miércoles, 13 de mayo de 2020


13 de Mayo

Santos Francisco y Jacinta Marto


Videntes de Fátima
Cuerpos incorruptos

En Aljustrel, pequeño pueblo situado, a unos ochocientos metros de Fátima, Portugal, nacieron los pastorcitos que vieron a la Virgen María: Francisco y Jacinta, hijos de Manuel Pedro Marto, y de Olimpia de Jesús Marto. También nació allí, la mayor de los videntes, Lucía, de la que hablaremos mas tarde.

Francisco nació el día 11 de junio de 1908; Jacinta nació el día 11 de marzo de 1910.

Desde muy temprana edad, Jacinta y Francisco, aprendieron a cuidarse de las malas relaciones, y por lo tanto preferían la compañía de Lucía, prima de ellos, quien les hablaba de Jesucristo. Los tres pasaban el día juntos, cuidando de las ovejas, rezando y jugando.

Entre el 13 de mayo, y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue concedido el privilegio, de ver a la Virgen María, en el Cova de Iría. A partir de esta experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más inflamados, por el amor de Dios y de las almas, que llegaron a tener una sola aspiración: rezar y sufrir, de acuerdo con la petición de la Virgen María. Si fue extraordinaria, la medida de la benevolencia divina para con ellos, extraordinaria fue también, la manera como ellos quisieron corresponder, a la gracia divina.

Los niños no se limitaron únicamente, a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas, para ser de sus vidas un anuncio, mas con sus obras que con sus palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable, y con admirable fortaleza, las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones, y hasta algunos días de prisión.

Durante aquel momento tan angustioso, en que fueron amenazados de muerte, por las autoridades de gobierno, si no declaraban falsas a las apariciones, Francisco se mantuvo firme, para no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor, a su prima y a su hermana.

Cuantas veces les amenazaban con la muerte, ellos respondían: "Si nos matan no importa; vamos al cielo". Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban, supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso".

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Santo Francisco (6-11-1908 / 4-4-1919)


Francisco era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo, ayudando al necesitado. Todos lo reconocían, como un muchacho sincero, justo, obediente y diligente.

Las palabras del Ángel, en su tercera aparición: "Consolad a vuestro Dios", hicieron una profunda impresión, en el alma del pequeño pastorcito. Él deseaba consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, que le había parecido estaban tan tristes.

En su enfermedad, Francisco confió a su prima: "¿Nuestro Señor aún estará triste?. Tengo tanta pena de que Él esté así. Le ofrezco cuanto sacrificio yo pueda".

En la víspera de su muerte, se confesó y comulgó, con los mas santos sentimientos. Después de 5 meses, de casi continuo sufrimiento, el 4 de abril de 1919, primer viernes de mes, a las 10:00 am., murió santamente el consolador de Jesús.

Santa Jacinta: (3-10-1910/ 2-20-1920)


Jacinta era de clara inteligencia; ligera y alegre. Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión, tanto le impresionó. Una vez exclamó: “¡Qué pena tengo de los pecadores!  ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!”.

Murió santamente, el 20 de febrero de 1920. Su cuerpo reposa, junto con el del Santo Francisco, en el crucero de la Basílica en Fátima.
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Jacinta y Francisco, siguieron su vida normal, después de las apariciones. Lucía empezó a ir a la escuela, tal como la Virgen se lo había pedido, y Jacinta y Francisco, iban también para acompañarla. Cuando llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia, para saludar al Señor.

Mas cuando era tiempo de empezar las clases, Francisco, conociendo que no habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucía, "Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí, con Jesús, escondido. ¿Qué provecho me hará aprender a leer, si pronto estaré en el Cielo?". Dicho esto, Francisco se iba tan cerca como le era posible del Tabernáculo. Cuando Lucía y Jacinta regresaban por la tarde, encontraban a Francisco en el mismo lugar, en profunda oración y adoración.

