4 De Septiembre
Beato Juan Pablo I
(1912-1978)
El
"Papa de la sonrisa" dejó su huella en la mente de la
gente, por su sencillez y su gusto, por los intercambios simples e
informales, especialmente con los niños. Siguió siendo muy popular
en Italia, y en el resto del mundo.
En 2003 se inició un
proceso de beatificación, después de que la Conferencia Episcopal
Brasileña, lanzara una petición para su beatificación, en los años
90.
Juan Pablo I será el sexto Papa del siglo XX, incluido en
el libro de los beatos. Ya han sido canonizados cuatro papas del
último siglo, que abarcan gran parte de la historia de la Iglesia,
tanto antes como después del Concilio Vaticano II: Pío X
(1903-1914), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978) y Juan
Pablo II (1978-2005). El Papa Francisco canonizó personalmente a
Juan XXIII y a Juan Pablo II en 2014, antes de beatificar a Pablo VI
en el mismo año, y luego canonizarlo en 2018.
Desde hace unos
meses, la casa del pueblo de Canale d'Agordo, en el norte de Italia,
donde nació Albino Luciani en 1912, vuelve a estar abierta a los
visitantes, tras una larga restauración. El obispo de la diócesis
de Belluno, monseñor Renato Marangoni, acogió el anuncio de la
fecha de beatificación diciendo: "Es una especie de regalo
de Navidad".
Duró sólo 33 días como Papa. La
madrugada del 28 de septiembre de 1978, lo encontraron muerto en su
cama. Luego de la consternación inicial, se impuso el estado de
sospecha. Las teorías conspirativas fueron ganando espacio, y en la
opinión pública, se fue instalando la convicción de que Juan Pablo
I, había sido asesinado.
Albino Luciani, había recorrido un
largo camino para llegar allí. 66 años que quedaron eclipsados, por
esos 33 días de reinado fugaz.
Nació el 17 de octubre de
1912, en Forno di Canale, un pequeño pueblito situado entre Venecia,
y la frontera italiana con Suiza. El padre era albañil. Buena parte
del año, la pasaba fuera del hogar, en busca de trabajo para
alimentar a su familia (después de Albino, los Luciani tuvieron
otros tres hijos).
En 1913, el padre emigró hacia Argentina.
Siguió el camino de tantos otros de sus compatriotas. Buscaba un
futuro. Se instaló en la ciudad de La Plata. Esperaba asentarse, y
recién mandar a buscar a su familia. Pero el trabajo no abundó para
él. El estallido de la Primera Guerra, lo convenció de volver a su
casa.
Desde Argentina envió una carta a su casa, le hablaba a
su hijo de un año, era un mensaje al futuro, una expresión de
deseos, manuscrita a 10.000 kilómetros de distancia: “Espero
que cuando te conviertas en sacerdote, te ubiques del lado de los
pobres, y de los trabajadores. Porque Cristo ha estado del lado de
ellos”. Albino llevó esa carta consigo, a lo largo de toda su
carrera eclesiástica.
Como prueba de que la decisión
familiar era firme, y hasta antecedía su nacimiento, a los 12 años
ingresó en el seminario. Las razones hay que buscarlas en la
devoción familiar, pero también en el estado de pobreza extrema de
la región, en la que los Luciani vivían: “Los periodistas han
escrito mucho sobre la pobreza de mi infancia. Pero no se pueden
imaginar, el hambre que nosotros pasamos en esos tiempos”, dijo
al asumir el pontificado.
El seminario, que el joven fuera
“con los curas”, significaba educación y comida asegurada. En
1937 fue ordenado sacerdote. Su destino parecía escrito de antemano:
labor pastoral en pequeños pueblos de provincia italianos; hablando
con campesinos, predicando y atendiendo ligeros problemas domésticos.
Sin embargo, las inquietudes intelectuales de Albino, lo hicieron
continuar con el estudio. Se doctoró en teología, y su trabajo con
los más necesitados, lo hizo destacar entre sus colegas.
Fue
ascendiendo en la jerarquía eclesiástica, y alejándose de los
pueblos marginales. Obispo, Patriarca de Venecia, Cardenal. Integró
el Concilio Vaticano II.
Tras la muerte de Paulo VI, Luciani
no llegó al cónclave como uno de los favoritos. La atención estaba
puesta, en otros dos italianos que representaban vertientes opuestas.
Los conservadores, cuyo candidato era el obispo de Milán, que
apelaban por la vuelta a las raíces, y por obturar cualquier
posibilidad de apertura, por un lado; por el otro, los que querían
profundizar el camino del Concilio Vaticano II.
Queda claro
que ninguno de los dos, proponía una revolución. En algún momento
de las votaciones, pareció que un brasileño, Aloisio Lorscheider,
prominente representante de la Teología de la Liberación, era un
firme candidato. Pero era un nombre demasiado radical para esos
tiempos. Así fue como, casi por sorpresa, apareció el nombre de
Luciani. Una figura afable, alejada de los extremos, confiable. La
leyenda que se perpetuó, dice que cuando le informaron que iban a
votar por él, Luciani trató de desalentarlos, de convencerlos de
que estaban cometiendo un error. El Papa que no quería serlo.
