13 de Septiembre 2023
San
Amado
(+ ca. 630)
Sobre
el abad del célebre monasterio alsaciano de Remiremont, San Amado,
nos informa ampliamente, una Vita antigua, escrita unos cincuenta
años después de su muerte.
Su autor se muestra gran
entusiasta del Santo, pero mezcla en su biografía, multitud de
cosas, por las que da claramente a entender, que se trata de
adiciones más o menos legendarias. Sin embargo, si bien se mira, en
el fondo de la exposición, es enteramente digno de fe, y por lo que
se refiere a la descripción, de la vida monástica del tiempo,
coincide substancialmente, con otras obras clásicas de Luxeuil y
Bobbio.
Así, pues, conforme a esta Vita, nació Amado hacia
el 565, en un arrabal de Grenoble, en Francia, de una familia
galo-romana, y siendo todavía niño, fue conducido por su padre
hacia el año 581 a Agauno (St. Moritz), donde se inició en la vida
monástica; se ordenó de sacerdote, y pasó treinta años, en la
práctica de la oración, y de la vida religiosa.
Con todo
esto, fue creciendo cada vez más en él, el ansia de la soledad y de
la vida eremítica, por lo cual escapó del monasterio, y se internó
en la montaña, donde se entregó a una vida completamente solitaria.
Indudablemente, en los detalles que refiere la biografía,
sobre el modo como realizó esta huida a la soledad, y lo que ocurrió
durante los años siguientes, hay aditamentos propios de la leyenda;
pero lo que aparece claramente, a través de toda la narración, es
el espíritu eminentemente contemplativo de Amado, que deseaba vivir
en la más absoluta soledad.
Semejante fenómeno ocurría
frecuentemente, en los grandes monasterios medievales, como por
ejemplo en Montserrat, donde se construyeron para este efecto, celdas
solitarias, a donde podían retirarse estos anacoretas, y llevar
allí, una vida de contemplación y penitencia.
Una vez
localizado el lugar de su retiro, tomó el monasterio de Agauno, el
cuidado de proporcionarle lo indispensable para vivir, y a semejanza
de los antiguos anacoretas de Egipto, continuó durante algunos años,
llevando aquella vida de soledad y contemplación.
La Vita
acumula en este lugar, diversos hechos más o menos milagrosos, que
debieron ocurrir en este tiempo. Tales son, por ejemplo: que al
llevarle cierto día el monje Berino, la pequeña cantidad de agua y
el pan, que debía sustentarlo durante tres días, un cuervo derramó
el agua, y se llevó el pan, a lo que añade el biógrafo, que al
observarlo el santo solitario, exclamó: "Gracias, Señor, pues
reconozco tu voluntad, de que prolongue mi ayuno".
Más
aún. Con el fin de librar al monje Berino, del trabajo de traerle
aquel alimento, él mismo cavó un poco de tierra, en torno a su
celda, y cultivó algo de cebada, que luego molía con unas piedras,
y de este modo se proporcionaba el nutrimento necesario, y al mismo
tiempo, golpeando la roca con su bastón, hizo brotar el agua que
necesitaba.
Estas y otras anécdotas, aun admitiendo su
carácter legendario, nos dan a conocer la vida de paz y
tranquilidad, y de entrega absoluta a la oración y penitencia, que
llevaba Amado en la soledad, próxima al monasterio de Agauno,
semejante por completo a la de otros solitarios, que dependían de
algunos monasterios.
Respecto de la vida que allí llevaba,
se nos dice que iba vestido de una piel de cordero; que no se bañaba
más de dos veces al año, por Navidad y por Pascua; que observaba
riguroso ayuno durante todo el año, particularmente en la Cuaresma.
En medio de una vida de tanta austeridad, como había
sucedido con los antiguos solitarios, trató el demonio, por diversos
medios, de vencer su virtud. Así se refiere que, habiéndolo
visitado en cierta ocasión el obispo, y dejado sobre la mesa algunas
monedas de oro, se aprovechó de ello el enemigo para tentarlo; pero
él las tomó con decisión, y arrojó inmediatamente al fondo de un
precipicio.
