viernes, 10 de abril de 2020


10 de abril

SAN EZEQUIEL, PROFETA


(595-570 AC)

(Antiguo Testamento)

Breve
Insigne profeta, durante el destierro en Babilonia. Su visión de los huesos secos que resucitan, y de las aguas purísimas que emanan del templo, son un bálsamo de esperanza, en medio de los sufrimientos, que experimentamos en nuestras vidas.
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MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, O. P.

El último tercio del siglo VII a. de J. C., es decisivo para la suerte del minúsculo reino de Judá. Asiria ha sido suplantada, por el naciente imperio caldeo. Nínive cae en el 612 a. de J. C., y con la gran ciudad, se cierra para siempre, el ciclo histórico del colosal imperio asirio.

El nuevo orden de cosas, se estructura bajo la mano férrea del conquistador Nabucodonosor. Primeramente, como generalísimo de los ejércitos caldeos, atraviesa Palestina, en persecución del faraón Necao II. Después, en el 605, sube al trono, y trata de consolidar las conquistas de su padre, Nabopolosar. Una de las regiones recalcitrantes es Palestina, que con Siria y Transjordania, busca el medio de sacudirse el pesado yugo babilonio.

Egipto excita los sentimientos nacionalistas de estos pueblos, sometidos antes a su órbita política. En Jerusalén, después de la muerte trágica del piadoso rey Josías, en la batalla de Megiddo (609 a. de J. C.), reina un hijo de éste, por nombre Joaquim, el cual, al principio, procura halagar al coloso babilonio, pero termina por unirse, en una coalición de pequeñas potencias, contra Nabucodonosor.

El profeta Jeremías, había dado la voz de alerta, predicando la sumisión a Babilonia, pero en vano. En el año 598, los babilonios ponen cerco a Jerusalén, la capital de Judá, que termina por capitular. El precio del desastre es la deportación, de una gran parte de la población judía, entre ellos el propio rey Jeconías, hijo de Joaquim, quien ya había muerto durante el asedio, y un joven llamado Ezequiel, que iba a ser el profeta del exilio.

La vida de los desterrados no era dura, pues se les reconocían ciertas libertades, pero la nostalgia de la patria, y del templo de Jerusalén, nublaba sus ilusiones. No podían creer que Dios, les hubiera abandonado definitivamente. Formaban parte del pueblo de las promesas, y Yahvé no permitiría, que la catástrofe total de su pueblo se consumase.

Siglo y medio antes, había permitido la desaparición del reino israelítico del Norte, cuya capital era Samaria, pero Jerusalén significaba demasiado, en la historia del pueblo elegido, para que sufriera la misma suerte.

Yahvé habitaba en Jerusalén, y por tanto, no podía permitir que los enemigos de Judá, destruyeran el lugar de su morada; justamente un siglo antes, las tropas de Senaquerib, tuvieron que abandonar el asedio de la ciudad santa, por una intervención milagrosa del ángel de Yahvé. Ahora habría de repetirse el mismo prodigio.

Tal era el modo de pensar de los exiliados. Ezequiel, como enviado de Yahvé, para consolar a los desterrados, no participa de las ideas de sus compatriotas. Jerusalén será tomada por los caldeos, y totalmente destruida con su santo templo. Tal es la triste realidad, que deben aceptar los exiliados, y de ahí la ingrata misión del profeta, ante sus connacionales.

Para éstos, el profeta Ezequiel será un pesimista, un derrotista, que no comprende, los altos designios del pueblo hebreo. Ezequiel pues, tendrá que continuar la labor del sufrido e incomprendido Jeremías. Ha llegado la hora del castigo divino, para el pueblo israelita pecador, y no cabe sino aceptar con espíritu de compunción y humildad, los designios punitivos de Yahvé. Después vendrá el desquite: la resurrección nacional, la repatriación de los exiliados, y la inauguración de la comunidad teocrática, de los tiempos mesiánicos.

La misión profética de Ezequiel, tenemos que dividirla pues, en dos etapas históricas: antes y después de la destrucción de Jerusalén, por los caldeos (598 a. de J. C.).

