8 De Abril de 2024
Beato Augusto Czartoryski
(1858 –
1893)
«Para mí, un
día en tus atrios vale más que mil fuera. Bienaventurado quien vive
en tu casa: siempre cantando tus alabanzas»
«Ya
no era de este mundo. Su unión con Dios, la conformidad perfecta con
la divina voluntad, en la enfermedad agravada, el deseo de
configurarse con Jesucristo, en los sufrimientos y en las
aflicciones, lo hacían heroico en la paciencia, sereno en el
espíritu, e invencible, más que en el dolor, en el amor de Dios».
En
Alassio, cerca de Albenga, de la Liguria, en Italia, beato Augusto
Czartoryski, presbítero de la Sociedad Salesiana, cuya salud
enfermiza, no le impidió caminar, según la llamada de Dios,
mostrando eximios ejemplos de santidad (1893).
Príncipe
polaco del siglo XIX, presbítero y religioso de la Sociedad
Salesiana de San Juan Bosco (fecha de beatificación: 25 de abril de
2004).
Nació en París, el 2 de agosto de 1858, en el exilio.
Desde hacía unos treinta años, su noble estirpe, vinculada a la
historia y los intereses dinásticos de Polonia, había emigrado a
Francia.
El príncipe Adán Czartoryski, había cedido la
sucesión de la estirpe, así como de la actividad patriótica, al
príncipe Ladislao, unido en matrimonio con la princesa María Amparo
(hija de la reina de España, María Cristina y del duque Rianzárez).
Son estos los padres de Augusto, primogénito de la familia.
Cuando
tenía seis años, murió su madre, enferma de tuberculosis, que
transmitirá a su hijo. Cuando el mal manifestó en él sus primeros
síntomas, comenzó para Augusto, una larga peregrinación en busca
de la salud, que nunca recuperaría: Italia, Suiza, Egipto, España...
Pero no era la salud, el principal objetivo de su búsqueda:
coexistía en su alma juvenil, otra búsqueda mucho más preciosa: la
de su vocación.
Era consciente, de que no estaba hecho para
la vida de la corte. A los veinte años, en una carta a su padre le
decía, entre otras cosas, aludiendo a las fiestas mundanas, en las
que se veía obligado a participar: «Le confieso que estoy
cansado de todo esto. Son diversiones inútiles, que me
angustian».
San José Kalinowski —canonizado por Juan
Pablo II en 1991—, que había sufrido diez años de trabajos
forzados en Siberia, y después se hizo carmelita, fue preceptor de
Augusto sólo durante tres años (1874-1877), pero dejó en él una
profunda huella.
Por él sabemos, que quienes orientaron al
príncipe, en su búsqueda vocacional, fueron sobre todo, las figuras
de San Luis Gonzaga, y de San Estanislao de Kostka. Le entusiasmaba
el lema de este último: «Ad maiora natus sum». «La vida de
San Luis, del padre Cepari, que me mandaron de Italia —escribe
Kalinowski— influyó mucho en el progreso espiritual de Augusto, y
le abrió el camino a una unión más fácil con Dios.
Pero el
acontecimiento decisivo de su vida, fue el encuentro con don Bosco.
Augusto tenía 25 años. Sucedió en París, precisamente en el
palacio Lambert, donde el fundador de los salesianos, celebró la
misa en el oratorio de la familia. Los acólitos fueron el príncipe
Ladislao y Augusto. Desde aquel día, Augusto vio en el santo
educador, al padre de su alma, y al árbitro de su porvenir.
En
el joven, la vocación a la vida religiosa, se había ido afirmando
cada vez más. A pesar de ser el primer heredero, no sentía
inclinación a formar una familia. Después del encuentro con don
Bosco, Augusto no sólo sintió que se reforzaba, su vocación al
estado religioso, sino que tuvo la clara convicción, de que estaba
llamado a ser salesiano. Desde entonces, en cuanto su padre se lo
permitía, iba a Turín para encontrarse con don Bosco, y recibir sus
consejos. Hizo también varias veces ejercicios espirituales. bajo la
dirección del santo.
