24 De Abril de 2024
Santa Elizabeth Hesselblad
(† 1957)
Martirologio
Romano: En Roma, Santa
María Isabel Hesselblad, virgen, la cual, oriunda de Suecia, después
de varios años de trabajar en un hospital, restauró la Orden de
Santa Brígida. Notable por su solicitud hacia la contemplación, la
caridad para con los necesitados, y la unidad de los cristianos.
La
Santa nació en un pequeño pueblito de Fâglavik, en la provincia de
Âlvsborg, Suecia, el 4 de junio de 1870. Fueron sus padres el Sr.
Augusto Roberto Hesselblad, y la Sra. Cajsa Pettesdotter Dag; fue la
quinta de trece hijos. Recibió el bautismo en la Iglesia Luterana,
de su Parroquia de Hundene, Suecia y transcurrió su infancia por
diversos lugares, siguiendo a su familia, que por motivos económicos,
buscaban lugares de trabajo.
En el año de 1886, para ganarse
el pan, y contribuir al sostenimiento de su familia, se fue a
trabajar en Kârlosborg, y después en Estados Unidos de América,
donde frecuentó la escuela de enfermería, en el Hospital Roosvelt
en Nueva York.
Ahí se dedicó a asistir a los enfermos a
domicilio, este trabajo fue muy duro para ella, porque no se sentía
bien de salud, sin embargo el contacto con los enfermos católicos, y
la sed que tenía por buscar la verdad, contribuyeron a tener viva en
su alma, la búsqueda del redil de Cristo.
La oración, el
estudio y la devoción filial por la Madre del Redentor, la
condujeron decididamente hacia la Iglesia Católica, y el 15 de
agosto de 1902, en el Convento de la Visitación en Washington,
recibió el sacramento del bautismo "bajo condición", de
las manos del P. Juan Hagen, S.I., que fue también su director
espiritual.
En Roma, recibió el sacramento de la
Confirmación, y vio claramente que debía dedicarse a la unidad de
los cristianos. Visitó también el templo, y la casa de Santa
Brígida de Suecia (+ 1373), recibiendo una grande y profunda
impresión, a tal grado que mientras se encontraba en oración en ese
lugar, escuchó una voz que le decía: "Es aquí, donde deseo
que te pongas a mi servicio".
Sin
embargo, regresó a Estados Unidos, y aunque no se encontraba bien de
salud, dejó todo, y el 25 de marzo de 1904, se estableció en Roma,
en la casa de Santa Brígida, donde fue recibida cariñosamente por
las monjas que vivían ahí.
En el silencio y en la oración,
conoció profundamente el amor de Cristo, cultivó y difundió la
devoción de Santa Brígida, y de Santa Catalina de Suecia, y tuvo
siempre una creciente preocupación espiritual por su país, y por la
Iglesia.
En 1906, San Pío X le concedió llevar el hábito,
de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, y de profesar
sus votos religiosos, como hija espiritual de la santa de Suecia. Su
sueño de dar vida en Roma, a una comunidad Brigidina no se realizó;
sin embargo, floreció una nueva rama del antiguo troneo Brigidino, y
así, el 9 de septiembre de 1911, la Santa comenzando con 3 jóvenes
postulantes inglesas, refundó la Orden del Santísimo Salvador de
Santa Brígida, con la misión de orar y trabajar especialmente, por
la unión de los cristianos de Escandinavia, con la Iglesia
Católica.
En 1931, tuvo la gran alegría, de obtener
perpetuamente, por parte de la Santa Sede, la iglesia y la casa de
Santa Brígida en Roma, que llegaron a ser el centro de la
Orden.
Durante y después de la segunda Guerra Mundial, la
Santa realizó una intensa Obra de caridad, a favor de los pobres y
de los perseguidos por leyes de racismo; promovió un movimiento por
la paz con católicos y no católicos, trabajando fuertemente en el
ecumenismo.
Desde el inicio de su Fundación, atendió su
preocupación la formación de sus hijas espirituales, para las que
fue madre y maestra. Les recomendaba la unión con Dios, la ardiente
flama de asemejarse al Divino Salvador, el amor a la Iglesia y al
Romano Pontífice, y de hacer oración, para que existiera un solo
redil y un solo Pastor, añadiendo: "Este es el fin primario
de nuestra vocación".
La Santa fue fiel toda su vida
al Señor, esto lo comprobamos en sus escritos de 1904, donde dice:
"Amado Señor, no te pido que me enseñes el sendero, te
seguiré fuertemente de tu mano en la obscuridad, en los momentos de
angustia y de miedo, cerraré los ojos, para hacerte ver cuanta fe
tengo en ti, Esposo de mi alma".
La esperanza en Dios
y en su providencia, la sostuvo en cada momento de su vida, sobre
todo en las horas de la prueba, de la preocupación y de la cruz.
Puso siempre en primer lugar, a las cosas del cielo por sobre a las
de la tierra; la voluntad de Dios a su voluntad, y el bien del
prójimo a la propia utilidad.
Contemplando el amor infinito
del Hijo de Dios, que se inmoló por nuestra salvación, alimentó en
su corazón, la flama de la caridad, que manifestó con la bondad de
sus obras.
A sus hijas les decía continuamente: "Debemos
nutrirnos de un gran amor hacia Dios, y hacia el prójimo, un amor
fuerte, ardiente, que queme todas las imperfecciones, soporte
fuertemente un acto de impaciencia, una palabra hiriente, y con esto,
se presta a llegar con premura a un acto de caridad".
La
Santa se asemejaba a un jardín, en el cual el sol de la caridad,
hace florecer obras de misericordia, espirituales y corporales.
Siempre tuvo atenciones hacia sus hijas religiosas, se preocupó por
los pobres, por los enfermos, por los judíos perseguidos, por los
sacerdotes, por los niños a los que les enseñaba la doctrina
cristiana, por su familia de origen, y por toda la gente de Suecia y
de Roma.
Fue una mujer humilde y servicial, con todos los que
le pedían ayuda, siempre tuvo la alegría de condividir con los
demás, los dones que recibía del Señor. Fue prudente en las
iniciativas por el Reino de Dios, en el hablar, en el aconsejar y en
el corregir.
Tuvo gran respeto por la libertad religiosa de
los no cristianos, y de los no católicos que recibió en su casa.
Practicó la justicia hacia Dios y hacia el prójimo, la templanza,
el dominio de sí, el alejarse de los honores de las cosas del mundo,
la humildad, la castidad, la obediencia, la fortaleza en las
tribulaciones, la perseverancia en la oración, y en el servicio a
Dios, así como la fidelidad en su consagración religiosa.
Caminó
con Dios abrazando la cruz de Cristo, que la acompañó desde su
juventud. "Para mí, afirmaba la Santa, el camino de la cruz,
fue el más hermoso que he visto, porque en él conocí a mi Señor y
Salvador", junto a los sufrimientos morales, padeció
también interrumpidamente sufrimientos físicos.
La cruz
llegó a ser en manera particular, dolorosa y pesada en los últimos
años de su vida. Debido a su constancia en la oración vivió
serenamente la voluntad de Dios, y así se preparó al encuentro
definitivo con el Esposo Divino, que la llamó en las primeras horas
del 24 de abril de 1957.
Vivió y murió en fama de santidad,
esta fama ha crecido también después de su muerte, y por la misma
se comenzó su causa a los altares.
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