domingo, 3 de mayo de 2020


3 de Mayo

Santos Felipe y Santiago el Menor


Apóstoles y Mártires

Ven y los Verás”. San Felipe, Apóstol y Mártir

"Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras, está muerta" (St 2, 26). "Si el Señor lo quiere". Santiago el Menor, Apóstol y Mártir

Felipe era de Betsaida. Fue el que anunció a Natanael, que había encontrado al Mesías. Interviene en el episodio de los peregrinos griegos, gentiles piadosos, que desean ver a Jesús. Es también el que pide al Señor, en el cenáculo, que le muestre al Padre.

Santiago el Menor, Apóstol y Mártir
Apóstol, pariente de Jesús. Llamado "el Menor", para distinguirlo del otro Apóstol Santiago, el hermano de Juan. Fue el primer obispo de Jerusalén, y desarrolló una intensa actividad misionera. Murió mártir en Jerusalén, hacia el año 62. Es autor de una de las Epístolas Católicas, que lleva su nombre.
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Anunciado el descubrimiento de la tumba de San Felipe
En Pamukkale, antigua Hierápolis (Turquía), donde falleció el apóstol


CIUDAD DEL VATICANO, jueves 28 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Los arqueólogos aseguran, que se trata de la tumba del apóstol Felipe, uno de los 12 discípulos, que acompañaron a Jesús de Nazaret.

El descubrimiento, ha tenido lugar en Pamukkale, la antigua Hierápolis, en Anatolia Occidental (Turquía), ciudad en la que murió Felipe, tras haber predicado en Grecia y Asia Menor.

El descubrimiento ha sido realizado, por la misión arqueológica italiana, emprendida en 1957, compuesta hoy por un equipo internacional, dirigido desde el año 2000, por Francesco D’Andria, profesor de la Universidad de Salento.

Un resultado importante, en la búsqueda de la tumba de San Felipe, recuerda “L'Osservatore Romano”, ya se había logrado en 2008, cuando el equipo sacó a la luz, la calle procesional que recorrían los peregrinos, para llegar al sepulcro del Apóstol. Ahora se ha logrado esta nueva meta.

Junto al Martyrion (edificio de culto octogonal, construido en el lugar en el que fue martirizado San Felipe), hemos encontrado una basílica del siglo quinto, de tres naves”, explica el director de la misión.

Esta iglesia, fue construida en torno a una tumba romana del siglo primero, que evidentemente gozaba de la máxima consideración, dado que más tarde, se decidió edificar a su alrededor, una basílica. Se trata de una tumba en forma de nicho, con una cámara funeraria”.

Poniendo en relación éstos, y otros muchos elementos, “hemos llegado a la certeza, de haber encontrado la tumba del Apóstol Felipe, que era la meta de la peregrinación a ese lugar”, afirma D'Andria.

En el siglo IV, Eusebio de Cesarea, escribió que dos estrellas brillan en Asia: Juan, sepultado en Éfeso, y Felipe “que descansa en Hierápolis”.

La cuestión ligada a la muerte del Apóstol, ha suscitado controversia. Según una tradición antigua, de hecho, no murió martirizado, mientras que los evangelios no canónicos, cuentan que sufrió el martirio bajo los romanos.

ZS11072806 - 28-07-2011
Permalink: http://www.zenit.org/article-40043?l=spanish
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6-Septiembre-2006 -- ZENIT.org Servicios de Noticias
BENEDICTO XVI PRESENTA AL APÓSTOL FELIPE

Intervención en la audiencia general del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 6 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI, durante la audiencia general de este miércoles, celebrada en la plaza de San Pedro, dedicada a presentar la figura del apóstol Felipe.
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Queridos hermanos y hermanas:
Al seguir trazando el semblante de los diferentes apóstoles, como hacemos desde unas semanas, nos encontramos hoy con Felipe. En la lista de los doce, siempre aparece en el quinto lugar (en Mateo 10, 3; Marcos 3, 18; Lucas 6, 14; Hechos 1, 13), es decir, fundamentalmente entre los primeros. Si bien Felipe era de origen judío, su nombre es griego, como el de Andrés, lo que constituye un pequeño gesto de apertura cultural, que no hay que infravalorar.

Las noticias que nos llegan de él, proceden del Evangelio de Juan. Era del mismo lugar, del que procedían Pedro y Andrés, es decir, Betsaida (Cf. Juan 1, 44), una pequeña ciudad, que pertenecía a la tetrarquía, de uno de los hijos de Herodes el Grande, quien también se llamaba Felipe (Cf. Lucas 3, 1).

