10
de abril
SAN
EZEQUIEL, PROFETA
(595-570
AC)
(Antiguo
Testamento)
Breve
Insigne
profeta, durante el destierro en Babilonia. Su visión de los huesos
secos que resucitan, y de las aguas purísimas que emanan del templo,
son un bálsamo de esperanza, en medio de los sufrimientos, que
experimentamos en nuestras vidas.
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MAXIMILIANO
GARCÍA CORDERO, O. P.
El
último tercio del siglo VII a. de J. C., es decisivo para la suerte
del minúsculo reino de Judá. Asiria ha sido suplantada, por el
naciente imperio caldeo. Nínive cae en el 612 a. de J. C., y con la
gran ciudad, se cierra para siempre, el ciclo histórico del colosal
imperio asirio.
El
nuevo orden de cosas, se estructura bajo la mano férrea del
conquistador Nabucodonosor. Primeramente, como generalísimo de los
ejércitos caldeos, atraviesa Palestina, en persecución del faraón
Necao II. Después, en el 605, sube al trono, y trata de consolidar
las conquistas de su padre, Nabopolosar. Una de las regiones
recalcitrantes es Palestina, que con Siria y Transjordania, busca el
medio de sacudirse el pesado yugo babilonio.
Egipto
excita los sentimientos nacionalistas de estos pueblos, sometidos
antes a su órbita política. En Jerusalén, después de la muerte
trágica del piadoso rey Josías, en la batalla de Megiddo (609 a. de
J. C.), reina un hijo de éste, por nombre Joaquim, el cual, al
principio, procura halagar al coloso babilonio, pero termina por
unirse, en una coalición de pequeñas potencias, contra
Nabucodonosor.
El
profeta Jeremías, había dado la voz de alerta, predicando la
sumisión a Babilonia, pero en vano. En el año 598, los babilonios
ponen cerco a Jerusalén, la capital de Judá, que termina por
capitular. El precio del desastre es la deportación, de una gran
parte de la población judía, entre ellos el propio rey Jeconías,
hijo de Joaquim, quien ya había muerto durante el asedio, y
un joven llamado Ezequiel, que iba a ser el profeta del exilio.
La
vida de los desterrados no era dura, pues se les reconocían ciertas
libertades, pero la nostalgia de la patria, y del templo de
Jerusalén, nublaba sus ilusiones. No podían creer que Dios, les
hubiera abandonado definitivamente. Formaban parte del pueblo de las
promesas, y Yahvé no permitiría, que la catástrofe total de su
pueblo se consumase.
Siglo
y medio antes, había permitido la desaparición del reino
israelítico del Norte, cuya capital era Samaria, pero Jerusalén
significaba demasiado, en la historia del pueblo elegido, para que
sufriera la misma suerte.
Yahvé
habitaba en Jerusalén, y por tanto, no podía permitir que los
enemigos de Judá, destruyeran el lugar de su morada; justamente
un siglo antes, las tropas de Senaquerib, tuvieron que abandonar el
asedio de la ciudad santa, por una intervención milagrosa del ángel
de Yahvé. Ahora habría de repetirse el mismo prodigio.
Tal
era el modo de pensar de los exiliados. Ezequiel, como enviado de
Yahvé, para consolar a los desterrados, no participa de las ideas de
sus compatriotas. Jerusalén será tomada por los caldeos, y
totalmente destruida con su santo templo. Tal es la triste realidad,
que deben aceptar los exiliados, y de ahí la ingrata misión del
profeta, ante sus connacionales.
Para
éstos, el profeta Ezequiel será un pesimista, un derrotista, que no
comprende, los altos designios del pueblo hebreo. Ezequiel
pues, tendrá que continuar la labor del sufrido e incomprendido
Jeremías. Ha llegado la hora del castigo divino, para el pueblo
israelita pecador, y no cabe sino aceptar con espíritu de compunción
y humildad, los designios punitivos de Yahvé. Después vendrá el
desquite: la resurrección nacional, la repatriación de los
exiliados, y la inauguración de la comunidad teocrática, de los
tiempos mesiánicos.
La
misión profética de Ezequiel, tenemos que dividirla pues, en dos
etapas históricas: antes y después de la destrucción de Jerusalén,
por los caldeos (598 a. de J. C.).
