19 De Octubre de 2023
San Joel
Profeta. Santo del Antiguo
Testamento
Conmemoración
de San Joel, profeta, que anunció el día grande del Señor, y el
misterio de la efusión del Espíritu, sobre toda criatura, lo que
Dios tuvo a bien hacer llegar, a su pleno cumplimiento, en la persona
de Cristo, el día de Pentecostés.
El libro de Joel es
pequeño, apenas cuatro capítulos, o casi mejor, se diría tres y
medio, a juzgar por la brevísima extensión del capítulo tercero.
Pero los problemas que plantean las alusiones históricas, y las
muchas alusiones literarias que contiene, justifican que al autor, se
lo haya situado en una época tan temprana, como el siglo VIII aC. o
tan tardía como el III.
Sí, así de indeterminado se nos
presenta el autor, del que sólo sabemos su nombre, y filiación:
Joel, hijo de Petuel (o Fetuel). Sobre su persona, nada más podemos
decir con certeza. Podemos deducir, que se trata de alguien de
elevada cultura, porque maneja el idioma, y las convenciones poéticas
con fluidez. Se ha tratado de relacionarlo, con los «profetas
culturales», profetas sacerdotes, o estrechamente relacionados,
con el culto del templo, pero nada hay de decisivo al respecto en el
libro.
Lo más interesante, sin embargo, no es su persona,
sino el libro mismo, la mirada que propone. Abre con una grandiosa
visión de la naturaleza: el profeta contempla una plaga de
langostas, seguida de una sequía. la descripción es completamente
realista, como de quien verdaderamente, ha visto aquello de lo que
habla. Sin embargo, las referencias a estos hechos naturales, van
mezclando frases, que ya no se refieren a la devastación de la
naturaleza, sino a la devastación sufrida por el pueblo de Dios,
arrasado por los enemigos.
Una y otra referencia se
entretejen: «El campo ha sido arrasado, en duelo está el suelo,
porque el grano ha sido arrasado, ha faltado el mosto, y el aceite
virgen se ha agotado. ¡Consternaos, labradores, gemid, viñadores,
por el trigo y la cebada, porque se ha perdido la cosecha del campo!.
Se ha secado la viña, se ha amustiado la higuera, granado, palmera,
manzano, todos los árboles del campo están secos. ¡Sí, se ha
secado la alegría, de entre los hijos de hombre!. ¡Ceñíos y
plañid, sacerdotes, gemid, ministros del altar; venid, pasad la
noche en sayal, ministros de mi Dios, porque a la Casa de vuestro
Dios, se le ha negado oblación y libación!»
A la
enormidad de toda esta destrucción, en la naturaleza y en la tierra
de Yahvé, el profeta le opone un tercer plano: el «Día de
Yahvé», en el que Él se levanta, para destruir a su vez a sus
enemigos, los enemigos de Israel, e instaurar definitivamente su
Reino.
Llega finalmente la paz, llega la restauración
definitiva, pero no suavemente, sino por una lucha, que el poeta
describe, con imágenes y alusiones, que se hunden en el lenguaje de
los demás profetas. Si, por ejemplo, Isaías describía la gran
instauración del reinado de Yahvé, con estas palabras: «Forjarán
de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas» (Is 2,4b),
Joel no deja de lanzar esta advertencia: «Forjad espadas de
vuestros azadones, y lanzas de vuestras podaderas», en clara
alusión inversa al dístico de Isaías.
La visión inicial
naturalista, que Joel adquiere, en conjunto, un tono apocalíptico,
que bien conocemos, por otros poetas apocalípticos de la misma
Biblia, y de fuera de ella también: «Y realizaré prodigios en
el cielo y en la tierra, sangre, fuego, columnas de humo. El sol se
cambiará en tinieblas, y la luna en sangre, ante la venida del Día
de Yahveh, grande y terrible.» (Jl 3,3-4).
La
destrucción y el juicio, sin embargo, no son más que el prólogo,
de la instauración de una paz y una comunión con Yahvé, como hasta
ahora nunca han tenido los hombres: «Sucederá después de esto,
que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y
vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y las
siervas, derramaré mi Espíritu en aquellos días.» (Jl 3,1-2)
Promesa que retoma el Martirologio, para relacionarla con la efusión
del Espíritu, en Pentecostés.
El libro está muy presente en
la liturgia, ya que se leen en ella muchos versículos, sea en la
misa, o en las horas del oficio. Sin embargo, esas lecturas
fragmentarias, aunque logran extraer el tono de grandiosidad, y
esperanza de la promesa divina, pierden un poco, el sentido de unidad
de este poema, que mezcla todo el tiempo los tres planos, de la
naturaleza, de la historia de Israel, y de la escatología del mundo,
en una unidad que vale la pena percibir.
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