El cuarto Evangelio, cuenta que después de haber sido llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael, y le dice: «Ése, del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Juan 1, 45). Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael --«¿De Nazaret puede haber cosa buena?»--, Felipe no se rinde, y responde con decisión: «Ven y lo verás» (Juan, 1, 46).

Con esta respuesta, seca pero clara, Felipe demuestra las características del auténtico testigo: no se contenta, con presentar el anuncio como una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor, sugiriéndole que él mismo, haga la experiencia personal de lo anunciado. Jesús utiliza esos dos mismos verbos, cuando dos discípulos de Juan Bautista, se acercan a Él, para preguntarle dónde vive: Jesús respondió: «Venid y lo veréis» (Cf. Juan 1,38-39).

Podemos pensar que Felipe, nos interpela con esos dos verbos, que suponen una participación personal. También a nosotros, nos dice lo que le dijo a Natanael: «Ven y lo verás». El Apóstol nos compromete, a conocer a Jesús de cerca. De hecho la amistad, conocer verdaderamente al otro, requiere cercanía, es más, en parte vive de ella.

De hecho, no hay que olvidar que según escribe Marcos, Jesús escogió a los doce, con el objetivo primario de que «estuvieran con Él» (Marcos 3, 14), es decir, de que compartieran su vida, y aprendieran directamente de Él, no sólo el estilo de su comportamiento, sino ante todo, quién era Él realmente. Sólo así, participando en su vida, podían conocerle y anunciarle.

Más tarde, en la carta de Pablo a los Efesios, puede leerse que lo importante es, «el Cristo que vosotros habéis aprendido» (4, 20), es decir, lo importante no es sólo, ni sobre todo, escuchar sus enseñanzas, sus palabras, sino conocerle a Él personalmente, es decir su humanidad y divinidad, el misterio de su belleza.

Él no es sólo un Maestro, sino un Amigo, es más, un Hermano. ¿Cómo podríamos conocerle, si estamos lejos de Él?. La intimidad, la familiaridad, la costumbre, nos hacen descubrir, la verdadera identidad de Jesucristo. Esto es precisamente, lo que nos recuerda el apóstol Felipe. Por eso, nos invita a «venir» y a «ver», es decir, a entrar en un contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día tras día.

Con motivo de la multiplicación de los panes, recibió de Jesús una petición precisa, bastante sorprendente: dónde era posible comprar el pan, que se necesitaba para dar de comer, a toda la gente que le seguía (Cf. Juan 6, 5). Entonces, Felipe respondió con mucho realismo: «Doscientos denarios de pan, no bastan para que cada uno tome un poco» (Juan 6, 7).

Aquí se pueden ver, el realismo y el espíritu práctico del Apóstol, que sabe juzgar las implicancias de una situación. Sabemos qué es lo que pasó después. Sabemos que Jesús tomó los panes, y tras haber rezado, los distribuyó. De este modo, realizó la multiplicación de los panes.

Pero es interesante el hecho, de que Jesús se dirigiera precisamente a Felipe, para tener una primera impresión, sobre la solución del problema: signo evidente, de que formaba parte, del grupo restringido que lo rodeaba.

En otro momento, muy importante para la historia futura, antes de la Pasión, algunos griegos se encontraban en Jerusalén, con motivo de la Pascua, «se dirigieron a Felipe… y le rogaron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús» (Juan 12, 20-22). Una vez más, nos encontramos ante el indicio de su prestigio particular, dentro del Colegio Apostólico.

En este caso en particular, realiza las funciones de intermediario, entre la petición de algunos griegos --probablemente hablaba griego, y pudo hacer de intérprete-- y Jesús; si bien se une a Andrés, el otro apóstol de nombre griego, de todos modos, los extranjeros se dirigen a él. Esto nos enseña, a estar también nosotros dispuestos, tanto a acoger las peticiones e invocaciones, vengan de donde vengan, como a orientarlas hacia el Señor, pues sólo Él, puede satisfacerlas plenamente.

Es importante de hecho, saber que no somos nosotros, los destinatarios últimos de las peticiones, de quien se nos acerca, sino el Señor: tenemos que orientar hacia Él, a quien se encuentre en dificultad. ¡Cada uno de nosotros, tiene que ser un camino abierto hacia Él!

