viernes, 1 de mayo de 2020


1 de mayo

SAN JEREMÍAS, PROFETA y MÁRTIR
(Antiguo Testamento)

"Antes de que yo te formara, en las entrañas maternas, te conocí..., te consagré, y te designé para profeta de las naciones"


Representación del Profeta Jeremías, hecha por Miguel Ángel

Jeremías significa "Yahvé eleva", o "elevación de Yahvé"

Tu palabra hierve dentro de mí, como fuego abrasador

Breve
Fue un Profeta hebreo, hijo del sacerdote Hilcías, perteneciente a una casta tradicional de sacerdotes. Jeremías vivió entre el 650-586 antes de Cristo, en Judá, Jerusalén, Babilonia y Egipto. Vivió en la misma época que el profeta Ezequiel, y fue antecesor de Daniel.
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MIGUEL MELENDRES
"Tú me sedujiste, ¡oh Yahvé, y yo me dejé seducir. Tú eres el más fuerte, y fui vencido. Ahora soy todo el día, la irrisión y la burla de todo el mundo. Siempre que hablo, tengo que gritar: "¡Ruina, devastación!". Y aunque me dije: "No volveré a hablar en su nombre", su palabra hierve dentro de mí, como fuego abrasador”.

Si la historia de la humanidad, es la historia de Dios entre los hombres, el forcejeo del cielo con la tierra, de Yahvé con Jacob, indiscutiblemente Jeremías, dibuja su colosal figura, en las cumbres más altas. Los judíos del tiempo de Jesús, dirán del Maestro: "¡Es Jeremías, que ha resucitado!".

Hijo de Helcías sacerdote, ya desde niño le sedujo Yahvé. Las auras de Jerusalén, conservaban aún, su perfume de incienso, al llegar a Anatot, la ciudad del profeta, a una hora de Sión, y mientras él crecía, el Señor iba realizando, uno de los significados del nombre Jeremías: "Yahvé eleva", o "elevación de Yahvé".

Le seducía entonces por sí mismo: por su infinita majestad, por la belleza de su Ley. "Teth. Bueno es el Señor para los que esperan de Él, para el alma que le busca", recordará en medio del llanto, en una de sus lamentaciones.

Pero es que pronto, le sedujo también para aceptar sobre sus hombros, la misión de profeta. Como hiciera Moisés, él protesta muy bien, "que no es experto en el hablar, que es todavía un niño". Pero Yahvé tiene palabras convincentes: "Antes de que yo te formara, en las entrañas maternas, te conocí..., te consagré y te designé, para profeta de las naciones". Tiende la mano, toca su boca, y le da poder de hierro y bronce, sobre pueblos y reinos, "para arrancar, arruinar y asolar; para levantar, edificar y plantar".

Más de una vez, los labios del profeta apaleado, encepado, medio muerto, recordaron a Dios, con angustiosa queja, y tremenda fuerza lírica, mejor que la de Job, el contraste excesivo, entre la dura realidad y tan bellas palabras.: "¡Maldito sea el día en que nací!. ¿Por qué no me mató Yahvé, en el seno de mi madre, y hubiera sido mi madre mi sepulcro, y yo preñez eterna en sus entrañas?".

Cuesta al hombre de hoy, con veinte siglos de Revelación, sopesar bien la santidad, allá en el siglo séptimo, antes de que el Verbo se humanizara. No es lo mismo, adorar y acatar al Señor, dentro de un marco de siete sacramentos, de comunión frecuente, inmolación incruenta, vida interior, magisterio ordinario e infalible, y serenidad de culto, que ante balsas de sangre, de reses desolladas, en honor del Dios de los ejércitos, blasfemos apedreados, pitonisas, colegios de "hijos de profetas" y nabíes, profesionales de lo religioso, que se aprestaban a la "inspiración", al compás de tambores, flautas y arpas, gesticulando y bailoteando como fuera de sí, y sobreexcitando a los demás con oscuras palabras, y frenéticos hurras, como vemos aún hoy, entre ciertos derviches. Y ello en medio de los cultos idolátricos de los pueblos vecinos, y de los mismos yaveístas.

A pesar de sus fuertes protestas momentáneas, Jeremías acepta con la mayor fidelidad, materialmente incluso, el yugo del Señor, del que se considera un simple servidor, “el pobre de Yahvé.".

No es un romántico de la pobreza como tal, sino un siervo de Dios, un sometido a la divinidad, con total dedicación, y absoluta confianza. La novedad impresionante de este profeta, de familia más bien acomodada, es el amor y el deseo de un Israel cualitativo —“el Israel de Dios"—: la nación en que Yahvé, tendrá su ley escrita, no en piedra solamente, sino en los corazones.

Por algo Jeremías, que como Amós, Oseas y Ezequiel, no hizo probablemente ni un solo milagro, es tenido por muchos Santos Padres, principalmente San Jerónimo, por una esplendorosa figura de Jesús.

Jesús nace en Belén, y es cerca de Belén, donde comienza Jeremías, su misión de profeta. Como Jesús, ha de luchar contra los sacerdotes, que contradicen su predicación, y quieren suprimirle, en un procedimiento tumultuoso, al imputarle por sus profecías, la intención de destruir el Templo.

