jueves, 16 de abril de 2020


16 de abril

SANTA ENGRACIA Y LOS DIECIOCHO MÁRTIRES DE ZARAGOZA


Lupercio (su tío), Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontonio, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturino, Casiano, Fausto y Januario

(† ca.303-304)

Seré esposa de Cristo”

Breve
Santa Engracia, patrona de Zaragoza, y sus compañeros, fueron al martirio en el año 303. Era ella una joven aristocrática, que visitaba Zaragoza, procedente de otras tierras.

Por su fidelidad a Cristo, sufrió grandes torturas. La azotaron asida a una columna; fue arrastrada por la ciudad, atada a la cola de un caballo, y por fin, le hincaron un garfio de hierro en la frente. El cuerpo de la Santa, fue sepultado honrosamente, en una urna de mármol, y los dieciocho compañeros, fueron puestos en un sepulcro contiguo.

Junto a la basílica que se construyó en este lugar, para honrar a los mártires, se fundó un monasterio, en el 592 A.D.  Aquí estudió San Eugenio, y San Braulio fundó su "escuela episcopal".

El rey de Aragón, Juan II, agradeció a la santa, por su exitosa operación de cataratas, y como agradecimiento, construyó el Monasterio de Santa María de las Santas Masas.

Esta es la segunda iglesia de Zaragoza, después de la Basílica del Pilar. En ella se conservó el culto, a pesar de la dominación musulmana. En 1389, al excavar una zanja, se descubrieron nuevamente los sagrados enterramientos, con los restos de los santos mencionados, y muchos otros.
Los ejércitos de Napoleón invadieron a España desde Francia, causando la destrucción del monasterio, pero no pudo destruir la veneración a los mártires, que siguen victoriosos su misión, de ser testigos ejemplares de la vida cristiana. La actual iglesia que se encuentra sobre la cripta, es del año 1899.
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JOSÉ GUILLÉIN
Diocleciano había subido al trono imperial (285-305), alfombrando su camino con la sangre de Aper. Bravo militar de origen dálmata, Diocleciano se hizo proclamar emperador en Calcedonia. La muerte de Carino, en el campo de batalla de Margus, le dejó como único jefe del Imperio.

Soldado favorito de la fortuna, manifestó siempre tener un espíritu lleno de recursos, una voluntad fría e implacable, y un plan de reformas concreto, y lógicamente ordenado.

Adepto ferviente del paganismo, a la vez por convicción personal, y por razón de Estado, el emperador afrontó muy pronto, con el problema acuciante del cristianismo.

El cristianismo, gracias al decreto de tolerancia de Galieno, en el año 260, había realizado grandes progresos, no sólo entre la población civil, sino también en las legiones y en los claustros. Diocleciano vio en ello, una dualidad moral en el Imperio, y una vez conseguida la unidad territorial, política y administrativa, se propuso conseguir la uniformidad religiosa.

Dadas sus convicciones paganas, la religión de Cristo debía sucumbir, ante la religión del Estado. Cuatro decretos sucesivos, emanados del poder imperial, entre los años 303 y 304, ordenaron una persecución general, en todo el mundo romano. El intento de descristianización, empezó por el ejército.

En cuanto al elemento civil, el emperador eligió a los prefectos más sanguinarios, para que persiguieran y acosaran a los cristianos, en cualquier rincón del mundo en que se encontraran.

Y los ángeles en el cielo, entrelazaron con flores purpúreas, infinitas coronas, que cayeron sobre las cabezas resplandecientes, de los atletas de Cristo, lo mismo en el Oriente que en el Occidente, igual en Egipto que en Roma, y que en las dos Españas.

A España vino como prefecto Daciano. Él regó con torrentes de sangre, todas las vegas de la Iglesia española. Conforme iba pasando, por las ciudades de la España tarraconense, las vidas más puras y delicadas, iban cayendo a sus pies.

Empezó por Gerona. Siguió por Barcelona, en donde fue recogida entre la gavilla de las espigas cristianas, el alma purísima de Eulalia; continuó por Tarragona, y llegó a Zaragoza. En esta ciudad, el río Tajo era inmenso. En sus enormes brazadas, cortó Daciano la vida del diácono Vicente, y del obispo Valerio.

Por entonces, cayeron también, los innumerables Mártires de Zaragoza, cuyos restos calcinados, formaron las santas masas, la nívea pella de predestinados, que esperan en el templo de Engracia, el día de la reivindicación final.

