25 De Abril de 2024
Beato Andrés Solá y Molist
Mártir
(1895
- 1927)
«Pedid,
y se os dará», afirmó Cristo (Mt 7:7-12). Y Andrés que soñaba
con la palma del martirio, la alcanzó en México.
Vino al
mundo el 7 de octubre de 1895 en Taradell (Barcelona, España). Sus
padres, agricultores, educaron a sus once hijos en la fe. Andrés era
el tercero, y desde niño mostró su inclinación a la consagración.
De hecho, en 1908 confesó a su padre, que quería ser misionero.
Piadoso, devoto de María, y responsable en sus estudios,
entre otras virtudes que se apreciaban en él, quienes le conocían
más de cerca, no debieron sorprenderse, cuando dio el paso
definitivo hacia la vida religiosa.
Ingresó en el seminario
de los claretianos, después de quedar conmovido, por la predicación
de uno de ellos. Y allí, mientras se formaba para ser sacerdote,
tuvo ocasión de seguir profundizando en el evangelio, y aprender a
desasirse de tendencias y salidas de carácter, que le dieron algunos
disgustos.
Admitía humildemente sus errores, y se aplicaba
en la fidelidad y obediencia. Era agradecido, modesto, servicial, y
observante de la regla. Tenía gran nobleza, y como «de la
abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12:34), de la suya,
brotaban sueños e ilusiones apostólicas, a cada paso que tenían
como horizonte, la evangelización sustentada en su ardiente amor, al
Corazón de la Virgen María. Eran frecuentes sus visitas al
Sagrario, y se le veía orar fervorosamente ante el
Santísimo.
Después de ser ordenado sacerdote en 1922, tras
una corta estancia de un año, en Aranda de Duero, partió a
Veracruz, donde llegó en agosto de 1923. Su gran devoción a María,
le condujo al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, poniéndose
bajo su amparo.
Ejerció su ministerio en México y en León
(Guanajuato), por espacio de unos cinco años, dedicado a los fieles
y a las religiosas, en una intensa labor misionera, en medio de una
complicada situación política, que afectaba de lleno a la Iglesia,
con expresión concreta en los sacerdotes y religiosos, y de la que
tuvo noticia en diciembre de 1924.
De hecho, en un primer
momento, ya tuvo que buscar amparo en casa de unas conocidas, porque
las autoridades gubernamentales, habían dictado una orden de
expulsión.
En la primavera de 1927, las dificultades lejos de
suavizarse, empeoraron notablemente. Tanto es así, que fue instado
por sus superiores, para abandonar León, y proseguir su labor en
México. Pero apenas hizo acto de presencia, le fue comunicada la
noticia, de su eventual detención, anunciada por carta.
De
modo que no tenía otro horizonte, que proteger su vida. Era
valiente, y así lo había mostrado en la infancia, y siendo
religioso. Sus familiares y compañeros, reconocerían después de su
muerte, este nuevo matiz de su carácter, que seguramente le hizo
minusvalorar, el alcance de la amenaza que se cernía sobre él.
Decidió permanecer allí, con la prudencia debida, desde luego. Sin
embargo, esta cautela no fue tenida en cuenta debidamente, por las
personas que le alojaban, y al día siguiente. el efecto de su
descuido conllevó la detención de Andrés.
Como ha sido
propio, de quienes han derramado su sangre por Cristo, dio testimonio
inmediato de su condición sacerdotal, y se dispuso a beber el cáliz
que le aguardaba. Era el signo inequívoco, de un hombre coherente
con su vocación. Si en un momento dado, vino a su mente este
sentimiento acerca del martirio: «¡Quién sabe, si ahora el
Señor me concederá esta Gracia!. Si así fuera, que acepte mi
sangre, por el triunfo de la Iglesia Católica en México», el
velo quedaba descorrido, y llegada su hora suprema.
Fue
ajusticiado el 25 de abril de 1927, en crudo suplicio, al que
sobrevivió unas horas mientras repetía: «Jesús mío, Jesús
mío, por Ti muero». Herido de muerte, pero aún con vida,
brazos bondadosos y humanitarios, le extrajeron del espeso
«chapopote» (alquitrán) al que sus verdugos le habían arrojado.
Fue beatificado, el 20 de noviembre de 2005.
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