jueves, 9 de abril de 2020


9 de Abril

SANTA CASILDA DE TOLEDO


(† ca.1107)

Su nombre en árabe —casida— significa "cantar"

Lo esencial es que haya santos, no que realicen prodigios. Su sola presencia nos protege; su existencia por sí sola nos enriquece, puesto que todos, no somos más que uno, en Cristo Nuestro Señor

Breve
Mística cristiana de origen musulmán. Santa Casilda, es invocada en los casos de flujo de sangre, caídas y accidentes de todas clases.
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DOLORES GÜELL
Hija de un rey moro de Toledo, que debió reinar a mediados del siglo XI, en tiempos de Fernando I de Castilla, la figura de la gentilísima princesa Casilda, parece escapar al rígido marco de la historia, y acomodarse mejor, en el de la poesía y la leyenda.

Su nombre en árabe —casida— significa "cantar". Un verso que vuela en alas de la música: algo delicado, fugaz e inaprensible. Así fue Casilda en vida, y sigue siéndolo, en la memoria del pueblo cristiano.

Todo lo atinente a ella, carece de contornos definidos, y se halla envuelto en esa bruma de misterio, que suele rodear a los seres, que más vivamente han impresionado la imaginación popular.

No hay acuerdo, sobre el verdadero nombre del rey moro, su padre —¿Cano? ¿Almacrin? ¿Almamún?—, ni sobre el carácter y condición de dicho monarca, que unos imaginan feroz perseguidor de los cristianos, y otros magnánimo, benigno y tolerante; mientras unos afirman que Casilda fue hija única, otros le atribuyen numerosos hermanos. Todo es incierto y contradictorio.

Pero hay algo que no ofrece duda, y es la profunda huella dejada en la memoria de nuestro pueblo, por el paso leve y alado de una doncellita, que por amor a Cristo, trocó la fastuosidad y regalo de una corte morisca, por las asperezas de una vida solitaria y penitente.

El relato más fidedigno de la vida de nuestra Santa, en opinión de los Bolandos, es el que conserva la iglesia de Burgos, en su Breviario. Dice así: "En los tiempos antiguos, hubo un rey en Toledo llamado Cano. Poderoso y valiente en las armas, acostumbraba a dirigir sus ejércitos contra los cristianos, causando grave daño a la fe verdadera. Retenía en su reino, a muchos cristianos cautivos.

Por disposición divina, este enemigo terrible de la fe cristiana, tuvo una hija única, llamada Casilda, para que de un tallo tan malo, brotara una flor de blancura admirable, sobre la que descansara el Espíritu del Señor...

El Espíritu deífico, por el incendio de la devoción, la levantaba hacia Dios; por la suavidad de la compasión; la transformaba en Cristo, y por la piedad de la condescendencia, la inclinaba al prójimo. De tal manera que a los afligidos, y principalmente si eran cristianos, aunque nacida de familia sarracena, se bajase hacia ellos, con una ternura de intensísima compasión.

Tenía como ingénita, la virtud de la clemencia, sobre la cual, se posó la gracia de Dios duplicándola. Así que su piedad, de tal manera se derramaba, tratando con los cautivos pobres, que a los que no podía alargar la mano, alargaba su afecto. Tenía la costumbre, todos los días sin falta —por las entrañas del amor a Cristo, por su reverencia a la suavidad de Jesús— de consolar a los cautivos cristianos, con su grata presencia, y a ellos alargaba sus manos ayudadoras, llenas de dádivas..."

Mujer de gran corazón, la gracia halla el terreno propicio, para sus maravillosas transformaciones. Casilda debió ser instruida en la fe cristiana, por los mismos cautivos a los que socorría, los cuales pagaban así, con el más alto bien espiritual, los dones materiales que de ella recibían.

La semilla de la fe, cayó en buena tierra, y pronto dio el ciento por uno. Admírase de ello, el piadoso cronista, del Breviario de Burgos:

"¡Cosa admirable y nunca vista!. Nacida de un acebuche, contra la naturaleza de su nacimiento, se transformó en buen olivo, para así dar óptimo fruto. ¿De dónde un árbol infructuoso, pudo producir un ramo tan feraz, de excelentes frutos?. Porque así estaba predestinado, por la bondad inmensa de Dios, desde toda la eternidad".

No se recataba Casilda, de su manifiesta solicitud para con los cristianos, que gemían en las mazmorras de su padre, cosa que mereció las censuras de los nobles palaciegos.

Enterado el rey, de la extraña conducta de su hija, comenzó a espiarla, y la sorprendió un día, en que se dirigía a visitarles. "¿Qué es lo que llevas recogido en tu enfaldo?", le preguntó severamente. "Rosas", contestó Casilda.

Y desplegando su manto, vio el rey que efectivamente, eran rosas. Desconcertado, dejó el paso libre a su hija, que llegándose con presteza a los prisioneros, pudo entregarles lo que en realidad eran: sabrosas viandas, y que sólo por un prodigio del Señor, pudo parecer rosas, a los ojos del enfurecido monarca.

La gracia de Dios, iba trabajando el corazón de Casilda, inclinándola irresistiblemente hacia la religión cristiana. Ya su corazón pertenecía plenamente a Cristo. Pero, ¿cómo podría ella, princesa mora, sujeta por tantos lazos a la religión del Islam, recibir el bautismo, y hacer pública profesión de la verdadera fe?. Un foso infranqueable parecía separarla, de su generoso propósito. Sin embargo, la divina Providencia velaba.

Aconteció pues, que la princesa contrajo una grave dolencia, que fue marchitando poco a poco, todos los encantos de su fragante juventud. Padecía flujo de sangre, y los rudimentarios recursos de médicos y curanderos, se mostraron muy pronto impotentes, para atajar el mal.

