domingo, 12 de abril de 2020


12 de Abril

SANTA MISA


HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Domingo de Pascua, 12 de abril de 2009

Ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón”

Queridos hermanos y hermanas:

«Ha sido inmolado Cristo, nuestra Pascua» (1 Co 5,7). Resuena en este día, la exclamación de San Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, tomada de la primera Carta a los Corintios. Un texto que se remonta a veinte años apenas, después de la muerte y resurrección de Jesús, y que no obstante, contiene en una síntesis impresionante —como es típico de algunas expresiones paulinas— la plena conciencia de la novedad cristiana.

El símbolo central de la historia de la salvación — el cordero pascual — se identifica aquí con Jesús, llamado precisamente «nuestra Pascua». La Pascua judía, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, prescribía el rito de la inmolación del cordero, un cordero por familia, según la ley mosaica.

En su pasión y muerte, Jesús se revela, como el Cordero de Dios «inmolado» en la cruz, para quitar los pecados del mundo; fue muerto justamente en la hora, en que se acostumbraba a inmolar los corderos, en el Templo de Jerusalén. El sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado Él mismo durante la Última Cena, poniéndose en el lugar —bajo las especies del pan y el vino— de los elementos rituales de la cena de la Pascua.

Así podemos decir que Jesús, realmente ha llevado a cumplimiento, la tradición de la antigua Pascua, y la ha transformado en su Pascua.

A partir de este nuevo sentido de la fiesta pascual, se comprende también la interpretación de San Pablo, sobre los «ázimos». El Apóstol se refiere a una antigua costumbre judía, según la cual en la Pascua, había que limpiar la casa, hasta de las migajas de pan fermentado. Eso formaba parte del recuerdo, de lo que había pasado con los antepasados, en el momento de su huida de Egipto: teniendo que salir a toda prisa del país, y entonces se llevaron consigo solamente, panes sin levadura.

Pero al mismo tiempo, «los ázimos» eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo, para dejar espacio a lo nuevo. Ahora, como explica San Pablo, también esta antigua tradición, adquiere un nuevo sentido, precisamente a partir del nuevo «éxodo», que es el paso de Jesús, de la muerte a la vida eterna.

Y puesto que Cristo, como el verdadero Cordero, se ha sacrificado a Sí mismo por nosotros, también nosotros, sus discípulos, —gracias a Él y por medio de Él— podemos y debemos ser «masa nueva», «ázimos», liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado: ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón.

«Así pues, celebremos la Pascua... con los panes ázimos de la sinceridad, y de la verdad». Esta exhortación de San Pablo, con que termina la breve lectura, que se ha proclamado hace poco, resuena aún más intensamente, en el contexto del Año Paulino.

Queridos hermanos y hermanas, acojamos la invitación del Apóstol; abramos el corazón a Cristo, muerto y resucitado, para que nos renueve, para que nos limpie del veneno del pecado y de la muerte, y nos infunda la savia vital del Espíritu Santo: la Vida Divina y Eterna.

En la secuencia pascual, como haciendo eco a las palabras del Apóstol, hemos cantado: «Scimus Christum surrexisse / a mortuis vere» —sabemos que estás resucitado, la muerte en Tí no manda.

Sí, este es precisamente el núcleo fundamental, de nuestra profesión de fe; este es hoy el grito de victoria, que nos une a todos. Y si Jesús ha resucitado, y por tanto está vivo, ¿quién podrá jamás separarnos de Él?. ¿Quién podrá privarnos de su Amor, que ha vencido al odio, y ha derrotado a la muerte?.

Que el anuncio de la Pascua, se propague por el mundo, con el jubiloso canto del aleluya. Cantémoslo con la boca, cantémoslo sobre todo con el corazón, y con la vida, con un estilo de vida «ázimo», simple, humilde y fecundo de buenas obras. «Surrexit Christus spes mea: / precedet vos in Galileam» — ¡Resucitó de veras mi esperanza!. Venid a Galilea, el Señor allí aguarda. El Resucitado nos precede, y nos acompaña, por las vías del mundo. Él es nuestra esperanza, Él es la verdadera paz del mundo. Amén.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

Oración: Ven Jesús a nuestro corazón y revívelo, para que pueda iluminar al mundo entero. Amén. Así Sea.



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