Por aquellos días agostadores, llegó Engracia a Zaragoza. Venía de Brácara, la noble ciudad de Gallaecia. Hija florida de un noble hispano romano, iba hacia el Rosellón, en cortejo nupcial al encuentro de su prometido, que en aquellas tierras vivía. Antes de emprender el viaje, en el que le servían de cortejo, dieciocho caballeros de su familia, recibió entre sueños, un aviso, de que sería Zaragoza, la ciudad de su abrazo feliz.

Cuando llegó a esta ciudad y se enteró, de la encarnizada persecución, que en ella sufrían sus hermanos, los adoradores de Cristo, comprendió el misterio. Ella era la novia destinada, para las bodas eternas con el Cordero. Se presentó delante de Daciano, y le reprochó su impiedad.

Juez inicuo —le dijo—, ¿tú desprecias a tu Dios y Señor, que está en los cielos, y exterminas con tanta crueldad a sus adoradores?. ¿Por qué os empeñáis tú, y otros malvados emperadores, en perseguir a los cristianos, porque no adoran vuestros ídolos, templos de los demonios?

Engracia no iba sola; la acompañaban, como pajes de una reina, los dieciocho apuestos caballeros de su séquito: Luperco (su tío), Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturino, Casiano, Fausto y Jenaro. En los rostros de los caballeros, se reflejaban los mismos reproches, emitidos por la boca de Engracia, y en su silencio condenaban también, la crueldad de Daciano.

El prefecto, hombre sanguinario y soez, no resistió las palabras de Engracia, ni el silencio de sus compañeros, y los mandó azotar duramente a todos ellos. Al compás del chasquido del látigo, y el desgarrar de las carnes, se alzó la más pura de las sinfonías, que penetró en los cielos, e hizo sonreír de gozo a los ángeles de Dios. Engracia dirigía el coro de las alabanzas al Señor.

Pensó Daciano que vencida la entereza de Engracia, flaquearían sus compañeros, y en su presencia, ató el delicado cuerpo de la doncella, a la cola de unos caballos, y la arrastró por las calles de la ciudad. Cuanto más punzantes eran sus dolores, y más se desgarraba su cuerpo en flor, más cantaba a Jesucristo, y más detestaba a los ídolos y dioses imperiales, y más se robustecía la fe de los caballeros, a la vista de la entereza de la virgen.

El juez imperial, no dejaba piedra sin remover, para llevar a sus víctimas a una abjuración, o a una apostasía. Viendo que por los tormentos, no arredraba a la intrépida virgen, propuso seducirla con promesas. "Ya que no podemos vencer con la dureza, venzamos con halagos", se dijo. Y puso delante de sí a la doncellita, a quien rodeaban sus compañeros, como al pistilo los pétalos de la flor.

—“Oye, jovencita” —le dijo—“, ¿por qué unes la vanidad a tu nobleza?. ¿No dejarás tu error, si tu sangre real se une en matrimonio, con uno de los gallardos príncipes que florecen en el Imperio?. Lejos de ti el proseguir en tu desvío, y en el desprecio de nuestros apuestos donceles. ¿Vas a despreciar una vida brillante y soñadora, por cegarte en las fantasías de esa gentuza arrastrada?”.

“—¡Pobre sacrílego! —replicó Engracia—. Haz a tus hijas esa proposición. En cuanto a mí, si no me venciste con los tormentos, no esperes atraerme con tus hechizos malvados. Mi causa es clara. Seré esposa de Cristo. Ni tus suplicios ni tus halagos, conseguirán otra cosa que unirme, y estrecharme más íntimamente, al Esposo de mi alma. Yo soy enviada por Él, para increparte por tus crímenes, e indicarte que ceses en la persecución, si no quieres sentir sobre tu cabeza, la ira de Dios”.

Al presidente se le encendieron los ojos, y con voz quebrada y sarcástica agregó:
“ Por tus consejos, ¡oh niña simpática!, debo darte las merecidas gracias”.

Llamó a los verdugos, y en su presencia, y delante de los dieciocho caballeros bracarenses, la mandó desnudar y atormentar. Los garfios se agarraban en sus carnes, ya desgarradas por los azotes anteriores, y por el arrastre por las calles empedradas de la ciudad. Varios surcos abiertos por los ganchos, dejaron al aire libre sus entrañas palpitantes. Ya no había cuerpo donde herir. Le cortan los pechos, y a través de las heridas abiertas, se veía latir dulcemente, el corazón de la esposa de Cristo.