Como al Mesías, se le lleva a un tribunal civil, para acusarle de subversión política, sin aludir al tema religioso, y él se comporta allí serena y dignamente. Nadie como él, ha dibujado al futuro hijo pródigo, cuando invita a Efraím, el hijo amado y desviado, a que se plante piedras miliarias, y se coloque hitos y considere las calzadas, y los caminos de la perdición, para la hora del retorno.

"Vuélvete, ¡oh virgen de Israel!, regresa a éstas, tus ciudades. ¿Hasta cuándo has de permanecer lejos, oh hija renegada?". Su vida íntima, es también una pálida sombra de la del Redentor: célibe hasta la muerte, sabe de horas de oración y soledad, como en Getsemaní; se le derrumba el alma, previendo la ruina de la querida ciudad santa, y vuelca el corazón, intercediendo por sus enemigos.

Dura misión la de un profeta: ser la boca de Yahvé, en un pueblo vuelto casi siempre, de espaldas a la Ley; gritar contra los cultos idolátricos, y las infiltraciones de prácticas paganas; llenar de espíritu los ritos; desenmascarar vicios, venalidades, opresiones, a la par que instruir sobre la verdadera naturaleza del Altísimo, y sus misteriosos atributos; y sobre todo, preparar las pupilas oscuras, para la luz creadora de los tiempos mesiánicos, renovadores de la faz del mundo.

Sin innovar ni revolucionar, restaurar, restablecer y tutelar, los permanentes intereses de Yahvé en la religión, en la moral, e incluso en la política, de un pueblo teocrático. La misión del profeta de los truenos, fue dura y entre las más difíciles.

Él no sólo anunció, sino que presenció, las tremendas ruinas de Sión, así como las tres deportaciones de su pueblo. Corrió a sus pies, como ríos desbordados, la sangre de los suyos, y sobre las murallas a punto de ceder, el hambre de las madres, se sació cerca de él, en la carne caliente de los hijos.

En su ciudad natal, le quisieron matar. El rey Joaquín, hizo quemar los rollos de sus terribles vaticinios. Fue encerrado en una cisterna, para hacerle morir. Ninguno de los reyes que él viera entronizar, atendió sus consejos. En el pleito político de asirios derrotados, egipcios aliados, y medos vencedores, él predicaba lealtad a la dominadora Babilonia, y no alianzas con los faraones, ni con los restos de la vieja Asur. Y nadie le escuchaba.

Sin embargo, cuando el representante del rey Nabucodonosor, sabiendo de su fidelidad, le ofreció un puesto honroso en Babilonia, él prefirió quedarse a llorar la ignominia, junto a las ruinas de Sión, con los pobres deshechos de su pueblo.

La paz no era su lugar. ¿Cómo si no, habría tenido el mundo, en el tesoro inmenso de las Lamentaciones, el cálido torrente de palabras y lágrimas que inundará, y traducirá magistralmente, hasta el fin de los siglos, el humano dolor?.

También ante la esfinge precursora de Jesús, si su primera intervención profética, tuvo lugar junto a Belén, fue su última en Egipto. Luego, ya un gran silencio, ahoga la voz de hierro y bronce, del más potente oráculo de Yahvé, que Tertuliano y San Jerónimo, siguiendo una leyenda, que recoge igualmente el Calendario Romano, dicen muerto a pedradas, en los muros de Tafnis.

Isaías, el primero de los cuatro profetas llamados mayores, por el volumen de su obra, acabó su ministerio hacia el año 702. Probablemente, Jeremías comenzó el suyo hacia el 614, y durante cuarenta años —los veintitrés primeros de palabra tan sólo, y después, inaugurando esta modalidad, por escrito también—, fue en medio de Judá, "como una flecha de excepción", fúlgida y recta, en el carcaj de Yahvé. También comienza en él, lo que podríamos llamar, la “literatura de las confesiones", al describir el dramatismo, de la íntima lucha del profeta con Dios.

Después de haber vivido agonizando, en una de las épocas más importantes y convulsivas, de la historia de Oriente, y la más dolorosa de Judá, Yahvé premió a Jeremías, con la corona del eterno descanso.

Sólo entonces. el pueblo amó de veras, a su gran profeta. Él había cantado, con la garganta rota de dolor, el paso hacia el exilio, a nueve kilómetros de Sión, de los judíos aherrojados: “Se oye una voz en Ramá... Mucho gemido y mucho llanto. Raquel llora a sus hijos, y no se quiere ser consolada, porque no están". Judá lloró al profeta de sus llantos; pero el coloso tampoco estaba ya.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que conociste antes de su concepción a San Jeremías, y lo elevaste como Profeta de las Naciones, concédenos por los méritos de sus sufrimientos, a que conozcamos a cabalidad nuestro propio carisma personal, y nos ayudes, y bendigas a desarrollarlo y brindarlo a nuestro prójimo, hasta nuestro último aliento, en este valle de lágrimas. A Tí Señor, que nos insuflaste el Espíritu Santo, sobre nuestras cabezas, y que Vives y Reinas por los Siglos de los Siglos. Amén.


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