suelo, pero el se negó, y no quiso comer con ellos.
El séptimo día murió el niño; los servidores de David temieron
decirle que el niño había muerto, porque se decían: "Cuando
el niño aún vivía, le hablábamos, y no nos escuchaba. ¿Cómo le
diremos que el niño ha muerto?. ¡Hará un desatino!".
Vio
David, que sus servidores cuchicheaban entre sí, y comprendió David
que el niño había muerto, y dijo David a sus servidores: "¿Es
que ha muerto el niño?". Le respondieron: "Ha
muerto".
David se levantó del suelo, se lavó, se
ungió, y se cambió de vestidos. Fue luego a la casa de Yahveh, y se
postró. Se volvió a su casa, pidió que le trajesen de comer, y
comió. Sus servidores le dijeron: "¿Qué es lo que haces?.
Cuando el niño aún vivía, ayunabas y llorabas, y ahora que ha
muerto, te levantas y comes.".
David respondió:
"Mientras el niño vivía, ayuné y lloré, pues me decía:
¿Quién sabe si Yahveh, tendrá compasión de mí, y el niño
vivirá?. Pero ahora que ha muerto, ¿por qué he de ayunar?. ¿Podré
hacer que vuelva?. Yo iré donde él, pero él no volverá a mí."»
(2Sam 12,16-23).
Esta realista aceptación de la voluntad de
Dios, muchas veces inescrutable, es también un gesto de libertad,
que enseña claramente que el verdadero gesto religioso, no es la
repetición mecánica de unos ritos, sino la aceptación completa y
sin fisuras, de Aquel a quien esos ritos van dirigidos.
-Se
nos cuenta también, relacionada con esta actitud, otra historia:
«Cuando el rey David llegó a Bajurim, salió de allí un hombre,
del mismo clan que la casa de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá.
Lo iba maldiciendo, mientras avanzaba. Tiraba piedras a David, y a
todos los servidores del rey, mientras toda la gente, y todos los
servidores, se colocaban a derecha e izquierda.
Semeí decía
maldiciendo: "Vete, vete, hombre sanguinario y malvado. Yahveh
te devuelva, toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino
usurpaste. Así Yahveh, ha entregado tu reino, en manos de Absalón
tu hijo. Has caído en tu propia maldad, porque eres un hombre
sanguinario."
Abisay, hijo de Sarvia, dijo al rey: "¿Por
qué ha de maldecir este perro muerto, a mi señor el rey?. Voy ahora
mismo, y le corto la cabeza." Respondió el rey: "¿Qué
tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?. Deja que maldiga, pues si
Yahveh le ha dicho: "Maldice a David" ¿quién le puede
decir: "Por qué haces esto?... Dejadle que maldiga, pues se lo
ha mandado Yahveh. Acaso Yahveh mire mi aflicción, y me devuelva
Yahveh bien, por las maldiciones de este día."» (2Sam
16,5-12).
Se trata de la aceptación incondicional, de la
voluntad de Dios, pero también de un paso más: de situarse del lado
de la justicia de Dios, siempre distinta a nuestros criterios,
incluso los más nobles y equilibrados.
-Y también,
precisamente con esto, tiene relación una tercera historia: David
traslada el Arca de la Alianza a Jerusalén, y va él personalmente,
ejerciendo funciones sacerdotales, ofreciendo sacrificios, a medida
que el arca avanza; como es lógico, viste una vestidura sacerdotal,
el efod, que es una pieza de tela de lino, sin costuras, y que lo
cubre como una capa.
Naturalmente, no puede llevar ninguna
otra vestidura, porque es así el símbolo de la vestidura: íntegra
y sin piezas. Como va realizando una danza, posiblemente extática,
ante el arca, el efod se levanta, y lo muestra desnudo ante la gente,
entonces la despechada Mikal, hija de Saúl, dice el relato «que
estaba mirando por la ventana, vio al rey David saltando y girando
ante Yahveh, y le despreció en su corazón.», y así ocurrirá
que «Cuando se volvía David para bendecir su casa, Mikal, hija de
Saúl, le salió al encuentro, y le dijo: "¡Cómo se ha
cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose hoy, ante
las criadas de sus servidores, como se descubriría un cualquiera!"
Respondió David a Mikal: «En presencia de Yahveh
danzo yo. Vive Yahveh, el que me ha preferido a tu padre, y a toda tu
casa, para constituirme caudillo de Israel, el pueblo de Yahveh, que
yo danzaré ante Yahveh, y me haré más vil todavía; seré vil a
tus ojos, pero seré honrado ante las criadas de que hablas.» (2Sam
6,11ss).
David vive en el «secreto de Dios, está
convencido de la justicia de Yahvé, y que esa justicia implica, una
misteriosa inclinación de Yahvé, por lo débil antes que por la
fuerza y el poder; siendo el hombre más poderoso de Israel de ese
momento, no mira en su poder, lo que se debe a su propia habilidad,
sino que sabe que la razón última de su poder, está en «ser
pequeño a los ojos de Dios».
David
gobernó Israel por 40 años, (quizás la cifra sea simbólica),
durante la primera mitad del siglo X a.C., posiblemente del 980 al
940. Consolidó un reinado, que había sido un mero proyecto
vacilante, en su antecesor; dejó una descendencia brillante también
en Salomón; amplió el territorio de la tierra bíblica, a límites
que nunca más volvió a tener; inauguró un período, de auténtico
esplendor de la monarquía bíblica (en realidad el único período
verdaderamente esplendoroso).
Su reinado, como cualquier
otro, también tiene sombras, pero si queremos buscar un ejemplo
bíblico, de aquello a lo que se refiere Jesús, cuando enseña que
debemos ser «como niños», es David el mejor modelo. Quizás
por eso, cuando Jesús quiere enseñar, que el respeto a Dios,
siempre supone la libertad, vuelve su mirada al rey David, como en Mc
2,25-28.
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