31
de Mayo
VISITACION
DE LA VIRGEN MARÍA A SANTA ISABEL
“El
encuentro entre la Virgen y su prima Isabel, es una especie de
"pequeño Pentecostés". Papa Juan Pablo II
“La
lentitud en el esfuerzo, es extraña a la gracia del Espíritu”.
San Ambrosio
“Toda
alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que sin mancha, y
preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza
intachable”. San Ambrosio
“¡Ven
Santa María a nuestra Vida, a nuestra Casa y a nuestra Familia!.
Amén”
Breve
Santa
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a
apreciar, todo lo que la presencia de la Virgen nos trae, como don a
la vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la
madre del Bautista, al Cristo que derrama el Espíritu Santo.
Hay
una hermosa oración de consagración a la Virgen María, del Papa
Juan Pablo II, Soy todo Tuyo. Para meditar y rezar con fervor.
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La
Virgen María enseguida, después de la Encarnación del Verbo en su
seno, visita a su prima Santa Isabel, que esperaba un niño (San Juan
Bautista). Isabel reconoce a la Virgen, como "la madre de mi
Señor".
Lucas
1:39-46: En aquellos días se levantó María, y se fue con
prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en
casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
Y
sucedió, que en cuanto oyó Isabel, el saludo de María, saltó de
gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo, y
exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí, que la madre de mi
Señor, venga a mí?. Porque apenas llegó a mis oídos, la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído,
que se cumplirían las cosas, que le fueron dichas de parte del
Señor!»
Y
dijo María: «Engrandece mi alma al Señor...»
La
celebración de la fiesta, es iniciativa de San Buenaventura,
franciscano, en el año 1263. El Papa Urbano VI, (reinó del
1378-89), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo por el fin del
cisma, que sufría la Iglesia.
También
la Visitación fue una especie de pequeño "pentecostés",
que hizo brotar el gozo y la alabanza, en el corazón de Isabel y en
el de María; una estéril y la otra virgen, ambas convertidas en
madres, por una intervención divina extraordinaria (cf. Lc 1,
41-45).
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Soy
todo tuyo, María
Virgen
María, Madre mía.
Me
consagro a ti, y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta
mi pasado, con todo lo que fue.
Acepta
mi presente, con todo lo que es.
Acepta
mi futuro, con todo lo que será.
Con
esta total consagración,
te
confío cuanto tengo y cuanto soy,
y
todo lo que he recibido de Dios.
Te
confío mi inteligencia,
Mi
voluntad, mi corazón.
Deposito
en tus manos mi libertad;
mis
ansias y mis temores;
mis
esperanzas y mis deseos;
mis
tristezas y mis alegrías.
Custodia
mi vida y todos mis actos,
para
que le sea más fiel al Señor,
y
con tu ayuda, alcance la salvación.
Te
confío ¡Oh María!;
Mi
cuerpo y mis sentidos,
para
que se conserven puros;
y
me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te
confío mi alma,
para
que Tú la preserves del mal.
Hazme
partícipe de una santidad, igual a la tuya.
Hazme
conforme a Cristo, ideal de mi vida.
Te
confío mi entusiasmo,
y
el ardor de mi juventud,
Para
que Tú me ayudes,
a
no envejecer en la fe.
Te
confío mi capacidad, y deseo de amar,
Enséñame
y ayúdame a amar,
como
Tú has amado,
y
como Jesús quiere que se ame.
Te
confío mis incertidumbres y angustias,
para
que en tu corazón,
yo
encuentre seguridad, sostén y luz,
en
cada instante de mi vida.
Con
esta consagración,
me
comprometo a imitar tu vida.
Acepto
las renuncias y sacrificios,
que
esta elección comporta,
Y
te prometo, con la gracia de Dios,
y
con tu ayuda,
ser
fiel al compromiso asumido.
Oh
María, soberana de mi vida,
y
de mi conducta
Dispón
de mí,
y
de todo lo que me pertenece,
para
que camine siempre junto al Señor,
bajo
tu mirada de Madre.
¡Oh
María!,
Soy
todo tuyo,
y
todo lo que poseo te pertenece.
Ahora
y siempre.
Amén
San
Juan Pablo II
En
el misterio de la Visitación, es el preludio de la misión del
Salvador
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996
Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996
En
el relato de la Visitación, San Lucas muestra, cómo la gracia de la
Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y
alegría a la casa de Isabel. El Salvador de
los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu
Santo, manifestándose ya, desde el comienzo de su venida al mundo.
