2
de mayo
San
Atanasio
Doctor de la Iglesia
(297-373)
Obispo
de Alejandría (Egipto)
Principal
opositor al arrianismo. Padre de la Ortodoxia. Aclamado doctor, en el
año 1568, por el Papa Pio V.
Icono
de San Atanasio con San Cirilo de Alejandría
Atanasio
significa "inmortal"
Breve
Nació
en Egipto, Alejandría, en el año 295. Estudió derecho y teología.
Se retiró por algún tiempo a la vida
solitaria, haciendo amistad con los ermitaños del desierto.
Regresando a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de Dios.
En
su tiempo, Arrio, clérigo de Alejandría, propagaba la herejía, de
que Cristo no era Dios por naturaleza. Para enfrentarlo, se celebró
el primero de los concilios ecuménicos en Nicea, ciudad del Asia
Menor.
Atanasio,
que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro,
obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor, sostuvo la
verdad católica, y refutó a los herejes. El concilió excomulgó a
Arrio, y condenó su doctrina arriana.
Pocos
meses después de terminado el concilio, murió San Alejandro y San
Atanasio, fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no
dejaron de perseguirlo, hasta que lo desterraron de la ciudad, e
incluso de Oriente. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo, a que
recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia, a pesar de que éste se
mantenía en la herejía, Atanasio, cumpliendo
con gran valor su deber, rechazó tal propuesta, y
perseveró en su negativa, por lo que el emperador Constantino, en el
año 336, lo desterró a Tréveris.
Durante
dos años, permaneció Atanasio en esta ciudad, al cabo de los
cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría, entre el
júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía, la
lucha contra los arrianos, y por segunda vez, en el año 342, sufrió
el destierro que lo condujo a Roma.
Ocho
años más tarde, se encontraba de nuevo en Alejandría, con la
satisfacción de haber mantenido en alto, la verdad de la doctrina
católica. Pero sus adversarios, enviaron un batallón para
prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró
escapar, y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron
asilo, durante seis años, los anacoretas, hasta que pudo
volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatro meses,
tuvo que huir de nuevo.
Después
de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por
quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su
sede.
Falleció
el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras.
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Oficio
de Lectura, XXIII Sábado del Tiempo Ordinario
Renueva
los tiempos pasados
San
Atanasio, Sermón sobre la encarnación del Verbo, 10
El
Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no abandonó la naturaleza
humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo, destruyó la
muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de
corregir su descuido adoctrinándolo, y restauró todas las cosas
humanas, con su eficacia y poder.
Estas
afirmaciones de los teólogos, hallan apoyo en el testimonio, de los
discípulos del Salvador, como se lee en sus escritos: Nos
apremia el amor de Cristo, al considerar que si uno murió por todos,
todos murieron. Murió por todos, para que los que viven, ya no vivan
para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos, nuestro
Señor Jesucristo.
Y
en otro pasaje: Al que Dios había hecho, un poco inferior a los
ángeles, a Jesús, lo vemos ahora, coronado de gloria y honor, por
su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la
muerte para bien de todos.
Más
adelante, la Escritura prueba, que el único que debía hacerse
hombre, era el Verbo de Dios, cuando dice: Dios, para quien y por
quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de
hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos, al guía
de su salvación. Con estas palabras, da a
entender, que el único que debía librar al hombre de su corrupción,
era el Verbo de Dios, el mismo que lo había creado, desde el
principio.
Prueba
además, que el Verbo mismo tomó un cuerpo, precisamente con el fin
de ofrendarse, por los que tenían cuerpos semejantes. Y así lo
dice: Los hijos de una familia, son todos de
la misma carne y sangre; y de nuestra carne y sangre participó
también Él, así que muriendo, aniquiló al que tenía el poder de
la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a
la muerte, pasaban la vida entera como esclavos. Ya que al inmolar su
propio cuerpo, acabó con la ley que pesaba contra nosotros, y renovó
el principio de vida, con la esperanza de la resurrección.