De
un lado tiene que hacer frente, al falso optimismo —hijo de la
presunción— de los exiliados, que no creen en la destrucción de
la ciudad santa; y por otro, cuando ya la catástrofe se ha
consumado, debe levantar los ánimos deprimidos, dando esperanzas
luminosas, sobre un porvenir mejor.
Sus
compatriotas desterrados creían que Yahvé, se había excedido en el
castigo, al menos, les había hecho cargar con los pecados de sus
antepasados. “¡Nuestros padres comieron las agraces, y nosotros
sufrimos la dentera!". Este es el grito unánime de protesta, de
los exiliados ante Ezequiel, el centinela de Yahvé.
El
profeta tiene que demostrar, que Dios ha sido justo en el castigo, y
que éste no tenía otra finalidad, que purificar a su pueblo
moralmente, para prepararle a una nueva y glorioso etapa nacional.
Yahvé no había abandonado a su pueblo, sino que estaba con los
exiliados para protegerlos. La visión inaugural, en la que aparece
Yahvé lleno de majestad, en su carro triunfal, escoltado por los
querubines, simboliza la especial providencia, que tiene sobre el
pueblo exiliado, pues se ha trasladado a Mesopotamia, para ayudarles
y alentarles en el exilio.
Ezequiel
era de la clase sacerdotal, y desde el punto de vista profético,
inaugura una nueva etapa en Israel. Sus oráculos,
difieren también desde el punto de vista literario, de los
tradicionales preexílicos, tal como aparecen en Amós, Oseas, Isaías
y Jeremías. Les falta el frescor y sencillez de éstos, y por otra
parte, se dan la mano con la literatura apocalíptica, que va a
pulular en la época tardía del judaísmo. Se le ha llamado "profeta
de gabinete", en el sentido de que sus escritos, resultan
demasiado artificiales, en comparación con los de sus predecesores.
Sin
embargo, no se debe exagerar la nota de artificialidad. Ezequiel se
halla en una encrucijada histórica, y su personalidad está
cabalgando sobre dos épocas: la correspondiente a los últimos años
de la monarquía judía, y la exílica, con sus implicaciones de
cambio de ambiente geográfico, y ruptura de tradiciones seculares.
Su
misión, fue la de salvar la crisis de conciencia nacional, que
siguió a la caída de la monarquía, orientándola hacia una nueva
era teocrática, de esplendor y triunfo definitivo.
Por
otra parte, para entender sus escritos,
debemos tener en cuenta que Ezequiel, tenía un temperamento de
visionario. Sus enseñanzas, en parte, están expresadas en un
lenguaje simbólico, a veces difícil de entender. Tal es
la oscuridad de sus visiones, que los rabinos no permitían que se
leyera su libro, antes de haber cumplido los treinta años.
En
el Talmud, se dice que el rabino Hanaías, gastó trescientos
recipientes de aceite, para alumbrar a su candela, estudiando y
dilucidando las páginas misteriosas de Ezequiel, para que la
Sinagoga no lo declarara libro apócrifo.
Una
característica de la predicación de Ezequiel, es su predilección
por las acciones simbólicas, o parábolas en acción.
Antes de él, varios profetas, como Oseas y Jeremías, habían
representado plásticamente sus oráculos, en acciones simbólicas,
para causar mayor impresión, en un auditorio de temperamento
oriental imaginativo.
Al
igual que Isaías, Ezequiel se considera personalmente, como un "sino
para la casa de Israel", viendo en sus propias experiencias
personales, un sentido profético para su pueblo.
Así,
para significar los años de la cautividad de Israel y de Judá, se
somete a una inmovilidad, acostándose ciento noventa días del lado
izquierdo, y cuarenta del derecho (4, 4-7). Para significar el hambre
que los ciudadanos de Jerusalén, han de sufrir durante el asedio, el
profeta debe alimentarse de una mezcla racionada de trigo, cebada,
habas, lentejas, mijo y avena, lo que resultaba abominable para un
judío, que quería vivir según la Ley mosaica (4, 9-10).
En
ocasión de la muerte de su esposa, debe abstenerse totalmente de
manifestaciones de duelo, para simbolizar la actitud de conformidad,
que deben adoptar los exiliados, al tener noticias de la destrucción
de Jerusalén (24, 15-24).
