13 de Octubre 2023
Beato Pedro Adrián Toulorge
Presbítero y
mártir
(1757-1793)
En
Coutances, en la región francesa de Manche, beato Pedro Adrián
Toulorge, sacerdote premonstratense y mártir, que en los días de la
Revolución Francesa, dio muestra de su entrega incondicional a
Cristo.
«Señora, las lágrimas que derrama, son indignas
de usted y de mí. ¿Qué dirán las gentes del mundo, si saben que
habiendo renunciado al mundo, nos duele abandonarlo?»
Con
estas palabras, consuela y alecciona, el beato Pedro Adrián a una
religiosa detenida con él, cuando el mártir anuncia, que se le ha
sentenciado ya a muerte, de manera inapelable.
Pedro Adrián
nació y fue bautizado, el 4 de mayo de 1757 en Muneville-le-Bingard,
en la península de Cotentin, como tercer hijo de Julián Toulorge y
de Juliana Hamel, propietarios agrícolas.
La diócesis de
Coutances, donde se hace mayor, sigue siendo, en la época del
triunfo de Voltaire, una región de fervor religioso; casi todos
celebran la Pascua, y las vocaciones religiosas abundan.
Pedro
Adrián es piadoso, y cuando manifiesta las primeras aspiraciones al
sacerdocio, se hace cargo de él, uno de los vicarios de la
parroquia, que lo inicia en el latín. El joven ingresa pronto, en un
colegio para seguir estudios de humanidades, y luego de filosofía.
Hacia 1776, le admiten en el seminario mayor de Coutances,
regentado por los eudistas. Tras ser ordenado sacerdote en 1782,
Pedro Adrián Toulorge, es nombrado vicario de Doville, parroquia de
seiscientos habitantes, cuyo párroco es un canónigo
premonstratense, hombre metódico y diligente.
La situación
material de ambos sacerdotes les permite vivir modestamente, aunque
con decencia. La parroquia cuenta con muchos indigentes, como
consecuencia de la guerra de independencia norteamericana, que ha
arruinado los oficios del mar. El párroco y su vicario, ponen todo
de su parte para asistirlos.
En julio de 1790, la Asamblea
Nacional promulga la «Constitución Civil del Clero», acto
cismático, que coloca a la Iglesia de Francia, bajo la tutela del
poder civil. En adelante, los obispos y sacerdotes serán elegidos
por el pueblo, y la Santa Sede, se ve despojada de toda autoridad.
En noviembre, una nueva ley impone a los sacerdotes
funcionarios públicos (obispos, párrocos y vicarios), que presten
juramento de fidelidad a la Constitución civil, bajo pena de
destitución, y llegado el caso, de persecuciones penales. En marzo
de 1791, el Papa Pío VI, condena la Constitución civil, y prohíbe
al clero que preste el juramento cismático. Mientras tanto,
numerosos sacerdotes han «jurado» por ambición, codicia,
debilidad o ignorancia. Algunos se retractarán al conocer la condena
pontificia.
El 26 de agosto de 1792, cuando la «máquina
revolucionaria» avanza inexorablemente, una ley condena a la
deportación a todos los eclesiásticos funcionarios, que no hayan
prestado juramento. Los «rebeldes» que permanezcan en Francia, o
que regresen después de haber emigrado, serán pronto reos de
muerte.
El clero que se mantiene fiel, toma en masa el camino
del exilio. El padre Toulorge comete entonces un error de cálculo:
se considera afectado por la ley de destierro, cuando ésta sólo
concierne a los sacerdotes funcionarios. Solicita sus pasaportes y se
embarca el 12 de septiembre rumbo a la isla anglonormanda de Jersey,
muy próxima.
Allí coincide con más de quinientos
sacerdotes, de la diócesis de Coutances, llevando durante cinco
semanas, la existencia precaria de un emigrado sin recursos. No
obstante, un compañero de exilio, le indica su error sobre el
alcance de la ley de destierro.
Pedro Adrián, pensando en su
país, que está desprovisto de sacerdotes fieles, decide entonces
regresar cuanto antes, con la esperanza de que su ausencia, haya
pasado desapercibida. Desembarca clandestinamente, en una playa de
Cotentin, y enseguida se oculta en el monte; desde noviembre de 1792
hasta septiembre de 1793, vive en la clandestinidad, desplazándose
de un pueblo a otro disfrazado, para celebrar Misa en casas
particulares, y administrar los sacramentos.
