18 De Octubre de 2023
San Pedro de Alcántara
Religioso.
Presbítero
(1499-1562)
En
la villa de Arenas, en la región española de Castilla, San Pedro de
Alcántara, que en España se celebra mañana, día
diecinueve.
Pedro Garavita nació en el pueblecito de
Alcántara, en Extremadura, en 1499.
Su padre, que era
abogado, ejercía el cargo de gobernador de la localidad, su madre
era de muy buena familia, y ambos se distinguían por su piedad, y
cualidades personales.
Pedro empezó los estudios en la
escuela del lugar, pero su padre murió, antes de que hubiese
terminado la filosofía. Su padrastro lé envió más tarde, a la
Universidad de Salamanca, donde Pedro determinó hacerse franciscano,
y tomó el hábito en el convento de Manjaretes, situado en las
montañas que separan a España de Portugal.
Escogió
precisamente ese convento, por su ardiente espíritu de penitencia,
ya que en él se hallaban reunidos, los observantes que ansiaban una
vida más rigurosa. Durante el noviciado, se le confiaron
sucesivamente los oficios de sacristán, refitolero y portero, que
desempeñó con gran asiduidad, aunque no siempre con eficacia, pues
era un tanto distraído.
Por ejemplo, su superior tuvo que
reprenderle, porque al cabo de seis meses como refitolero, no había
servido ni una sola vez, fruta a la comunidad. El joven se excusó,
diciendo que nunca había encontrado fruta, cuando le hubiese bastado
levantar los ojos, para ver que del techo del refectorio, colgaban
enormes racimos.
Con el tiempo, la mortificación le hizo
perder absolutamente, el sentido del gusto; en cierta ocasión,
encontró en su plato vinagre salado, y lo tomó como si fuese la
sopa ordinaria. Su lecho consistía en una piel sobre el suelo; solía
emplearlo para arrodillarse a orar, una buena parte de la noche, y
dormía sentado, con la cabeza contra la pared. Sus vigilias,
constituían el aspecto más notable de sus mortificaciones, de
suerte que el pueblo cristiano ha hecho de él, el patrono de los
guardias y veladores nocturnos. El santo fue reduciendo gradualmente,
el tiempo de su vigilia para no dañar su salud.
Algunos años
después de su profesión, se le envió a fundar un pequeño convento
en Badajoz, aunque no tenía más que veintidós años, y no era aún
sacerdote. Ejerció el superiorato, durante tres años, al cabo de
los cuales, fue ordenado sacerdote, en 1524. Sus superiores le
dedicaron inmediatamente a la predicación, y más tarde, le
nombraron sucesivamente, guardián de los conventos de Robredillo y
de Plasencia.
San Pedro precedía a sus súbditos con el
ejemplo, observando a la letra, los consejos evangélicos; por
ejemplo, sólo tenía un hábito, de suerte que cuando lo daba a
lavar o a remendar, se retiraba a esperar, desnudo, en un rincón del
huerto. Por aquella época, predicó en toda Extremadura, con gran
fruto de las almas.
Además de su talento natural, y de sus
conocimientos, Dios le había favorecido con la ciencia infusa, y el
sentido de las cosas espirituales; estos últimos son dones
sobrenaturales, que Dios no suele conceder, sino a quienes se han
ejercitado largamente, en la oración y la práctica de las virtudes.
La sola presencia del santo, era ya una especie de sermón, y
se dice que le bastaba, con presentarse en un sitio, para empezar a
convertir a los pecadores. Gustaba particularmente de predicar a los
pobres, basándose en los textos, de los libros de la sabiduría, y
de los profetas del Antiguo Testamento. San Pedro se sintió toda su
vida atraído por la soledad.
Como hubiese rogado a sus
superiores, que le enviasen a algún monasterio remoto, en el que
pudiese entregarse a la contemplación, éstos le enviaron al
convento de Lapa, que era un sitio muy poco poblado, con el cargo de
superior.