De los tres niños, Francisco era el contemplativo, y fue tal vez, el que más se distinguió, en su amor reparador a Jesús, en la Eucaristía. Después de la comunión, recibida de manos del Ángel, decía: "Yo sentía que Dios estaba en mí, pero no sabía como era". 

En su vida, se resalta la verdadera y apropiada devoción católica a los ángeles, a los santos, y a María Santísima. Él se quedó asombrado, por la belleza y la bondad del ángel, y de la Madre de Dios, pero él no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús. Francisco quería ante todo, consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. Durante las apariciones, era esto lo que impresionó al joven.

Mas que nada, Francisco quería ofrecer su vida, para aliviar al Señor, a quien él había visto tan triste, tan ofendido. Incluso, sus ansias de ir al cielo, fueron motivadas únicamente, por el deseo de poder consolar mejor a Dios. Con firme propósito, de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de pecado, y con siete años de edad, comenzó a aproximarse frecuentemente, al Sacramento de la Penitencia.

Una vez, Lucía le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor, o convertir a los pecadores?". Y él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora, cuando nos dijo que los hombres, no deben ofender mas al Señor, que está ya tan ofendido?. A mí me gustaría consolar al Señor, y después convertir a los pecadores, para que ellos no ofendan más al Señor". Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor, y a Nuestra Señora".

A través de la gracia que había recibido, y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios, y su deseo de las almas, fue consumida por una sed insaciable, de salvar a las pobres almas del peligro del infierno.

La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos - todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima, para la salvación de las almas, alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu misionero.

Jacinta tenía una devoción muy profunda, que la llevó a estar muy cerca del Corazón Inmaculado de María. Este amor la dirigía siempre, y de una manera profunda, al Sagrado Corazón de Jesús.

Jacinta asistía a la Santa Misa diariamente, y tenía un gran deseo, de recibir a Jesús en la Santa Comunión, en reparación por los pobres pecadores. Nada le atraía más, que el pasar tiempo, en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia, "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús".

Con un celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo, para dar toda su atención, a las cosas del cielo. Buscaba el silencio y la soledad, para darse a la contemplación. "Cuánto amo a nuestro Señor”, decía Jacinta a Lucía, "a veces siento, que tengo fuego en el corazón, pero que no me quema". Desde la primera aparición, los niños buscaban, como multiplicar sus mortificaciones.

No se cansaban de buscar nuevas maneras, de ofrecer sacrificios por los pecadores. Un día, poco después de la cuarta aparición, mientras caminaban, Jacinta encontró una cuerda, y propuso el ceñir la cuerda a la cintura, como sacrificio.

Estando de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos, y se la ataron a la cintura sobre la carne. Lucía cuenta después, que éste fue un sacrificio, que los hacía sufrir terriblemente, tanto así, que Jacinta apenas podía contener las lágrimas. Pero si se le hablaba de quitársela, respondía enseguida que de ninguna manera, pues esto servía, para la conversión de muchos pecadores.

Al principio llevaban la cuerda de día y de noche, pero en una aparición, la Virgen les dijo: "Nuestro Señor, está muy contento de vuestros sacrificios, pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevadla solamente durante el día".

Ellos obedecieron, y con mayor fervor, perseveraron en esta dura penitencia, pues sabían que agradaban a Dios, y a la Virgen. Francisco y Jacinta, llevaron la cuerda, hasta en la última enfermedad, durante la cual aparecía manchada en sangre.

Jacinta sentía además una gran necesidad, de ofrecer sacrificios por el Santo Padre. A ella se le había concedido el ver, en una visión, los sufrimientos tan duros del Sumo Pontífice. Ella cuenta: "Yo lo he visto, en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas".

En otra ocasión, mientras que en la cueva del monte, rezaban la oración del Ángel, Jacinta se levantó precipitadamente, y llamó a su prima: "¡Mira!. ¿No ves muchos caminos, senderos y campos, llenos de gente que llora de hambre, y no tienen nada para comer... Y al Santo Padre, en una iglesia, al lado del Corazón de María, rezando?".

