2 de Diciembre de 2023
San Habacuc
Santo del Antiguo
Testamento
(626 AC)
Conmemoración
de San Habacuc, profeta, el cual, ante la iniquidad y violencia de
los hombres, anunció el juicio de Dios, pero también su
misericordia, diciendo: «El justo vivirá por su fe».
Dicen
que cuando el filósofo Heidegger, debía introducir a sus alumnos en
el pensamiento de uno de los grandes filósofos, no comenzaba como
solemos hacer, contando a grandes rasgos la biografía, sino
solamente «nació y murió, y escribió... tales y tales ... obras»,
para que sus alumnos, no perdieran de vista, que lo que debemos
valorar en un escritor es su escrito, y no las circunstancias
personales que lo llevaron a escribirlo.
No sé yo si esta
anécdota es cierta, o sólo una leyenda urbana, pero el gran
pensador alemán hubiera estado muy a gusto, haciendo la hagiografía
de los doce profetas menores, de los cuales apenas podemos decir
«nació, murió, y escribió el libro que lleva su nombre».
De
Habacuc sólo puede deducirse, por indicios internos del libro, que
pronunció sus oráculos, en relación a los acontecimientos que
ocurrían en Judá, entre el 605, victoria de Nabucodonosor el
Grande, que se alza con el poder en Oriente Medio, y el primer asedio
de Jerusalén, en 597, diez años antes de la destrucción del
templo, por obra del mismo rey.
Es, por tanto, contemporáneo
de Jeremías. Jerusalén está sumida en el pecado, en el abandono de
la fidelidad a Yahvé, en la idolatría; el hombre religioso, espera
la llegada del castigo divino, sabe que no faltará, pero ¿cómo es
posible que Dios castigue el mal de los suyos, por medio de pueblos
aun más pecadores que el propio Judá? ¿Qué enigma es éste del
mal en la historia, de un Dios que ni se va del todo, ni termina de
aparecer?.
Habacuc plantea a Dios, con toda reverencia pero
sin concesiones, el misterio del mal en la historia; su librito, de
apenas tres capítulos, contiene las preguntas, y con la autoridad
del propio Yahvé, lo que puede decir el profeta en Su nombre.
Notemos que estamos más de un siglo antes, del libro bíblico que se
ha hecho clásico, por plantear rigurosamente este tema, el de
Job.
Los tres capítulos de Habacuc se centran, en la pregunta
por el misterio del mal en la historia, desearíamos que Dios «se
suelte a hablar» más largamente de lo que lo hace, pero a pesar de
su brevedad, podemos decir que es un libro perfectamente estructurado
y bellamente escrito, rasgo que -a diferencia de lo que ocurre en
otros libros de la Biblia- se sigue notando incluso en las
traducciones.
El libro consta de dos quejas del profeta,
seguidas cada una de ellas, de una respuesta -oráculo- por parte de
Dios, luego una serie de invectivas contra los males del mundo, y
todo ello cierra con un extenso salmo, que bien pronto se integró en
la liturgia, primero judía, y luego también en la cristiana: lo
rezamos en las Laudes del viernes, de la segunda semana del
salterio.
Sin embargo, lo que los estudiosos coinciden, en que
podría llamarse el resumen del mensaje profético de Habacuc, está
contenido en una sola frase, pero que ha tenido una larga trayectoria
en el mundo de la fe, especialmente la nuestra; en efecto, dice
Habacuc 2,4: «He aquí que sucumbe, quien no tiene el alma recta,
más el justo por su fidelidad vivirá.»
Todos
reconocemos en ese versículo, cómo sus palabras han calado hondo en
nuestra fe, a través de la cita que hace de ellas San Pablo en
Romanos 1,17. Entre Habacuc y San Pablo ha pasado Cristo, y lo que
podía llamar «justo» Habacuc y lo que San Pablo entiende
por «justo» se ha profundizado.
Ciertamente que la
frase «el justo vivirá por la fe» en el contexto de la
Carta a los Romanos, tiene unas resonancias que no tiene aun en
Habacuc, pero eso no implica no reconocer en el profeta, una voz del
Antiguo Testamento, que ya reclama, claramente, una revelación
inaudita de Dios, algo que venga a «dar vuelta» la historia,
tal como dirá en su salmo final:
Señor, he oído tu fama,
me
ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en
medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de
la misericordia.
El Señor viene de Temán;
el Santo, del
monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se
llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano
destella velando su poder. (3,2-4)
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