17 de abril de 2024
Beata Clara Gambacorti
Abadesa Dominica
(1362-1420)
Martirologio
Romano: En Pisa, de la Toscana, beata Clara Gambacorti, que al
perder aún siendo muy joven, a su esposo, aconsejada por Santa
Catalina de Siena, fundó el monasterio de Santo Domingo, bajo una
austera Regla, y dirigió con prudencia y caridad a las hermanas,
distinguiéndose por haber perdonado al asesino de su padre, y de sus
hermanos.
Etimológicamente: Clara = Aquella que esta
limpia de pecado, es de origen latino.
Fecha de beatificación:
Su culto fue confirmado en 1830, por el Papa Pío VIII.
La
Beata Clara era hija de Pedro Gambacorti (o Gambacorta), quien llegó
a ser prácticamente, el amo de la República de Pisa.
Clara
nació en 1362; su hermano, el Beato Pedro de Pisa, era siete años
mayor que ella. Pensando en el futuro de su hijita, a la que la
familia llamaba Dora, apócope de Teodora, su padre la comprometió a
casarse con Simón de Massa, quien era un rico heredero, aunque la
niña sólo tenía siete años.
No obstante su corta edad,
Dora solía quitarse, durante la misa, el anillo de esponsales y
murmuraba: "Señor, Tú sabes que el único amor que yo
quiero es el tuyo".
Cuando sus padres la enviaron, a
los doce años de edad, a la casa de su esposo, ya había empezado la
joven, su vida de mortificación. Su suegra se mostró amable con
ella; pero, cuando advirtió, que era demasiado generosa con los
pobres, le prohibió la entrada en la despensa de la casa.
Deseosa
de practicar de algún modo la caridad, Dora se unió a un grupo de
señoras, que asistían a los enfermos, y tomó a su cargo, a una
pobre mujer cancerosa. La vida de matrimonio de Dora, duró muy poco
tiempo; tanto ella como su esposo, fueron víctimas de una epidemia,
en la que su marido perdió la vida.
Como la beata era todavía
muy joven, sus parientes intentaron casarla de nuevo, pero ella se
opuso, con toda la energía de sus quince años. Una carta de Santa
Catalina de Siena, a quien había conocido en Pisa, la animó en su
resolución.
Dora se cortó los cabellos, y distribuyó entre
los pobres sus ricos vestidos, cosa que provocó la indignación de
su suegra, y de sus cuñadas. Después, con la ayuda de una de sus
criadas, se las arregló para tramitar en secreto, su entrada en la
Orden de las Clarisas Pobres.
Cuando todo estuvo a punto, huyó
de su casa al convento, donde recibió inmediatamente el hábito, y
tomó el nombre de Clara. Al día siguiente, sus hermanos se
presentaron en el convento a buscarla; las religiosas, muy asustadas,
la descolgaron por el muro, hasta los brazos de sus hermanos, los
cuales la condujeron a su casa.
Ahí estuvo Clara prisionera
durante seis meses, pero ni el hambre, ni las amenazas consiguieron
hacerla cambiar en su resolución. Finalmente, Pedro Gambacorti se
dio por vencido, y no sólo permitió a su hija ingresar en el
convento dominicano de la Santa Cruz, sino que prometió construir un
nuevo convento.
Ahí conoció Clara a María Mancini, que era
también viuda, e iba a alcanzar un día el honor de los altares. Los
escritos de Santa Catalina de Siena, ejercieron profunda influencia
en las dos religiosas, las cuales, en el nuevo convento, fundado por
Gambacorti en 1382, consiguieron establecer la regla, en todo el
fervor de la primitiva observancia.
La Beata Clara, fue
primero subpriora, y luego priora del convento, del que partieron en
lo sucesivo, muchas de las santas religiosas, destinadas a difundir
el movimiento de reforma, en otras ciudades de Italia. Hasta el día
de hoy, se llama en Italia a las religiosas de clausura de Santo
Domingo, "Las hermanas de Pisa". En el convento de
la beata, reinaban la oración, el trabajo manual y el estudio.
El
director espiritual de Clara solía repetir a las religiosas: "No
olvidéis nunca, que en nuestra orden, hay muy pocos santos, que no
hayan sido también sabios".
Clara tuvo que hacer
frente, durante toda su vida, a las dificultades económicas, pues el
convento, exigía constantemente alteraciones y nuevos edificios. A
pesar de ello, en una ocasión, en que llegó a sus manos, una
cuantiosa suma, que hubiese podido emplear en el convento, prefirió
regalarla para la fundación de un hospital.
Pero las virtudes
en que más se distinguió, fueron sin duda, el sentido del deber y
el espíritu de perdón, que practicó en grado heroico. Giacomo
Appiano, a quien Gambacorti había ayudado siempre, y en quien había
puesto toda su confianza, le asesinó a traición, cuando éste se
esforzaba por mantener la paz en la ciudad.
Dos de sus hijos,
murieron también a manos de los partidarios del traidor. Otro de los
hermanos de Clara, que consiguió escapar, llegó a pedir refugio en
el convento de la beata, seguido de cerca por el enemigo; pero Clara,
consciente de que su primer deber, consistía en proteger a sus hijas
contra la turba, se negó a introducirle en la clausura. Su hermano
murió asesinado, frente a la puerta del convento, y la impresión
hizo que Clara, enfermase gravemente.
Sin embargo, la beata
perdonó tan de corazón a Appiano, que le pidió que le enviase un
plato a su mesa para sellar el perdón, compartiendo su comida. Años
más tarde, cuando la viuda y las hijas de Appiano, se hallaban en la
miseria, Clara las recibió en el convento.
La beata sufrió
mucho, hacia el fin de su vida. Recostada en su lecho de muerte, con
los brazos extendidos, murmuraba: "Jesús mío, heme aquí en
la cruz". Poco antes de morir, una radiante sonrisa iluminó
su rostro, y la beata bendijo, a sus hijas presentes y ausentes.
Tenía, al morir, cincuenta y siete años. Era el 17 de abril de
1420.
Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com
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