27 de Julio 2024
San Celestino I
(+432)
«Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte».
«No permitamos sembrar en nuestra
tierra, otro grano que el que nos ha dejado en depósito, el Divino
Sembrador»
«Su alma santísima, goza ya de la visión de
Dios».
El
Señor ha ido sembrando, a lo largo de la historia de la Iglesia,
hombres que lucharon denodadamente, por conservar incólume la
doctrina del Evangelio. Los herejes, que siempre existieron a lo
largo de la historia, parece que se empeñaban en ensuciar las aguas
cristalinas, que predicara Cristo y sus Apóstoles. Misión, sobre
todo de la Iglesia, será siempre defender esta doctrina y
presentarla así, sin mancha, a todos los fieles cristianos.
Uno
de los hombres que hubo de luchar duro, contra dos de estas herejías
sobre todo, que serán las semipelagianas y arrianas, será el
valiente San Celestino I, Papa. Parece que nació en el último
cuarto de siglo IV, en la Campania napolitana (Italia), de padres
nobles y emparentados con reyes. Su padre, llamado Prisco, era
familia del emperador Valentiniano.
Sabemos muy pocas cosas de
él, de su juventud y formación literaria, pero lo cierto, es que
hubo de crecer muy rápidamente, en ciencia y en virtud, ya que le
vemos escalar rápidamente también, por los escalones de la carrera
eclesiástica, hasta llegar al grado supremo, que es el
Pontificado.
Renunció a proposiciones muy lisonjeras que le
presentaban, y tan sólo ansió consagrarse para siempre y del todo,
a la vida del espíritu. Parece ser que trató de retirarse al
desierto, para allá estar más alejado del mundo, y disponer de
mayor facilidad para entregarse al Señor... pero otros eran los
caminos, que le señalaba la Divina Providencia.
Se ordenó
sacerdote, y vivió unos años entregado al cuidado de las almas,
hasta que muy pronto, ante la sabiduría y prudente santidad, que
brotaba de sus palabras, y de sus obras, fue elevado al episcopado, y
enviado a Siria para que gobernase aquella Iglesia. Allí se entregó
de lleno al cuidado de su grey.
Visitaba a los enfermos, y
educaba en la fe a todos los feligreses. No había mal que no tratase
de remediarlo. Cuando no podía ir personalmente, lo hacía por medio
de sus preciosas CARTAS, que son todo un modelo de bondadosa
solicitud, a la vez que de dureza, cuando el caso lo requería, con
tal fuera conservar incólume la fe, de las injerencias de sus
enemigos.
El Papa Bonifacio I, había dejado huérfana la
diócesis de Roma, como sucesor de San Pedro, y aquella Iglesia
solicitó la presencia de Celestino, para regirla. Eran tiempos
sumamente difíciles, por la arbitrariedad y los gérmenes de
herejía, que se iban infiltrando en muchos ambientes. Los diez años
que gobernó la Iglesia, fueron verdaderamente fecundos en todos los
sentidos, sobre todo en el aspecto dogmático, en el litúrgico y
pastoral.
En el primero, luchó denodadamente contra Nestorio,
que defendía que la Virgen era sólo Madre de Jesús en cuanto
hombre, y no en cuanto Dios, es decir: que María no era Dei
Genitrix, Madre de Dios. San Celestino luchó por sí mismo, y por
medio de San Cirilo de Alejandría, para que en el Concilio de Efeso,
celebrado el 431, fuera proclamado el dogma de la Maternidad Divina
de María. Todos los Padres conciliares, repitieron las palabras del
Papa: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte».
En el campo
pastoral, escribe sus famosas Decretales, que resuman prudencia,
sabiduría y entereza a la vez. Dice en ellas a los Obispos: «No
permitamos sembrar en nuestra tierra otro grano que el que nos ha
dejado en depósito el Divino Sembrador». También luchó muy
duramente contra los herejes pelagianos, y envió fervorosos
misioneros a Inglaterra, y a otras partes del mundo para extender el
Evangelio.
Introdujo en la celebración de la Misa varias
partes importantes, y abogó con energía a favor del pecador
arrepentido, en la hora de la muerte. Lleno de méritos, expiró el 6
de Abril del año 432. Lo enterraron en el Cementerio de Priscila, y
en su tumba escribieron: «Su alma santísima goza ya de la visión
de Dios».
No hay comentarios:
Publicar un comentario