21 De Octubre de 2023
San Malco de Maronea
Monje
(375)
Conmemoración
de San Malco, monje, del que San Jerónimo, expuso por escrito el
testimonio de su ascesis, y de su vida en Maronea, cerca de Antioquía
de Siria.
Los datos que poseemos sobre San Malco, proceden de
San Jerónimo, quien afirma haberlos oído, de labios del propio
santo.
Hallándose en Antioquía, hacia el año 375, San
Jerónimo visitó la ciudad de Maronia, que distaba unos cincuenta
kilómetros, y conoció allí, a un anciano muy piadoso llamado Malco
(Malek).
Interesado por lo que había oído contar sobre él,
San Jerónimo interrogó personalmente a Malco, quien le refirió su
historia. Había nacido en Nísibis, y era hijo único. Desde muy
joven, determinó consagrarse enteramente a Dios.
Como se
sintiese inclinado a casarse, huyó inmediatamente al desierto de
Kalkis, para reunirse con unos ermitaños. A los pocos años, se
enteró de la muerte de su padre, y pidió permiso a su abad, para ir
a consolar a su madre.
El abad, no vio con buenos ojos el
proyecto, y advirtió a Malco que se trataba de una sutil tentación
del demonio. Malco insistió, en que había heredado de su padre
algún dinero, con el que pensaba contribuir, al ensanchamiento del
monasterio, pero el abad, que era un hombre de Dios, y sabía a qué
atenerse, no se dejó persuadir, y rogó a su joven discípulo, que
renunciase al proyecto. Sin embargo, Malco pensó, que tenía el
deber de ir a consolar a su madre, y partió en contra de la voluntad
de su abad.
La caravana en la que viajaba Malco, fue atacada
por los beduinos, entre Alepo y Edesa, y uno de los cabecillas, lo
tomó prisionero junto con una joven, y condujo a ambos al corazón
del desierto, más allá del Eufrates.
Allí, Malco se vio
obligado a pastorear los rebaños del beduino, cosa que no le
desagradaba. Naturalmente no le gustaba vivir entre gentiles, bajo el
terrible sol del desierto, al que no estaba acostumbrado. Pero, como
él decía: «parecíame mi suerte, muy semejante a la del santo
Jacob y a la de Moisés, ya que ambos habían sido pastores en el
desierto. Me alimentaba de dátiles, queso y leche. Oraba
incesantemente en mi corazón, y solía cantar los salmos, que había
aprendido entre los monjes».
El amo de Malco, que estaba
muy satisfecho con él, pues los esclavos no eran ordinariamente, tan
obedientes y fáciles de manejar como aquel prisionero, decidió
buscarle una compañera.
Un miembro, de una tribu errante del
desierto, no podía comprender, que un hombre determinase libremente
permanecer célibe, ya que los jóvenes que aún no se habían
casado, estaban obligados a vivir, como criados en la tienda de otro
hombre, puesto que únicamente las mujeres, podían hacer los
trabajos domésticos, para atender a los hombres.
Cuando el
beduino ordenó a Malco, que contrajese matrimonio con su compañera
de cautiverio, éste se alarmó, dado que era monje, y sabía que la
joven era casada. Sin embargo, según parece, la joven no se oponía
al proyecto.
Pero cuando Malco declaró, que estaba dispuesto
a suicidarse, antes que contraer matrimonio, la joven, herida en su
amor propio (pues la naturaleza humana es siempre la misma a través
de los siglos), le dijo que no tenía el menor interés por él, y
que podían simplemente fingir, que estaban casados para complacer a
su amo.
Así lo hicieron, por más que la situación no
satisfizo del todo, a ninguno de los dos. Malco confesó a San
Jerónimo: «Llegué a querer a esa mujer como a una hermana, pero
sin poder tenerle la confianza que se tiene a una hermana».
Un
día en que Malco, se entretenía en observar un hormiguero, se le
vino a la cabeza la idea, de que la vida ordenada y laboriosa de los
monjes, se asemejaba mucho a la de una colonia de hormigas. Ese
recuerdo le entristeció mucho, pues recordó cuán feliz había sido
entre los monjes.
Aquélla misma noche, al volver del
pastoreo, dijo a su compañera, que estaba decidido a huir. Ella, que
quería también ir a reunirse con su marido, resolvió partir con
Malco. Así pues, ambos huyeron juntos una noche, llevando sus
provisiones, en dos pellejas de cabra. Inflando las pellejas,
consiguieron atravesar el Eufrates.
Pero al tercer día de
marcha, divisaron a su amo y a otro hombre, que venían en su busca,
jinetes en sendos camellos. Inmediatamente se escondieron cerca de la
entrada de una caverna. El amo de Malco, imaginando que se habían
refugiado allí, envió a su compañero a buscarlos.
Como
éste no volviese, el beduino penetró en la caverna, y tampoco
volvió a salir. ¡Cuál no sería el asombro de Malco y su
compañera, cuando vieron salir de la caverna, una leona con su
cachorro en el hocico, y dentro encontraron a los dos beduinos
muertos! Inmediatamente se apoderaron de los camellos, y partieron
con la mayor rapidez posible.
Al cabo de diez días, llegaron
a un campamento romano, en Mesopotamia. El capitán, a quien
refirieron su historia, los envió a Edesa. San Malco retornó más
tarde a su ermita de Kalkis, y fue a terminar sus días en Maronia,
donnde le conoció San Jerónimo.
Su compañera de
cautiverio, no consiguió encontrar a su marido. Entonces,
acordándose del amigo, con el que había compartido tantas penas, y
que la había ayudado a escapar, fue a establecerse cerca de él, sin
impedirle el servicio de Dios, y de sus prójimos. Ambos murieron a
edad muy avanzada.
En
Acta Sanctorum, oct., vol. IX, puede verse el texto de San Jerónimo
ampliamente comentado. Un monje de Canterbury, Reginaldo (quien
falleció hacia 1110), compuso varios poemas sobre san Malco; cf. The
Oxford Book of Medieval Latin Verse (1928), pp. 73-75, y p. 221, núm.
50. En Classical Bulletin, 1946 (Saint Louis, U.S.A.), pp. 31-60,
puede verse el texto y una traducción inglesa. Dichos poemas son de
poco valor histórico, ya que fueron compuestos probablemente con
miras a la edificación.
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