De un lado tiene que hacer frente, al falso optimismo —hijo de la presunción— de los exiliados, que no creen en la destrucción de la ciudad santa; y por otro, cuando ya la catástrofe se ha consumado, debe levantar los ánimos deprimidos, dando esperanzas luminosas, sobre un porvenir mejor.

Sus compatriotas desterrados creían que Yahvé, se había excedido en el castigo, al menos, les había hecho cargar con los pecados de sus antepasados. “¡Nuestros padres comieron las agraces, y nosotros sufrimos la dentera!". Este es el grito unánime de protesta, de los exiliados ante Ezequiel, el centinela de Yahvé.

El profeta tiene que demostrar, que Dios ha sido justo en el castigo, y que éste no tenía otra finalidad, que purificar a su pueblo moralmente, para prepararle a una nueva y glorioso etapa nacional. Yahvé no había abandonado a su pueblo, sino que estaba con los exiliados para protegerlos. La visión inaugural, en la que aparece Yahvé lleno de majestad, en su carro triunfal, escoltado por los querubines, simboliza la especial providencia, que tiene sobre el pueblo exiliado, pues se ha trasladado a Mesopotamia, para ayudarles y alentarles en el exilio.

Ezequiel era de la clase sacerdotal, y desde el punto de vista profético, inaugura una nueva etapa en Israel. Sus oráculos, difieren también desde el punto de vista literario, de los tradicionales preexílicos, tal como aparecen en Amós, Oseas, Isaías y Jeremías. Les falta el frescor y sencillez de éstos, y por otra parte, se dan la mano con la literatura apocalíptica, que va a pulular en la época tardía del judaísmo. Se le ha llamado "profeta de gabinete", en el sentido de que sus escritos, resultan demasiado artificiales, en comparación con los de sus predecesores.

Sin embargo, no se debe exagerar la nota de artificialidad. Ezequiel se halla en una encrucijada histórica, y su personalidad está cabalgando sobre dos épocas: la correspondiente a los últimos años de la monarquía judía, y la exílica, con sus implicaciones de cambio de ambiente geográfico, y ruptura de tradiciones seculares.

Su misión, fue la de salvar la crisis de conciencia nacional, que siguió a la caída de la monarquía, orientándola hacia una nueva era teocrática, de esplendor y triunfo definitivo.

Por otra parte, para entender sus escritos, debemos tener en cuenta que Ezequiel, tenía un temperamento de visionario. Sus enseñanzas, en parte, están expresadas en un lenguaje simbólico, a veces difícil de entender. Tal es la oscuridad de sus visiones, que los rabinos no permitían que se leyera su libro, antes de haber cumplido los treinta años.

En el Talmud, se dice que el rabino Hanaías, gastó trescientos recipientes de aceite, para alumbrar a su candela, estudiando y dilucidando las páginas misteriosas de Ezequiel, para que la Sinagoga no lo declarara libro apócrifo.

Una característica de la predicación de Ezequiel, es su predilección por las acciones simbólicas, o parábolas en acción. Antes de él, varios profetas, como Oseas y Jeremías, habían representado plásticamente sus oráculos, en acciones simbólicas, para causar mayor impresión, en un auditorio de temperamento oriental imaginativo.

Al igual que Isaías, Ezequiel se considera personalmente, como un "sino para la casa de Israel", viendo en sus propias experiencias personales, un sentido profético para su pueblo.

Así, para significar los años de la cautividad de Israel y de Judá, se somete a una inmovilidad, acostándose ciento noventa días del lado izquierdo, y cuarenta del derecho (4, 4-7). Para significar el hambre que los ciudadanos de Jerusalén, han de sufrir durante el asedio, el profeta debe alimentarse de una mezcla racionada de trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y avena, lo que resultaba abominable para un judío, que quería vivir según la Ley mosaica (4, 9-10).

En ocasión de la muerte de su esposa, debe abstenerse totalmente de manifestaciones de duelo, para simbolizar la actitud de conformidad, que deben adoptar los exiliados, al tener noticias de la destrucción de Jerusalén (24, 15-24).