Allí compuso San Pedro su libro sobre la oración,
tan estimado por Santa Teresa, fray Luis de Granada, San Francisco de
Sales y otros. Es una verdadera obra maestra, que ha sido traducida a
la mayoría de las lenguas occidentales.
San Pedro aprovechó
para escribir, su propia experiencia del amor divino, ya que vivía
en continua unión con Dios. Con frecuencia, era arrebatado en
éxtasis, que duraban largo tiempo, y estaban acompañados de otros
fenómenos extraordinarios. La fama de San Pedro de Alcántara, llegó
a oídos del rey, Juan III de Portugal, quien le llamó a Lisboa, y
trató en vano de retenerle allí.
En 1538, el santo fue
elegido, ministro provincial de los frailes, de la estricta
observancia, de la provincia de San Gabriel, en Extremadura. En el
ejercicio de su cargo, redactó una regla, aún más severa que la ya
existente y la propuso, en 1540, en el capítulo general de
Plasencia. Como la propuesta encontrase una fuerte oposición, el
santo renunció a su cargo, y fue a reunirse con fray Martín de
Santa María.
Dicho fraile, interpretando la regla de San
Francisco, como un llamamiento a la vida eremítica, construía una
ermita en una desolada colina, llamada la Arábida, a orillas del
Tajo, en la ribera opuesta a la de Lisboa.
San Pedro alentó
a fray Martín, y sus compañeros, y le sugirió varias
disposiciones, que fueron adoptadas. Los ermitaños iban descalzos,
dormían en esteras, o al ras del suelo, jamás tomaban carne ni
vino, y no tenían biblioteca. Poco a poco, varios frailes de España
y Portugal, se adhirieron a la reforma, y los conventos empezaron a
multiplicarse. En la ermita de Palhaes, se fundó el noviciado, y San
Pedro fue nombrado guardián y maestro de novicios.
El santo
estaba muy angustiado, a causa de las pruebas, por las que la Iglesia
atravesaba entonces. Para oponer el dique de la penitencia, a la
relajación de las costumbres, y a las falsas doctrinas, concibió,
en 1554, el proyecto de establecer una congregación de frailes de
observancia, aún más estricta.
El provincial de Extremadura
no aceptó el proyecto; en cambio, el obispo de Soria, acogió la
idea con entusiasmo, y San Pedro se retiró con un compañero, a
dicha diócesis a hacer un ensayo de la nueva vida eremítica. Poco
después fue a Roma, viajando descalzo, con el objeto de obtener el
apoyo de Julio III.
Aunque el ministro general de los
observantes, veía con malos ojos el proyecto del santo, éste
consiguió que el Papa, lo pusiera bajo la obediencia, del ministro
general de los conventuales, y obtuvo permiso para fundar un
convento, tal como él lo concebía. A su vuelta a España, un amigo
suyo construyó en Pedrosa, un convento a su gusto. Tales fueron los
comienzos, de la rama franciscana conocida con el nombre de la
Observancia de San Pedro de Alcántara.
Las celdas eran muy
pequeñas; la mitad de cada una de ellas, estaba ocupada por el
lecho, que consistía en tres tablas desnudas. La iglesia hacía
juego con el resto. Los frailes, no podían olvidar que estaban
llamados a hacer penitencia, dado que sus celdas parecían más bien
sepulcros, que habitaciones.
Un amigo de San Pedro, que le
había ayudado a llevar a cabo la «reforma», se quejó un
día de la malicia del mundo. El santo replicó: «El remedio es muy
sencillo. El primer paso sería, que vos y yo fuésemos lo que
deberíamos ser; entonces estaremos en paz con nosotros mismos. Si
todos hicieran eso, el mundo sería perfecto. Lo malo es que pensamos
en reformar a otros, antes de reformarnos a nosotros».