El
evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el
verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse
en movimiento. Considerando que este verbo, se usa en
los evangelios, para indicar la resurrección de Jesús, (cf. Mc 8,
31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46), o acciones materiales, que comportan un
impulso espiritual, (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20), podemos suponer
que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso,
que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar
al mundo el Salvador.
El
texto evangélico, refiere además, que María realice el viaje "con
prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión, "a
la región montañosa", (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es
mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite
pensar, en el mensajero de la buena nueva, descrito en el libro de
Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes, los pies del
mensajero, que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia
salvación; que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52,
7).
Así
como manifiesta San Pablo, que reconoce el cumplimiento, de este
texto profético, en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15),
así también San Lucas, parece invitar a ver en María, a la primera
evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes
misioneros del Hijo divino.
La
dirección del viaje de la Virgen Santísima, es particularmente
significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de
Jesús, (cf. Lc 9, 51).
En
efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la
misión de Jesús, y colaborando ya, desde el comienzo de su
maternidad, en la obra redentora del Hijo, se transforma en el
modelo, de quienes en la Iglesia se ponen en camino, para llevar la
luz y la alegría de Cristo, a los hombres de todos los lugares, y de
todos los tiempos.
El
encuentro con Isabel presenta rasgos, de un gozoso acontecimiento
salvífico, que supera el sentimiento espontáneo, de la simpatía
familiar. Mientras la turbación por la incredulidad, parece
reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe, con la alegría
de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías, y
saludó a Isabel" (Lc 1, 40).
San
Lucas refiere, que "cuando oyó Isabel el saludo de María,
saltó de gozo el niño, en su seno" (Lc 1, 41). El
saludo de María, suscita en el hijo de Isabel, un salto de gozo: la
entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite
al profeta que nacerá la alegría, que el Antiguo Testamento
anuncia, como signo de la presencia del Mesías.
Ante
el saludo de María, también Isabel, sintió
la alegría mesiánica, y "quedó
llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz dijo: 'Bendita
tú, entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno'"
(Lc 1, 41¬42).
En
virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María,
que más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron, en el Antiguo
Testamento; es bendita entre las mujeres, por el fruto de su seno, de
Jesús, el Mesías.
La
exclamación de Isabel, "con gran
voz", manifiesta un verdadero entusiasmo
religioso, que la plegaria del Avemaría, sigue haciendo resonar en
los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia,
por las maravillas que hizo el Poderoso, en la Madre de su Hijo.
Isabel,
proclamándola "bendita entre las
mujeres", indica la razón de la
bienaventuranza de María, en su fe: "¡Feliz la que ha
creído, que se cumplirían las cosas, que le fueron dichas de parte
del Señor!" (Lc 1, 45). La
grandeza y la alegría de María, tienen origen en el hecho, de que
ella es la que cree.
Ante
la excelencia de María, Isabel comprende también, qué honor
constituye para ella su visita: "¿De
dónde a mí, que la madre de mi Señor, venga a mí?"
(Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel
reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María.
En
efecto, en el Antiguo Testamento, esta expresión se usaba, para
dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.), y hablar del
rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI
Señor Dios, le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,
32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la
misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo,
revelará en qué sentido, hay que entender este título, es decir,
en un sentido trascendente, (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).
Santa
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a
apreciar, todo lo que la presencia de la Virgen, trae como don a la
vida de cada creyente. En la Visitación, la Virgen lleva a la madre
del Bautista, el Cristo que derrama el Espíritu Santo.
Las
mismas palabras de Isabel, expresan bien este papel de mediadora:
"Porque, apenas llegó a mis oídos, la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La
intervención de María, produce junto con el don del Espíritu
Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación,
que habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a
manifestarse, en toda la obra de la salvación divina.
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SEGUNDA
LECTURA
De la exposición de San Ambrosio, Obispo, sobre el Evangelio de San Lucas
(Libro 2, 19. 22-23. 26-27; CCL 14, 39-42)
La
visitación de Santa María Virgen
El
Ángel, que anunciaba los misterios para llevar a la fe, mediante
algún ejemplo, anunció a la Virgen María, la maternidad de una
mujer estéril, y ya entrada en años, manifestando así, que Dios
puede hacer todo cuanto le place.
Desde
que lo supo María, no por falta de fe en la profecía, no por
incertidumbre, respecto al anuncio; no por dudas, acerca del ejemplo
indicado por el Ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien
cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las
montañas.
