8
de abril
San
Dionisio, Obispo
(†
c. a. 180)
Sin
moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar,
que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo,
fueron sus cómplices generosos, en la difusión de la fe.
Los
registros griegos, dan noticia de su condición episcopal, cuando lo
incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito, alrededor
del año 180. También Eusebio de Cesarea, nos relata algo de su
actividad, al recogerlo en la Historia Eclesiástica, como uno de los
grandes hombres, que contribuyeron a extender por el mundo el
Evangelio.
Pertenece
a las primeras generaciones de cristianos. Es uno de los
primitivos eslabones, de la larga cadena que sólo tendrá fin,
cuando acabe el tiempo.
Por
el momento en que vivió, resulta que con él, entramos en contacto
con la antiquísima etapa, en que la Iglesia
está aún, como aprendiendo a andar, dando sus primeros
pasos; su expresión en palabras, sólo se siente en la tierra como
un balbuceo, y la gente que conoce y sigue a
Cristo, son poco más que un puñado de hombres y mujeres echados al
mundo, como a voleo, por la mano del sembrador, y desparramados por
el orbe.
Dionisio
fue un obispo, que se destaca por su celo apostólico, y se aprecia
en él, la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa
los límites geográficos del terruño, en donde viven sus fieles, y
se vuelca allá, donde hay una necesidad, que él pueda aliviar o
encauzar.
En
su vida resuena el eco paulino, de sentir la preocupación por todas
las iglesias. Aún la organización eclesiástica
-distinta de la de hoy- no se dividía por regiones o diócesis; la
acción pastoral es aceptada como buena, en cualquier terreno en
donde haya cristianos.
Posiblemente
el Obispo Dionisio, pensaba que si se puede hacer el bien, es pecado
no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque son pocos los
brazos; es extenso el campo de labranza... y corto el tiempo.
Siendo
la labor tan amplia, el estilo que impera es prestar atención
espiritual, a los fieles cristianos, donde quiera que se encuentren,
sin sentirse coartado por el espacio; la jurisdicción territorial
vino después. Él se siente responsable de
todos, porque todos sirven al mismo Señor, y tienen el mismo Dueño.
Los
discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan mucho entre
ellos; todo lo que pueden lo traen, y llevan noticias de unos y de
otros; todos se encuentran inquietos, ocupados por la suerte del
"misterio", y están
dispuestos siempre a darlo a conocer.
Las
dificultades para el contacto son demasiadas; muchas son lentas y
hasta peligrosas algunas veces; pero por las vías van los
carros, y por los mares los veleros, lo que sirve a los
hombres para la guerra, las conquistas, la cultura o el dinero, que
el cristiano las usa —como una más— para
extender también el Reino.
Se
saben familia numerosa, esparcida por el universo; tienen intereses,
dificultades, proyectos y anhelos comunes, ¡lógico que se sientan
unidos, en un entorno adverso, en tantas ocasiones!.
Y
en este sentido, tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al
golfo del mismo nombre— que en ese tiempo, era la ciudad más rica
y próspera de Grecia, aunque no llegaba al prestigio intelectual de
Atenas.
Corinto
es la sede de Dionisio; fue la que no hace mucho, aquella iglesia que
fundó San Pablo, con la predicación de los primeros tiempos, y que
luego atendió, vigiló sus pasos, guió su vida y alentó su
caminar.
Tiene
una situación privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un
importante nudo de comunicaciones, en donde se mezcla el sabio
griego, con el comerciante latino y el rico oriental; allí viven
hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia
y el desconcierto; todas las razas tienen sitio, y también los
colores, y los esclavos y los dueños.
El
barullo de los mercados, el trajín en los puertos. Hay intercambio
de culturas, de pensamiento. Entre los miles que van y vienen, de vez
en cuando, un cristiano se acerca, contacta, trae noticias y lleva
nuevas, a otro sitio del Imperio. ¡Cómo aprovechó Dionisio sus
posibilidades!.
Aquí
sobresale su condición de escritor. Para que se tengan noticias,
manda cartas a los cristianos Lacedemonios, instruyéndoles en la fe,
y exhortándoles a la concordia y la paz; a los Atenienses,
estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de
Nicomedia, para impugnar muy eruditamente, la herejía de Marción; a
la iglesia de Creta, a la que da pistas, para que sus cristianos
aprendan a descubrir, la estrategia que emplean los herejes, cuando
difunden el error.
En
la carta que mandó al Ponto, expone a los bautizados, enseñanzas
sobre las Sagradas Escrituras; les aclara la
doctrina sobre la castidad, y la grandeza del matrimonio;
también los anima, para que sean generosos con aquellos pecadores,
que arrepentidos, quieran volver desde el pecado.
Igualmente
escribió carta a los fieles de Roma, en tiempos del papa Sotero;
en ella, elogia los notables gestos de caridad, que tienen los
romanos con los pobres, y testifica su personal veneración, a los
Vicarios de Cristo.
La
vida de este obispo griego —incansable
articulista— terminó en el último tercio del siglo II.
Sin
moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar, que
no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo,
fueron sus cómplices generosos, en la difusión de la fe.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que a semejanza de San Dionisio,
suscites en nuestros pastores, el deseo de recuperar el espíritu de
comunidad pequeña, fraterna y unida, en torno a tu Sagrado Corazón,
y de la Santísima Virgen María, desechando toda ambición de poder,
y en especial el populismo de querer conciliar el agua y el aceite,
cambiando tus enseñanzas, para halagar a quienes encima, no desean
ni siquiera acercarse a Tí, para que los cures y perdones. Amén.
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