Hay otra oportunidad, sumamente particular, en la que interviene Felipe. Durante la Última Cena, después de que Jesús afirmase, que conocerle a Él, significa también conocer al Padre (Cf. Juan 14,7), Felipe, casi ingenuamente, le pidió: «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta» (Juan 14, 8). Jesús le respondió, con un tono de benévolo reproche: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me conoces Felipe?».

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?. ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí? […] Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí» (Juan 14, 9-11). Son unas de las palabras más sublimes, del Evangelio de Juan. Contienen una auténtica revelación. Al final del «Prólogo» de su Evangelio, Juan afirma: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (Juan 1, 18).

Pues bien, esa declaración que es del evangelista, es retomada y confirmada, por el mismo Jesús. Pero con un detalle. De hecho, mientras el «Prólogo» de Juan, habla de una intervención explicativa de Jesús, a través de las palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe, Jesús hace referencia a su propia persona como tal, dando a entender, que sólo se le puede comprender, a través de lo que dice, es más, a través de lo que es Él.

Para darnos a entender, utilizando la paradoja de la Encarnación, podemos decir que Dios asumió un rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente a partir de ahora, si realmente queremos conocer el rostro de Dios, ¡sólo nos queda contemplar el rostro de Jesús!. ¡En su rostro, vemos realmente quién es Dios, y cómo es Dios!.

El evangelista no nos dice, si Felipe comprendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto, es que le entregó totalmente su vida. Según algunas narraciones posteriores («Hechos de Felipe» y otros), nuestro Apóstol, habría evangelizado en un primer momento en Grecia, y después en Frigia, y allí habría afrontado la muerte, en Hierópolis, con un suplicio que algunos mencionan como crucifixión, y otros lapidación.

Queremos concluir nuestra reflexión, recordando el objetivo, hacia el que debe orientarse nuestra vida: encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en Él al mismo Dios, al Padre celestial.

Si falta este compromiso, nos encontraremos sólo con nosotros mismos, como en un espejo, ¡y cada vez nos quedaremos más solos!. Felipe nos invita en cambio, a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con Él, y a compartir esta compañía indispensable. De este modo, viendo, encontrando a Dios, podemos encontrar la verdadera vida.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas.

En inglés, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
El apóstol Felipe, natural de Betsaida como Pedro y Andrés, nos manifiesta las características del verdadero testimonio, cuando en su diálogo con Natanael, no sólo le habla de Cristo, sino que le invita a conocerlo de cerca. En efecto, sólo podremos descubrir la identidad de Jesús, en una relación de amistad con Él.

En otras ocasiones, podemos ver cómo Felipe, gozaba de un cierto prestigio, dentro del Colegio Apostólico. Así, con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús se dirige precisamente a este Apóstol, para tener una primera indicación, sobre cómo resolver aquella necesidad.

También, antes de la Pasión, algunos griegos se acercaron a Felipe, porque querían ver a Jesús. Esto nos enseña a estar siempre dispuestos, a acoger a los demás con sus inquietudes, y a orientarlos hacia el Señor, el único que puede satisfacerlas en plenitud.

En la última Cena, una pregunta de Felipe, dio ocasión a Jesús, para hacer una importante revelación sobre su persona, afirmando que: «quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre». Es decir, de ahora en adelante, si de verdad queremos conocer el rostro de Dios, no tenemos más que contemplar el rostro de Jesús.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los de Logroño, con el Señor Cardenal, Eduardo Martínez Somalo; a la peregrinación diocesana de Huelva, y a los diversos grupos parroquiales de España. Saludo también a los peregrinos de Colombia, Chile, y de otros Países Latinoamericanos. Os animo, como el apóstol Felipe, a dejaros conquistar por el Señor, invitando también a otros, a participar de su vida y de su amor. ¡Que Dios os bendiga!
[© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]

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BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL


Miércoles 28 de junio de 2006
Santiago el Menor

Queridos hermanos y hermanas:
Al lado de Santiago "el Mayor", hijo de Zebedeo, del que hablamos el miércoles pasado, en los Evangelios aparece otro Santiago, que se suele llamar "el Menor".

También él forma parte, de las listas de los doce Apóstoles, elegidos personalmente por Jesús, y siempre se le califica como "hijo de Alfeo" (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). A menudo, se le ha identificado con otro Santiago, llamado "el Menor" (cf. Mc 15, 40), hijo de una María (cf. ib.), que podría ser la "María de Cleofás" presente, según el cuarto evangelio, al pie de la cruz, juntamente con la Madre de Jesús (cf. Jn 19, 25).

