jueves, 9 de enero de 2020


9 de enero

Santos Julián y Basilisa

(† ca. 304)


Cristo con los santos Julián y Basilisa y Celso y Marcionila, por Pompeo Batoni, 1736-1738.

Breve
Esposos Vírgenes. Ermitaños. Julián muere mártir, azotado hasta la muerte. Su esposa muere dulcemente antes, en la Misericordia divina, que le ahorró ver a su esposo, morir de esa manera.
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La familia de Julián, vivía en la ciudad de Antioquía, durante el siglo IV. Él recibió una formación esmerada, en ciencias y en la piedad, dirigida a constituir, una continuación de la vida noble de sus antepasados, lo cual incluía, el contraer un matrimonio digno de su rango.

Al insistir sus padres, que contraiga desposorios y matrimonio, se le cierran a Julián los caminos de la virginidad, que un día había prometido al Señor. Ante esta actitud paterna, Julián pide unos días, para deliberar calmadamente una decisión tan seria, en la que se ventila la cuestión de seguir a Jesús, o desobedecer a sus padres.

En este punto dice la leyenda, que Julián conoce por revelación del cielo, la esposa, con la que podrá guardar la anhelada virginidad.

Con un suave olor de flores - y seguimos copiando la leyenda - los novios Julián y Basilisa, son arrastrados hacia el amor de la virginidad, apareciéndoseles Nuestro Señor Jesucristo, aprobando la determinación de conservarse intactos. Acompañan a Cristo, un cortejo interminable de santos y santas vírgenes, entre cuyo desfile grandioso, y ante la expectación de los celestes ejércitos, ven sus nombres como en un letrero inmenso.

Esta aparición fue para Basilisa y Julián, como una jura de bandera, con estruendo de clarines, y con sonar de armonías inolvidables. Al poco tiempo, mueren los padres de Julián, y ambos recién casados se retiran, y fundan sendos monasterios.

El sitio donde se apartó Julián, era un campo árido, pero allí se reunirían gran cantidad de personas, deseosas de recogimiento. El espíritu los lanzaba al desierto, como sucederá en todas las épocas de la historia. Piedra a piedra, fueron levantando el edificio, donde reposar el cuerpo, mientras trabaja la mente, en sublimes y divinos pensamientos.

La finalidad que estos monjes perseguían, al venir en torno a San Julián, era imitar a Cristo en su cuaresma, hasta que el hambre mordiese sus entrañas, aun cuando su imaginación, les sugiere convertir milagrosamente, las piedras en panes, venciendo así al eterno tentador, con la irrefutable contestación de que el hombre, vive también de las palabras, salidas de la boca de Dios.

A escuchar esas conversaciones divinas, dichas al oído de las almas, se encaminó Julián hasta los desiertos, abandonando el estrépito de las aguas torrenciales, de los bullicios callejeros, y huyendo de las gentes, de los pequeños imperios, y de las propias glorias tan tremendamente seductoras, consiguiendo subir así, al alto monte de los siete círculos.

San Julián, fue a encontrar el ambiente recogido y ensimismado, en un monasterio, fabricado con el sudor suyo, y de sus infatigables monjes, marchó buscando esa ciudad santa, donde los espíritus no tropiezan contra las piedras, con tanta facilidad.

Este apartarse del ruido y del nerviosismo, es propio de la actividad desbordante también hoy día. Asombra constatar esta tendencia a vivir como ermitaños, en el centro mismo de las ingentes poblaciones, donde cada cual queda aislado, silencioso, leyendo o revisando el semanario gráfico, a falta de Evangelio. No podemos negar, que somos esencialmente ermitaños y monjes.

Julián, en su monasterio cercano a Antioquía, tuvo personal vigilancia, de todos los quehaceres de la comunidad, y con este motivo, la autoridad del santo abad, tendría que abarcar a todos los monjes, con cariño y con prudencia, distribuyendo equitativamente las cargas, y los duros trabajos entre los componentes del monasterio.

Era Julián, uno más que realizaba lo de su incumbencia, con la misma exactitud, con que hacía ejecutar lo que ordenaba, no reprendiendo con encono ni con altanería, sino con frases amables, comprensivas y alentadoras, cargadas de amor, que llegaban hasta lo más profundo del súbdito.

Había en el monje Julián, una mezcla de bronco y dulce, de amable y de áspero. Corregía, consolaba, entusiasmaba, y animaba a los monjes a quienes gobernaba, con una paz y una tranquilidad tan grande, que parecían estar solos, en el más solitario de los desiertos.

Tampoco nos causa asombro, que su esposa Basilisa, se asociase a otras compañeras, en una vida conventual. Dice la leyenda, que Basilisa y las demás vírgenes que residían en el monasterio, no lejano al de Julián, conocieron por revelación divina, el tiempo de su muerte. Basilisa, que durante toda su vida, había exhortado siempre, con su ejemplo y sus palabras, a la práctica de la santidad monástica, les pone delante el cielo, el superabundante premio de sus mortificaciones, austeridades y renuncias. Y al poco de morir aquellas vírgenes, se aparecen a Basilisa, notificándola la fecha de su muerte; ella se acuerda de la visión primera, que tuvo en compañía de Julián, mientras eran novios, cuando decidieron consagrar a Dios, a perpetuidad, su virginidad.

