16 De Diciembre de 2023
Beata María de los Ángeles
Fontanella
Virgen
(1661 - 1717)
En
Turín, del Piamonte, beata María de los Ángeles (Mariana)
Fontanella, virgen de la Orden de Carmelitas, que brilló por sus
penitencias voluntarias, y por la virtud de la obediencia.
Nació
en Turín (Italia) el 7 de enero de 1661. Fue la última de los once
hijos de los condes Juan y María. A los 14 años quedó huérfana de
padre, y a disgusto de su madre, vistió el hábito en el Carmelo de
su ciudad, en 1675, cambiando su nombre de Mariana, por el de María
de los Angeles.
Hizo su profesión en diciembre de 1676. Ya
antes de ingresar en el Carmelo, manifestó una singular disposición,
para conservarse pura y virtuosa. A los 13 años, era su contento
pasar horas ante el Santísimo. Todas sus ansias eran de
mortificarse, privándose en la mesa de lo más apetitoso; por la
noche se levantaba para hacer oración. Su humildad y mansedumbre,
eran la admiración de todos; su caridad en palabras y acciones, era
de santa. Socorría a los pobres dándoles cuanto tenía.
Su
espíritu de mortificación, está condensado en la súplica que
continuamente dirigía al Señor: "O dadme mortificaciones, o
hacedme morir". Escogida de Dios para participar de la unión,
que transforma en Él, fue probada con sensibles arideces y
tentaciones infernales, sintiendo repugnancia en practicar el bien,
atormentándola el estar en desgracia de Dios, sufriendo por parte
del diablo representaciones deshonestas o contra la fe, etc.
Hablaba de Dios con tanta suavidad, y tiernas palabras, que
encendía a las almas en el mismo afecto. Los pecadores eran objeto
de su caridad, alcanzando con sus oraciones, notables conversiones.
Profesó una devoción singular al glorioso San José, en cuyo honor
hizo erigir un nuevo convento de monjas, en la ciudad de
Moncalieri.
En 1702, fundó un nuevo Carmelo en Moncalien.
Practicó la pobreza con cariño, usando el hábito más pobre, la
celda más incómoda, y el peor jergón. Por convicción, se tenía
por la más inútil de la comunidad, aunque cuatro veces la eligieron
priora, y también maestra de novicias.
Las monjas quisieron
elegirla priora por quinta vez, pero ella contestó: "Pueden
empeñarse en hacerme priora; yo me empeñaré con mi Jesús, a ver
quien puede más".
El mismo año la asaltó una fiebre
devoradora, y conseguido el permiso para morir, miró al crucifijo, y
expiró dulcemente. Era el 16 de diciembre de 1717. Fue beatificada
por el papa Pío IX el 25 de abril de 1865.
Fuente: Los santos
carmelitas - P. López-Melús,
O.C
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Nació en Turín el
7 de enero de 1661. Era la última de once hermanos habidos en el
matrimonio, de los condes Giovanni Donato y María Tana, que estaba
emparentada con San Luis Gonzaga. Fue educada conforme convenía a su
origen aristocrático, y se convirtió en una joven despierta e
inteligente, de trato exquisito.
Su gran temperamento y
vivacidad, discurría parejo al equilibrio y templanza, que exhibió
en muchos aspectos de su vida. Su infancia estuvo caracterizada por
una poderosa inclinación hacia lo espiritual; construía altares, y
le agradaba leer vidas de santos.
Su modelo era San Luis
Gonzaga. Como Santa Teresa de Jesús, huyó de casa con su hermano,
en busca del martirio. Esta sensibilidad, tuvo otro momento de
fulgor, al descubrir un Crucificado sin brazos, en el ático de su
hogar, que le dejó profundamente conmocionada. Tanto es así, que
desterró a su muñeca del dormitorio, y convirtió a la imagen en
objeto de su ternura. Ante ella, suplicaba con lágrimas, el perdón
de sus pecados. Humanamente, su pasión era la danza, en la que
sobresalía con creces.