Hay otros veinte
sacerdotes rebeldes, que ejercen el mismo ministerio en el deanato.
El padre Toulorge, celebra la santa Misa con ornamentos improvisados,
y ha copiado de su puño y letra, las principales oraciones del
misal. Su actividad continúa, a pesar del hostigamiento de los
comisarios, y de los clubes revolucionarios locales. Se insta a las
personas que localicen a un sacerdote rebelde, a que los denuncien,
prometiéndoles una recompensa.
El 22 de septiembre de 1793,
Pedro Adrián comparece ante la Comisión administrativa de
Coutances, encargada de decidir, si debe ser declarado «emigrado
regresado». Allí se encuentra el representante Lecarpentier,
enviado por la Convención (el parlamento de la República) para
«tomar las medidas necesarias, a fin de exterminar los vestigios
de la realeza y de la superstición».
Tras un largo
interrogatorio, a pesar de su agotamiento físico, reconoce su breve
emigración a Jersey. Los jueces, que temen a Lecarpentier, pero que
quieren salvar la cabeza del sacerdote, declaran que «el acusado
debe considerarse emigrado», basándose en los pasaportes
expedidos a su nombre, pero no transcriben sus confesiones, para
dejarle una posibilidad de disculparse; después lo envían ante el
tribunal criminal, al que compete dictar sentencia.
El juez
que preside esa instancia, Loisel, aunque jacobino, no es un
«terrorista» fanático -en la Baja Normandía no gustaba el
derramamiento de sangre-. Antes de la sesión, intenta salvar al
acusado, sugiriéndole que se retracte de sus confesiones de
emigración a Jersey, y que alegue vagamente una residencia
cualquiera en Francia; el tribunal se contentará con ello, y
Toulorge evitará la guillotina. Algunos jueces, están incluso
dispuestos a responder en lugar del padre, a las preguntas del
presidente, con objeto de que no tenga un cargo de conciencia; le
bastará con guardar silencio. Pero él prefiere morir, antes que
dejar de decir toda la verdad, incluso ante un tribunal
revolucionario.
En el fallo del Tribunal Criminal del 12 de
octubre de 1793, puede leerse: «Toulorge, interpelado, para que
diga si está en condiciones de justificar, que no ha abandonado el
territorio de la República Francesa, ha dicho que no podía
justificarlo, e incluso ha reconocido haber abandonado el territorio
francés, y haberse retirado a la isla inglesa de Jersey».
El
final de esta frase («e incluso ha reconocido«») fue añadida en
el margen del acta preparada por anticipado; ese detalle muestra que
el tribunal, había previsto invocar el beneficio de la duda, a favor
del acusado.
Sin embargo, sus confesiones inequívocas,
obligaron a los jueces a aplicar la ley terrorista. Un silencio
impresionante sigue a la lectura del fallo. Entonces, Pedro Adrián
pronuncia las siguientes palabras: «¡Deo gratias! (gracias, Dios
mío)« ¡Que se haga la voluntad de Dios y no la mía!. ¡Adiós,
señores, hasta la Eternidad, si es que son dignos de ella!».
Su
rostro resplandece de alegría. Unas amas de casa que se lo
encuentran, mientras es conducido a la cárcel, creen que le han
absuelto. Cuando al día siguiente, 13 de octubre, el verdugo viene a
buscarlo, Pedro Toulorge bendice a los presentes. La guillotina se
levantaba en pleno centro de Coutances, y, desde la Revolución, era
la primera vez que funcionaba en esa pequeña ciudad.
Al
llegar al pie del cadalso, Pedro Adrián dice: «Dios mío,
entrego mi alma en vuestras manos. Os pido el restablecimiento y la
conservación de vuestra Santa Iglesia, y os ruego que perdonéis a
mis enemigos». Tras la ejecución, el verdugo agarra la cabeza
por los cabellos y la muestra al pueblo. Según un relato de un
testigo ocular, Pedro Adrián fue enterrado por personas piadosas, en
el cementerio de San Pedro. Fue beatificado el 29 de abril del 2012.
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