Al
verlo aparecer por primera vez, en el balcón del Vaticano, los
medios se apresuraron por encontrarle un apelativo que lo
distinguiera. En un territorio hosco, poco propenso a las alegrías,
que arrastraba quince años de mandato de Pablo VI, la cordialidad de
Luciani llamó la atención. Fue así que rápidamente, pero por poco
tiempo, Juan Pablo I pasó a ser conocido como El Papa sonriente, o
La Sonrisa de Dios.
Albino Luciani batió varios récords en
su corto papado. Recién en ese 1978 (el último año de tres papas),
ocupó el cargo máximo de la Iglesia, un hombre nacido en el siglo
veinte. Fue también el primero en usar un doble nombre, homenajeando
a sus más inmediatos antecesores, Juan XXIII y Pablo VI. Y fue el
último de los papas italianos, luego de cuatro siglos. Tras su
muerte, se acabó la hegemonía italiana. Los siguientes serían un
polaco, un alemán y Francisco, un argentino. Fue también el último
Papa, en morir en el Siglo XX.
Su papado, dada su corta
duración, no dejó huella estructural, ni en la Iglesia ni en el
mundo exterior. Posiblemente su mayor legado, haya sido desistir de
la ceremonia de coronación (optó por una misa), y de utilizar la
silla gestatoria, en la que llevado por cuatro personas era paseado
en lo alto (aunque diez días después la utilizó, -fue el último
Papa en hacerlo: después apareció el Papamóvil- porque el público
se quejó de que se perdía entre la multitud, y no podían
verlo).
Esos fueron símbolos, de un intento por dejar de lado
el lujo habitual, de mostrar una imagen de mayor humildad. También
descubrió que las finanzas del Vaticano, y algunos asuntos internos,
estaban desacomodados. El largo período de Pablo VI, y su avanzada
edad, habían servido para que varios hicieran negocios espurios, y
para que se pudieran mover sin que nadie los controlara
demasiado.
Así, se suele afirmar, Juan Pablo I estaba
preparando una serie de cambios, entre los obispos y cardenales de
mayor poder, para poder tener el manejo de la situación, y para
terminar con la corrupción. Era un peligro potencial para los
corruptos.
Los registros de sus actividades papales oficiales,
es sucinto y poco memorable: ofició dos misas, envió un mensaje
“Urbi et Orbi” (radiofónico), celebró cuatro audiencias
públicas, cinco Angelus y nueve discursos. No tuvo tiempo para más.
Tal vez, lo más destacable, hayan sido dos misivas que envió
el día de la primavera de 1978. Una a James Carter, como apoyo al
diálogo de paz, que se estaba desarrollando en Camp David, por la
situación de Medio Oriente. La otra la dirigió a los obispos de
Argentina y de Chile, para instarlos a que eviten que el conflicto
por el Beagle, siguiera escalando.
En ese poco más de un mes,
Juan Pablo I estableció una rutina rígida, tal como cuenta Nelson
Castro, en su último libro. Desayunaba después de la misa, en ese
momento leía los diarios. A las 9 comenzaba con las audiencias.
Luego del almuerzo dormía una siesta.
Después, en su despacho,
se dedicaba al estudio, a los documentos, y a los papeles hasta una
temprana cena. Después pasaba a conversar con sus secretarios, y las
religiosas que lo atendían, hasta que se retiraba a su habitación
para leer algunas horas hasta dormirse. Esas lecturas, dicen, no eran
de esparcimiento, ni religiosas. Estudiaba informes secretos, que le
llegaban desde la Secretaría de Estado, sobre la situación del
Vaticano.
La versión oficial del Vaticano, indicó que un
ataque al corazón lo abatió mientras dormía, apenas empezaba el 28
de septiembre de 1978. Que fue encontrado por su secretario personal
en su cama, mientras en una mano sostenía un libro abierto.
Los
rumores comenzaron a arreciar. Las primeras sospechas, se basaron en
los movimientos confusos, y en los datos inexactos, brindados por el
Vaticano. Se dieron varios horarios de muerte; al poco tiempo,
tuvieron que reconocer que quien lo encontró, fue una monja que lo
asistía (la Iglesia se resistía a reconocer que una mujer podía
tener acceso a los aposentos papales); se apuraron los tiempos del
embalsamiento; y no se precisó, si se realizó o no autopsia.
Por
otro lado, sus intervenciones públicas, en los últimos quince años,
no habían contradicho ninguno de los grandes dogmas de la Iglesia en
temas como el divorcio, aborto, la homosexualidad, y demás asuntos
similares. Sólo se diferenció al hablar de los métodos
anticonceptivos pero tampoco con una postura radical. Por todo ello
esa imagen de Juan Pablo I, como figura revolucionaria, no encuentra
demasiado asidero en la realidad.
La sensación de sorpresa y
de estupor, por la muerte del pontífice, tan cercana a su fecha de
asunción, fue masiva.
Su sucesor, Juan Pablo II, inició el
camino de la canonización del Papa de la Sonrisa, el Papa efímero.
Con el reconocimiento por parte de la iglesia, de un milagro en
Argentina, ese camino parece estar llegando a su fin.
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