Dios le hizo saber entonces, valiéndose de los cautivos cristianos que tanto la querían, que únicamente podría recobrar la salud, bañándose en las milagrosas aguas de San Vicente, en la Castilla cristiana, cerca de Briviesca. Así la Providencia, disponía suavemente los caminos, que debían conducir a Casilda, hacia otras aguas regeneradoras: las del bautismo.

Obtenido, no sin dificultad, el permiso paterno para realizar el viaje, se despidió Casilda de su anciano padre, a quien no había volver a verla en la vida. Un brillante séquito, dio escolta a la princesa mora hasta Burgos, donde a los pocos días de su llegada, recibió solemnemente el santo bautismo.

Poco tiempo se detuvo Casilda, en la capital de Castilla. Reanudando su penosa marcha, se dirigió hacia los montes Obarenes, llegando por fin, a los ansiados lagos de San Vicente, junto al lugar del Buezo, en los que orando con fervor y confianza, alcanzó la salud perdida.

Resuelta a consagrar a Cristo, la virginidad de su cuerpo milagrosamente sanado, determinó Casilda pasar el resto de su vida, en la soledad de aquellos parajes, entregada a la oración y a la penitencia. Y así lo cumplió, con admirable fortaleza y constancia, hasta el fin de sus días. Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en su misma ermita, que pronto se convirtió, en lugar de peregrinación de innumerables devotos.

Sobre el cañamazo de esta primitiva narración, de transparente sencillez, se han ido acumulando los años, y el celo no siempre discreto, de sus entusiastas biógrafos, maravilla sobre maravilla. Sin embargo, no necesita nuestra Santa, el espaldarazo de tales prodigios superfluos.

El gran milagro de Santa Casilda, es ella misma: su gran corazón, capaz de amar a Dios y al prójimo, hasta el total olvido de sí.

Puede colegirse, cuál debió ser la fuerza de este amor, en el alma de nuestra Santa, ponderando la vida de completo y durísimo desprendimiento, a que la llevó. La que pudo ser gala y ornato de una corte, criada entre blanduras y exquisiteces, vive ahora en una cueva, que no logra protegerla contra las ventiscas del invierno, ni los rigores del estío; sus delicadas plantas de los pies, que sólo pisaron suaves alfombras, huellan ahora descalzas, los ásperos cantos de los pedregales; su alimentación y su vestido, se reducen a lo estrictamente indispensable para subsistir.

Y por encima de estas austeridades corporales, está la que para Casilda debió ser, la mayor de las privaciones: la soledad. Su corazón, exquisitamente femenino, hecho para la ternura y la compasión, debió sufrir enormemente, al verse privado de cauce humano, donde derramarse. Ya no la rodeaban los pobres, los cautivos, los afligidos, los pobrecitos de Cristo, tendiéndole sus manos suplicantes, ni ella podía ya alargarles las suyas, portadoras de tantos beneficios. Estaba sola. Casilda había hecho en sí, y en torno a sí, un vacío profundo.

Pero la plenitud rebosante del amor de Dios, iba a llenar pronto, este abismo insondable hasta los bordes, y derramándose, alcanzaría su benéfico influjo a distancias insospechadas, donde jamás habría podido llegar su presencia física.

Hay un prodigio, de los muchos que se le atribuyen a la Santa, que parece ilustrar esto como un ejemplo: se dice que hombres y ganados, podían andar seguros, por las peligrosas laderas de los montes Obarenes, mientras la Santa los habitó. Nunca ocurrió accidente alguno a pastores, peregrinos o viajeros, que se arriesgaban por aquellas inhóspitas soledades: la presencia, aun lejana e invisible de la Santa, les protegía. Casilda continuaba así fiel a sí misma, solícita y maternal.

Pero este prodigio, que tan bien le cuadra, no es más que una concreción material, de la misión espiritual que toda alma santa, tiene en el cuerpo místico de la Iglesia. Lo esencial es que haya santos, no que realicen prodigios. Su sola presencia nos protege, su existencia por sí sola nos enriquece, puesto que todos, no somos más que uno, en Cristo Nuestro Señor.

El cuerpo de Santa Casilda, reposó en su primitiva sepultura, cavada en la entraña de la roca, hasta 1529, en que fueron trasladados sus restos, al santuario, que sobre su misma tumba se edificó. En 1601, se llevaron parte de los venerables despojos, a la catedral de Burgos; parece ser que también, en la catedral de Toledo, se veneran algunas cenizas de la infanta mora.

En 1750, el abad de San Quirce, inauguró el nuevo altar, dedicado a la Santa, en la nave mayor del santuario, y se trasladaron a él las reliquias, que desde entonces descansan en una urna, rematada por su propia imagen yacente, obra de Diego de Siloé, La portada de la iglesia actual, se atribuye a Felipe de Vigami, el Borgoñón.

Desde muy antiguo, el santuario es patronato del Cabildo de la catedral de Burgos, que mantiene en él, un capellán encargado del culto permanente. Hay una hospedería, al servicio de los peregrinos, y una carretera de fácil acceso, al santuario desde Briviesca.

Santa Casilda es invocada en los casos de flujo de sangre, caídas y accidentes de todas clases. Es patrona de la comarca de Burgos, y en los últimos días de junio, acuden a su santuario, de todos los pueblos de la provincia, muchedumbres devotas, que pregonan la eficaz intercesión de la santa princesa mora, que dejó en la bravía aridez de aquellas cumbres, el buen olor de su vida contemplativa y penitente.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que a imitación de Santa Casilda, todo nuestro trabajo y nuestra ayuda al prójimo, se encuentre siempre impregnado del olor a rosas, del Paraíso Celestial. A Tí Señor, que todo lo ofreciste a gratuidad, y que Vives y Reinas, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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