También él era originario de Nazaret, y probablemente pariente de Jesús (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3), del cual, según el estilo semítico, es llamado "hermano" (cf. Mc 6, 3; Ga 1, 19). El libro de los Hechos, subraya el papel destacado, que desempeñaba este último Santiago, en la Iglesia de Jerusalén. En el concilio apostólico, celebrado en la ciudad santa, después de la muerte de Santiago el Mayor, afirmó juntamente con los demás, que los paganos podían ser aceptados en la Iglesia, sin tener que someterse a la circuncisión (cf. Hch 15, 13).

San Pablo, que le atribuye una aparición específica del Resucitado (cf. 1 Co 15, 7), con ocasión de su viaje a Jerusalén, lo nombra incluso antes que a Cefas-Pedro, definiéndolo "columna" de esa Iglesia, al igual que él (cf. Ga 2, 9).

Seguidamente, los judeocristianos lo consideraron, su principal punto de referencia. A él se le atribuye también la Carta, que lleva el nombre de Santiago, y que está incluida, en el canon del Nuevo Testamento. En dicha carta, no se presenta como "hermano del Señor", sino como "siervo de Dios, y del Señor Jesucristo" (St 1, 1).

Entre los estudiosos, se debate la cuestión, de la identificación de estos dos personajes, que tienen el mismo nombre, Santiago hijo de Alfeo y Santiago "hermano del Señor". Las tradiciones evangélicas, no nos han conservado ningún relato, ni sobre uno ni sobre el otro, por lo que se refiere al tiempo, de la vida terrena de Jesús.

Los Hechos de los Apóstoles, en cambio, nos muestran que un "Santiago", como ya hemos dicho, desempeñó un papel muy importante, después de la resurrección de Jesús, dentro de la Iglesia primitiva (cf. Hch 12, 17; 15, 13-21; 21, 18).

El acto más notable que realizó, fue la intervención en la cuestión, de la difícil relación, entre los cristianos de origen judío, y los de origen pagano: contribuyó, juntamente con Pedro, a superar, o mejor, a integrar la dimensión judía originaria del cristianismo, con la exigencia, de no imponer a los paganos convertidos, la obligación de someterse, a todas las normas de la ley de Moisés.

El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos ha conservado la solución de compromiso, propuesta precisamente por Santiago, y aceptada por todos los Apóstoles presentes, según la cual, a los paganos que creyeran en Jesucristo, sólo se les debía pedir, que se abstuvieran de la costumbre idolátrica, de comer la carne de los animales, ofrecidos en sacrificio a los dioses, y de la "impureza", término que probablemente aludía, a las uniones matrimoniales no permitidas. En la práctica, debían atenerse sólo a unas pocas prohibiciones, consideradas importantes, de la ley de Moisés.

De este modo, se lograron dos resultados significativos y complementarios, que siguen siendo válidos: por una parte, se reconoció la relación inseparable que existe, entre el cristianismo y la religión judía, su matriz perennemente viva y válida; y por otra, se permitió a los cristianos de origen pagano, conservar su identidad sociológica, que hubieran perdido, si se les hubiera obligado a cumplir, los así llamados "preceptos ceremoniales", establecidos por Moisés; esos preceptos ya no debían considerarse obligatorios, para los paganos convertidos.

En pocas palabras, se iniciaba una praxis de recíproca estima y respeto, que a pesar de las dolorosas incomprensiones posteriores, tendía por su propia naturaleza, a salvaguardar lo que era característico, de cada una de las dos partes.

La más antigua información, sobre la muerte de este Santiago, nos la ofrece el historiador judío Flavio Josefo. En sus Antigüedades judías (20, 201 s), escritas en Roma a finales del siglo I, nos cuenta que la muerte de Santiago fue decidida, con iniciativa ilegítima, por el sumo sacerdote Anano, hijo del Anás que aparece en los Evangelios, el cual aprovechó el intervalo, entre la destitución de un Procurador romano (Festo), y la llegada de su sucesor (Albino), para decretar su lapidación, en el año 62.

