lunes, 4 de septiembre de 2023

 4 De Septiembre

Beato Juan Pablo I

(1912-1978)


El "Papa de la sonrisa" dejó su huella en la mente de la gente, por su sencillez y su gusto, por los intercambios simples e informales, especialmente con los niños. Siguió siendo muy popular en Italia, y en el resto del mundo.

En 2003 se inició un proceso de beatificación, después de que la Conferencia Episcopal Brasileña, lanzara una petición para su beatificación, en los años 90.

Juan Pablo I será el sexto Papa del siglo XX, incluido en el libro de los beatos. Ya han sido canonizados cuatro papas del último siglo, que abarcan gran parte de la historia de la Iglesia, tanto antes como después del Concilio Vaticano II: Pío X (1903-1914), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978) y Juan Pablo II (1978-2005). El Papa Francisco canonizó personalmente a Juan XXIII y a Juan Pablo II en 2014, antes de beatificar a Pablo VI en el mismo año, y luego canonizarlo en 2018.

Desde hace unos meses, la casa del pueblo de Canale d'Agordo, en el norte de Italia, donde nació Albino Luciani en 1912, vuelve a estar abierta a los visitantes, tras una larga restauración. El obispo de la diócesis de Belluno, monseñor Renato Marangoni, acogió el anuncio de la fecha de beatificación diciendo: "Es una especie de regalo de Navidad".

Duró sólo 33 días como Papa. La madrugada del 28 de septiembre de 1978, lo encontraron muerto en su cama. Luego de la consternación inicial, se impuso el estado de sospecha. Las teorías conspirativas fueron ganando espacio, y en la opinión pública, se fue instalando la convicción de que Juan Pablo I, había sido asesinado.

Albino Luciani, había recorrido un largo camino para llegar allí. 66 años que quedaron eclipsados, por esos 33 días de reinado fugaz.

Nació el 17 de octubre de 1912, en Forno di Canale, un pequeño pueblito situado entre Venecia, y la frontera italiana con Suiza. El padre era albañil. Buena parte del año, la pasaba fuera del hogar, en busca de trabajo para alimentar a su familia (después de Albino, los Luciani tuvieron otros tres hijos).

En 1913, el padre emigró hacia Argentina. Siguió el camino de tantos otros de sus compatriotas. Buscaba un futuro. Se instaló en la ciudad de La Plata. Esperaba asentarse, y recién mandar a buscar a su familia. Pero el trabajo no abundó para él. El estallido de la Primera Guerra, lo convenció de volver a su casa.

Desde Argentina envió una carta a su casa, le hablaba a su hijo de un año, era un mensaje al futuro, una expresión de deseos, manuscrita a 10.000 kilómetros de distancia: “Espero que cuando te conviertas en sacerdote, te ubiques del lado de los pobres, y de los trabajadores. Porque Cristo ha estado del lado de ellos”. Albino llevó esa carta consigo, a lo largo de toda su carrera eclesiástica.

Como prueba de que la decisión familiar era firme, y hasta antecedía su nacimiento, a los 12 años ingresó en el seminario. Las razones hay que buscarlas en la devoción familiar, pero también en el estado de pobreza extrema de la región, en la que los Luciani vivían: “Los periodistas han escrito mucho sobre la pobreza de mi infancia. Pero no se pueden imaginar, el hambre que nosotros pasamos en esos tiempos”, dijo al asumir el pontificado.

El seminario, que el joven fuera “con los curas”, significaba educación y comida asegurada. En 1937 fue ordenado sacerdote. Su destino parecía escrito de antemano: labor pastoral en pequeños pueblos de provincia italianos; hablando con campesinos, predicando y atendiendo ligeros problemas domésticos. Sin embargo, las inquietudes intelectuales de Albino, lo hicieron continuar con el estudio. Se doctoró en teología, y su trabajo con los más necesitados, lo hizo destacar entre sus colegas.

Fue ascendiendo en la jerarquía eclesiástica, y alejándose de los pueblos marginales. Obispo, Patriarca de Venecia, Cardenal. Integró el Concilio Vaticano II.

Tras la muerte de Paulo VI, Luciani no llegó al cónclave como uno de los favoritos. La atención estaba puesta, en otros dos italianos que representaban vertientes opuestas. Los conservadores, cuyo candidato era el obispo de Milán, que apelaban por la vuelta a las raíces, y por obturar cualquier posibilidad de apertura, por un lado; por el otro, los que querían profundizar el camino del Concilio Vaticano II.

Queda claro que ninguno de los dos, proponía una revolución. En algún momento de las votaciones, pareció que un brasileño, Aloisio Lorscheider, prominente representante de la Teología de la Liberación, era un firme candidato. Pero era un nombre demasiado radical para esos tiempos. Así fue como, casi por sorpresa, apareció el nombre de Luciani. Una figura afable, alejada de los extremos, confiable. La leyenda que se perpetuó, dice que cuando le informaron que iban a votar por él, Luciani trató de desalentarlos, de convencerlos de que estaban cometiendo un error. El Papa que no quería serlo.

