26 De Abril de 2024
Beato Estanislao Kubista
Sacerdote y
Mártir en Polonia
Sociedad del Verbo Divino
(1898 – 1940)
«Esto ya no durará mucho. Estoy muy debilitado. ¡Dios mío, cómo
quisiera regresar a Górna Grupa. Pero Dios por lo visto tiene otros
planes. Que se cumpla su voluntad».
Educador,
confesor, ecónomo y literato. Fundó una importante imprenta en
Polonia. Murió en cautiverio.
Nació en Kotuchna, en la
Silesia polaca, el 27 de septiembre de 1898. Fue el quinto de nueve
hermanos, que recibieron de sus padres, Stanislaw, un honrado
trabajador forestal, y de Franciszka, la madre, una sólida formación
en la fe.
En familia se rezaba el rosario, y se compartía la
devoción a María, ante un pequeño altar que presidía el hogar. El
matrimonio fue bendecido por Dios, con varias vocaciones a la vida
religiosa entre sus vástagos, uno de ellos Estanislao.
Éste,
sensibilizado por lo que acontecía en su entorno, era enormemente
receptivo, hacia todo aquello que reportase un bien. Sería la base
sobre la que Dios iba a trabajar. La semilla ya había germinado, y
crecería frondosa en una excelente tierra.
Puso en su
camino, a un hermano perteneciente a la Sociedad del Verbo Divino
(SVD) de Nysa, que distribuía las revistas misioneras, y la
literatura polaca. Y lo que podía haber quedado en una acción
ordinaria, a la que apenas se presta atención, aunque solo fuese por
la costumbre, en su caso, adquirió tintes nuevos. La presencia de
esta persona, y la actividad que llevaba a cabo, fue tan sumamente
importante para él que, influenciado por ello, se sintió atraído
casi a la par, por la vida misionera y por la literatura.
Bien
es verdad, que tuvo la fortuna de tener cerca a un gran sacerdote.
Era el coadjutor de Mikolow, P. Michatz. Llevado por su afán
apostólico, al darse cuenta de que el joven tenía vocación, le
prestó su ayuda, para que pudiera ingresar en el seminario menor de
la SVD de Nysa.
Sin embargo, la primera guerra mundial,
impidió que pudiese culminar los estudios. No le quedó más
remedio, que servir en el frente. Fue telefonista y telegrafista en
el cuartel de Szczecin, hasta la primavera de 1919.
Como
tantas familias, la suya también quedó herida por la barbarie. Su
hermano mayor fue una de sus víctimas. Al volver Estanislao, retomó
el camino que había quedado cercenado por la contienda. Prosiguió
sus estudios, hizo el noviciado en Mödling, y profesó como
religioso de la SVD.
Era una persona algo introvertida. Pero
sus formadores, apreciaron su sentido del deber, el rigor que se
imponía, así como la humildad y la fidelidad, que le hacían
acreedor de confianza.
Fue ordenado sacerdote en 1927. Gozaba
de buena salud, y explícitamente lo hizo notar, en el escrito que
presentó, sometiéndolo al juicio de sus superiores, junto a una
lista de países lejanos, a los que podría partir si lo consideraban
oportuno. Ellos tuvieron muy en cuenta lo que dijo. Pero en el otoño
de 1928, lo trasladaron a Górna Grupa. Hay consejos que jamás se
olvidan. La emocionante despedida de su madre fue: «hijo,
permanece fiel al camino que elegiste». Así lo hizo.
Sus
cualidades literarias, y soltura en el dominio de la lengua, le
hacían apto para la docencia. Pero él se inclinó, a la creación
literaria más que a la enseñanza, todo ello sin descuidar la labor
misionera y pastoral.
En la responsabilidad que le
encomendaron: llevar como ecónomo, una residencia de 300 personas,
fue sumamente eficaz, al punto de que al año siguiente, pusieron
bajo su tutela, la economía regional de la Orden.
Sucesivamente
fue el redactor de las revistas «El Pequeño Misionero» y
«El Tesoro Familiar». En 1937, dio un salto cualitativo y él
mismo fundó la revista «El Mensajero del Corazón de Jesús»,
que puso bajo el amparo de San José, por el que experimentaba gran
devoción, y al que no dudaba en encomendar, cualquier necesidad que
surgía.
Así, al Santo Patriarca, atribuía haber podido
erigir el edificio que albergaba la imprenta, equipándola
convenientemente. Su actividad imparable, dio también como fruto, la
publicación de artículos de temática teológica y pedagógica, con
trasfondo espiritual. Se convirtió en fértil autor de relatos,
novelas y obras teatrales, todas ellas sumamente instructivas. Tenían
único objetivo: «colaborar con Jesús en la salvación de las
almas».
La tarea que llevaba a cabo, guardaba estrecho
paralelismo, con el ejercicio de su misión pastoral, que desplegaba
con todos, especialmente con los seminaristas, que hallaron en él un
confesor ideal. Su fidelidad, junto a un carácter disciplinado y
servicial, ponían de relieve su madurez espiritual.
Cuando
estalló la guerra en 1939, valerosamente se enfrentó a la Gestapo,
en defensa de los débiles. En un primer momento, se salvó de una
más que segura represalia, lo cual atribuyó a San José. Pero no
pudo impedir, que destruyeran lo que con tanta ilusión había puesto
en pie: la imprenta.
Sufrió viendo cómo arrasaron, lo que
hallaron al paso. Perdieron entonces todo lo que tenían para
sustento, de la gran comunidad. La tragedia, que no hizo más que
comenzar, continuó in crescendo, con el arresto de los sacerdotes, y
la confiscación de los bienes.
De nuevo San José le ayudó
a encontrar una salida, que fue momentánea, para poder alimentar a
todos, hasta que fueron detenidos en febrero de 1940, y conducidos de
Stutthof a Sachesenhausen.
Estanislao, que había disfrutado
de excelente salud, confinado en el bloque 29, destinado a los
tuberculosos, enfermó a fuerza de tantas carencias, inclemencias
meteorológicas, y el trato vejatorio e inhumano, que no cesaron de
infligirles a todos ellos. Tan solo el Jueves Santo de ese año,
pudieron celebrar la Eucaristía, y recibir la comunión de forma
clandestina.
El organismo del beato, cada vez más
debilitado, entró en una aguda fase de deterioro, ante la pasividad
de los vigilantes que, por si fuera poco, se encarnizaron con él. Le
obligaban a realizar trabajos forzados, en claro intento de llevarlo
a la muerte.
Lo recluyeron en un retrete, donde estuvo tres
días, y vio que su fin se acercaba: «Esto ya no durará mucho.
Estoy muy debilitado. ¡Dios mío, cómo quisiera regresar a Górna
Grupa. Pero Dios por lo visto tiene otros planes. Que se cumpla su
voluntad».
El 26 de abril de ese año, el jefe de la
barraca se dirigió a él. Con manifiesta brutalidad, espetó: «Ya
no tienes por qué vivir» al tiempo que le aplastaba el pecho y
la garganta, con el pie. Juan Pablo II lo beatificó el 13 de junio
de 1999.
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