Un día recibe una orden extraña, de parte de Yahvé: "Tú, hijo de hombre, dispón tus trebejos de emigración, y sal de día a la vista de los exiliados... Saca tus trebejos, como trebejos de camino, de día, a sus ojos, y parte por la tarde a presencia suya, como parten los desterrados. A sus ojos orada la pared, y sal por ella, llevando a sus ojos tus trebejos, y te los echas al hombro, y sales al oscurecer, cubierto el rostro y sin mirar a la tierra, pues quiero que seas pronóstico para la casa de Israel (12, 3-5)”.

Su huida por la brecha de la pared oradada de su casa, debía simbolizar la huida del rey Jeconías, que se escapará, por las brechas de las murallas de Jerusalén, para huir de los asaltantes caldeos.

Su existencia personal pues, se confundía con su misión profética, ante sus compatriotas desterrados. Por orden divina, tiene que encerrarse a temporadas, en un mutismo absoluto (3,26.24.27). Todos los detalles de su vida, tienen proyección profética, en orden a la comunidad de exiliados.

Otra característica de sus escritos, es el elemento visionario. Ya en su primera presentación, como profeta a la comunidad exiliada, Ezequiel describe una grandiosa visión, que iba a ser clave en su teología:

"El año quinto de nuestra cautividad (593 a. de J. C.), estando yo entre los cautivos en la orilla del río Quobar, se abrieron los cielos... y fue sobre mí la mano de Yahvé. Miré y vi venir, de la parte del septentrión, un nublado impetuoso, una nube densa, en torno de la cual, resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba, como bronce en ignición.

En el centro de ella, había semejanza de cuatro animales vivientes, cuyo aspecto era éste: tenían semblante de hombre, pero cada uno tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas. Sus pies eran derechos, y la planta de sus pies, era como la planta del toro.

Brillaban como bronce en ignición. Por debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre; todos, los cuatro, tenían el mismo semblante y las mismas alas, que se tocaban las unas con las del otro. Al moverse, no se volvían para atrás, sino que cada uno iba cara adelante.

Su aspecto era éste: de hombre por delante los cuatro, de león a la derecha los cuatro, de toro a la izquierda los cuatro, y de águila por detrás los cuatro. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto, dos se tocaban la del uno con la del otro, y dos de cada uno cubrían su cuerpo...

Había entre los vivientes, fuego como de brasas, encendidas cual antorchas, que discurrían por entre ellos, centelleaban y salían rayos... Sobre las cabezas de los vivientes, había una semejanza de firmamento, como de cristal... y por debajo del firmamento, estaban tendidas sus alas, que se tocaban dos a dos...

Sobre el firmamento, que estaba sobre sus cabezas, había una apariencia de piedra de zafiro, a modo de trono, y encima una figura semejante a hombre que se erguía, y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía... como el arco que aparece en las nubes, en día de lluvia (c.1)”.

La majestad de Yahvé, aparecía sobre un carro triunfal tirado por seres, que eran los reyes del mundo de los vivientes: el hombre, el león, el toro y el águila. Sintetizaban toda la creación que servía de trono al Creador, que iba a visitar a los exiliados a Mesopotamia, La comunidad de los exiliados, no habría de estar desamparada de su Dios.

El pueblo judío resucitaría un día, para organizarse como pueblo. Su actual estado de postración nacional era pasajero, y un castigo purificador a sus infidelidades.

Es la lección de otra visión apocalíptica: "Fue sobre mí la mano de Yahvé, y me llevó Yahvé fuera, en medio de un campo, que estaba lleno de huesos. Me hizo pasar por cerca de ellos, y vi que eran sobremanera numerosos, sobre la haz del campo, y enteramente secos. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos huesos?. Y yo respondí: Señor Yahvé, Tú lo sabes. Y Él me dijo: Hijo de hombre, profetiza a estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Yahvé. Así dice Yahvé: Voy a hacer entrar en vosotros el espíritu, y viviréis, y pondré sobre vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel, y os infundiré espíritu, y viviréis... Entonces yo profeticé como se me mandaba, y a mi profetizar, se oyó un ruido, y hubo un agitarse, y un acercarse huesos a huesos. Miré y vi que vinieron nervios sobre ellos, y creció la carne, y los cubrió la piel, pero no había en ellos espíritu. Profeticé, y entró en ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron de pie, un ejército grande en extremo. Dijo Yahvé: Esos huesos son la entera casa de Israel."