Como
la muerte había cobrado fuerza contra los hombres, de los mismos
hombres, se logró la victoria sobre la muerte, y la resurrección
para la vida, por el mismo Verbo de Dios, hecho hombre para los
hombres, y así pudo decir muy bien, aquel hombre lleno de Cristo: Si
por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la
resurrección. Si por Adán murieron todos,
por Cristo todos volverán a la vida.
Y
lo demás que pone a continuación: Así que
no morimos ya para ser condenados, sino para ser resucitados de entre
los muertos. Esperamos la común resurrección de todos. A
su tiempo nos la dará Dios, que la hace y la comunica.
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Oficio
de lectura, Viernes I del tiempo Ordinario
Todo
por el Verbo, compone una armonía verdaderamente divina
Del
sermón de San Atanasio, Obispo, contra los gentiles
Núms. 42-43
Núms. 42-43
Ninguna
cosa de las que existen o son hechas, empezó a ser sino en Él y por
Él, como nos enseña el evangelista teólogo, cuando dice: En el
principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella
no se hizo nada.
Así
como el músico, con la lira bien templada, ejecuta una armonía,
combinando con los recursos del arte, los sonidos graves con los
agudos y los intermedios, así también la Sabiduría de Dios,
teniendo en sus manos el universo como una lira, une las cosas de la
atmósfera, con las de la tierra, y las del cielo con las de la
atmósfera, y las asocia todas unas con otras, gobernándolas con su
voluntad y beneplácito.
De
este modo, produce un mundo unificado, hermoso y armoniosamente
ordenado, sin que por ello el Verbo de Dios, deje de permanecer
inmutable junto al Padre, mientras pone en movimiento todas las
cosas, según le place al Padre, con la invariabilidad de su
naturaleza. Todo en definitiva, vive y se
mantiene por donación suya, según su propio Ser, y por Él, compone
una armonía admirable, y verdaderamente divina.
Tratemos
de explicar esta verdad tan profunda, por medio de una imagen:
pongamos el ejemplo de un coro numeroso. Un coro está compuesto de
variedad de personas; de niños, mujeres, hombres maduros y
adolescentes, cada uno, bajo la batuta del director, canta según su
naturaleza y sus facultades: el hombre con voz de hombre, el niño
con voz de niño, la mujer con voz de mujer, el adolescente con voz
de adolescente, y sin embargo, de todo el conjunto, resulta una
armonía.
Otro
ejemplo: nuestra alma pone simultáneamente en movimiento, todos
nuestros sentidos, cada uno según su actividad específica; y así,
en presencia de algún estímulo exterior, todos a la vez se ponen en
movimiento: el ojo ve, el oído oye, la mano toca, el olfato huele,
el gusto gusta, y también sucede con frecuencia, que actúan los
demás miembros corporales, por ejemplo, los pies se ponen a andar.
De
manera semejante, acontece en la creación en general. Ciertamente,
los ejemplos aducidos, no alcanzan a dar una idea adecuada de la
realidad, y por esto es necesaria, una más profunda comprensión de
la verdad, que quieren ilustrar.
Es
decir, que todas las cosas son gobernadas, a un solo mandato del
Verbo de Dios, de manera que ejerciendo cada ser su propia actividad,
del conjunto resulta un orden perfecto.
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Oficio
de lectura, 2 de Mayo, San Atanasio
De
la encarnación del Verbo
De los sermones de San Atanasio, obispo
Sermón sobre la encarnación del Verbo, 8-9
De los sermones de San Atanasio, obispo
Sermón sobre la encarnación del Verbo, 8-9
El
Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a
nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues
nunca parte alguna del universo, se hallaba vacía de Él, sino que
lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.
Pero
Él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo
visible, tuvo piedad de nuestra raza, y de nuestra debilidad, y
compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos
dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que
hubiera resultado inútil, la obra de su Padre al crear al hombre; y
por esto tomó para sí, un cuerpo como el nuestro, ya que no se
contentó con habitar en un cuerpo, ni tampoco en hacerse simplemente
visible.
En
efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera
podido ciertamente asumir, un cuerpo más excelente; pero Él tomó
nuestro mismo cuerpo.
