lunes, 20 de abril de 2020


20 de abril

SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO


(† 1317)

Taumaturga. Sanadora. Mediadora.

Multiplicó los panes, en innumerables ocasiones

Durante quince años, vivió a pan y agua

Cuerpo Incorrupto


Breve
En Montepulciano, en la Toscana, Santa Inés virgen, que vistió el hábito de las vírgenes a los nueve años, y a los quince, muy a su pesar, fue elegida superiora de las monjas de Procene.

Más tarde, fundó un monasterio, sometido a la disciplina de Santo Domingo, donde dio muestras de una profunda humildad. Multiplicó los panes en innumerables ocasiones. Su Cuerpo permanece Incorrupto.
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Inés Segni, nació el 28 de enero de 1268, en Gracciano, pequeño pueblo en las afueras de Montepulciano. Inés sintió desde pequeña, la fascinación de las cosas espirituales, y durante una visita con sus familiares a Montepulciano, vio a las hermanas «del saco», llamadas así por el rústico saco que vestían.

Con solo nueve años, pidió ser admitida en el convento, donde fue rápidamente acogida. En Montepulciano, permaneció sólo el tiempo necesario, para la formación religiosa básica.

En 1283, los administradores del castillo de Proceno, feudo orvietano (hoy en la provincia de Viterbo), llegaron a Montepulciano para pedir el envío de algunas hermanas a su territorio, e Inés estuvo entre las seleccionadas.

Inés, aunque aun era muy joven, fue nombrada superiora del monasterio, por sus grandes dotes de humildad, y el gran amor por la oración; por el espíritu de sacrificio - durante quince años vivió solo a pan y agua -, y por el ardiente amor a Jesús Eucaristía.

En Proceno, Inés recibió del Señor, el don de hacer milagros: los poseídos quedaban libres, con sólo aproximársele; multiplicó en varias ocasiones el pan, y enfermos muy graves recobraron la salud. Se dice que el maná, que solía cubrir su manto al salir de la oración, cubrió el interior de la catedral, el día de su profesión religiosa.

Pero en los veintidós años que permaneció en Proceno, no faltaron las tribulaciones: graves sufrimientos físicos, la atormentaron por largos períodos.

En la primavera de 1306, fue llamada a Montepulciano, donde hizo iniciar la construcción de una iglesia, tal como le había pedido la Virgen, en una visión unos años antes, y para lo cual, le había entregado tres piedras.

Y en otra visión, esta vez de Santo Domingo, se le pidió que hiciera adoptar a las hermanas, la regla de San Agustín, y que agregara la comunidad a la Orden Dominicana, para la asistencia religiosa y la cura espiritual.

Fueron numerosas las ocasiones, en que Inés intervino en la ciudad como mediadora, y agente de resolución de los conflictos, entre las familias nobles del lugar.

En 1316 Inés, por consejo del médico, y las presiones de las cohermanas, se retiró a Chianciano, para curarse en las termas. Su presencia fue de ayuda, para los numerosos enfermos de la localidad, e Inés obró allí muchos milagros, pero la cura termal, no trajo ningún alivio a su enfermedad, ya que empeoró.

Vuelta a Montepulciano, fue confinada al lecho. Ya al borde de la muerte, Inés invitaba a las hermanas, a que se alegraran, porque era para ella, el momento del encuentro con Dios, que ocurrió el 20 de abril de 1317.

Los hermanos y hermanas dominicanos, quisieron embalsamar el cuerpo de Inés, y por este motivo enviaron emisarios a Génova, para adquirir el bálsamo; pero no fue necesario: de las manos y los pies de la santa, destiló enseguida un líquido perfumado, que impregnó los paños que cubrían el cuerpo, e incluso fue posible llenar alguna ampolla. El eco del milagro, atrajo a muchos enfermos, que deseaban ser untados con el bálsamo milagroso.

Como escribió el beato Raimundo de Capua: a cincuenta años de su muerte, el cuerpo estaba aún intacto, como si Inés hubiera recién muerto, y muchos eran los milagros de curación, que ocurrían en la iglesia -que era conocida como «Iglesia de Santa Inés»-, y la curación ocurría, apenas se hubiese hecho el voto de visitarla. De estos milagros, hay públicos registros, hechos por notarios, a partir de unos pocos meses de la muerte de la santa.

Raimundo de Capua nos habla, como de paso, de la humildad de Inés, desde que a los nueve años, entró en el convento de Montepulciano; de su dulzura, de su obediencia, y de su espíritu de oración.