Don Bosco, tuvo siempre una actitud de
gran cautela, sobre la aceptación del príncipe en su congregación.
Fue el Papa León XIII, en persona, quien disipó toda duda.
Reconociendo la voluntad de Augusto, el Papa concluyó: «Decid a
don Bosco, que es voluntad del Papa, que os reciba entre los
salesianos». «Muy bien, amigo mío», respondió inmediatamente don
Bosco, «yo lo acepto. Desde este instante, usted forma parte de
nuestra Sociedad, y deseo que pertenezca a ella hasta la muerte».
A
finales de junio de 1887, tras renunciar a todos sus derechos, en
favor de sus hermanos, fue enviado a San Benigno Canavese, para un
breve aspirantado, antes del noviciado, que comenzó en ese mismo
año.
Tuvo que luchar contra los intentos de su familia, que
no se resignaba a esa elección. Su padre iba a visitarlo, y trataba
de disuadirlo. Emitió los votos, el 24 de noviembre de 1887, en la
basílica de María Auxiliadora ante don Bosco. «Ánimo, mi
príncipe —le susurró el santo—. Hoy hemos alcanzado una
magnífica victoria. Pero puedo también decirle, con gran alegría,
que llegará un día, en el que usted será sacerdote, y por voluntad
de Dios, hará mucho bien a su patria». Don Bosco murió dos
meses después.
A causa de su enfermedad, lo enviaron a
estudiar la teología a la costa de Liguria. El decurso de su
enfermedad, hizo que su familia renovara con mayor insistencia, sus
intentos de alejarlo de la vocación. Al cardenal Parocchi, a quien
pidieron que influyera, para apartarlo de la vida salesiana, él le
escribe: «En plena libertad, he querido emitir los votos, y lo
hice con gran alegría de mi corazón. Desde aquel día, viviendo en
la Congregación, disfruto de una gran paz de espíritu, y doy
gracias al Señor, que me ha permitido conocer la Sociedad Salesiana,
y me ha llamado a vivir en ella».
Fue ordenado sacerdote,
el 2 de abril de 1892, en San Remo por mons. Tommaso Reggio, obispo
de Ventimiglia. Su padre, el príncipe Ladislao, y su tía Isa no
asistieron a la ordenación, aunque poco después, toda la familia
aceptó plenamente su vocación.
La vida sacerdotal de don
Augusto, duró sólo un año, que pasó en Alassio, en una
habitación, que daba al patio de los muchachos. El cardenal
Cagliero, resume así este último período de su vida: «Ya no
era de este mundo. Su unión con Dios, la conformidad perfecta con la
divina voluntad, en la enfermedad agravada, el deseo de configurarse
con Jesucristo, en los sufrimientos y en las aflicciones, lo hacían
heroico en la paciencia, sereno en el espíritu, e invencible, más
que en el dolor, en el amor de Dios».
Murió en Alassio,
la tarde del sábado 8 de abril de 1893, en la octava de Pascua,
sentado en el sillón, que había usado don Bosco. «¡Qué hermosa
Pascua!», había dicho el lunes al hermano que lo asistía, sin
imaginar que el último día de la octava, lo habría de celebrar en
el paraíso.
Tenía treinta y cinco años de edad, y cinco de
vida salesiana. En su recordatorio de primera misa, había escrito:
«Para mí, un día en tus atrios vale más que mil fuera.
Bienaventurado quien vive en tu casa: siempre cantando tus alabanzas»
(Salmo 83).
Sus restos fueron trasladados a Polonia, y
sepultados en la cripta parroquial de Sieniawa, junto a la tumba de
familia. Sucesivamente fueron trasladados, a la iglesia salesiana de
Przemysl.
Fuentes: sdb.org; Ciudad del Vaticano (RIV. »)
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