Poco a
poco, otros conventos adoptaron la reforma. San Pedro escribió en
sus reglas, que las celdas no debían tener más de dos metros de
largo; que el número de frailes de cada convento, no debía pasar de
ocho; que los frailes debían andar descalzos, consagrar a la oración
mental, tres horas diarias, y no recibir estipendios por las misas.
Igualmente les impuso otras prácticas rigurosas, que se
acostumbraban en la Arábida.
En 1561, la nueva custodia, fue
elevada a la categoría de provincia, con el nombre de San José, y
el Papa Pío IV la retiró de la jurisdicción de los conventuales, y
la pasó a la de los observantes (Los «alcantarinos» dejaron de ser
un cuerpo diferente en 1897, cuando León XIII reunió las distintas
ramas de los observantes).
Como suele acontecer en tales
casos, la provincia de San Gabriel, a la que San Pedro había
pertenecido, no vio con buenos ojos su empresa, y el santo fue
tratado de hipócrita, traidor, turbulento y ambicioso, por sus
antiguos superiores.
A esas acusaciones replicó
sencillamente: «Padres míos, os ruego que toméis en cuenta, la
buena intención que me guía en esta empresa; pero, si estáis
plenamente convencidos, de que no es para la gloria de Dios, haced
cuanto podáis por echarla a pique». Efectivamente, los frailes
de San Gabriel, hicieron cuanto pudieron por echarla a pique, pero la
«reforma», siguió ganando terreno, a pesar de todo.
En
1560, en el curso de una visita a su provincia, Aan Pedro de
Alcántara pasó por Avila, movido por una orden recibida del cielo.
Por entonces, Santa Teresa se hallaba todavía en el convento de la
Encarnación, y atravesaba por un período de ansiedad y escrúpulos,
pues muchas personas, le habían dicho que era víctima de los
engaños del demonio. Una amiga de la santa, consiguió permiso para
que ésta, fuese a pasar una semana en su casa, y allí la visitó
San Pedro de Alcántara.
Guiado por su propia experiencia, en
materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente el caso de
Teresa, disipó sus dudas, le aseguró que sus visiones procedían de
Dios, y habló en favor de la santa, con el confesor de ésta. La
autobiografía de Santa Teresa, nos proporciona muchos datos, sobre
la vida y milagros de San Pedro de Alcántara, ya que éste le contó,
muchos detalles de sus cuarenta y siete años de vida religiosa.
Santa Teresa escribió: «Me dijo, si mal no recuerdo, que
en los últimos cuarenta años, no había dormido más de una hora y
media por día. Al principio, su mayor mortificación consistía en
vencer el sueño, por lo cual tenía que estar siempre de rodillas o
de pie [...] En todo ese tiempo, jamás se caló el capuchón, por
ardiente que fuese el sol, o tupida la lluvia.
Siempre iba
descalzo, y su único vestido era un hábito de tejido muy burdo, tan
corto y estrecho como era posible, y un manto de la misma tela;
debajo del hábito no llevaba camisa. Me dijo que cuando el frío era
muy intenso, acostumbraba quitarse el manto, y abrir la puerta y la
ventana de su celda, para sentir un poco de calor, al volverlas a
cerrar y al ponerse el manto.
Estaba acostumbrado a comer,
una vez cada tres días, y se extrañó de que ello me maravillase,
pues decía que era una cuestión de costumbre. Uno de sus
compañeros, me contó que algunas veces, no comía en toda la
semana; probablemente eso sucedía cuando estaba en oración, porque
solía tener grandes arrebatos, y transportes de amor divino, de uno
de los cuales yo misma fui testigo.
Desde su juventud, había
practicado la pobreza, con el mismo rigor que la mortificación [...]
Cuando yo le conocí, era ya muy viejo, y su cuerpo estaba tan débil
y vacilante, que parecía más bien, hecho de raíces y corteza de
árbol, que de carne. Era un hombre muy amable, pero sólo hablaba
cuando le preguntaban algo; respondía con pocas palabras, pero valía
la pena oírlas, pues poseía un juicio excelente».