Llena
de Dios, de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse
apresuradamente hacia las alturas?. La
lentitud en el esfuerzo, es extraña a la gracia del Espíritu.
Bien pronto se manifiestan, los beneficios de la llegada de María, y
de la presencia del Señor, pues en el momento mismo, en que Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se
llenó del Espíritu Santo.
Considera
la precisión y exactitud, de cada una de las palabras: Isabel
fue la primera en oír la voz, pero Juan, fue el primero en
experimentar la gracia, porque Isabel escuchó, según las facultades
de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del
misterio.
Isabel
sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la
salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas
proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus
madres, se aprovechen de este don, hasta tal punto, que con un doble
milagro, ambas empiezan a profetizar, por inspiración de sus propios
hijos.
El
niño saltó de gozo, y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero
no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que después que
fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de
gozo, y María se alegra en su espíritu.
En
el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu;
pero si observas bien, de María no se dice que fuera llena del
Espíritu , sino que se afirma únicamente, que se alegró en su
espíritu, pues en ella actuaba ya el Espíritu, de una manera
incomprensible; en efecto, Isabel fue llena del Espíritu, después
de concebir, María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque
de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!.
Pero
dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído, pues toda
alma creyente, concibe y engendra la Palabra de Dios, y reconoce sus
obras.
Que
en todos, resida el alma de María, para glorificar al Señor; que en
todos esté el espíritu de María, para alegrarse en Dios. Porque
si corporalmente, no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por
la fe, Cristo es el fruto de todos; pues
toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que sin mancha,
y preservada de los vicios, guarde
la castidad, con una pureza intachable.
Toda
alma pues, que llega a tal estado, proclama la grandeza del Señor,
igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha
alegrado en Dios Salvador.
El
Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro
lugar: “Proclamad conmigo la grandeza
del Señor”. No porque con la palabra humana, pueda
añadirse algo a Dios, sino porque Él queda engrandecido, en
nosotros.
Pues
Cristo es la imagen de Dios, y por esto, el alma que obra justa y
religiosamente, engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha
sido creada; y al engrandecerla, también la misma alma queda
engrandecida, por una mayor participación de la grandeza divina.
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Donde
está María, allí está Cristo
Santo
Padre Juan Pablo II
Fiesta
de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001
"María
se puso en camino, y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
Resuenan
en nuestro corazón, las palabras del evangelista San Lucas: "En
cuanto oyó Isabel, el saludo de María, (...) quedó llena de
Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El
encuentro entre la Virgen y su prima Isabel, es una especie de
"pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo
esta noche, prácticamente en la víspera, de la gran solemnidad del
Espíritu Santo.
En
la narración evangélica, la Visitación, sigue inmediatamente a la
Anunciación: la Virgen Santísima, que lleva en su seno
al Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a
sí, gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella,
hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el
camino, del Hijo de Dios hecho hombre.
Donde
está María, allí está Cristo, y donde está Cristo, allí está
su Espíritu Santo, que procede del Padre, y de Él, en el
misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los
Apóstoles, subrayan con razón, la presencia orante de María en el
Cenáculo, junto con los Apóstoles, reunidos en espera de recibir,
el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen,
el "fiat", atrae sobre la humanidad, el don de Dios: como
en la Anunciación, y también en Pentecostés. Así sigue sucediendo
en el camino de la Iglesia.
Reunidos
en oración con María, invoquemos una abundante efusión del
Espíritu Santo, sobre la Iglesia entera, para que con velas
desplegadas, reme mar adentro, en el nuevo milenio.
De
modo particular, invoquémoslo, sobre cuantos trabajan diariamente,
al servicio de la Sede Apostólica, para que el trabajo de cada uno,
esté siempre animado por un espíritu de fe, y de celo apostólico.
Es
muy significativo, que en el último día de mayo, se celebre la
fiesta de la Visitación. Con esta conclusión, es como si
quisiéramos decir, que cada día de este mes, ha sido para nosotros
una especie de visitación.
Hemos
vivido durante el mes de mayo, una continua visitación, como la
vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios, porque la liturgia
nos propone, de nuevo hoy, este acontecimiento bíblico .
A
todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la
gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo, y
especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días
venideros.
(©L'Osservatore
Romano - 8 de junio de 2001)
¡Ven
Santa María a nuestra Vida, a nuestra Casa, y a nuestra Familia!.
Amén
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