Desde estos acontecimientos, los niños llevaban en sus corazones al Santo Padre, y rezaban constantemente por él. Incluso, tomaron la costumbre de ofrecer tres Ave Marías por él, después de cada rosario que rezaban.

La Virgen María, no dejaba de escuchar, las ferviente súplicas de estos niños, respondiéndoles a menudo de manera visible. Tanto Francisco como Jacinta, fueron testigos de hechos extraordinarios:

En un pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia, del arresto de un hijo, por una denuncia que le llevaría a la cárcel, si no demostrase su inocencia. Sus padres, afligidísimos, mandaron a Teresa, la hermana mayor de Lucía, para que le suplicara a los niños, que les obtuvieran de la Virgen, la liberación de su hijo. Lucía, al ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido.

Dijo Francisco, "Vosotras vais a la escuela, y yo me quedaré aquí, con Jesús, para pedirle esta gracia". En la tarde, Francisco le dice a Lucía, "Puedes decirle a Teresa, que haga saber, que dentro de pocos días, el muchacho estará en casa". En efecto, el 13 del mes siguiente, el joven se encontraba de nuevo en casa.

En otra ocasión, había una familia, cuyo hijo había desaparecido como pródigo, sin que nadie tuviera noticia de él. Su madre le rogó a Jacinta, que lo recomendara a la Virgen.

Algunos días después, el joven regresó a casa, pidió perdón a sus padres, y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado cuanto había robado, había sido arrestado, y metido en la cárcel. Logró evadirse, y huyó a unos bosques desconocidos, y poco después, se halló completamente perdido. No sabiendo a qué punto dirigirse, llorando, se arrodilló y rezó. Vio entonces a Jacinta, que le tomó de una mano, y le condujo hasta un camino, donde le dejó, indicándole que siguiese el sendero.

De esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa. Cuando después interrogaron a Jacinta, si realmente había ido a encontrase con el joven, repuso que no, pero que sí había rogado mucho a la Virgen por él.

Ciertamente que los prodigiosos acontecimientos, de los que estos niños fueron protagonistas, hicieron que todo el mundo se volvieran hacia ellos, pero ellos se mantenían sencillos y humildes. Cuanto más eran buscados por la gente, tanto más procuraban ocultarse.

Un día que se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que se paraba un gran auto delante de ellos, con un grupo de señoras y señores, elegantemente vestidos. "Mira, vendrán a visitarnos..." empezó Francisco. "¿Nos vamos?" pregunta Jacinta. "Imposible sin que lo noten," responde Lucía: "Sigamos andando, y veréis cómo no nos reconocen".

Pero los visitantes los paran: "¿Sois de Aljustrel?" "Sí, señores" responde Lucía. “¿Conocéis a los tres pastores, a los cuales se les ha aparecido la Virgen?". "Si los conocemos". "¿Sabrías decirnos dónde viven?". "Tomen ustedes este camino, y allí abajo, tuerzan hacia la izquierda", les contesta Lucía, describiéndoles sus casas. Los visitantes se marcharon, dándoles las gracias, y ellos contentos, corrieron a esconderse.

Ciertamente, Francisco y Jacinta, fueron muy dóciles a los preceptos del Señor, y a las palabras de la Santísima Virgen María. Progresaron constantemente en el camino de la santidad, y en breve tiempo, alcanzaron una gran y sólida perfección cristiana. Al saber por la Virgen María, que sus vidas iban a ser breves, pasaban los días en ardiente expectativa, de entrar en el cielo. Y de hecho, su espera no se prolongó.

El 23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta, cayeron gravemente enfermos, por la terrible epidemia de bronco-neumonía, que abarcaba el mundo entero. Pero a pesar de que se encontraban enfermos, no disminuyeron en nada, el fervor en hacer sacrificios.

Hacia el final de febrero de 1919, Francisco desmejoró visiblemente, y del lecho en que se vio postrado, no volvió a levantarse. Sufrió con íntima alegría su enfermedad, y sus grandísimos dolores, en sacrificio a Dios. Como Lucía le preguntaba si sufría. Respondía: "Bastante, pero no me importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor, y en breve iré al cielo".

