4
de enero
Santa
Genoveva Torres Morales
(1870-1956)
Religiosa, virgen, fundadora de la Congregación de las Hnas del Sagrado Corazón de Jesús, y de los Santos Ángeles (Angélicas)
“Sólo
por la caridad y la mansedumbre, llevaremos las almas a Dios”
“El tiempo corre hacia el sepulcro, y vivimos neciamente, si no vivimos para Dios”
“Dios
merece ser servido con Fidelidad y Amor”
“El
Amor nunca dice basta”.
Carisma:
aliviar la soledad de las personas, que por diferentes
circunstancias, viven solas y necesitadas de cariño, de consuelo, de
amor y de cuidados, en su cuerpo y en su espíritu.
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Nació
en Almenara (Castellón), el día 3 de enero de 1870. Era de una
familia de humildes labradores, y ella era la más pequeña, de 2
varones y cuatro niñas. Su padre, José, murió cuando ella tenía
un año. En el transcurso de seis años, ella, su madre y un hermano,
vieron cómo morían los otros cuatro hermanos. La madre Vicenta,
murió cuando tenía ocho años.
Se
quedó con su hermano el mayor, de dieciocho años, y ella tuvo que
hacer desde niña, de “ama de casa”. Es así que maduró muy
rápido.
No
pudo asistir por muchos años a la escuela, pero sí a la catequesis
parroquial. Fue confirmada en 1877. Para hacer la primera comunión,
sin poder tener su traje, y sin darle importancia alguna a lo
exterior, se confesó, se puso en la fila de las personas que iban a
comulgar, y recibió al Señor. Ya ahí, le nació su profundo amor a
la Eucaristía.
Ella
y su hermano, pasaron gran estrechez económica. A sus diez años,
tomó afición por la buena lectura, leyó los libros que le había
dejado su madre en casa. En uno de ellos leyó, que había que hacer
siempre la voluntad de Dios, pues para eso estamos en este mundo. Y
esta máxima, se le quedó grabada, para toda su vida.
El
trabajo, la mala alimentación y los escasos cuidados, le acarrearon
un tumor maligno en la pierna izquierda, y al presentarse la
gangrena, tuvo que serle amputada cuando tenía tan solo trece años.
Fue operada en su misma casa, sobre la mesa de la cocina, con métodos
casi rudimentarios, pues hasta se rompió el aparato para evitar la
hemorragia.
Tuvieron
que atarle la pierna por el muslo, pero en forma tan deficiente que
sería causa de dolores durante toda su vida. Todos esperaban ya su
muerte, pero se repuso, y volvió a las tareas domésticas, con la
ayuda de dos muletas, ya para siempre sus compañeras inseparables.
Por
circunstancias familiares, fue internada en el orfanato “Casa de la
Misericordia” de Valencia, donde pasó nueve años. Sentía
una especial devoción a la Eucaristía, y al Sagrado Corazón de
Jesús; a la Virgen María y a los Santos Ángeles.
Ayudada por el capellán del centro, don Carlos Ferris, más adelante
jesuita, allí progresó en su experiencia espiritual profunda, que
le llevó a pedir su entrada, en las Carmelitas de la Caridad, que
regentaban la casa. Las veía, y le parecían “ángeles”. Pero no
fue admitida por causa de su minusvalía. Desde ese momento, no cejó
en buscar, cuál era la voluntad de Dios sobre ella.
Se
fijó en un acuciante problema, que aquejaba a muchas mujeres, en los
comienzos del siglo XX: la
soledad. Por
distintos motivos familiares, quedaban abandonadas. Ella, que estaba
abierta a ver en los acontecimientos, la mano de Dios, captó esta
necesidad, y empezó el embrión de lo que sería, el futuro
instituto religioso.
Comenzó
con dos compañeras, difíciles de carácter, a recoger en la casa, a
distintas personas necesitadas. Con su paciencia y caridad, Genoveva
pudo soportar aquella situación, viviendo de su trabajo de costura y
bordado.