Un
día recibe una orden extraña, de parte de Yahvé: "Tú,
hijo de hombre, dispón tus trebejos de emigración, y sal de día a
la vista de los exiliados... Saca tus trebejos, como trebejos de
camino, de día, a sus ojos, y parte por la tarde a presencia suya,
como parten los desterrados. A sus ojos orada la pared, y sal por
ella, llevando a sus ojos tus trebejos, y te los echas al hombro, y
sales al oscurecer, cubierto el rostro y sin mirar a la tierra, pues
quiero que seas pronóstico para la casa de Israel (12, 3-5)”.
Su
huida por la brecha de la pared oradada de su casa, debía simbolizar
la huida del rey Jeconías, que se escapará, por las brechas de las
murallas de Jerusalén, para huir de los asaltantes caldeos.
Su
existencia personal pues, se confundía con su misión profética,
ante sus compatriotas desterrados. Por orden divina, tiene que
encerrarse a temporadas, en un mutismo absoluto (3,26.24.27). Todos
los detalles de su vida, tienen proyección profética, en orden a la
comunidad de exiliados.
Otra
característica de sus escritos, es el elemento visionario.
Ya en su primera presentación, como profeta a la comunidad exiliada,
Ezequiel describe una grandiosa visión, que iba a ser clave en su
teología:
"El
año quinto de nuestra cautividad (593 a. de J. C.), estando yo entre
los cautivos en la orilla del río Quobar, se abrieron los cielos...
y fue sobre mí la mano de Yahvé. Miré y vi venir, de la parte del
septentrión, un nublado impetuoso, una nube densa, en torno de la
cual, resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba, como
bronce en ignición.
En
el centro de ella, había semejanza de cuatro animales vivientes,
cuyo aspecto era éste: tenían semblante de hombre, pero cada uno
tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas. Sus pies eran
derechos, y la planta de sus pies, era como la planta del toro.
Brillaban
como bronce en ignición. Por debajo de las alas, a los cuatro lados,
salían brazos de hombre; todos, los cuatro, tenían el mismo
semblante y las mismas alas, que se tocaban las unas con las del
otro. Al moverse, no se volvían para atrás, sino que cada uno iba
cara adelante.
Su
aspecto era éste: de hombre por delante los cuatro, de león a la
derecha los cuatro, de toro a la izquierda los cuatro, y de águila
por detrás los cuatro. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto,
dos se tocaban la del uno con la del otro, y dos de cada uno cubrían
su cuerpo...
Había
entre los vivientes, fuego como de brasas, encendidas cual antorchas,
que discurrían por entre ellos, centelleaban y salían rayos...
Sobre las cabezas de los vivientes, había una semejanza de
firmamento, como de cristal... y por debajo del firmamento, estaban
tendidas sus alas, que se tocaban dos a dos...
Sobre
el firmamento, que estaba sobre sus cabezas, había una apariencia de
piedra de zafiro, a modo de trono, y encima una figura semejante a
hombre que se erguía, y lo que de él aparecía, de cintura arriba,
era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo,
como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía...
como el arco que aparece en las nubes, en día de lluvia (c.1)”.
La
majestad de Yahvé, aparecía sobre un carro triunfal tirado por
seres, que eran los reyes del mundo de los vivientes: el hombre, el
león, el toro y el águila. Sintetizaban toda la creación que
servía de trono al Creador, que iba a visitar a los exiliados a
Mesopotamia, La comunidad de los exiliados, no habría de estar
desamparada de su Dios.
El
pueblo judío resucitaría un día, para organizarse como pueblo. Su
actual estado de postración nacional era pasajero, y un castigo
purificador a sus infidelidades.
Es
la lección de otra visión apocalíptica: "Fue
sobre mí la mano de Yahvé, y me llevó Yahvé fuera, en medio de un
campo, que estaba lleno de huesos. Me hizo pasar por cerca de ellos,
y vi que eran sobremanera numerosos, sobre la haz del campo, y
enteramente secos. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos
huesos?. Y yo respondí: Señor Yahvé, Tú lo sabes. Y Él me dijo:
Hijo de hombre, profetiza a estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd
la palabra de Yahvé. Así dice Yahvé: Voy a hacer entrar en
vosotros el espíritu, y viviréis, y pondré sobre vosotros nervios,
y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel, y os
infundiré espíritu, y viviréis... Entonces yo profeticé como se
me mandaba, y a mi profetizar, se oyó un ruido, y hubo un agitarse,
y un acercarse huesos a huesos. Miré y vi que vinieron nervios sobre
ellos, y creció la carne, y los cubrió la piel, pero no había en
ellos espíritu. Profeticé, y entró en ellos el espíritu, y
revivieron y se pusieron de pie, un ejército grande en extremo. Dijo
Yahvé: Esos huesos son la entera casa de Israel."