El día 2 de abril, su estado era tal, que se creyó conveniente llamar al párroco. No había hecho todavía la Primera Comunión, y temía no poder recibir al Señor, antes de morir. Habiéndose confesado en la tarde, quiso guardar ayuno, hasta recibir la comunión. El siguiente día, recibió la comunión, con gran lucidez de espíritu y piedad, y apenas hubo salido el sacerdote, cuando preguntó a su madre, si no podía recibir al Señor nuevamente.

Después de esto, pidió perdón a todos, por cualquier disgusto que les hubiese ocasionado. A Lucía y Jacinta, les añadió: "Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen, para que os lleve también pronto allá arriba". Al día siguiente, el 4 de abril, con una sonrisa angelical, sin agonía, sin un gemido, expiró dulcemente. No tenía aún once años.

Jacinta sufrió mucho, por la muerte de su hermano. Poco después de esto, como resultado de la bronconeumonía, se le declaró una pleuresía purulenta, acompañada por otras complicaciones.

Un día, le declara a Lucía: "La Virgen ha venido a verme, y me preguntó si quería seguir convirtiendo pecadores. Respondí que sí, y Ella añadió que iré pronto a un hospital, y que sufriré mucho, pero que lo padezca todo, por la conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas cometidas contra Su Corazón, y por amor de Jesús. Dijo que mamá me acompañará, pero que luego me quedaré sola". Y así fue.

Por orden del médico, fue llevada al hospital de Vila Nova, donde fue sometida a un tratamiento por dos meses. Al regresar a su casa, volvió como había partido, pero con una gran llaga en el pecho, que necesitaba ser medicada diariamente. Mas, por la falta de higiene, le sobrevino a la llaga, una infección progresiva, que le resultó a Jacinta un tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre sin quejarse. Intentaba ocultar todos estos sufrimientos, a los ojos de su madre, para no hacerla padecer mas. Y aún le consolaba, diciéndole que estaba muy bien.

Durante su enfermedad, confió a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores, y para desagraviar, al Corazón Inmaculado de María".

En enero de 1920, un doctor especialista, le insiste a la mamá de Jacinta, a que la llevasen al Hospital de Lisboa, para atenderla. Esta partida, fue desgarradora para Jacinta, sobre todo el tener que separarse de Lucía.

Al despedirse de Lucía, le hace estas recomendaciones: 'Ya falta poco para irme al cielo. Tú te quedas aquí, para decir que Dios quiere establecer en el mundo, la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas.

Di a toda la gente, que Dios nos concede las gracias por medio del I.C. de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús, quiere que a su lado se venere, el I.C. de María; que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente, la luz que tengo aquí dentro en el pecho, que me está abrazando, y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María".

Su mamá pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días, tuvo ella que regresar a casa, y Jacinta se quedó sola. Fue admitida en el hospital, y el 10 de febrero, tuvo lugar la operación. Le quitaron dos costillas del lado izquierdo, donde quedó una llaga ancha como una mano. Los dolores eran espantosos, sobre todo en el momento de la cura. Pero la paciencia de Jacinta, fue la de un mártir. Sus únicas palabras, eran para llamar a la Virgen, y para ofrecer sus dolores, por la conversión de los pecadores.

Tres días antes de morir, le dice a la enfermera, "La Santísima Virgen se me ha aparecido, asegurándome que pronto vendría a buscarme, y desde aquel momento me ha quitado los dolores”.

El 20 de febrero de 1920, hacia las seis de la tarde, ella declaró que se encontraba mal, y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche hizo su última confesión, y rogó que le llevaran pronto el Viático, porque moriría muy pronto. El sacerdote no vio la urgencia, y prometió llevársela al día siguiente. Pero poco después murió. Tenía diez años.

Antes de morir, Nuestra Señora se dignó aparecérsele varias veces. He aquí lo que ha dictado a su madrina.