Nada más plástico, para anunciar a sus compatriotas exiliados, la esperanza de una resurrección nacional cierta, en los designios divinos. Lejos de dejarse llevar por la desesperación, deben orientar sus pensamientos, hacia una era venturosa de resurrección nacional; es la hora de la teocracia mesiánica. Los exiliados volverán a la patria, y ésta será equitativamente dividida entre las tribus.

En el centro geográfico estará el templo, y a su lado los sacerdotes y levitas, juntamente con el príncipe. Toda la nueva tierra de promisión será feracísima, porque saldrá del templo un torrente, que regará hasta la zona desértica del mar Muerto, Las aguas de éste, se verán pobladas de peces, y una frondosidad edénica de árboles, que darán doce frutos al año, y bordeará sus riberas:

"Y vi que desde el umbral del templo, brotaban aguas que descendían del mediodía del altar... y vi que las aguas salían del lado derecho... y me hizo atravesar las aguas; llegaban hasta los tobillos; midió mil codos, y llegaban hasta las rodillas; midió otros mil codos, llegaban hasta la cintura. Midió otros mil, y era ya un río que me era imposible atravesar, porque las aguas habían crecido de manera, que no se podía pasar a nado... Y vi que de una y otra orilla, había muchos árboles... Las aguas van a la región oriental, y desembocarán en el mar, en aquellas aguas pútridas, y éstas se sanearán, y todos los vivientes que nadan en las aguas vivirán, y el pescado allí será abundantísimo... En las orillas del río, se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán, y cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas medicinales...(c.47).

Al lado de esta visión, sobre el futuro de Israel, como colectividad nacional, Ezequiel destaca el sentido de responsabilidad individual. Se le ha saludado, como el campeón del individualismo, en el Antiguo Testamento.

En adelante, y en el nuevo orden de cosas, ya no correrá el proverbio: "Nuestros padres comieron las agraces, y nosotros sufrimos la dentera"; sino que cada uno será castigado sólo por sus pecados. Antes del exilio, al individuo se le consideraba sobre todo, como miembro de la comunidad israelita, responsable de los méritos y deméritos de ésta.

Después del castigo purificador de la cautividad, se organizará una nueva sociedad, en la que las responsabilidades individuales, serán más aquilatadas, y la justicia será la norma, de la nueva vida social e individual.

Ezequiel ha sido el instrumento de Dios, para salvar la crisis de conciencia, surgida al derrumbarse la monarquía israelita. Durante veinte años (593-573), desplegó una amplia actividad, para salvar las esperanzas mesiánicas, de sus compañeros de infortunio.

No sabemos nada sobre su muerte, pero su personalidad profética y literaria, dejó una profunda huella, en la historia de los judíos, como modelador de un nuevo tipo religioso, surgido en horas de desgracia y desesperanza general,

En el panegírico dedicado por el autor del Eclesiástico, a los antepasados gloriosos de Israel, se dice de nuestro profeta: "Ezequiel vio en visión, la gloria que el Señor, le mostró sobre el carro de los querubines, e hizo mención de Job, el profeta, que perseveró fiel, en los caminos de la justicia". La tradición rabínica posterior, le reservó un lugar preferente, en el aprecio de los grandes personajes del Antiguo Testamento.

Oración: Dios Todopoderoso y Eterno, que sepamos vivir con dignidad, como desterrados en la Ciudad Terrestre, y que pueda cumplirse en nuestras vidas, una resurrección de nuestros huesos espirituales, despojos de tanto pecado, de nuestra propia vida terrenal, y que surja de él, como templo viviente, agua purísima de santidad, que fecunde todos nuestros proyectos y trabajos diarios, como preparación a nuestro destino eterno. A Tí Señor, que resucitaste a Lázaro, ya muerto y en descomposición, y eres Sumo Supremo Sacerdote, por los siglos de los siglos. Amén.

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