Al verlo aparecer por primera vez, en el balcón del Vaticano, los medios se apresuraron por encontrarle un apelativo que lo distinguiera. En un territorio hosco, poco propenso a las alegrías, que arrastraba quince años de mandato de Pablo VI, la cordialidad de Luciani llamó la atención. Fue así que rápidamente, pero por poco tiempo, Juan Pablo I pasó a ser conocido como El Papa sonriente, o La Sonrisa de Dios.

Albino Luciani batió varios récords en su corto papado. Recién en ese 1978 (el último año de tres papas), ocupó el cargo máximo de la Iglesia, un hombre nacido en el siglo veinte. Fue también el primero en usar un doble nombre, homenajeando a sus más inmediatos antecesores, Juan XXIII y Pablo VI. Y fue el último de los papas italianos, luego de cuatro siglos. Tras su muerte, se acabó la hegemonía italiana. Los siguientes serían un polaco, un alemán y Francisco, un argentino. Fue también el último Papa, en morir en el Siglo XX.

Su papado, dada su corta duración, no dejó huella estructural, ni en la Iglesia ni en el mundo exterior. Posiblemente su mayor legado, haya sido desistir de la ceremonia de coronación (optó por una misa), y de utilizar la silla gestatoria, en la que llevado por cuatro personas era paseado en lo alto (aunque diez días después la utilizó, -fue el último Papa en hacerlo: después apareció el Papamóvil- porque el público se quejó de que se perdía entre la multitud, y no podían verlo).

Esos fueron símbolos, de un intento por dejar de lado el lujo habitual, de mostrar una imagen de mayor humildad. También descubrió que las finanzas del Vaticano, y algunos asuntos internos, estaban desacomodados. El largo período de Pablo VI, y su avanzada edad, habían servido para que varios hicieran negocios espurios, y para que se pudieran mover sin que nadie los controlara demasiado.

Así, se suele afirmar, Juan Pablo I estaba preparando una serie de cambios, entre los obispos y cardenales de mayor poder, para poder tener el manejo de la situación, y para terminar con la corrupción. Era un peligro potencial para los corruptos.

Los registros de sus actividades papales oficiales, es sucinto y poco memorable: ofició dos misas, envió un mensaje “Urbi et Orbi” (radiofónico), celebró cuatro audiencias públicas, cinco Angelus y nueve discursos. No tuvo tiempo para más.

Tal vez, lo más destacable, hayan sido dos misivas que envió el día de la primavera de 1978. Una a James Carter, como apoyo al diálogo de paz, que se estaba desarrollando en Camp David, por la situación de Medio Oriente. La otra la dirigió a los obispos de Argentina y de Chile, para instarlos a que eviten que el conflicto por el Beagle, siguiera escalando.

En ese poco más de un mes, Juan Pablo I estableció una rutina rígida, tal como cuenta Nelson Castro, en su último libro. Desayunaba después de la misa, en ese momento leía los diarios. A las 9 comenzaba con las audiencias. Luego del almuerzo dormía una siesta.
Después, en su despacho, se dedicaba al estudio, a los documentos, y a los papeles hasta una temprana cena. Después pasaba a conversar con sus secretarios, y las religiosas que lo atendían, hasta que se retiraba a su habitación para leer algunas horas hasta dormirse. Esas lecturas, dicen, no eran de esparcimiento, ni religiosas. Estudiaba informes secretos, que le llegaban desde la Secretaría de Estado, sobre la situación del Vaticano.

La versión oficial del Vaticano, indicó que un ataque al corazón lo abatió mientras dormía, apenas empezaba el 28 de septiembre de 1978. Que fue encontrado por su secretario personal en su cama, mientras en una mano sostenía un libro abierto.

Los rumores comenzaron a arreciar. Las primeras sospechas, se basaron en los movimientos confusos, y en los datos inexactos, brindados por el Vaticano. Se dieron varios horarios de muerte; al poco tiempo, tuvieron que reconocer que quien lo encontró, fue una monja que lo asistía (la Iglesia se resistía a reconocer que una mujer podía tener acceso a los aposentos papales); se apuraron los tiempos del embalsamiento; y no se precisó, si se realizó o no autopsia.

Por otro lado, sus intervenciones públicas, en los últimos quince años, no habían contradicho ninguno de los grandes dogmas de la Iglesia en temas como el divorcio, aborto, la homosexualidad, y demás asuntos similares. Sólo se diferenció al hablar de los métodos anticonceptivos pero tampoco con una postura radical. Por todo ello esa imagen de Juan Pablo I, como figura revolucionaria, no encuentra demasiado asidero en la realidad.

La sensación de sorpresa y de estupor, por la muerte del pontífice, tan cercana a su fecha de asunción, fue masiva.

Su sucesor, Juan Pablo II, inició el camino de la canonización del Papa de la Sonrisa, el Papa efímero. Con el reconocimiento por parte de la iglesia, de un milagro en Argentina, ese camino parece estar llegando a su fin.

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