Cuando
Teresa volvió de Toledo a Avila, en 1562, encontró nuevamente allí,
a San Pedro de Alcántara, quien consagró la mejor parte de sus
últimos meses de vida, y las fuerzas que le quedaban, a ayudar a la
santa, en la fundación de la primera casa de carmelitas reformadas.
El éxito de Teresa se debió, en gran parte, a los consejos y al
apoyo de San Pedro, quien empleó toda su influencia, con el obispo
de Ávila y otros personajes.
El santo asistió, el 24 de
agosto, a la primera misa que se celebró, en el nuevo convento de
San José. En la época turbulenta de las fundaciones, Santa Teresa
fue fortalecida, y consolada, más de una vez, por las apariciones de
San Pedro de Alcántara, quien ya había muerto para entonces. Según
el testimonio de Teresa, citado en el decreto de canonización, San
Pedro fue quien más hizo, por ayudarla en la empresa de la reforma
del Carmelo.
La carta que el santo escribió a Teresa, acerca
de la pobreza absoluta de la nueva fundación, muestra que las dos
almas, se comprendían perfectamente: «Confieso que me sorprendo,
de que hayáis pedido el parecer, de los hombres de ciencia, para una
cuestión, en la que carecen de competencia. Los litigios, y los
casos de conciencia, son el campo de los canonistas y teólogos; los
problemas de la vida de perfección, tienen que resolverlos quienes
la practican.
Nadie puede hablar de lo que no conoce,
y no toca a los hombres de ciencia, determinar si vos o yo, hemos de
practicar los consejos evangélicos ... Aquél que da el consejo, da
también los medios ... Los abusos que se observan, en los
monasterios que no tienen rentas, proceden no de la pobreza, sino de
la falta de deseo de pobreza».
Dos meses después, de la
inauguración del convento de San José, San Pedro de Alcántara cayó
enfermo, y fue trasladado al convento de Arenas, para que muriese
entre sus hermanos. En sus últimos momentos, repitió las palabras
del salmista: «Mi alma se regocija porque me han dicho: Iremos a
la casa del Señor» (salmo 122,1) En seguida se arrodilló, y
murió en esa actitud.
Santa Teresa escribió: «Después
que murió, el Señor ha tenido a bien, que me aproveche más que
cuando vivía, ya que me ha ayudado y aconsejado en muchos asuntos, y
Ie he visto frecuentemente en la gloria ... Nuestro Señor me dijo
una vez, que escucharía cuantas peticiones se le hiciesen, en honor
de San Pedro de Alcántara. Yo le he encomendado, que me obtenga
muchas cosas de Nuestro Señor, y todas mis peticiones han sido
oídas».
San Pedro de Alcántara fue canonizado en
1669.
Si se compara la vida de san Pedro de Alcántara con la
de otros místicos, como santa Teresa de Avila, y San Juan de la
Cruz, puede decirse que no ha suscitado, ni con mucho, el mismo
interés. La primera biografía del santo fue impresa en 1615, es
decir, cincuenta y tres años después de su muerte.
El
autor es fray Juan de Santa María. En Acta Sanctorum, oct., vol.
VIII, hay una traducción latina, junto con otra biografía más
larga, publicada en 1669 por fray Lorenzo de San Pablo. En 1667, fray
Francisco Marchese, publicó en italiano una biografía, basada en
las deposiciones de los testigos del proceso de canonización; ha
sido traducida a muchas lenguas. En el Directorio Franciscano, hay
una bibliografía sobre el santo, más actualizada que ésta de
Butler, y allí mismo varios artículos bio bibliográficos, como una
interesante introducción a sus escritos. El Tratado de la oración y
meditación, se consigue en una buena transcripción en línea. El
cuadro es «Éxtasis de Pedro de Alcántara», de Melchor Pérez
Holguín, siglo XVIII, en el Museo Nacional de Arte de Bolivia.
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