Enseguida
se les quedó pequeña la casa, y tuvieron que ir buscando, hogares
más amplios, pues la necesidad era más grande, de lo que a primera
vista podría parecer. Genoveva pensó
entonces especialmente, en promover la vela de la adoración
eucarística nocturna.
Desde
su salida de la “Casa de Misericordia”, en 1894 hasta 1911, su
vida podría compararse, con la peregrinación por el desierto, en
busca de la voluntad de Dios. “Me puse en las manos de Dios,
para cuanto pudiera querer de mí, con voluntad firme de no
resistirme en nada, de cuanto de mí exigiera, costara lo que
costara”.
El
día 2 de febrero de 1911, en Valencia, con la indicación del
canónigo José Barbarrós, sobre unas señoras y señoritas solas, y
cargadas de sufrimiento, y con la consulta al Padre Martín Sánchez,
S.J., que le dio su aprobación personal, fundó la primera “Casa
Hogar”, constituyendo la Sociedad Angélica, que daría origen al
instituto, de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos
Ángeles, con el carisma y misión, de “aliviar
la soledad de las personas, que por diferentes circunstancias, viven
solas y necesitadas de cariño, de consuelo, de amor y de cuidados,
en su cuerpo y en su espíritu”.
Genoveva
fue nombrada directora. Así, remediaba un problema social: amparar
la soledad. Pero sus fundaciones, no serían sólo
“casas”, sino también “hogares”, para que las personas que
vinieran, amueblaran la habitación a su gusto, con el fin de que su
desarraigo fuera menor, ya que podían llevar consigo, las cosas de
mayor afecto personal.
La
sociedad fue erigida como “Pía Unión” en 1912, y el primer
reglamento data de 1914. En ese mismo año, fundó otra casa en
Zaragoza, en la calle del Pilar, aconsejándose del Padre Martín
Sánchez, SJ; en 1914 en Madrid, y poco a poco, en Bilbao, Barcelona,
Santander y Pamplona.
En
1925, la Pía Unión fue reconocida en Zaragoza, como Instituto
religioso de derecho diocesano, por el Arzobispo Doménech, y
emitieron ante él sus votos, la Madre Genoveva, nombrada Superiora
General, y otras dieciocho religiosas. El decreto de aprobación,
como instituto religioso de derecho pontificio, sería dado por Pío
XII, en 1953.
En
tiempos de la república y de la guerra civil, algunas de las casas,
tuvieron que padecer la persecución religiosa, quedando la mayoría
devastadas, mientras que la Madre Genoveva, infundía paz y
esperanza, en todas sus Hermanas.
En
las casas de Zaragoza y Valencia, se pudo dar protección a otras
personas, miembros de institutos religiosos y seglares, puesto que la
Madre Genoveva tenía un corazón abierto, para todas las personas y
actividades de la Iglesia, con un espíritu de servicio asombroso.
Fue reelegida Superiora General, en los capítulos de 1935, 1941 y
1947. Retirada de su cargo en 1954, supo convertirse en religiosa,
siempre obediente a la nueva Madre General.
Todas
las casas empezaban por el “Sagrario”, “porque
estando Jesús en casa, nada temo”,
y de esta forma imprimió en sus religiosas, una nota característica
de su espiritualidad: la adoración-reparación a la Eucaristía.
Desde
ese fundamento, las Angélicas desplegarían su apostolado, con las
tres notas que la Madre Genoveva, dejó plasmadas en sus
constituciones: espíritu de humildad y
sencillez, que solo busca a Dios en todas las cosas;
espíritu de obediencia, con la
abnegación del propio juicio, a la voluntad de Dios, en las
disposiciones de los superiores; y espíritu
de caridad, que engendra en las Hermanas, el ardor
apostólico por la gloria de Dios, y la salvación de las almas.