Además del no canónico Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María; la Madre de Jesús; está unida a este Santiago, en especial la Carta que lleva su nombre. En el canon del Nuevo Testamento, ocupa el primer lugar entre las así llamadas "Cartas católicas", es decir, no destinadas a una sola Iglesia particular —como Roma, Éfeso, etc.—, sino a muchas Iglesias. Se trata de un escrito muy importante, que insiste mucho, en la necesidad de no reducir la propia fe, a una pura declaración oral o abstracta, sino de manifestarla concretamente con obras de bien.

Entre otras cosas, nos invita a la constancia, en las pruebas aceptadas con alegría, y a la oración confiada, para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual, logramos comprender, que los auténticos valores de la vida, no están en las riquezas transitorias, sino más bien, en saber compartir nuestros bienes, con los pobres y los necesitados (cf. St 1, 27).

Así, la carta de Santiago, nos muestra un cristianismo muy concreto y práctico. La fe debe realizarse en la vida, sobre todo en el amor al prójimo, y de modo especial, en el compromiso en favor de los pobres. Sobre este telón de fondo, se debe leer también, la famosa frase: "Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras, está muerta" (St 2, 26).

A veces esta declaración de Santiago, se ha contrapuesto a las afirmaciones de San Pablo, según el cual somos justificados por Dios, no en virtud de nuestras obras, sino gracias a nuestra fe (cf. Ga 2, 16; Rm 3, 28).

Con todo, las dos frases, aparentemente contradictorias, con sus diversas perspectivas, en realidad, si se interpretan bien, se completan. San Pablo se opone al orgullo del hombre, que piensa que no necesita del amor de Dios, que nos previene, y se opone al orgullo de la auto justificación, sin la gracia dada simplemente, y que no se merece. Santiago, en cambio, habla de las obras como fruto normal de la fe: "Todo árbol bueno da frutos buenos" (Mt 7, 17). Y Santiago lo repite, y nos lo dice a nosotros.

Por último, la carta de Santiago, nos exhorta a abandonarnos en las manos de Dios, en todo lo que hagamos, pronunciando siempre las palabras: "Si el Señor lo quiere" (St 4, 15). Así, nos enseña a no tener la presunción, de planificar nuestra vida, de modo autónomo e interesado, sino a dejar espacio a la inescrutable voluntad de Dios, que conoce cuál es nuestro verdadero bien. De este modo, Santiago es un maestro de vida, siempre actual, para cada uno de nosotros.

Saludos
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los formadores y alumnos, de varios seminarios españoles; a las parroquias, grupos escolares y asociaciones, así como a los peregrinos de Puerto Rico, y de otros países latinoamericanos. Os animo a vivir con esperanza firme, manifestando vuestra fe en el Señor, con obras de caridad, para testimoniar en el mundo, la belleza del amor de Dios. ¡Gracias por vuestra visita!

(En polaco)
Mañana celebraremos la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Estos dos grandes Apóstoles, están unidos por el celo, en el anuncio del Evangelio, el testimonio de fe y la muerte en el martirio. Que la visita a sus sepulcros, fortalezca vuestra comunión con Cristo, y con la Iglesia.

(En húngaro)
En la víspera de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, recordemos el martirio de estos dos príncipes de los Apóstoles, tan queridos por nosotros. Pidiendo su intercesión, os imparto de corazón, la bendición apostólica.

(En italiano)
(A los participantes en el encuentro organizado por la Familia de don Orione)
Queridos amigos, os agradezco vuestra presencia, y el amor que queréis manifestar, al Sucesor de Pedro, con esta iniciativa. Seguid con fidelidad los pasos de vuestro fundador, y testimoniad el evangelio de la vida, mediante vuestras instituciones y vuestras actividades, especialmente al servicio de las personas débiles, y de las que sufren, recordando, como decía don Orione, que "en el más pobre de los hermanos, resplandece la imagen de Dios".

Saludo, como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. Ya hemos entrado en el verano, tiempo de vacaciones y de descanso. Queridos jóvenes, aprovechadlo para útiles experiencias sociales y religiosas; y vosotros, queridos recién casados, para profundizar vuestra misión en la Iglesia, y en la sociedad. Que a vosotros, queridos enfermos, no os falte, tampoco en este tiempo de verano, la cercanía de vuestros familiares.
 
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Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que suscitaste a San Felipe y a Santiago el menor, el deseo de profundizar en el conocimiento de tu Hijo Jesucristo, concédenos el mismo fuego espiritual, para así poder conservarlo en nuestro corazón, por toda la Eternidad. A Tí Señor, que eres Camino, Verdad y Vida. Amén.

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