Sobre los pecados:
-Los pecados que llevan más almas al infierno, son los de la carne.
-Si los hombres supiesen lo que es la eternidad, harían todo por cambiar de vida. -Los hombres se pierden, porque no piensan en la muerte, ni hacen penitencia.

Sobre las guerras:
-Las guerras, son consecuencia del pecado del mundo.
-Es preciso hacer penitencia, para que se detengan las guerras.

Sobre las virtudes cristianas:
-No debemos andar rodeados de lujos
-Ser amigos del silencio
-No hablar mal de nadie, y huir de quien habla mal.
-Tener mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo
-La mortificación y el sacrificio, agradan mucho al Señor.

Tanto Jacinta como Francisco, fueron trasladados al Santuario de Fátima. Los milagros que fueron parte de sus vidas, también lo fueron después de su muerte. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, encontraron que el rosario, que le habían colocado sobre su pecho, estaba enredado entre los dedos de sus manos. Y a Jacinta, cuando 15 años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario, encontraron que su cuerpo estaba incorrupto.

El 18 de abril de 1989, el Santo Padre, Juan Pablo II, declaró a Francisco y Jacinta Venerables.

El 13 de Mayo del 2000, el Santo Padre Juan Pablo II, los declaró beatos en su visita a Fátima, siendo los primeros niños no mártires en ser beatificados.

El lema de la beatificación:
"Contemplar como Francisco, y amar como Jacinta"

Testimonio Personal: Recuerdo que cuando era un niño, de sólo 11 años, ví en el colegio primario donde cursaba mis primeros estudios, el colegio San Francisco de Sales de Buenos Aires, Argentina, la película de la Virgen de Fátima. Me quedé impresionado, con el milagro del sol, que bailaba ante la multitud, y fué lo que más recordaba.

Luego cuando era joven, me interesó saber de los tres mensajes, estando aún el tercero sin revelar. Cuando llegué a la edad adulta, se reveló ese tercer misterio, aunque todos tenemos fundadas sospechas, que consta de dos partes, y que sólo se difundió la primera, referente al atentado contra el Papa Juan Pablo II, y que queda aún una parte del tercer misterio sin revelar.

Luego sobrevino, la consagración de Rusia al Sagrado Corazón de María, en unión de los obispos católicos y ortodoxos, lo que motorizó el fin de la guerra fría.

Sin embargo, viendo en retrospectiva todo, creo que lo más conmovedor e importante, ha sido compartir con todos ustedes, la vida de San Francisco y Jacinta. Siempre pensamos y sentimos como Iglesia, que el sacrificio de la Cruz de Jesucristo nos salvó del pecado, del mundo y de nosotros mismos, y que podíamos ofrecerlos por otras personas para su conversión, y en sufragio por las almas del purgatorio.

Pero nunca nos habíamos imaginado, que podíamos aliviar los sufrimientos de Jesús con los nuestros. Todo esto forma parte, del avance en la conciencia de la Iglesia, de que somos TODOS un cuerpo místico, en donde cada uno de nosotros, ocupa un lugar específico en él, y que de acuerdo a cómo nos comportemos, afectamos de manera positiva o negativa, ese Cuerpo Místico.

Que un niño haya querido “consolar a Jesús”, forma parte de un pensamiento revolucionario, que aún debe ser profundizado por los teólogos, en los tiempos por venir.

La otra reflexión importante, la hago en la otra página donde se encuentran las apariciones de la Virgen de Fátima.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste el Amor Angélico en tus hijos Jacinta y Francisco, haz que por sus méritos e intercesión, podamos nosotros CONVERTIRNOS y hacer PENITENCIA, y así poder consolarte con nuestras vidas, en tus diarios sufrimientos, por las ofensas terribles que recibes de nuestros hermanos, y de nosotros mismos. A Tí Señor, que siempre nos esperas al final del camino, como con la samaritana, y nos pides que aliviemos tu sed, con el cántaro de agua de vuestra propia vida. Amén.


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