Poco a poco se iba dando cuenta, de
que le atrapaban ciertas flaquezas, experimentando vanidad, y agrado
ante los halagos, de los que era objeto. Una visión de Cristo
ensangrentado, y coronado de espinas, que contempló en el espejo, le
hizo aborrecer la vanidad.
Otro momento de inflexión en su
vida, fue la primera comunión que recibió en 1672. Después,
inclinada a luchar contra sus tendencias, buscaba en la oración, la
fuerza precisa para hacerles frente, iniciando un camino de
mortificación y penitencia, que no abandonaría.
Se dedicó
a visitar enfermos, y a ejercitar obras de caridad. Su director, el
párroco P. Malliano, acertadamente la condujo, por el sendero de la
virtud. En 1673, ingresó en el monasterio cisterciense, de Santa
María de la Estrella para recibir formación. Permaneció allí año
y medio, porque su madre, viendo sus muchas cualidades, y dado que el
conde había muerto en 1668, no dudó en ponerla al frente de la
administración de la casa, y tuvo que dejar la comunidad.
Dos
años más tarde, la beata sondeó nuevamente el parecer materno,
porque quería ser religiosa, pero su madre fraguaba su matrimonio.
No hubo acuerdo, y comenzó una enconada lucha, en defensa de su
vocación, que se dilató en el tiempo, en medio de numerosas
vicisitudes y contrariedades.
Por fin, convencida su madre de
que no podía disuadirla, dio su consentimiento, para que ingresara
con las cistercienses de Saluzzo. Pero en 1676, en el transcurso de
un viaje a Turín, la joven conoció a un padre carmelita. Tuvieron
una conversación tan decisiva, que determinó ingresar en el Carmelo
de Santa Cristina. De nuevo, su madre se opuso a que consagrara su
vida en una Orden con Regla tan austera, pero el 19 de noviembre de
ese año Marianna logró su propósito.
La vida conventual,
fue extremadamente difícil para ella, como narró en su
autobiografía. Las pruebas espirituales, que duraron catorce años,
incluyeron sequedad en la oración, animadversión a sus hermanas,
así como a las penitencias y mortificaciones, asechanzas del
demonio, una hipersensibilidad a su entorno, percibido con un
insoportable hedor, que le llevaba a aborrecer el alimento.
Ella,
que había gustado de los favores divinos, de repente, no encontraba
consuelo en la oración, y debía caminar en fe porque no vislumbraba
a Dios. Sus súplicas insistentes a Cristo, le sumían aún en una
cima más oscura, y la experiencia de aborrecimiento de sí, llenaba
su existencia de angustia y repugnancia, por sus muchas ofensas.
En
ese desierto, surgieron las dudas acerca de su vocación, atentados y
tentaciones contra la caridad, el abandono del convento, y hasta la
desesperación, además de incitaciones contra la pureza. Frente a
ello, con su oración insistente forjada en la fe, ofrecida con
espíritu de reparación, y fidelidad en la obediencia, alcanzó la
gracia de la perseverancia.
De ese estado interior de luchas,
que terminaron en 1691, nadie tuvo noticia. Ante los demás, su
virtud brillaba poderosamente. Austera en su vida, se consideraba la
más indigna de todas. «O dadme mortificaciones, o hacedme
morir», rogaba a Dios.
En 1682, los éxtasis ya habían
comenzado a ser frecuentes, y en ocasiones, públicos. Era devota de
María y de San José, y a él dedicó el Carmelo de Moncalieri, que
fundó con gran celo apostólico en 1702, aunque no pudo inaugurarlo
hasta el año siguiente.
Fue una excelente maestra de
novicias. Elegida priora cuatro veces, se negó a una quinta, en
1717, fecha ya cercana a su muerte: «Pueden empeñarse en hacerme
priora; yo me empeñaré con mi Jesús, a ver quien puede más».
Murió el 16 de diciembre de ese año. Fue beatificada por el papa
Pío IX el 25 de abril de 1865.
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