Santa Catalina de Siena, nacida treinta años después de la muerte de Santa Inés, nos ofrece una visión más entrañable de su santa vida. Desde su infancia, en el ánimo de la Santa de Siena, había ejercido una saludable influencia, y había tenido una irresistible seducción, la santidad de la abadesa de Montepulciano.


Santa Catalina deseó durante mucho tiempo, venerar el cuerpo incorrupto y taumatúrgico de Inés. Realizó sus deseos por primera vez, en el otoño de 1374. Los prodigios se sucedieron en ésta, y en las siguientes visitas, que a veces se prolongaron bastante tiempo.

Clemente VII, en 1532, permite su culto solemne y público, en la iglesia del monasterio de Montepulciano, y en el año 1601, Clemente VIII extiende el oficio de la Santa, a toda la Orden dominicana.

Conocida en todas partes, llegó el culto de Santa Inés de Montepulciano, hasta el nuevo mundo: en Cuzco, Los Ángeles, Santa Fe, se erigieron monumentos que llevaron su nombre.

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Carta de Santa Catalina de Siena, a sor Cristófora, priora de Montepulciano

Carísima hija en Cristo, dulce Jesús. Yo, Catalina, sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, te escribo en su preciosa Sangre; con deseo de verte a ti y a las demás, seguir las huellas de nuestra gloriosa madre Inés. A este propósito os suplico, y quiero que sigáis su doctrina, e imitéis su vida.

Sabed que siempre os dio, doctrina y ejemplo de verdadera humildad; esta fue en ella, la principal virtud. No me maravillo de esto, pues tuvo lo que debe tener la esposa, que quiere seguir la humildad de su esposo.

Tuvo ella, aquella caridad increada, que ardía constantemente en su corazón, y lo consumía. Hambreaba almas, y se daba a ellas. Sin interrupción, vigilaba y oraba. De otra suerte, no habría poseído la humildad, ya que no existe ésta, sin la caridad: una alimenta a la otra.

¿Sabéis qué fue, lo que la hizo llegar a la perfección de una virtud verdadera?. El haberse despojado libre y voluntariamente, renunciando a sí misma y al mundo, sin querer poseer nada de él.

Bien pronto se percató aquella gloriosa virgen, que el poseer bienes terrenos, lleva al hombre a la soberbia; por su causa, se pierde la virtud escondida de la verdadera humildad; se cae en el amor propio, desfallece el afecto de su caridad; pierde la vigilia y la oración.

Porque el corazón y el afecto, llenos de las cosas terrenas, y del amor propio de sí mismo, no pueden llenarse de Cristo crucificado, ni gustar de la dulzura de verdadera oración.

Por lo cual, precavida la dulce Inés, se despoja de sí misma, y se viste de Cristo crucificado. No sólo ella, sino que esto mismo nos llega a nosotros, a ello os obliga, y vosotras debéis cumplirlo.

Tened en cuenta que vosotras, esposas consagradas a Cristo, nada debéis retener de vuestro padre terreno, pues lo abandonasteis, para ir con vuestro Esposo, sino sólo tener y poseer los bienes, del Esposo eterno.

Lo que pertenece a vuestro padre, es la propia sensualidad que debemos abandonar, llegado el tiempo de la discreción, y de seguir al Esposo, y poseer su tesoro. ¿Cuál fue el tesoro de Jesucristo crucificado?. La cruz, el oprobio, la pena, el tormento, las heridas, los escarnios e improperios; la pobreza voluntaria, el hambre de la honra del Padre, y de nuestra salvación. Digo que si vosotras poseéis este tesoro, con la fuerza de la razón, movida por el fuego de la caridad, llegaréis a las virtudes que hemos dicho.

Seréis verdaderas hijas de la madre, y esposas solícitas y no negligentes; mereceréis ser recibidas por Cristo crucificado: por su gracia, os abrirá la puerta de la vida imperecedera.

No os digo más. Anegaos en la Sangre de Cristo crucificado. Levantad vuestro espíritu con solicitud verdadera, y unión entre vosotras. Si permanecéis unidas, y no divididas, no habrá ni demonio ni criatura alguna, que pueda dañaros ni impedir vuestra perfección. Permaneced en el santo y dulce amor de Dios. Jesús dulce, Jesús amor.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que por los méritos e intercesión de Santa Inés de Montepulciano, podamos siempre participar de tu Divino Alimento, y así fortalecer tu Cuerpo Místico, del que formamos parte todos nosotros. A Tí Señor, que multiplicaste el pan en dos ocasiones, y nos diste tu Cuerpo y tu Sangre, como Alimento de Vida Eterna. Amén.


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