Y en otra ocasión, furioso el demonio, por la
virtud heroica del ermitaño, lanzó una enorme roca contra su celda,
con el fin de que la destruyera, matando al mismo tiempo al
solitario; pero Dios detuvo milagrosamente la roca, y no ocurrió
nada.
Sin discutir, pues, la veracidad de estos
acontecimientos, deducimos de todo ello, que Amado llevó durante
algunos años, una vida ejemplar de soledad y penitencia, que llegó
a causar la admiración, no sólo del monasterio de Agauno, sino
también de las regiones vecinas.
Así se explica, lo que
ocurrió después del año 614, y constituye la tercera y última
etapa de la vida de San Amado; pues, llenos los monjes de admiración,
por su extraordinaria virtud, y deseando sacar el mayor provecho
espiritual de ella, lo nombraron abad del nuevo monasterio, fundado
en Remiremont, que gobernó durante unos quince años, dando
admirable ejemplo de todas las virtudes religiosas.
Tal es el
hecho substancial, en que se resume la vida de nuestro Santo, durante
sus últimos años.
Pero nuestra biografía, nos presenta
estos hechos, con un conjunto de circunstancias, más o menos
objetivas o legendarias, dignas de tenerse en cuenta. Refiere, en
efecto, que pasando por Agauno el abad de Luxeuil, San Eustaquio,
camino de Italia, quedó prendado de la virtud de Amado, a quien
visitó, y con quien tuvo interesantes conversaciones en su soledad;
por lo cual, al volver de Roma en 614, se lo llevó consigo, diciendo
que no debía permanecer oculta, aquella maravillosa lumbrera, que
Dios había enviado al mundo, y así, durante algún tiempo, Amado se
dedicó a predicar en el territorio de Austrasia, donde arrastraba a
los hombres, con su ejemplo y produjo extraordinario fruto.
Pues
bien, en una de sus misiones, se encontró con un gran señor,
llamado Romarico, ansioso de fundar un monasterio, en sus dominios de
Remiremont, en la región de los Vosgos.
Conducido, pues, por
Amado, al célebre monasterio de Luxeuil, hízose él mismo monje, y
con la aprobación y consejo de Eustasio, fundaron el nuevo
monasterio de Remiremont, del que fue nombrado abad el mismo Amado.
La vida monástica arraigó rápidamente. Bien pronto, quedó
organizado un monasterio de religiosas, que mantenían el Laus
perennis, como se hacía en Agauno. Amado dejó a Romarico, al frente
de los monjes, retirándose él a una gruta solitaria, donde se
entregó de nuevo, a la vida de contemplación, que constituía sus
delicias. Solamente los domingos, volvía al monasterio doble de
Remiremont, donde daba interesantes instrucciones ascéticas, a los
religiosos y a las religiosas.
Finalmente, rodeado éste de la
mayor veneración de todos, después de haberse distinguido, en la
dirección de los religiosos y religiosas, que la Providencia le
había confiado, sufrió con heroica paciencia, durante un año, las
molestias de una horrible enfermedad, y viendo que se acercaba su
fin, pidió humildemente perdón de sus faltas, y entregó su alma a
Dios, hacia el año 630.
El aroma de sus virtudes y del buen
ejemplo, que había dado en las tres etapas de su vida, como simple
monje en Agauno, en el más exacto cumplimiento, de la regla y vida
monástica; como solitario en su vida de contemplación y penitencia,
y como abad de Remiremont, con la acertada dirección de los
religiosos y religiosas, y yendo delante de todos, en la práctica de
todas las virtudes, todo esto apareció más claramente, después de
su muerte.
Por esto, se extendió rápidamente la fama de su
santidad, y en el siglo IX, fue ya incluido en el martirologio
romano.
La iglesia de Saint-Amé, cerca de Remiremont, ha sido
construida junto a la gruta donde murió. No lejos de Agauno, una
capilla, señala el lugar probable de su primer retiro.
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