En
el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir,
su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse
a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo,
semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos,
a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos,
ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir
en su persona todos los hombres, quedó sin vigor, la ley de la
corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de
la muerte, en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza
alguna, para ensañarse con los demás hombres, semejantes a Él; con
ello también, hizo de nuevo incorruptibles,
a los hombres que habían caído
en la corrupción, y los llamó de la muerte a la vida,
consumiendo totalmente en ellos la muerte,
con el cuerpo que había asumido, y con el poder de su resurrección;
del mismo modo que la paja, es consumida por el fuego.
Por
esta razón, asumió un cuerpo mortal, para que este cuerpo, unido al
Verbo que está por encima de todo, satisfaciera por todos, la deuda
contraída con la muerte; para que por el hecho de habitar el Verbo
en Él, no sucumbiera a la corrupción; y finalmente para que en
adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya, todos
libres de la corrupción.
De
ahí que el cuerpo que Él había tomado, al
entregarlo a la muerte como una hostia, y víctima limpia de toda
mancha, alejó al momento, la muerte de todos los hombres,
a los que Él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de
ellos.
De
este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe,
ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su
divinidad, pagó con su muerte, la deuda que habíamos contraído, y
así el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la
resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad, a todos los
hombres, con los que se había hecho una misma cosa, por su cuerpo
semejante al de ellos.
Es
verdad, puesto que la corrupción de la muerte, no tiene ya, poder
alguno sobre los hombres, gracias al Verbo que habita entre ellos,
por su encarnación.
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El
Credo de San Atanasio
También se conoce por sus primeras palabras de la versión latina: "Quicumque".
También se conoce por sus primeras palabras de la versión latina: "Quicumque".
Se
le llama de San Atanasio, no porque él lo escribiera, sino porque
recoge sus expresiones e ideas. Algunos piensan, que fue escrito por
San Ambrosio.
Texto
del Credo Atanasiano:
"Todo
el que quiera salvarse, ante todo, es menester que mantenga la Fe
Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda
perecerá para siempre.
Ahora
bien, la fe católica, es que veneremos a un solo Dios en la
Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas,
ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el
Hijo, y otra (también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el
Hijo y el Espíritu Santo, tienen una sola divinidad, gloria igual, y
coeterna majestad.
Cual
el Padre, tal el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo;
increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu
Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el
Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también)
el Espíritu Santo.
Y
sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son
tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo
inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo,
omnipotente (también) el Espíritu Santo; y sin embargo no son tres
omnipotentes, sino un solo omnipotente.
Así
Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu
Santo; y sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así,
Señor el Padre, Señor es el Hijo, Señor (también) el Espíritu
Santo; y sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor;
porque así como por la cristiana verdad, somos compelidos a confesar
como Dios y Señor, a cada persona en particular; así la religión
católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.
El
Padre, por nadie fue hecho, ni creado ni engendrado. El Hijo fue por
solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu
Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado.
Hay
consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no
tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en
esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino
que las tres personas son entre sí, coeternas y coiguales, de suerte
que como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo, la
unidad de la Trinidad, que la Trinidad en la unidad. El
que quiera pues salvarse, así ha de sentir a la Trinidad.
Pero
es necesario, para la eterna salvación, creer también fielmente en
la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es pues la
fe recta que creemos y confesamos, que nuestro Señor Jesucristo,
hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia
del Padre, antes de los siglos; y es hombre nacido de la madre en el
siglo: perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y
de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el
Padre según la humanidad.
Mas
aún, cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y
uno solo, no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por
la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por
confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque
a la manera que el alma racional y la carne, es un solo hombre; así
Dios y el hombre, son un solo Cristo.
El
cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al
tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está
sentado a la diestra de Dios Padre Omnipotente; desde allí ha de
venir a juzgar, a los vivos y a los muertos, y a su venida, todos los
hombres han de resucitar con sus cuerpos, y dar cuenta de sus propios
actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal,
al fuego eterno.
Esta
es la fe católica, y el que no la creyere fiel y firmemente, no
podrá salvarse".
Oración:
Dios todopoderoso y Eterno, que hiciste de tu obispo San Atanasio, un
preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu
bondad, que fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos
y te amemos cada vez más, en la mayor plenitud. A Tí Señor, a
quien debemos nuestra creación, y nuestro destino eterno, en el
Reino de los Cielos. Amén.
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