Siguiendo la leyenda, encontramos a Julián, a quien habíamos visto a cargo, de una comunidad de monjes, a las afueras de Antioquía. Julián da sepultura a Santa Basilisa, cuando todavía reinaba la paz en la ciudad; sobre su cadáver virgen, el santo esposo imploró a Dios, el perpetuo descanso para ella.

En la película titulada "La túnica sagrada", se oye repetir al centurión romano, que presenció impertérrito, la crucifixión del Señor una frase: "¿Estuviste allí?". Mientras los martillazos de las trirremes, que vuelven de Palestina a Roma, le recuerdan en su locura, cómo clavaron y asesinaron al primer Mártir de la cristiandad, en una cálida tarde, frente a la populosa Jerusalén, señora del mundo. Aquel vestido sagrado, sobre el que echaron suertes a los dados, mientras la sangre púrpura, caía sobre la tierra oscurecida, no se le borra de la mente al centurión.

Quisiera preguntar al autor del libro, donde leí los datos, la vida y martirio de San Julián, si había presenciado el suceso, y si había sentido un ramalazo escalofriante, al ver a los verdugos y a los cuerpos martirizados, pero me respondió un silencio en la vacía biblioteca.

Sobre Antioquía, un día, vinieron los conflictos y las persecuciones contra la Iglesia, y todas las saetas y tormentos, empezaron a funcionar, con furor y saña. A mares, eran martirizados los cristianos, y los muertos se amontonaban en la tierra antioquena, como impasibles escombros.

El gobernador de Antioquía, Marciano, ordena apresar y encarcelar a Julián, y a los que con él residían, en el apacible monasterio.

Pero Julián no se amedrenta, y valientemente profesa su fe, en medio de la persecución. Innumerables personas mueren quemadas, por declararse cristianas. La hoguera estuvo encendida, para tronchar y aniquilar las vidas, como siglos más tarde, rodeará e iluminará, el atormentado rostro de Santa Juana de Arco.

Hay expectación en la gente, cuando Marciano increpa con solemnidad, a Julián.
-Adora a los dioses.
-No hay más Omnipotente que Dios, el Padre nuestro.
-Obedece los decretos del emperador.
-Jesucristo es mi único César.
-¿Crees en un Crucificado?
-Él tiene escuadrones inmortales.
-Marcharás a la muerte.
-El emperador de Roma también es polvo, y en polvo se convertirá.

Dios ayuda a los mártires, y coloca en los labios de sus escogidos, palabras arrolladoras, que confunden y vencen a los tiranos.
- ¿Te ríes de nuestros dioses, y de nuestro emperador?. Ante los tormentos, no habrá bromas ni réplicas.

El gobernador Marciano, cambia ahora de táctica, cosa frecuente en los hombres astutos, que no quieren reconocer las propias derrotas.

-Tus padres, Julián, fueron nobles. Te daremos honores.
-Desde el cielo me miran, y me alientan a permanecer en mi religión.
-El cristianismo es religión de esclavos, y adoran a un crucificado. Los nobles no van a la cruz.
-Mi Dios tiene la nobleza, de haber derramado toda la sangre, por el bien y la salvación de los hombres.
-Basta, Julián. Que te abran dolorosos y profundos surcos, sobre tu carne cristiana.

Durante la flagelación sucede un milagro, ese argumento irrefutable y enorme, que tiene Dios para los incrédulos de todos los siglos.

Un verdugo daba demasiado fuerte, y que araba en el cuerpo de Julián, con notorio encono, cuando de un latigazo flagelante, le hizo saltar un ojo. El mártir, que no se cura a sí mismo, y que deja sangrar a sus martirizados miembros, implora el milagro, para el mismo verdugo despiadado.

-Que le den una loción.

Se perfuma el ambiente cargado de sangre, con un olor como de muchos bálsamos orientales. Después de que Julián con su sangrante brazo, hace la señal de la cruz, el sayón recobra el ojo perdido. Pero en los criminales, no hay piedad, ni ternura, ni compasión.

La espada no fallará, y una cabeza que había siempre pensado en Cristo, cae sonando débilmente, como testimonio mudo de cristiandad, para un día resucitar, con una gloria inmensa, por el martirio sufrido.

Las sangres de los mártires, riegan las tierras más ásperas, y Julián, con su inmolación cruenta, convierte a Celso, el hijo del gobernador Marciano. Ha asistido al juicio, escuchando el fallo de su padre, y ha contemplado impávido, la ejecución terrible de la absurda sentencia; el milagro y la posterior muerte del Santo Julián.

Es el último triunfo terreno del mártir. Celso convertido, bautizado y valiente, muere recibiendo también, el galardón del martirio.

VALENTÍN SORIA

Oración: Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos e intercesión de los Santos Julián y Basilisa, los matrimonios cristianos, puedan preservar siempre la pureza, la devoción mutua, y la amistad que brinda la cercanía contigo. Que el mártir San Celso, nos ayude a convertir nuestro corazones de piedra, en uno de carne que te alabe por siempre. A Tí Señor, que has creado el Cielo y la Tierra, en tu Infinito Amor, y que eres también familia, y Vives y Reinas, por los Siglos de los Siglos. Amén.

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