Nada
más plástico, para anunciar a sus compatriotas exiliados, la
esperanza de una resurrección nacional cierta, en los designios
divinos. Lejos de dejarse llevar por la desesperación, deben
orientar sus pensamientos, hacia una era venturosa de resurrección
nacional; es la hora de la teocracia mesiánica. Los exiliados
volverán a la patria, y ésta será equitativamente dividida entre
las tribus.
En
el centro geográfico estará el templo, y a su lado los sacerdotes y
levitas, juntamente con el príncipe. Toda la nueva tierra de
promisión será feracísima, porque saldrá del templo un torrente,
que regará hasta la zona desértica del mar Muerto, Las aguas de
éste, se verán pobladas de peces, y una frondosidad edénica de
árboles, que darán doce frutos al año, y bordeará sus riberas:
"Y
vi que desde el umbral del templo, brotaban aguas que descendían del
mediodía del altar... y vi que las aguas salían del lado derecho...
y me hizo atravesar las aguas; llegaban hasta los tobillos; midió
mil codos, y llegaban hasta las rodillas; midió otros mil codos,
llegaban hasta la cintura. Midió otros mil, y era ya un río que me
era imposible atravesar, porque las aguas habían crecido de manera,
que no se podía pasar a nado... Y vi que de una y otra orilla, había
muchos árboles... Las aguas van a la región oriental, y
desembocarán en el mar, en aquellas aguas pútridas, y éstas se
sanearán, y todos los vivientes que nadan en las aguas vivirán, y
el pescado allí será abundantísimo... En las orillas del río, se
alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán, y
cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por
salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas
medicinales...(c.47)”.
Al
lado de esta visión, sobre el futuro de Israel, como colectividad
nacional, Ezequiel destaca el sentido de
responsabilidad individual. Se le ha saludado, como el
campeón del individualismo, en el Antiguo Testamento.
En
adelante, y en el nuevo orden de cosas, ya no correrá el proverbio:
"Nuestros padres comieron las agraces, y nosotros sufrimos la
dentera"; sino que cada uno será
castigado sólo por sus pecados. Antes del exilio, al
individuo se le consideraba sobre todo, como miembro de la comunidad
israelita, responsable de los méritos y deméritos de ésta.
Después
del castigo purificador de la cautividad, se organizará una nueva
sociedad, en la que las responsabilidades individuales, serán más
aquilatadas, y la justicia será la norma, de la nueva vida social e
individual.
Ezequiel
ha sido el instrumento de Dios, para salvar la crisis de conciencia,
surgida al derrumbarse la monarquía israelita. Durante veinte años
(593-573), desplegó una amplia actividad, para salvar las esperanzas
mesiánicas, de sus compañeros de infortunio.
No
sabemos nada sobre su muerte, pero su personalidad profética y
literaria, dejó una profunda huella, en la historia de los judíos,
como modelador de un nuevo tipo religioso, surgido en horas de
desgracia y desesperanza general,
En
el panegírico dedicado por el autor del Eclesiástico, a los
antepasados gloriosos de Israel, se dice de nuestro profeta:
"Ezequiel vio en visión, la gloria que el Señor, le mostró
sobre el carro de los querubines, e hizo mención de Job, el profeta,
que perseveró fiel, en los caminos de la justicia". La
tradición rabínica posterior, le reservó un lugar preferente, en
el aprecio de los grandes personajes del Antiguo Testamento.
Oración:
Dios Todopoderoso y Eterno, que sepamos vivir con dignidad, como
desterrados en la Ciudad Terrestre, y que pueda cumplirse en nuestras
vidas, una resurrección de nuestros huesos espirituales, despojos de
tanto pecado, de nuestra propia vida terrenal, y que surja de él,
como templo viviente, agua purísima de santidad, que fecunde todos
nuestros proyectos y trabajos diarios, como preparación a nuestro
destino eterno. A Tí Señor, que resucitaste a Lázaro, ya muerto y
en descomposición, y eres Sumo Supremo Sacerdote, por los siglos de
los siglos. Amén.
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