miércoles, 8 de abril de 2020


8 de abril

San Dionisio, Obispo


(† c. a. 180)

Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar, que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo, fueron sus cómplices generosos, en la difusión de la fe.

Los registros griegos, dan noticia de su condición episcopal, cuando lo incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito, alrededor del año 180. También Eusebio de Cesarea, nos relata algo de su actividad, al recogerlo en la Historia Eclesiástica, como uno de los grandes hombres, que contribuyeron a extender por el mundo el Evangelio.

Pertenece a las primeras generaciones de cristianos. Es uno de los primitivos eslabones, de la larga cadena que sólo tendrá fin, cuando acabe el tiempo.

Por el momento en que vivió, resulta que con él, entramos en contacto con la antiquísima etapa, en que la Iglesia está aún, como aprendiendo a andar, dando sus primeros pasos; su expresión en palabras, sólo se siente en la tierra como un balbuceo, y la gente que conoce y sigue a Cristo, son poco más que un puñado de hombres y mujeres echados al mundo, como a voleo, por la mano del sembrador, y desparramados por el orbe.

Dionisio fue un obispo, que se destaca por su celo apostólico, y se aprecia en él, la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa los límites geográficos del terruño, en donde viven sus fieles, y se vuelca allá, donde hay una necesidad, que él pueda aliviar o encauzar.

En su vida resuena el eco paulino, de sentir la preocupación por todas las iglesias. Aún la organización eclesiástica -distinta de la de hoy- no se dividía por regiones o diócesis; la acción pastoral es aceptada como buena, en cualquier terreno en donde haya cristianos.

Posiblemente el Obispo Dionisio, pensaba que si se puede hacer el bien, es pecado no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque son pocos los brazos; es extenso el campo de labranza... y corto el tiempo.

Siendo la labor tan amplia, el estilo que impera es prestar atención espiritual, a los fieles cristianos, donde quiera que se encuentren, sin sentirse coartado por el espacio; la jurisdicción territorial vino después. Él se siente responsable de todos, porque todos sirven al mismo Señor, y tienen el mismo Dueño.

Los discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan mucho entre ellos; todo lo que pueden lo traen, y llevan noticias de unos y de otros; todos se encuentran inquietos, ocupados por la suerte del "misterio", y están dispuestos siempre a darlo a conocer.

Las dificultades para el contacto son demasiadas; muchas son lentas y hasta peligrosas algunas veces; pero por las vías van los carros, y por los mares los veleros, lo que sirve a los hombres para la guerra, las conquistas, la cultura o el dinero, que el cristiano las usa —como una más— para extender también el Reino.

Se saben familia numerosa, esparcida por el universo; tienen intereses, dificultades, proyectos y anhelos comunes, ¡lógico que se sientan unidos, en un entorno adverso, en tantas ocasiones!.

Y en este sentido, tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al golfo del mismo nombre— que en ese tiempo, era la ciudad más rica y próspera de Grecia, aunque no llegaba al prestigio intelectual de Atenas.

Corinto es la sede de Dionisio; fue la que no hace mucho, aquella iglesia que fundó San Pablo, con la predicación de los primeros tiempos, y que luego atendió, vigiló sus pasos, guió su vida y alentó su caminar.

Tiene una situación privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un importante nudo de comunicaciones, en donde se mezcla el sabio griego, con el comerciante latino y el rico oriental; allí viven hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia y el desconcierto; todas las razas tienen sitio, y también los colores, y los esclavos y los dueños.

El barullo de los mercados, el trajín en los puertos. Hay intercambio de culturas, de pensamiento. Entre los miles que van y vienen, de vez en cuando, un cristiano se acerca, contacta, trae noticias y lleva nuevas, a otro sitio del Imperio. ¡Cómo aprovechó Dionisio sus posibilidades!.

Aquí sobresale su condición de escritor. Para que se tengan noticias, manda cartas a los cristianos Lacedemonios, instruyéndoles en la fe, y exhortándoles a la concordia y la paz; a los Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de Nicomedia, para impugnar muy eruditamente, la herejía de Marción; a la iglesia de Creta, a la que da pistas, para que sus cristianos aprendan a descubrir, la estrategia que emplean los herejes, cuando difunden el error.

En la carta que mandó al Ponto, expone a los bautizados, enseñanzas sobre las Sagradas Escrituras; les aclara la doctrina sobre la castidad, y la grandeza del matrimonio; también los anima, para que sean generosos con aquellos pecadores, que arrepentidos, quieran volver desde el pecado.

Igualmente escribió carta a los fieles de Roma, en tiempos del papa Sotero; en ella, elogia los notables gestos de caridad, que tienen los romanos con los pobres, y testifica su personal veneración, a los Vicarios de Cristo.

La vida de este obispo griego —incansable articulista— terminó en el último tercio del siglo II.

Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar, que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo, fueron sus cómplices generosos, en la difusión de la fe.

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que a semejanza de San Dionisio, suscites en nuestros pastores, el deseo de recuperar el espíritu de comunidad pequeña, fraterna y unida, en torno a tu Sagrado Corazón, y de la Santísima Virgen María, desechando toda ambición de poder, y en especial el populismo de querer conciliar el agua y el aceite, cambiando tus enseñanzas, para halagar a quienes encima, no desean ni siquiera acercarse a Tí, para que los cures y perdones. Amén.

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