La
palabra más repetida en sus escritos es “Amor”: “Que
sólo el Amor me impulse a obrar”. “Que
tu puro Amor, mueva todas mis acciones”. “Nada
es pesado para el que Ama”. “Dios
merece ser servido, con Fidelidad y Amor”. “El
Amor nunca dice basta”.
A
finales de 1955, su salud ya había decaído considerablemente. El 30
de diciembre, tuvo un ataque de apoplejía, y recibió los últimos
sacramentos.
Todavía
pudo comulgar, en la madrugada del 4 de enero de 1956, y en esa
mañana entró en coma. A los ochenta y seis años de edad, el 5 de
enero de 1956, falleció en Zaragoza. El pueblo comenzó a llamarla
“Ángel de la soledad”,
y así siguen reconociéndola.
El
Instituto de Hermanas, llamadas comúnmente “angélicas”, está
extendida por España, Italia, México y Venezuela. Además trabajan
apostólicamente en catequesis, Casas de ejercicios, Guarderías, y
en la evangelización en parroquias y escuelas.
Fue
beatificada en Roma, por el Papa Juan Pablo II, el día 29 de enero
de 1995, sus reliquias reposan en la Casa Generalicia en Zaragoza, y
su memoria litúrgica viene celebrándose el 4 de enero.
MAXIMAS
DE SANTA GENOVEVA TORRES
- Hay que amar a Dios, en todas las cosas agradables y desagradables; y si están envueltas en sufrimientos, tanto mejor. El amor sin sufrimiento, es sospechoso. El amor todo lo hace fácil.
- Si miro a Jesucristo en la cruz, todo sufrimiento me será sabroso. Pediremos la gracia de llevar con valor y santa alegría, las cruces que a Dios le plazca enviarnos, y haremos esta petición, en los momentos penosos a la naturaleza. Vayamos al pie de la cruz; si tenemos valor para ello, quejémonos.
- El centro de la devoción al Corazón de Jesús, está en la Eucaristía. La práctica del amor a este Corazón, está en la oración, la penitencia, y en adorarle llevando almas por esos medios, para que le conozcan y le amen.
- Siento que Jesús me llama desde el Sagrario; cuando por mis obligaciones no puedo acudir, procuro hallarle en las mismas obligaciones.
- Debemos sacrificarnos mucho, practicando la caridad, que será reconocida por Dios nuestro Señor.
- Si de veras amamos a Dios, su recuerdo, nos hará volar en el sacrificio, y en la abnegación, en aras de la caridad.
- Revistámonos de los hechos de Jesús, que todos fueron de caridad, dulzura, amabilidad, y sin distinción de personas.
- Quien ama a María, procura imitar sus virtudes, y obsequiarla siempre. Madre de Jesús y Madre mía, en penas y tribulaciones acudiré a Tí. Me mostrarás a tu Divino Hijo, y le amaré.
- Seamos amables y cariñosas, con las que tengamos que tratar y servir. Lo que se hace por Dios, debe caracterizarlo las virtudes que Jesús practicó: humildad, paciencia, afabilidad, dulzura... darnos todas para ganarlas a todas.
- Sólo por la caridad y la mansedumbre, llevaremos a las almas a Dios.
- La base de la caridad y de la unión, es la humildad. Si somos humildes de corazón, en todos nuestros actos, practicando la caridad por Dios, gozaremos de la paz del alma.
- Darse a Dios de veras, es lo único que da paz verdadera. Lo demás todo pasa pronto.
El tiempo corre hacia el sepulcro, y vivimos neciamente, si no vivimos para Dios. - Viviendo para Dios, seremos generosos con Él, y con el prójimo.
- Ofrezco a Dios todo, venga lo que viniere, todo lo permite el Señor.
Oración:
Te pedimos Señor y Dios nuestro, que por los méritos
e intercesión de Santa Genoveva, puedan las personas encontrar
siempre en la Iglesia, alivio para la soledad, una de las mayores
pandemias de nuestra época, centradas principalmente en las grandes
ciudades. A Tí Señor, que nos prometiste estar con nosotros, hasta
el fin de los tiempos. Amén.
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