Luperco no se pudo contener ante aquella crueldad, usada contra la mártir de Dios, y exclamó en nombre de los demás compañeros:

“—Juez cobarde, ¿por qué persigues con esa saña al pueblo cristiano?. ¿Por qué atormentas tan cruelmente, a la virgen Engracia?. ¿No podías probar en nuestros cuerpos varoniles, la resistencia de tus garfios, y dejar ya de deshilar, la seda del cuerpo de la doncella?. Si te han molestado sus palabras, su confesión es la nuestra. Si ella merece la muerte, también nosotros debemos morir; pero si nosotros seguimos con vida, también ella debía continuar viviendo”.

Daciano los mandó retirar de su presencia, y ordenó que los degollaran fuera de la ciudad.

Cuando Engracia los vio salir hacia el martirio, desde la púrpura de su sangre, en que estaba envuelta, les dijo:

“ —Hermanos amadísimos, volad gozosos al martirio, camino de la vida eterna. Vais no a la muerte, sino a la Vida; no al tormento, sino al Triunfo. La misma Palma del Martirio, nos unirá a todos en la gloria”.

La orden del prefecto, fue ejecutada al momento. Los mártires de Cristo, recibieron sus coronas a las orillas del río Ebro.

Cuando comunicaron a Daciano, que su orden estaba cumplida, miró a Engracia y le dijo:

“—¡Oh tierna virgen, ¿qué esperas, si ya sientes sobre ti todos los tormentos, y sabes que tus compañeros, han sido decapitados?. Blasfema de Cristo, adora a los dioses, y cesará el tormento, y te presentaré un esposo.

A lo cual respondió, intrépida, la mártir de Cristo:
“ —¿Piensas que voy a adorar a las piedras, y a renegar del Creador del cielo y de la tierra?

No sabiendo Daciano cómo atormentarla ya, mandó que le hincaran un clavo en la frente, y envuelto su cuerpo en un vivo dolor, fue arrojada en un lóbrego calabozo, para que se pudriera viva.

El poeta Prudencio, le cantó un siglo después, como si la estuviera contemplando en el lóbrego calabozo, que él piadosamente visitó, sin duda: "A ninguno de los mártires aconteció, que habitara en nuestras tierras, quedando aún en vida; tú eres la única que permaneces en el mundo, sobreviviendo a tu propia muerte. Hemos visto parte de tu hígado, arrancado y apresado, aún a lo lejos en las tenazas comprimidas, ya tiene la muerte pálida, algo de tu cuerpo, aun cuando estás viva”.

El cuerpo de la Santa, fue sepultado honrosamente por el obispo Prudencio, en una urna de mármol, uniendo a él, las cenizas de los dieciocho compañeros. "Póstrate conmigo, generosa ciudad, ante los sagrados túmulos", cantaba el poeta Prudencio.

Y Zaragoza, llena de fervor, se postra todavía, en la cripta de la parroquia de Santa Engracia, donde duermen el sueño de los justos, los restos de la virgen Engracia, de sus dieciocho compañeros, y las níveas masas de los innumerables Mártires. Amén. Así Sea.

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BASILICA PARROQUIA DE SANTA ENGRACIA Y CRIPTA DE LAS SANTAS MASAS


En el tiempo de Cristo, Zaragoza era una rica villa romana. Después de la tolerancia, con que trataban a los cristianos durante el mandato de Galieno (202A.D.), su sucesor, el emperador Diocleciano (285-305A.D.), en sucesivos decretos, ordenó persecuciones generales contra ellos en todo el mundo romano.

En España, los mártires comenzaron a caer en Gerona y terminaron en Zaragoza. El historiador Prudencio recogió muchos de sus nombres poco antes del 400 A.D.

En Zaragoza, murieron por Jesucristo Santa Engracia, y sus dieciocho compañeros: Lupercio (su tío), Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontonio, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturino, Casiano, Fausto y Januario.

La Roma que se jactaba de ser la creadora del derecho, y la defensora de la justicia, se mancha con sangre inocente. 

Además de Santa Engracia y sus compañeros, los mártires aquí enterrados incluyen a Luperto y Lamberto, cerca de sus urnas, se conservan las "Santas Masas", para designar a una multitud de mártires, cuyos nombres se desconocen.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que enviaste tu Sagrada Fortaleza, a Santa Engracia y Compañeros Mártires, haz lo mismo con nosotros, fortaleciendo nuestro interior, con las promesas bautismales, de renunciar a todos los ídolos – dinero, placer y poder – para sólo servir a tu Santo Nombre. A Tí Señor, que recibiste el Bautismo, y reafirmaste de esa manera a nuestro mundo, a tu Divina Majestad, en anticipo de Tu Resurrección y Reinado Eterno. Amén.


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